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19 de abril de 2020

Prehistoria e historia antigua de Escandinavia




Imágenes: arriba, serie de grabados rupestres de Tanum; abajo, una vista general del cuerpo momificado del Hombre de Tollund (siglos IV-III a.e.c.).

Se considera que los primeros pobladores, de cazadores, recolectores y pescadores, de Escandinavia se remontan a unos 13000 años, una época en la que hubo un cambio climático que provocó la suavización del clima y un aumento de la vegetación en toda la región. A su vez, aparecieron animales que podían ser cazados y consumidos, un motivo de atracción de gentes que, con su llegada, inician una cultura. La metalurgia de metales como el bronce y el hierro pondrían los fundamentos de una cultura escandinava, cuyo origen, denominado Edad del Bronce Nórdica, se sitúa hacia 1800-1500 a.e.c.
Las primeras ocupaciones humanas se produjeron en la península Jutlandia, y solamente hacia 8000 a.e.c. en la propia península escandinava. Los cazadores-recolectores se asentaron inicialmente en pequeños campamentos estacionales cercanos a las costas, lagos o ríos. Ya en el IV milenio[1], algunas de tales comunidades se asentarían en pequeñas aldeas permanentes en las que practicarían las actividades agropecuarias. Las tierras más septentrionales se verían pobladas por migrantes procedentes desde el sur. Ya desde la zona de Uppland (costa este de Suecia) se desplazarían hasta el fiordo de Oslo, en donde se fusionarían con otras poblaciones allí establecidas.
Estos suelos norteños eran bastante pobres para la agricultura, exceptuando los cereales (avena, centeno, cebada), y unas pocas legumbres como los guisantes. Por el contrario, el rendimiento ganadero era mucho mejor (vacas, ovejas). En todo caso, las comunidades debían recurrir a la pesca, la recolección y la caza en todo momento para garantizar su subsistencia.
Las comunidades neolíticas, muy pequeñas, estarían formadas por unas pocas casas construidas en madera, en las cuales habitarían familias, siguiendo una estructuración semejante a las muy posteriores granjas vikingas. Las tumbas estaban formadas por una cámara central cuyo acceso era un pasillo conformado por enormes losas pétreas, todo ello recubierto con tierra, formando así un túmulo. Se inhumaba al difunto con huesos de animales y un tipo de vasija cerámica característica, en forma de embudo.
El bronce llegó a Escandinavia tardíamente, en torno a 1800 a.e.c., probablemente como respuesta a los intercambios comerciales entre lo que hoy es Dinamarca y el resto de Europa. Algunos productos nórdicos, como las pieles y, sobre todo, el ámbar, se estimaban mucho. De esta forma Dinamarca sería la entrada a Escandinavia de la preciada aleación. En esta fase, las construcciones más notables presentan un gran parecido con la langhús de las granjas vikingas ulteriores, una casa larga rodeada de construcciones más modestas. Esta gran vivienda sería la residencia de la familia principal del núcleo, evidencia de una jerarquización social incipiente. El bronce se emplearía, no obstante, únicamente en la fabricación de armas y enseres de relevancia social familiar, mientras que la mayoría de útiles seguiría siendo confeccionados en sílex o en cerámica. Conforme fue pasando el tiempo, se impuso paulatinamente el bronce en objetos cotidianos, como las copas, los calderos, las navajas de afeitar, hoces o pinzas. A fines del primer milenio, los artesanos escandinavos forjaban espléndidas piezas en bronce, sobre rodo armas (yelmos, escudos ornamentados con espirales o espadas), pero también piezas como fíbulas o hebillas de cinturón, al margen de las espectaculares trompetas de función ritual (en las sagas escandinavas de la Edad Media se denominan lur y servían para reclamar a los guerreros que acudiesen a combatir).
Aunque pervivió la inhumación en túmulos, al final del período del Bronce se extendió la cremación y posterior inhumación de las cenizas. Algunos objetos hallados en las necrópolis o en los pantanos, a donde se arrojaban como ofrendas votivas, son un indicador de un cambio en la mentalidad religiosa. Ahora se generaliza un culto solar. El sol se representa como un disco de oro que es llevado en un carro por caballos o que es blandido por un personaje masculino (entre los vikingos el sol sería una diosa). Además, en los petroglifos (caso de los famosos de Tanum[2]), se personifican lo que podrían ser ya antesalas de las deidades vikingas. Así, en estos petroglifos, por ejemplo, se puede ver una figura semejante a Tyr que porta una lanza y le falta una mano.
Al lado del culto solar había uno a las aguas y a las divinidades que en ellas viven. Esto se deduce de la enorme cantidad y variedad de ofrendas recuperadas de marismas, lagos, pantanos y hasta ríos, todas de una elevada calidad, lo cual hace pensar en unos oferentes de elevada posición social. Asociados con estos cultos a las aguas se ha constatado la presencia de sacrificios humanos y de animales, una práctica que será muy habitual en la Edad del Hierro.
La metalurgia del hierro llegó a Escandinavia, también desde el continente europeo, en el siglo VI a.e.c. A diferencia de lo que ocurría con los metales para la aleación broncínea, el hierro abundaba en la región. Las herramientas de hierro y el trabajo servil provocarían la intensificación de las explotaciones agrícolas, lo cual provocó el surgimiento de asentamientos en forma de poblados. De modo diferente a la dispersión de los núcleos de etapas anteriores, el centro entre varias granjas independientes y rodeadas de vallas, lo ocupaba ahora un espacio abierto, una suerte de plaza. Todo el conjunto se rodeaba a su vez por una empalizada de carácter defensivo, que unificaba el territorio y las construcciones. Seguía apareciendo en el interior el langhús, la residencia del caudillo local, quien descendería de los jarlar (esa aristocracia de la posterior etapa vikinga). Los ejemplos más notables de este tipo de asentamiento se encuentran en Dinamarca, en particular Grontoft, que debió contener unos cincuenta habitantes, o Hodde, que contuvo casi treinta granjas y unos trescientos habitantes. Todos ellos habrían vivido de las actividades agropecuarias, pero también de la artesanía (herrerías, telares y talleres de alfarería).
