8 de marzo de 2010

Las creencias religiosas en el Japón antiguo I: el sintoísmo


Altar en templo Sintoísta, e imagen de un kami local de Izu en la prefectura de Shizuoka. Influenciado por el budismo, presenta gorra de cortesano y estola sacerdotal. Fue objeto de devoción por parte de los clanes de los Minamoto y Hôjô durante el sogunado Kamakura.
Las creencias de los primeros habitantes de Japón eran animistas y chamanísticas. La presencia de piedras fálicas y estatuillas femeninas prehistóricas pudieran testimoniar la existencia de arcaicos cultos a la fertilidad. El sintoísmo nació de la superposición a los cultos primitivos de la sacralización de la monarquía y de la aristocracia a través de las genealogías divinas. Además, a partir del siglo III aparecen las primeras formas de un culto vinculado al cultivo del arroz, lo que será esencial para entender el sinto primitivo. Sin ritual ni templo en sus orígenes, surge directamente de los diversos mitos y de la vida cotidiana de los hombres en perfecta simbiosis con la naturaleza. La fuerza de ésta y el miedo a su poder se manifiestan a través del sinto, como un mecanismo a través del cual el hombre intenta vincularse con la naturaleza y conocer sus procedimientos. Con el paso del tiempo, esta espiritualidad naturalista fomentará la construcción de la identidad y la permanencia del japonés, permitiéndole asimilar nuevas influencias culturales, espirituales o intelectuales. Los habituales tifones y las erupciones volcánicas, así como el inmenso poder de las aguas, en un país que es geográficamente un archipiélago de islas, inspiraron la certidumbre de la presencia de una energía interna del mundo y de una efímera fragilidad de las formas, sometidas al implacable paso del tiempo. El hombre mismo es visto como parte del Cosmos, sin individualidad real que le separe de la unidad primordial. La interpenetración de lo viable y lo invisible favoreció la aparición de aventuras y relatos legendarios de todo un conjunto de espíritus, los kami. Como poderes benéficos o maléficos, están albergados en plantas, árboles, piedras, animales, siendo venerados por grandes cuerdas de las que cuelgan votos y plegarias. El gran número de divinidades sinto son objeto, a partir de los siglos VII y VIII de cultos, ofrendas y ceremonias en santuarios y templo, construidos siguiendo las formas de la naturaleza, con la presencia de pórticos o torii, en rojo, que indican la entrada. En los santuarios públicos, las gentes se entremezclan y realizan fiestas cotidianas, llamadas matsuri, vinculadas a los ritos agrarios. No obstante, en cada casa puede haber altares sinto domésticos, en los que se veneran los espíritus de los antepasados o de un determinado kami familiar, haciéndoseles rituales y ofrendas de arroz, frutas e incienso. Los sacerdotes que sirven en los templos tienen una función más ritual que sacra. Mensajeros de los hombres y los kami, se encargan de ejecutar los ritos de purificación con agua, sal y arroz. Las prácticas más características del sinto son, en definitiva, los ritos de purificación, cuyo objetivo es el estado de claridad, alegría y retorno a la armonía original con los dioses y con el mundo.
El sintoísmo es el culto, en esencia, a innumerables divinidades, kamis, algunos entendidos como dioses, la mayoría como seres antropomorfos y, muchos otros, como espíritus venerados localmente. Estos numina inspiran un sentimiento de lo sacro anterior a toda representación mítica o doctrinal. La mayoría de los kamis están vinculados con fenómenos naturales o con actividades agrícolas. Las almas de dioses, hombres y cosas se parecen. Se trata, así, de cargas de energía espiritual, mayormente benéfica, aunque no siempre. A pesar de que el sinto ha evolucionado hacia la sistematización doctrinal y hacia la interiorización, la primacía del rito, la debilidad y diversidad de las representaciones de lo absoluto y también del más allá, le confieren un carácter arcaico muy diferente al de las religiones que consideramos de salvación. La energía sagrada de los orígenes, que se transmite de generación en generación, a través de comunidades e instituciones, y es reactualizada continuamente por mediación del ritual, procura y favorece beneficios espirituales, pero también materiales. La originalidad de esta religiosidad deriva de la relevancia concedida a las nociones de fuerza vital y de purificación. Los grandes kamis, y todo el Universo en general, poseen la fuerza generadora o energía vital, producida y mantenida por los vínculos que unen a los seres, que están en perpetuo crecimiento y cambio. El problema radica en que el hombre contrae impurezas, que no son fácilmente distinguidas de las faltas, culpas y crímenes, de ahí la imperiosa necesidad de la purificación limpiadora de las manchas, objeto esencial de la práctica sintoísta.
Una dirección significativa hacia la que el sinto se movió fue la que condujo a la veneración del emperador de Japón, y de los pasados soberanos, como kami. Esta tendencia está íntimamente cercana al culto del Estado. Este matiz de culto nacional que toma el sinto se veía reflejado en la ceremonia de la Gran Purificación, ritual en el que la nación, dos veces al año, debe limpiar el territorio nacional de cualquier corrupción acumulada. En épocas modernas, en espacial durante los años previos a la Segunda Guerra mundial, el sintoísmo adquirió el preponderante rol de ideología oficial del Estado, en vinculación con una fuerte tendencia ultranacionalista y expansionista que, a la postre, conduciría a la nación nipona a participar activamente en la susodicha conflagración.
Prof. Dr. Julio López Saco


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