10 de marzo de 2010

Las creencias religiosas en el Japón antiguo II: el budismo y el confucionismo

Mahaparinirvana del Buda, de fines del siglo XIV. Época Ashikaga-Muromachi



Según la tradición, fue en 522 cuando unos embajadores del reino coreano de Paekche, regalaron al emperador japonés una estatua en bronce del Buda, así como un conjunto de textos sagrados. Sólo unos años más tarde, hacia fines del siglo VI, el emperador Shôtoku Taishi proclamó el budismo como religión oficial del Estado. Tras un período de ciertos conflictos se produjo una especie de sincretismo con el sintoismo, momento en que el budismo impregnaba ya los diversos estratos sociales. Así, mientras el primero establece vínculos con los antepasados y la serie de poderes invisibles de la tierra, presidiendo los acontecimientos privados u oficiales vitales, el budismo define y establece, normativamente, la observancia ritual, a través de invocaciones y disciplina interior que permitan alcanzar el Despertar. La difusión del budismo en Japón, donde no había todavía una escritura codificada, se hizo en chino. Esto significa que los sutras contribuyeron a la implantación de la cultura china a través de la lengua hablada y escrita que, durante cierto tiempo, siguió siendo la expresión de la clase aristocrática cultivada. Además del budismo, en esta época llega a Japón, desde el continente chino, la idea imperial y el sistema burocrático, aunado a los textos legislativos y literarios chinos, así como el confucionismo, que servirá de base ideológica del poder establecido. El budismo acabará siendo la argamasa que une al emperador, la nobleza y el clero, de modo que es pertinente su concepción como factor de cohesión de la sociedad japonesa. El panteón budista, además, será una excelente fuente de inspiración de artistas plásticos, escultores y pintores. En este sentido, Amida será el más célebre de los Budas, pues es considerado el protector del género humano, al que acoge sin reservas en el Paraíso Occidental. La llegada a la tierra de Amida, Buda de la luz, supone la liberación de la ignorancia y del miedo. Algunas de estas estatuas y pinturas representan a los principales monjes, fundadores de las diferentes escuelas y hermandades. Colocadas en templos y monasterios, sirven como objetos de meditación y para ser, eventualmente, veneradas por los peregrinos.
Fue en la localidad de Nara, en el siglo VIII, donde se desarrollaron las seis escuelas de enseñanza principales del budismo, en base a textos indios en sánscrito y sutras caligrafiados por monjes y letrados japoneses en chino clásico. Una de las más célebres de esas seis escuelas es Ritsu, fundada en 754 por un monje chino. El monje Kukai funda, a comienzos del siglo IX, y tras viajar a China, el templo de Kongobu-ji que será el centro de la escuela Shingon, secta importante del budismo esotérico, consagrada al estudio de los textos sagrados. A partir de la escritura esotérica, derivada del sánscrito, este monje inventó los caracteres kana, signos silábicos que dieron origen a la escritura japonesa. Compuso un poema en el que cada signo aparecía una sola vez, otorgándole a la forma poética, de este modo, la noción de no permanencia del mundo visible, propia y característica del budismo. Estos caracteres kana originaron un significativo cambio cultural, pues las mujeres de la aristocracia Heian se apropiaron del lenguaje cotidiano y, a través de esta nueva escritura, lograron componer textos que constituyeron las novelas que fundaron la literatura japonesa. Mientras, monjes, diplomáticos y científicos, en virtud de mantener la elegancia, siguieron expresándose en chino. Las mujeres, habitantes del palacio, y sujetas a la etiqueta, lograron descifrar las intrigas que observaban en la corte, y las relataban en escritos plagados de poéticas y muy sutiles observaciones. Sin duda la más relevante de estas novelas es Romance de Genji, escrita entre los siglos X y XI por Murasaki Shikibu, una crónica de la vida cotidiana y de los amores de un príncipe, inspirada en los verdaderos amoríos del príncipe heredero de la época.