Es en esta época en la que la incineración de los cadáveres y el posterior entierro de sus cenizas en urnas, termina por imponerse, aunque la extendida y antigua práctica de arrojar ofrendas al agua se mantuvo sin cambios. En la Edad del Hierro aumentaron considerablemente los sacrificios humanos. Uno delos ejemplos más destacados y estudiados fue el del denominado hombre de Tollund (Dinamarca), que fue estrangulado con una cuerda y luego arrojado a las fangosas aguas de un pantano. Una buena parte de estas víctimas se han datado entre los siglos II y I a.e.c.
Fue hacia el siglo V a.e.c. cuando algunos pueblos norteños abandonaron estas regiones septentrionales y se desplazaron hacia otras más meridionales y, por tanto, más cálidas, concretamente aquellas en la orilla este del río Rin, lugar en donde en ese entonces habitaban tribus celtas. Los recién llegados serían ya, étnica, lingüística y culturalmente germánicos. Unos se quedaron y otros, sobre todo teutones y cimbrios, avanzaron hasta los frecuentes encontronazos con Roma.
Los pueblos germanos, de etnia y lengua indoeuropea abandonaron, por tanto, su región septentrional, relativamente aislada (aunque desde la prehistoria hubo rutas comerciales en las que circuló el ámbar), en la Edad del Hierro. Sus movimientos migratorios los condujeron a los territorios del norte europeo en donde habitaban celtas. Fue hacia 115 a.e.c. cuando los mencionados cimbrios y los teutones dejaron la península de Jutlandia y se desplazaron hasta la Nórica, región cercana al Danubio en donde moraban grupos tribales aliados de Roma. La gran potencia mediterránea enviaría a sus legiones con el afán de combatir estas penetraciones pero Roma cosechó una amarga serie de derrotas.
A pesar de su victoria, ninguna de ambas poblaciones atravesó los Alpes sino que ambas posaron su mirada en la Galia y desestimaron establecer alianzas con las tribus celtas. Roma volvió a reunir un gran ejército para enfrentar el desafío germánico. De nuevo, esta vez en 105 a.e.c., y cerca de Arausio (Orange), Roma sufrió una severa derrota. Ni cimbrios ni teutones se sintieron tentados en dirigir sus pasos hacia Italia, tiempo que Roma aprovechó para reorganizarse, ahora bajo el mando de Cayo Mario. Esta vez los romanos derrotaron a los germanos teutones en la batalla de Aquae Sextiae en 102 y a los cimbrios un año después en Vercelas (Vercelli). Otras tribus germanas, vistos los precedentes, se mantuvieron al norte de la frontera natural entre los ríos Danubio y Rin, en donde se asociaron, esta vez sí, a las tribus celtas.
Las inquietudes intelectuales por saber y por conocer las realidades del otro, hizo que griegos y romanos dejasen algunos testimonios escritos, de diferente calado, extensión y relevancia, sobre las poblaciones germánicas. Estrabón (libro VII de Geografía), reseña con bastante amplitud el territorio de la “Germania” en la orilla este del Rin. Alude a la denominación otorgada por los romanos según el modo empleado para indicar que los gálatas son los habitantes de la Galia. Hace una descripción física y del carácter de los germanos, señalando sin rodeos su salvajismo y su aspecto como hombres rubios y altos, estableciendo una imagen estereotipada que ha perdurado en el tiempo. Por su parte, Plinio en el siglo I, en su Historia Natural, dice que Escandinavia es una isla habitada por un pueblo al que denomina ingevones, y en el que incluye a cimbrios y teutones. Tácito (Germania), entre los siglos I y II, es el primero que considera la necesidad de investigar acerca de los orígenes de estos pueblos germanos así como sobre sus costumbres. Sigue presente la descripción física (personas de ojos azulados, cabellos rojizos, corpulentos), y añade una particularidad relevante: la ausencia de una cultura urbana entre ellos.
Tácito, además, describe cada pueblo germano conocido. Para él, los cimbrios ocupaban Jutlandia, mientras que en el sur de Escandinavia ubica a los suyones, del que dice que  eran belicosos y cimentaban su poderío en el dominio de los mares. Como vecinos de estos últimos sitúa a los sitones, tal vez en la zona centro de Suecia o probablemente en lo que es hoy Estonia y Finlandia, diciendo de ellos que estaban gobernados por mujeres.
Entre los siglos I y V se desarrolla en Escandinavia lo que se conoce como Edad del Hierro Romana, denominación que procede de la cantidad de objetos hallados procedentes de territorios imperiales. Buena parte de tales objetos fueron armas romanas, tal vez parte de los botines de guerra, muchas de las cuales se arrojaban a los pantanos y lagos como ofrendas a las deidades de las aguas, tal y como atestigua el depósito de armas de Illerup Adal (Dinamarca[3]), en donde se rescataron, además, ciertas piezas con las inscripciones en nórdico antiguo más arcaico del que se tiene noticia. No obstante, también fueron comunes objetos propios de la actividad comercial, como monedas, vidrio, vasijas cerámicas o metales, sobre todo en las necrópolis, un hecho que certifica los contactos comerciales, los intercambios de presentes entre las elites y hasta la posterior participación de mercenarios escandinavos en los ejércitos de Roma.
Esta es una fase en la que aumentan en Escandinavia las explotaciones ganaderas y agrarias, y se observa un notable incremento tanto del número de asentamientos como de su extensión. Huellas y restos de núcleos de población daneses de gran relevancia, como Ludenborg, Dankirke o Gudme, evidencian una organización socio-política de bastante complejidad en esta época.
El final del imperio romano occidental en el siglo V trajo consigo una etapa marcada por el traslado de pueblos germanos que cruzan los límites de los ríos Danubio y Rin para asentarse y formar reinos (caso del merovingio o el visigodo, por ejemplo). En Escandinavia los movimientos poblaciones no fueron la tónica general, si bien hubo algunos migratorios desde Noruega y Dinamarca hacia Inglaterra. Con el tiempo, los pueblos germanos de la península escandinava consolidaron el alfabeto rúnico y cambiaron un tanto sus concepciones religiosas, apareciendo las primeras imágenes de deidades nórdicas y desapareciendo (desde el siglo VI), las famosas ofrendas a las deidades acuáticas.
El auge económico favoreció la centralización política. Los principales caudillos se ubicaron en los centros de poder y desde ahí dominaban la religión, la artesanía y el comercio. Destacó Vendel, en Suecia, que fue el centro del reino de los Svear, así como Helgö, cerca de Estocolmo, quien aglutinó un emporio comercial de prestigio. También en Jutlandia se consolidaron reinos. Ya en el siglo VIII, la búsqueda de nuevas fuentes de recursos como la piratería, avanzará la organización de pequeños grupos de guerreros que se convertirán en la antesala de los vikingos.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2020


