En el poblamiento americano pudo haber habido una serie de relaciones culturales con Asia. Según Gordon F. Ekholm habrían existido, en base a analogías iconológicas formales, tres períodos: uno, de 1700 a 1000 a. C., en el que los estímulos foráneos proceden de Mesopotamia y el valle del Indo, que influencian las culturas Shang y Zhou en China, y estas, a su vez, territorio americano, trayendo como consecuencia directa la cultura Olmeca; un segundo entre 700 a.C. y 200, en la que se habría producido una directa relación entre la dinastía Zhou tardía y el área mesoamericana, una influencia que habría estado presente en el estilo de El Tajín; y, finalmente, un tercer período entre 200 y 900, en el que se produce la llegada de influjos hindúes y budistas, como el motivo del loto, figuras humanas con cabeza de elefante o las columnillas estilo PUUC maya del Yucatán (influencia tolteca sobre territorios mayanizados). Dichos vínculos vendrían por tres rutas, el estrecho de Bering, una vía transpacífica y el borde del NE de Asia y NO americano, en navegación de cabotaje. Según fuentes históricas más fiables la primera presencia arqueológicamente constatable es la propiciada por los vikingos de Eric Thorraldson (el Rojo), hacia 986, y por Leif Ericsson hacia el 1000, quien descubre tierra firme y nomina varios territorios: Markland-Terranova, Helluland-península del labrador y Vinland-Nueva Escocia.
En términos genéricos, América es un continente marginal para la población. Los prehistoriadores hablan de una doble oleada asiática para norteamérica (por Bering), la de los portadores de la cultura de nódulos y lascas, hace 40 o 50 mil años (fases Alton y Farmdale) y la de los cazadores que empleaban puntas de proyectil, hace unos 13000 años (correspondiente a la fase Cary). La presencia de ocho familias lingüísticas, makro-chibcha, ecuatorial andina, gepano-caribe, otomangue, tarasca, hoka, penutia y azteca-tano, presuponen, sin duda, un poblamiento múltiple y con diversos componentes culturales, provenientes del sudeste de Asia, Polinesia-Melanesia, Australia y, quizá, África y Europa. Hoy en día hablamos de varias oleadas múltiples y de carácter diverso, persiguiendo las manadas de animales, hace 20 o 30 mil años, desde Bering, las Aleutianas y a través de la costa oeste de Norteamérica, aunque las cronologías de algunos yacimientos del norte y el sur de América han suscitado controversias en relación a las vías de penetración (Clovis, datado en 13000; Monte Verde en Chile, descubierto hacia 1997, es datado en 15000 y, posteriormente, el yacimiento de Cactus Hill, de nuevo en norteamérica, en 18000 a.n.e.). a esto se suman los inconvenientes antropológicos: el generado por el cráneo brasileño denominado Luzia, de 13500 años, que no se parece a los amerindios, sino a los africanos o a los habitantes del sur del Pacífico, o el legalmente disputado Hombre de Kennewick, de 9500 años, hallado en 1996, que no se identifica como “indio”. Hoy empieza a creerse firmemente que los primeros cráneos fósiles se parecen a los antepasados de los polinesios y a los Ainos del norte de Japón, de cultura marítima. De este modo, las primeras oleadas de pueblos no serían los antepasados de los amerindios o aborígenes americanos. Otras oleadas posteriores los sustituyeron, siendo los ancestros de los grupos actuales, aquellos con los que se encontraron los colonizadores europeos. Los estudios de ADN sólo apoyan, de modo bastante genérico, la presencia de ”asiáticos”, aunque un indicador de los genes de los indígenas americanos aparece en genes modernos de Asia central y Europa, y no en las antiguas gentes de Siberia.
En términos genéricos, América es un continente marginal para la población. Los prehistoriadores hablan de una doble oleada asiática para norteamérica (por Bering), la de los portadores de la cultura de nódulos y lascas, hace 40 o 50 mil años (fases Alton y Farmdale) y la de los cazadores que empleaban puntas de proyectil, hace unos 13000 años (correspondiente a la fase Cary). La presencia de ocho familias lingüísticas, makro-chibcha, ecuatorial andina, gepano-caribe, otomangue, tarasca, hoka, penutia y azteca-tano, presuponen, sin duda, un poblamiento múltiple y con diversos componentes culturales, provenientes del sudeste de Asia, Polinesia-Melanesia, Australia y, quizá, África y Europa. Hoy en día hablamos de varias oleadas múltiples y de carácter diverso, persiguiendo las manadas de animales, hace 20 o 30 mil años, desde Bering, las Aleutianas y a través de la costa oeste de Norteamérica, aunque las cronologías de algunos yacimientos del norte y el sur de América han suscitado controversias en relación a las vías de penetración (Clovis, datado en 13000; Monte Verde en Chile, descubierto hacia 1997, es datado en 15000 y, posteriormente, el yacimiento de Cactus Hill, de nuevo en norteamérica, en 18000 a.n.e.). a esto se suman los inconvenientes antropológicos: el generado por el cráneo brasileño denominado Luzia, de 13500 años, que no se parece a los amerindios, sino a los africanos o a los habitantes del sur del Pacífico, o el legalmente disputado Hombre de Kennewick, de 9500 años, hallado en 1996, que no se identifica como “indio”. Hoy empieza a creerse firmemente que los primeros cráneos fósiles se parecen a los antepasados de los polinesios y a los Ainos del norte de Japón, de cultura marítima. De este modo, las primeras oleadas de pueblos no serían los antepasados de los amerindios o aborígenes americanos. Otras oleadas posteriores los sustituyeron, siendo los ancestros de los grupos actuales, aquellos con los que se encontraron los colonizadores europeos. Los estudios de ADN sólo apoyan, de modo bastante genérico, la presencia de ”asiáticos”, aunque un indicador de los genes de los indígenas americanos aparece en genes modernos de Asia central y Europa, y no en las antiguas gentes de Siberia.
Prof. Dr. Julio López Saco
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