PINTURA MURAL CON LAS HIJAS DE AJENATÓN. PALACIO REAL DE TELL-EL AMARNA, MUSEO ASHMOLEAN, OXFORD.
El período
amarniense, instalado en el desarrollo de la Dinastía XVIII, comprende desde el
reinado de Amenhotep III y de su sucesor Ajenatón
hasta el de Tutankhamón, momento en
que la capital se ubica en Tell el Amarna.
Se trata de un breve período, de unos treinta años, considerado una verdadera
revolución, pero impulsada desde arriba (sin el pueblo), que afecta todas las
esferas del territorio egipcio. Si bien sus objetivos básicos eran religiosos,
lo cierto es que este momento es el inicio del fin del clasicismo egipcio. Se
rompen los cánones que hasta ese instante regían la lengua, el arte, la
literatura y la cultura en general, que los egipcios consideraban clásicos.
Aunque la revolución religiosa fracasó, la cultura egipcia ya nunca fue igual.
El período, considerado una crisis, acaba, por lo tanto, con el clasicismo. Ajenatón (Amenhotep IV, 1364-1347 a.n.E.), casado con Nefertiti, era un idealista absorto en especulaciones filosóficas y
teológicas y, en consecuencia, un anti tradicionalista. Al comienzo del reinado
mantuvo las formas tradicionales, pero después hace construir en Tebas un
templo a la deidad solar Re-Haractes,
sol inmaterial del firmamento, al que denominaba Atón. Los textos nos lo muestran creyendo en un dios único, en
esencia bueno, el creador de lo que existe. Se rechazan los mitos de la
religión tradicional egipcia. El hombre se consideraba la principal criatura
obra de Dios. Estas especulaciones se oponían al pensar religioso del clero de Amón en Tebas, y el rey las apoyaba en
el pensar del clero solar de Heliópolis. Hay, entonces, un enfrentamiento
religioso y, a la vez, político. Surgen dos facciones: la clerical, apoyada en
la oligarquía que controlaba la administración, y la real, que busca apoyo en
nuevos sectores de la población que acceden ahora a los círculos del poder.
Amenhotep
IV se auto nombró Gran Vidente, gran sacerdote de la deidad, lo que suponía que
no acataba la autoridad suprema del gran sacerdote de Amón, al que le retiraba el poder espiritual (como sumo pontífice)
y el temporal (al suprimirle la administración de sus bienes seculares.) En el
año cuatro de su reinado rompe relaciones con el clero de Amón, abandona Tebas
y funda una nueva capital, llamada Ajetatón
(Tell el Amarna hoy). La revuelta
amarniense se debió a una corriente de pensamiento real y al enfrentamiento
entre la monarquía y el clero de Amón,
si bien no dejó de ser una verdadera utopía. Su fracaso parece suponer el
inicio de la decadencia de la civilización egipcia. El culto de Amón fue abolido, y sus inscripciones y
representaciones escultóricas destruidas, instalándose en su lugar el culto al
dios único Atón, deidad sin forma ni
imágenes, cuyo sacerdote y profeta era el propio soberano, Se suprimieron los
cultos a los restantes dioses, cerrándose templos y confiscándose los bienes de
los mismos. Se suprime, además, la clase sacerdotal, y la vieja oligarquía
social es apartada del poder debido a sus notables vínculos con el antiguo
clero tebano. El rey elige a sus colaboradores entre las clases populares,
probablemente, personas fanáticas de la nueva religión. Los profundos cambios
propugnados por Ajenatón únicamente
lograron la adhesión de pequeños círculos de fieles, interesados y fanáticos.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV
No hay comentarios:
Publicar un comentario