[1] Algunos investigadores y estudiosos apuntan que la llegada de estos pregermánicos no se habría producido hasta el II milenio, momento en el que se constata la adopción de la tecnología de la metalurgia, específicamente del bronce.
[2] Los grabados pétreos de Tanum, asociados sin duda con algún tipo de ritual o culto, están coloreados en rojo y representan distintos tipos de personas, entre ellas cazadores, pastores, campesinos, guerreros o pescadores, así como animales y algunas escenas elaboradas, en las que se observan labores en barcos o en los campos, además de procesiones. Destacan, por otra parte, unos motivos denominados marcas de copas o cúpulas (pequeños círculos de apenas 5 centímetros de diámetro), que se ven formando series verticales. Se interpretaron como la figuración de la lluvia, de los astros o hasta de los agujeros para sembrar.
[3] En este yacimiento fueron halladas armas en abundancia (espadas, yelmos, escudos, puntas de lanza, jabalinas, armaduras y cabezas de hacha), pero también gran cantidad de restos humanos óseos, que pudieron pertenecer a prisioneros sacrificados, práctica común, como es bien sabido, en la Escandinavia del Bronce y el Hierro.

2 de marzo de 2020

Una prehistoria novelada, dibujada e ilustrada


Una viñeta de Caveman, de Tayyar Özkan, Dude Comics, Barcelona, 2001.


La imagen de la prehistoria se ha ido formando desde tópicos iconográficos y literarios, que contemplaban al humano prehistórico vestido con pieles de animales, con largas greñas, provisto de armas contundentes, hachas y hasta arcos, y en convivencia con animales como caballos, dragones, mamuts y dinosaurios. La idealización marcó los inicios.
La más antigua imagen de un humano prehistórico fósil fue publicada en el primer tercio del siglo XIX por un zoólogo y biólogo de origen francés llamado Pierre Boitard. Fundamentándose en restos humanos fósiles europeos reconstruye la figura del supuesto primer homínido presentándolo con rasgos de simio y con unas características morfológicas análogas a las de etnias autóctonas de América del sur, África u Oceanía. Tres décadas después, publicará una versión novelada en forma de texto de divulgación paleontológica en el que muestra una imagen nueva del humano primigenio, ahora ya inserto en una familia nuclear, aunque con un aspecto todavía simiesco y negroide.
Tras esta iniciativa icónica, de mostrar cuerpo y cara del hombre primigenio, surgieron posteriormente las imágenes de la mano de Gabriel von Max, que ilustró una familia de pitecántropos, a fines del siglo XIX, y ya a comienzos del XX, la reconstrucción del antecessor por obra de Frantisek Kupka. Bien entrado el siglo XX, un célebre ilustrador de la prehistoria, el checo Zdenek Burian, lleva a cabo en colaboración con un paleontólogo, Joseph Augusta, un buen número de recreaciones de pasajes diversos de la historia más arcaica de la humanidad. Se trata de dibujos que han servido para ilustrar salas museísticas y hasta manuales. Las figuras humanas que dibujó, cargadas en un elevado porcentaje de evidente idealismo, así como las espléndidas escenas de caza, han sido muy imitadas con posterioridad. Un ilustrador de la prehistoria, llamado Rudolph Zallinger, es famoso por la secuencia evolutiva del hombre que llevó por título “La marcha del progreso”, y que data de mediados los años 60. Las realistas ilustraciones de Zallinger fueron muy influyentes en la divulgación prehistórica de las siguientes décadas.
En tiempos más recientes la imagen del hombre prehistórico ha estado más cercana a la propia investigación paleoantropológica sobre todo a las técnicas informáticas que posibilitan las reconstrucciones faciales y del resto del cuerpo a partir de los fósiles. Naturalmente, este hecho posibilita que las imágenes más actuales sean muy próximas a la factible realidad prehistórica; es decir, a cómo sería nuestra especie.
La representación imaginada se ha visto complementada con la literatura escrita. Influencia capital han tenido las novelas de aventuras decimonónicas, como el caso de La máquina del tiempo de H. G. Wells y su mundo futurible, Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne y Mundo perdido de Arthur Conan Doyle, ya a comienzos del siglo XX. Tales novelas han sido un referente para los ilustradores en su afán por ambientar paisajes y personajes prehistóricos. Otra novela de ficción interesante al respecto es Antes de Adán, de Jack London, aunque la más célebre de las ambientadas en la prehistoria es La guerra del fuego, de Joseph-Henri Rosny aîné, fundamento de una excelente versión cinematográfica dirigida por Jean-Jacques Annaud a comienzos de los 80 del pasado siglo. Sus personajes humanos y no tan humanos, como los enanos rojos, los gigantes del cabello azul, los wah o los que devoran hombres, se entremezclan en una ficción con ciertos visos de realidad histórica (que incluye el lenguaje utilizado por los personajes).
Otros referentes destacados de principios del siglo XX fueron El Mundo de Pellucidar y, sobre todo, Tarzán de los monos, de Edgar Rice Burroughs, cuyos personajes inspiraron héroes y heroínas de aspecto presumiblemente prehistórico aunque en el ambiente selvático del África occidental. En estos espacios del selva conviven con grupos indígenas, cuyas formas de vida corresponderían supuestamente con los estadios prehistóricos de nuestros antepasados.
Más recientemente ha cambiado el previo concepto de novela de ficción de ambientación prehistórica. Es el caso de El clan del oso cavernario, de Jean Marie Auel, de los años 80, o de la novela francesa El último neandertal, de Marc Klapczynski, editada en el siglo XXI, en la que se recoge la aventura que dio lugar al funesto destino de los últimos neandertales. En España, tanto El collar del Neandertal como Al otro lado de la niebla, de Juan Luis Arsuaga son dos de las obras que iniciaron recientemente una línea de novelas a caballo entre la ficción y la divulgación científica. Están ambientadas en una prehistoria en la que el valor de los descubrimientos es crucial. Finalmente, no se debe dejar de mencionar Tras la huella del hombre rojo, de Lorenzo Mediano (2005), en la que el relato se orienta en el encuentro entre dos distintas especies (neandertales y cromañones).