Quizá el arte más profundamente influido por el budismo es el que se refleja en los jardines, destinados a ser contemplados desde unas terrazas de madera. Como juegos de reflejos, de transparencias y de relaciones espacio-tiempo, son el eco de una concepción budista del mundo. Aunque los jardines se relacionan íntimamente con el budismo, también lo hacen con el culto sintoísta, que venera los árboles, las aguas, las piedras, lugares todos ellos donde habitan los kami. Los jardines son el paradigma de la estética y de la ética japonesas. Detrás de su elaboración hay un conjunto de técnicas y rituales que deben seguirse al pie de la letra. Algunos jardines se realzaban con flores y con algunos pinos, además, también con la presencia armoniosa de las piedras y la habitual participación del agua, en forma de riachuelos o cascadas.
El pensamiento tradicional japonés presenta varias características generales muy notables. La idea de la fuerza continua y cambiante de las cosas es una de ellas. Se trata de ideales que sustituyen las mutaciones recurrentes del pensamiento chino por los cambios constantes de la energía vital en devenir. Mientras la natura occidental y el concepto de naturaleza chino son, fundamentalmente, esencia, en Japón es su espontaneidad, de ahí su adaptabilidad al cambio, que contrasta con la búsqueda china de lo inmutable. Por otra parte, el pasado es representado, pero no es normativo, porque es simbolizado por el presente, lo que constituye una suerte de presente eterno. Este engranaje del tiempo en presentes eternos se debe, en esencia, a la no permanencia budista, pero desemboca, así mismo, en un secularismo optimista reforzado por el confucionismo. En su especificidad, el pensamiento japonés no valora ni el absoluto ni el individuo, sino el mundo en general, al que no niega, por supuesto, trascendencia. La sacralización mundana acontece a través de la sutil interferencia entre los invisible y lo manifiesto. Las normas no proceden de esta interconexión, sino del conocimiento del metabolismo universal. En un auto-desarrollo imparable, el mundo está recorrido por una energía transmitida desde los orígenes a través de los linajes, comunidades e instituciones, y es reactualizado por el rito y debidamente registrado por las genealogías y la historia oficial. La persona, conjunto de relaciones cósmicas y sociales, está en deuda con el Universo y con la propia sociedad, deuda que se puede saldar participando activamente en el seno social. Para lograrlo, la persona tiene que pasar, en términos budistas, confucianos y sintoístas, de la ignorancia a la consciencia, de la impureza a la pureza, pasos esenciales, entendidos en sentido intuitivo y activo. Explicando la experiencia, el pensamiento se encamina hacia prácticas espirituales, éticas, estéticas, lúdicas y profesionales. Como no se busca la perfección, el pensamiento se abre decididamente a los sincretismos, convirtiéndose en un pensamiento activo y coherente entre las palabras y las acciones. La idea de libertad en Japón nunca fue un cuestionamiento socio-político, sino de liberación interior respecto a los deseos y las pasiones. Del mismo modo, la paz podía ser ausencia de guerra, pero también y, fundamentalmente, paz espiritual compatible con actividades guerreras que podían servir, incluso, de ascesis. En definitiva, la fusión de las tres enseñanzas con el ente estatal no significó que éstas fuesen contaminadas por la frialdad de éste, sino la participación en una misma, y única, sacralidad cósmica fundamental.



Referencias bibliográficas básicas (en español)


-Delay, N., (2000), Japón. La tradición de la belleza, edit. BSA, Barcelona.
-Falero, A.J., (2006), Aproximación a la cultura japonesa, edic. Amarú, Salamanca.
-Kondo, A.Y., (1999), Japón. Evolución histórica de un pueblo (hasta 1650), ed. Nerea, Hondarribia.
-Lavelle, P., (1998), El pensamiento japonés, Acento edit., Madrid.
-Rubio, C. / Moratalla, R.T., (2008), Kojiki. Crónicas de antiguos hechos de Japón, edit. Trotta, Madrid.
-Suzuki, D.T., (2002), El zen y la cultura japonesa, RBA edit., Barcelona.

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