Todas estas últimas novelas tratan aspectos relevantes de la evolución humana, haciendo énfasis en las más recientes investigaciones, sobre todo aquellas centradas en desvelar la extinción de los neandertales. El natural celo por la rigurosidad científica hace necesaria una rigidez narrativa y una muy escasa originalidad, sobre todo si se comparan con aquellas novelas fantásticas, de desbordante imaginación, mencionadas anteriormente, en las que sus escenarios y personajes troglodíticos principales tenían, eso sí, muy poco que ver con la prehistoria más real.
La representación del hombre prehistórico al modo de un ser híbrido, medio hombre y medio mono, sobre todo en los cómics, recuerda antiguas leyendas y también la historia de la investigación acerca de la evolución de la humanidad. La misteriosa atracción que despertó la leyenda del yeti o el abominable hombre de las nieves desde mediados del siglo XIX, contribuiría de manera notable en la creación de esa particular imagen que la cultura popular vincularía a los orígenes del ser humano. En el primer cuarto del siglo xx el hombre prehistórico mantendrá su aspecto simiesco aunque, gracias a la influencia de Tarzán, aparecerá en el cómic una figura análoga al mito del buen salvaje, en forma de un hombre integrado en la naturaleza y muy noble. Además, se introduce la mujer salvaje prehistórica como protagonista. En todo caso, estas imágenes de humanos prehistóricos responden a un ser humano occidental habitante de la selva, alejado del prehistórico.
En España, este perfil se observa en Purk, el hombre de piedra, de Manuel Gago, en Piel de lobo y Castor, ambientado en una prehistoria mitificada e idealizada, y en Tamar, de Ricardo Acedo y Antonio Borrell. En Francia será Rahan, del dibujante André Chéretel, el prototipo del hombre salvaje del Paleolítico, cuya imagen se plasma portando un cuchillo de marfil, un taparrabos y un collar hecho de garras de oso. En los años 70, el ilustrador Juan Zanotto y los guionistas Diego Navarro y Ray Collins crean un personaje prehistórico llamado Henga, el cazador (Yor en España), un viajero que, en compañía de Ka-laa, se desplaza entre dos civilizaciones diferentes en un mundo primitivo ambientado en el Neolítico y en el futuro.
En EE.UU., en las décadas de los años 60 y 70 del pasado siglo, destacarían Korak, el hijo de Tarzán, Ka-Zar y Kong, el salvaje, personajes que enfrentan cavernícolas, fieras e incluso dinosaurios en periodos aparentemente prehistóricos. En Tragg y los dioses del cielo, se mezcla ciencia ficción y prehistoria, si bien será Tor, in the world 1,000,000 years ago, de los años 50, y creado por Joe Kubert, el guerrero prehistórico por excelencia. Otros ejemplos destacables son Anthro, el primer niño cromañón pero de padres neandertales, Naza y Stone Age Warrior. Estos últimos configuran un personaje prehistórico propio.
También en Estados Unidos vemos el nacimiento y consolidación de lo que se podría denominar indios americanos prehistóricos. El caso más emblemático es el de Turok, el guerrero de piedra, nacido a mediados de los años 50. Se trata de un piel roja paleolítico en perpetua pugna con hombres de las cavernas, distinta fauna prehistórica propia del continente americano y, lo más peculiar, contra animales antediluvianos en forma de dinosaurios.
Unas imágenes más realistas y rigurosamente pergeñadas de la prehistoria se encuentran en algunos cómics belgas y franceses. Se pueden destacar Tounga, del ilustrador Édouard Aidans, de los años 60, que aúna documentación arqueológica con ficción, de tal forma que ilustra con precisión la fauna propia del Paleolítico medio y superior; las Chroniques de la nuit des temps, de André Houot, ya de finales de los ochenta, en donde se cuenta la historia de la humanidad desde sus remotos orígenes hasta la Edad del Bronce. Su énfasis pedagógico y la presencia en el mismo de un asesoramiento científico concienzudo, hacen de esta historia una referencia esencial; Vo’hounâ, de Emmanuel Roudier, ya a comienzos del siglo XXI, habla con propiedad de neandertales y de cromañones, pues se documentó y asesoró con arqueólogos franceses, acerca de aspectos técnicos como las reconstrucciones anatómicas de los neandertales o sobre condiciones ambientales, como el clima, la flora y la fauna prehistóricas. Sus ilustraciones y ambientaciones de la prehistoria europea son realistas y creíbles (como también ocurre en Néandertal, del mismo autor)
Los espectaculares avances en la investigación prehistórica de las últimas décadas se perciben asimismo en las imágenes y las actitudes de los protagonistas principales de cómics como Lucy. L’espoir (P. Norbert & T. Liberatore), una clásica historia de supervivencia de los  primeros homínidos. L’âge de raison, de Matthieu Bonhomme se presenta, por su parte, con fuerza narrativa y colorido, la historia de un impulsivo homínido. Otros ejemplos muy notables son Neanderthal, de Frank Frazetta, o el muy reciente Mesolith (del 2010), de Ben Haggarty & Adam Brockbank, quienes en un ambiente muy creíble narran las peripecias verosímilmente reales de un grupo de cazadores-recolectores de los estadios mesolítico y neolítico. En España sobresale Ötzi. Por un puñado de ámbar, de Mikel Begoña e Iñaket, una aventura centrada en la presumible vida de Ötzi, el célebre fósil humano del calcolítico descubierto en los Alpes.
Una rigurosa y seria documentación científica, unido a ilustraciones cuidadas y una narrativa innovadora, hacen del cómic, en fin, un solvente manual gráfico de la prehistoria. Por tal motivo, los museos emplean cada vez más la fuerza comunicativa de la imagen y la narración gráfica como medios de transmitir conocimiento a través de un discurso expositivo atractivo y científico a la vez. El álbum El bosc negre. Una aventura talaiòtica de Max y Pau (2007), editado por el Museo Arqueológico de Son Fornés (Mallorca); el cómic Explorador en la Sierra de Atapuerca (2004) de Jesús Quintanapalla, editado por la Fundación Atapuerca; o la edición de los cuentos titulados El misterio de la cueva y El encuentro entre dos mundos, del Museo de Prehistoria de Valencia  argumentados por las arqueólogas-monitoras del propio Museo, representan ejemplos de gran valía.
En definitiva, bien sea para un público infantil o juvenil como para uno adulto, el valor de la narración gráfica como recurso comunicativo y museográfico que permita una aproximación fundamentada a la prehistoria, tiene una excelente acogida y se muestra como una herramienta de extraordinario valor educativo.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, marzo, 2020

22 de enero de 2020

Hallazgos arqueológicos (X): el anillo-sello de Néstor




El denominado anillo o sello de Néstor fue hallado por un campesino en una tumba en Pilos, en el Peloponeso. Ha sido datado en el Período Minoico Tardío (1700-1450 a.e.c.). En este sello dorado, a pesar de su pequeño tamaño, se puede observar en él una compleja escenografía, un drama de transformación, en el que aparecen como representados animales (león, perro, pájaro y mariposa), un árbol de la vida y un híbrido zoomorfo, concretamente un grifo. Estaríamos, presumiblemente, ante imágenes referidas directamente a la vida de ultratumba que imaginaron tanto minoicos como micénicos
La imaginería del sello se estructura y organiza a partir de un retorcido árbol de la vida, que brota de un pequeño montículo cubierto de brotes en el centro. Sus dos grandes ramas laterales dividen la escena en el inframundo, en la sección inferior, y la vida de ultratumba, en el sector superior. Si se observa la escena a partir de la zona inferior izquierda, se puede apreciar lo que pudiera ser una sacerdotisa con cabeza de ave que intercepta a un intruso. Sus alzados brazos parecen sugerir la presencia de sacras ceremonias solamente aptas para  iniciados. Otra oficiante, también con cabeza de pájaro, hace señas a una pareja joven, que se muestra cogida de la mano, para que se acerquen hasta el lado contrario del tronco del árbol. Mirando en dirección opuesta, otras dos figuras más con cabeza de ave parece que rinden homenaje a un grifo, sentado en un trono ante la deidad, gestualizando con los brazos alzados (acción que sugiere una epifanía), en tanto que la diosa se mantiene un tanto alejada tras él. Su brazo derecho apunta con claridad hacia abajo, en dirección al grifo, mientras que el izquierdo lo hace hacia arriba, orientado a la escena superior. Pudiera dar la impresión que tal actitud sugiere que la deidad, al final, es la  única con el poder de trasladarse del inframundo a la vida de ultratumba.
La escena que se despliega por debajo de las ramas principales del árbol recuerda las salas del juicio egipcias, en las que una procesión análoga conduce al fallecido ante el dios Osiris. En el ritual egipcio, es Tot (no se olvide, con cabeza de pájaro de pico largo, esto es, un ibis), anota el resultado del juicio, durante el cual se ha pesado en una balanza el corazón del difunto además de la pluma de la Verdad, imagen simbólica de la diosa Maat. En este caso, se observa con nitidez, los asistentes que se dirigen al grifo sentado en el trono del juicio poseen, asimismo, cabezas de pájaro. Detrás del grifo se encuentra la deidad, ubicada de manera semejante a como lo hace Isis tras un Osiris sentado.
En la raíz del árbol hay un curioso perro, que nos podría rememorar, en principio, al can guardián Neolítico que custodia el árbol de la vida, pero también al posterior chacal Anubis egipcio, que guía las almas de los fallecidos, anticipando además al célebre can Cerbero, de la mitología griega, animal asociado a Hécate, divinidad inframundana. Conviene también observar que dentro de las raíces del árbol aparecen unas pequeñas formas oblongas que semejan brotes de plantas, tal vez imágenes de una nueva vida en preparación, que surge de la muerte. Si con el gesto de la diosa se asume que la pareja fallecida satisfizo al tribunal del juicio, aquí representado por el grifo con pose y aspecto de esfinge, entonces la pareja de “almas” se trasladaría a la sección superior del sello, en donde deben enfrentarse al poder de la diosa, en este particular simbolizado en la inmensa figura de un león. El felino reposa sobre una suerte de plataforma sostenida por un par de esforzadas figuras femeninas. Su actitud de reposo pero también de vigilancia, puede referirse a su responsabilidad de resguardar los misterios de la deidad, ¿del mismo modo que en la cueva paleolítica de Les Trois Fréres?. En la parte superior del árbol, al lado del gran felino brotan ramas de hiedra, cuyo crecimiento espiriliforme, con verdes hojas perennes, sería una imagen que podría simbolizar la inmortalidad, lo cual preludiaría la famosa “rama dorada” en la Eneida de Virgilio.
La pareja está ausente del sector superior derecho de la escena, en donde domina el gran león, aunque reaparece junta al otro lado del tronco del árbol. Esto podría indicar la realización de un ritual de paso por mediación del cuerpo del animal, de ahí el gesto de epifanía de la mujer, que podría expresar satisfacción y asombro ante su nuevo y cambiado estado. Sentada ahora sobre una rama, se halla (en esta ocasión más cerca), la deidad minoica además de otra figura con la que da la impresión de estar manteniendo una especie de conversación mientras revolotean sobre su cabeza un par de mariposas.
Y es que, a fin de cuentas, toda vida contiene una promesa de renovación.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, enero, 2020

6 de mayo de 2019

Figurillas-ídolos figurativos de Perdigões (Portugal)






Estos denominados “ídolos” de Perdigões (sur de Portugal), conforman cerca de veinte pequeñas estatuillas zoomorfas y antropomorfas hechas en marfil, cuya datación se establece entre los estadios culturales del Neolítico y la Edad del Bronce. El contexto de su hallazgo parece implicar que pudieron tener una función funeraria, pues fueron hallados en un contexto de deposición de restos de cremaciones humanas. El relevante hecho de que hayan sido elaboradas en un material como el marfil parece demostrar que a mediados del III Milenio a.e.c. ya existían rutas comerciales de productos exóticos que se conectaban con la Península Ibérica. Entre las diferentes piezas destaca un báculo, interpretado como una suerte de bastón ultramundano, un diminuto elefante, un ave y un significativo conjunto de ídolos antropomorfos muy estilizados. La figurilla del elefante muestra que tales piezas probablemente fueron, al igual que la materia prima, de importación.
Los ídolos antropomórficos podrían suponer una representación simbólica relacionada con la aparición de elites, lo cual es un indicio de jerarquización. También es posible que estos ídolos o rostros prehistóricos se relacionasen con la representación de ancestros colectivos. En algunos de los ejemplos presentan líneas en zigzag, que pueden interpretase como tatuajes. En otros casos, mantienen un objeto, de difícil interpretación. Unos pocos indican el sexo. Como en el caso de las figuras en hueso o cerámica de contextos neolíticos y calcolíticos del sur de España, en general se trata de representaciones naturalistas del cuerpo humano, en el que destacan unos grandes ojos.
Un aspecto que pudiera tener especial valor es el de su pose. La postura de las figuras es formal, con los brazos cerca del torso o sobre el abdomen, y con las piernas bastante juntas. No se sugiere movimiento ni posiciones relajadas. Su postura parece que sigue un patrón canónico. Estos cuerpos pueden haber sido medios para construir una ideológica realidad de similitud a la que las personas responderían restringiendo la diversidad. Podrían estar subrayando una nueva realidad; una versión de la realidad sugerida y aceptada como alternativa no real, como parece inferirse de las posturas, los gestos y la ausencia de movimiento. La pose estricta, rígida y normalizada pudo contribuir a una específica apropiación de prácticas sociales y expresiones de autoridad en un escenario concreto. Las proporciones corporales no siempre fueron respetadas.
Es el caso específico de las cabezas, muy alargadas, en cuerpos bien proporcionados. Su carácter no fragmentado puede ser una referencia a la necesidad de la integridad del cuerpo como requisito imprescindible para llevar a cabo una activa función social, siendo esto una metáfora de durabilidad y estabilidad, a diferencia de la figuración fragmentada de muchas otras figurillas del Neolítica europeo, cuya fracturación simbolizaría la materialidad transformable y efímera.
En el tránsito del Neolítico al Bronce, que supone la emergencia de un nuevo orden social e ideológico, la aparición de representaciones realistas del cuerpo humano en posturas canónicas, pudo ser debida a la necesidad de reproducir afirmaciones ideológicas de probable naturaleza socio-política (el tono realista incrementa la sensación de poderío). Combinando naturalismo con posturas emblemáticas se establecería, en consecuencia, un canal comunicativo de probables significados convencionales. Serían, pues, representaciones que materializarían un conjunto de prácticas normalizadas que crearían determinadas referencias de comportamiento.


Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, mayo, 2019.

12 de marzo de 2017

Aspectos fundamentales de la prehistoria de India: de los orígenes a los asentamientos proto urbanos del Neolítico






Imágenes (de arriba hacia abajo): un busto femenino en miniatura, hecho en terracota, de Mergahr; una vista del MR3 de Mehrgarh, con diferentes niveles de ocupación; y un sector ritual del yacimiento de Kalibangan, con drenajes en piedra.

El Homo erectus, muy probablemente, se movilizó desde África hacia el sur de Asia a través de Asia occidental, hace unos 500000 años. El Homo sapiens, por su parte, llegó mucho más tarde al subcontinente utilizando dos caminos principales y en dos épocas distintas. Una de ellas fue la ruta tradicional a través de Asia occidental, hace unos 30000 años; la otra, la que permitió la llegada de otro grupo un tiempo antes, en torno a unos cincuenta mil años, desde las costas del sur de India mientras los homininos seguían su viaje hacia las islas Andaman, Indonesia y Australia. En tal sentido, y en el contexto indio y del sur de Asia, podría decirse que la edad de piedra y, por tanto, el Paleolítico, comenzaría aquí hace quinientos mil años, dilatándose hasta el III Milenio a.e.c. cuando ya existe constancia arqueológica de objetos de cobre pertenecientes a la cultura harappense.  No obstante, los restos más antiguos del género homo encontrados en el subcontinente, que corresponden al Hombre de Narmada, tienen una cronología en torno a 250000 años, en tanto que los más antiguos homo sapiens, hallados en Sri Lanka, se datan en 34000 años.
Los dos útiles predominantes durante el desarrollo del Paleolítico Inferior fueron pequeñas herramientas y, sobre todo, las hachas de mano. Grandes depósitos de pequeños útiles y choppers fueron descubiertos en el valle del río Soan, en Pakistán. Las acumulaciones allí encontradas, así como otras en sitios cercanos, han originado la denominación de Cultura Soan. Las hachas de mano descubiertas en Chennai, ya en la segunda mitad del siglo XIX, se conocen como la Cultura Madrasiana. Desde el Paleolítico Medio existen evidencias de herramientas en forma de hojuelas, núcleos, raspadores y buriles; a pesar de las variaciones regionales, todas estas piezas constituyen una cultura conocida como Cultura Nevasan, cuyo nombre procede del sitio Nevasa en el valle del río Godavari en el Decán.
Una muy remota evidencia que puede ayudar a la reconstrucción de la arcaica vida social durante el Paleolítico Superior en el subcontinente lo constituye la presencia de pinturas en cuevas, concretamente en Bhimbetka, en las bancadas del río Narmada en la India central. En ellas se representan escenas de caza vinculadas con símbolos de fertilidad.  
La transición del Paleolítico al Mesolítico testifica la emergencia de un Nuevo tipo de útil de piedra, el microlito. El conjunto habitual de microlitos incluye triángulos, trapecios, crecientes y puntas de flecha, todas ellas herramientas o armas de gran efectividad. La producción de microlitos dependía de la disponibilidad de piedras que podían ser fácilmente trabajadas, como el cuarzo y diversos tipos de calcedonia. La más antigua evidencia de esos microlitos en el sur de Asia se encuentra en sitios de Sri Lanka, que se datan en torno a 26000 años. Los microlitos de los yacimientos en el territorio continental indio, Bagor, en Rajasthan, Langnaj en Gujarat, Sarai Nahar Rai, Mahadaha y Damdama en la llanura del Ganges, además de Adamgarh, Bhimbetka y Ghagharia en la India central central, se fechan en una época más reciente a esos veintiséis mil años.
Los microlitos fueron unas herramientas funcionalmente más útiles que las de mayor tamaño, porque podían ser enmangadas para formar muchas otras herramientas, como cuchillos. Gracias a su presencia se puede detectar un cambio de hábitat, de los sitios cercanos a los ríos a las colinas y zonas boscosas. Una movilidad estacional se ha registrado en relación al movimiento de personas entre las llanuras del Ganges y las escarpaduras Vindhya en la India central. Los animales se mueven, en general, durante el invierno desde las llanuras a las colinas, en tanto que la población les sigue y se refugia en cavernas. El movimiento inverso se produce durante la estación cálida, cuando la gente aumenta su capacidad de subsistencia gracias a la recolección de plantas en las llanuras.
El hallazgo de numerosos molinos de mano y anillos de piedra en diferentes yacimientos atestigua una primitiva forma de cultivo. Es muy probable que los anillos pétreos fueran usados como pesos. Además, también se han encontrado huesos de ovejas, cabras y vacas en las áreas de habitación, un claro indicador de la domesticación de animales. Huesos de otros animales, como ciervos, jabalíes y avestruces también son frecuentes entre los restos adyacentes a los sitios habitados. Los lugares de enterramiento contienen restos esqueléticos y bienes funerarios como los propios microlitos, caparazones o pendientes de marfil. Todo ello sugiere la posible creencia en el Más Allá, en la otra vida o en alguna forma particular de conciencia.  Algunos sitios de enterramiento estuvieron en basureros, como los ejemplificados en Sri Lanka. Del mismo modo, notables ejemplos de arte parietal en el que se representan cuerpos de animales y figuras humanas, han sido descubiertos en diferentes lugares del paisaje indio, en cavernas en zonas tan apartadas entre sí como Kerala y Cachemira.
En el contexto del sur de Asia e India, la evidencia arqueológica de neolitización data de 11000 a.e.c., si bien la evidencia de agricultura y domesticación de animales se fecha desde 7000 hasta 1000 a.e.c. dependiendo de los lugares. Hasta el día de hoy se cree que los primeros agricultores del sur de Asia se focalizaron en Beluchistán y que debieron haber procedido de Mesopotamia y de la región del, Creciente Fértil.
Se pueden establecer cuatro concentraciones de yacimientos neolíticos en India, que permiten identificar las similitudes y disimilitudes regionales. La primera de tales concentraciones se halla en Beluchistán, en las cercanías del río Bolan, cerca del paso que une las tierras altas con las llanuras del río Indo. La presencia de restos de estructuras elaboradas con adobe, de semillas de cebada y trigo y de huesos de cabras, vacas y ovejas, proveen la evidencia más clara del desarrollo de la agricultura y de las comunidades pastoriles en esta región del subcontinente. El lugar principal aquí fue, sin duda, el sitio de Mehrgarh, cuyos estratos más antiguos han sido datados en 7000 a.e.c. Otros sitios asociados a esta región son el de Kili Gul Mohammad y el de Rana Ghundai.
La segunda agrupación de yacimientos se encuentra en Cachemira y los valles del Swat, en Pakistán actual. Hay evidencia, en sitios como Gufkral y Burzahom de asentamientos neolíticos de agricultores. En ellos han aparecido objetos de distinto tipo, cerámica y restos de fauna doméstica. Además, también se han encontrado peculiares fosos en forma de campana. Se ha sugerido que estos pozos habrían servido como lugares subterráneos de morada para seres humanos o como sitios de acumulación de inhumaciones. En tal sentido, se ha pensado que las gentes que los usaron habrían estado vinculadas con las comunidades neolíticas de Asia central, que utilizaba pozos semejantes.  No obstante, también es probable que hayan sido una suerte se silos para el grano o grandes refugios.
Una tercera zona de concentración de yacimientos se localiza en una gran área que cubre la cuenca del Ganges y casi todo el oriente de India. En esta amplia zona algunos de los restos son yacimientos pre agrícolas, lo cual indica una continuidad con el Mesolítico. En otros lugares, sin embargo, caso de  Chopani Mando, Chirand, Mahagara y Koldihawa, existe evidencia de cultivo y de domesticación de animales ya desde el IV milenio a.e.c. Así mismo, aquí se han encontrado restos de granos de arroz. No está claro si esos granos se deben a cultivos indígenas o si el arroz entró en el subcontinente desde Asia oriental y del sudeste en algún momento durante el II milenio a.e.c.
La cuarta concentración regional de yacimientos neolíticos ocurre en el sur de India. En esta región se encontraron, en sitios como Utnur, grandes montículos de ceniza, muy probablemente restos de empalizadas dentro de las cuales se encontraba el ganado vacuno en cierta estación del año y era domesticado. Estos depósitos de cenizas pudieron ser el resultado de la cremación de diferentes empalizadas. En varios asentamientos al aire libre del sur de India la presencia de útiles como hachas de piedra pulimentada y hojas de piedra entre restos de legumbres, tubérculos y mijo provee una evidencia de una distinta cultura agro pastoral regional.
Tuvieron que pasar algunos milenios después del 7000 a.e.c. antes de que los cazadores-recolectores llegasen a ser figuras marginales en el territorio indio. Durante largo tiempo los agricultores y los cazadores-recolectores mantuvieron estrechos contactos, a causa de que aquellos necesitaban también los bosques y aprovisionarse de miel. Cuando la agricultura comenzó a incluir el cultivo de la tierra y la alimentación de animales domésticos, los cultivadores colaboraron estacionalmente con los pastores semi nómadas. Después de las cosechas, los pastores traían sus vacas, ovejas y cabras para alimentarse de los rastrojos, en tanto que los excrementos de los animales ayudaban a fertilizar la tierra. Además, ambos grupos, materialmente se beneficiaban del intercambio de cereales, leche, carne y pieles de animales. Con el tiempo, se intercambiaron también artefactos y productos fabricados no por campesinos ni pastores, sino por artesanos. Sería un intercambio facilitado ya por comerciantes.
Sin duda los agricultores disfrutaron de un mayor nivel de prosperidad. Los restos de vasijas, caparazones y piezas de orfebrería descubiertos en Beluchistán y en la cuenca del Indo, las primeras áreas agrícolas del sur de Asia, testifican una diversidad presente, al menos, desde el VI milenio a.e.c. Los conceptos de identidad, etnicidad y de pertenencia a los antepasados llegan a ser significativos en el contexto de las comunidades agrícolas. Asimismo, el desarrollo del liderazgo hereditario también empieza a acontecer en este estado de evolución cultural y técnico.  La complejidad social se hace marcada cuando comienza la búsqueda de estatus entre familias particulares dentro de la comunidad. Los restos de bienes funerarios son un indicador de esta particular tendencia.
La complejidad social asociada con las comunidades agrarias trajo consigo también el conflicto, la guerra, cuyo contencioso principal fue la tierra y su posesión. Los vestigios de cercados defensivos o de esqueletos pertenecientes a cuerpos empalados y con armas son claros indicadores de conflictos violentos.  
La transformación de las comunidades de agricultores neolíticas en asentamientos proto urbanos se produjo esencialmente en el noroeste, en la región del Indo. Conforma la primera y más arcaica fase de la civilización de Harappa, denominada Era de Regionalización[1]. Un número importante de sitios en el área progresaron desde un estado neolítico de existencia a otro con un estilo de vida cultural urbano  propio de la Edad del Bronce o el Calcolítico. Esta transición de lo rural a lo urbano se verifica en Beluchistán, en sitios como Mehrgarh, Kili Gul Mohammad, Rana Ghundai y Balakot, el Sind (en yacimientos como Amri y Kot Diji), las planicies del Punjab occidental (el propio sitio de Harappa), el valle del Gomal, con Rehman Dheri, y el valle de Ghaggar-Hakra, (con lugares clave como Kalibangan), hoy en los modernos estados indios de Rajasthan y Haryana.  
Este incipiente urbanismo se comprueba a tenor de los tamaños de los asentamientos, los restos de fundamentos de viviendas, de la longitud de las calles y de la variada tipología  de las manufacturas cerámicas, además de la presencia de herramientas y valiosos bienes funerarios. Los asentamientos a menudo se encuentran cerca de tierra fértil y a lo largo de importantes rutas comerciales.  
En Amri, un yacimiento ubicado al sur de Mohenjo Daro, se distinguen, según los arqueólogos, cuatro períodos. El Período I (3500-3000 a.e.c.), corresponde a la fase más antigua, conocida como Cultura Amri. En esta fase se encuentran viviendas rectangulares de piso hundido, así como vasijas de terracota roja, además de algunas herramientas de piedra. El segundo período se desarrolla entre 3000 y 2700 a.e.c., mientras que en el III es cuando Amri forma parte ya de la Civilización del Indo, presentando grandes casas de adobe.
Kot Diji, en el Sind, conoció el desarrolló, entre 3200 y 2600 a.e.c., de una industria cerámica mayor, un estilo cerámico que se encuentra en sitios como Rehman Dheri o Kalibangan. Se trata de una cerámica roja con motivos decorativos en forma de escamas de pez u hojas de ficus religiosa. Además, han aparecido figuras de vacas y diversos objetos de hueso o caparazón. En Kot Diji hubo un complejo fortificado con una ciudadela, además de una ciudad baja.
Kalibangan, en Rajasthan estuvo ubicada en las bancadas del hoy seco río  Ghaggar-Hakra. Durante su fase Antigua, entre 3000  y 2700 a.e.c., se constata la presencia de una fortificación de ladrillo además de casas con tres y cuatro habitaciones.  También se han hallado hojas de calcedonia, de cornalina y fayenza, cerámica con varios diseños y piezas de plata y oro.
El yacimiento de Mehrgarh, en  Beluchistán es el más perfecto ejemplo de un sitio que vincula la sociedad neolítica con la cultura de Harappa en su etapa de madurez.  El sitio se encontraba en el sistema de drenaje del Indo y, por tanto, se trataba de un yacimiento muy apto para el desarrollo agrícola. Por otra parte, Mehrgarh estuvo estratégicamente ubicado en la ruta histórica que unía el valle del Indo con la meseta iraní, vinculando de tal modo  el Asia central con la región occidental. De los seis montículos en los que consiste el yacimiento, los arqueólogos han denominado el más antiguo como MR3. Aquí descubrieron evidencias de una continuada ocupación humana desde 7000 hasta 4700 a.e.c. Con posterioridad al Período I, hubo otros seis, con un desarrollo cronológico que llega hasta 2300 a.e.c.
Finalmente, en este yacimiento se han recuperado semillas de algodón, lo que ha motivado a los especialistas a preguntarse si pudo existir aquí el primer centro de manufactura de este producto en la zona del Indo.  

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Marzo, 2017



[1] Entre 7000 y 4500 a.e.c. debería llamarse Fase Beluchistán, a causa de la relevancia del yacimiento de Mehrgarh; entre 4500 y 3500 podría considerarse una Fase de Transición, mientras que desde 3500 a 2600 a.e.c. podría entonces recibir el nombre de Fase Antigua de Harappa o, según el historiador J. Shaffer, Era de Regionalización.  

1 de marzo de 2017

Los rasgos unificadores del Neolítico y Calcolítico en el Oriente de la antigüedad


En la imagen, un par de terracotas en forma de figuras humanas femeninas, procedentes de Ur y Eridu. Periodo de El Obeid II, hacia 4500a.e.c.

Las primeras experimentaciones técnicas referidas a la producción de alimentos se llevaron a cabo en los bordes externos del famoso Creciente Fértil (Palestina, piedemonte de los Zagros y los montes Tauro y Khuzistán). La franja levantina y del piedemonte resultaron lugares adecuados para la explosión neolítica por la presencia de nichos estables, desde un punto de vista ecológico, además de protegidos, en las llanuras y las cuencas intermontanas. Además, en esta zona se facilitan los contactos entre ecosistemas diferentes y, por tanto,  es muy enriquecedora la alternancia de animales y recursos vegetales. Son regiones con lluvias suficientes, con bosques bajos, y con una importante presencia de leguminosas, gramíneas, ovejas y cabras en estado salvaje, fundamento de la neolitización.
Entre 15000 y 10000 a.e.c., el período Epipaleolítico, se define como un período de caza selectiva y de recolección intensificada. La caza se centra en especies pequeñas (a diferencia de lo que ocurría en el Paleolítico), como cabras, ovejas y gacelas y, además, se empiezan a seleccionar los animales y a controlar los rebaños, aunque todavía no hayan sido domesticados[1]. Se especializa la recolección de gramíneas y legumbres, lo cual conlleva una involuntaria selección y difusión. La movilidad  se estructura en función de los recursos explotables, un factor que puede inducir al sedentarismo. El gran utillaje lítico del Paleolítico se hace microlítico geométrico, con funciones especializadas. Ya se encuentran los primeros morteros. El hábitat sigue siendo en cavernas, en donde se asientan comunidades de unos cuarenta individuos. Las primeras culturas de esta fase son Kebara, en Palestina, y Zarzi en el Kurdistán de Irak.
Entre 10000 y 7500, se establece un período de producción incipiente. Algunos rumiantes, cabras y ovejas en concreto, inician una relación simbiótica con el ser humano y son domesticados. Comienza a darse un empleo sistemático de productos animales como la lana y la leche. Los rebaños, probablemente ya propiedad de grupos humanos, son conducidos a los lugares estacionales de pasto. La continuada recolección de gramíneas y leguminosas silvestres (escanda, cebada, carraón) y la concentración de semillas en los núcleos humanos debieron conducir a las primeras experimentaciones de cultivo, delimitando parcelas al abrigo de los rumiantes. Estaríamos en algo semejante a un cultivo de plantas silvestres. Ahora, en esta fase, las comunidades construyen casas redondas semienterradas. Desde la óptica arqueológica se distinguen campamentos base permanentes a cuyo alrededor se pudieron dar los primeros cultivos, así como campamentos de caza estacionales. Los primeros silos, así como las primeras tumbas, individuales y, quizá, familiares, son constatables. Se podría inferir que la presencia de rebaños y tierras implican arcaicos conceptos de propiedad e, incluso, de transmisión por herencia. Esta fase la representa el Natufiense (en Palestina y en Siria), el Neolítico Acerámico A, así como yacimientos como Zawi Chemi y Shanidar, en el piedemonte iraní, Ganjdareh, en Luristán, Bus Mordeh en Khuzistán y Kamir Shahir en el Kurdistán. A pesar de ciertas diferencias regionales, el material lítico consiste, en general, en microlitos geométricos especializados, como hojas de hoces o puntas de flecha, arpones de hueso y anzuelos. En un principio del período, los grupos dependen todavía de la caza especializada y de la recolección intensiva, peor ya en el Neolítico Acerámico A de Siria-Palestina, existen indicios constatados de cultivo, especialmente en Mureybet y Jericó.
A partir de 7500 y hasta 6000 a.e.c., hubo un neolítico pleno, con comunidades sedentarias de aldea de más de doscientos o trescientos individuos, y en los que se constata la presencia de casas cuadrangulares de adobe y el cultivo de gramíneas y leguminosas así como la cría de ovejas, cerdos, cabras, y más tarde, de bovinos., Culturas de este tipo se desarrollan en Siria-Palestina con el Neolítico Acerámico B, en el piedemonte de los montes Tauro, como el caso de Cayonu o Cafer Hüyük, en el Kurdistán (Yarmo), en Khuzistán (Ali Kosh) o en Luristán (Tepe Guran). La presencia de la casa cuadrangular es relevante porque posee un significado social, ya que permite ampliaciones y establecer agregados en torno a pun patio, tejidos reticulados y grandes edificios con basamentos pétreos. La cooperación interfamiliar es muy probable. Las primeras expresiones ideológicas de la estructura patriarcal son ahora posibles. Esta situación no excluye la presencia de grupos tecnológicamente menos avanzados, como es el caso de los yacimientos en el desierto de Judea o el desierto del Neguev, auténticos campamentos de cazadores.
Se evidencian también contactos interregionales gracias a la difusión de materias primas como la obsidiana, desde Armenia y Anatolia, o de conchas marinas desde el Golfo Pérsico y el Mar Rojo.
Entre 6000 y 4500 a.e.c. surgen una serie de culturas plenamente neolíticas, muchas de las cuales se desplazan a las meseta iraní y anatólica y a las llanuras mesopotámicas, de espacios muy amplios. El riego de cultivos, por canalización y drenaje en cuenca fluvial o por oasis (Eridu, Jericó) se hace muy común. La dieta de gramíneas (trigo, cebada) se complementa con legumbres, mientras que algunas plantas, como el lino, se aprovechan industrialmente. La recolección de frutos silvestres no se abandona. La ganadería aporta trabajo, con burros y bóvidos, carne y leche, además de fibras textiles (cabras y ovejas). No obstante, perduran las actividades de caza, como en el caso de los onagros y las gacelas, así como la pesca en agua dulce, en ríos y pantanos. La documentación de los tejidos (pesas de telar, improntas cerámicas), cubrirían las necesidades de vestir y reemplazarían las anteriores pieles de animales, más propias del Paleolítico. La cerámica se usa en el consumo de alimentos, muchos de ellos hervidos o cocidos, así como en el almacenaje de líquidos.
Algunos autores (O. Aurenche; S.K. Kozlowski), establecen tres grandes momentos en la formación de las peculiaridades del estadio neolítico entre el 12000 y el 5500 a.e.c.: uno germinal, otro que ahonda en las raíces diseminadas por la región, y un tercero final que percibe la eclosión de las definitorias formas neolíticas y su asentamiento definitivo. En la fase germinal se distinguen tres grandes conjuntos culturales en áreas diferentes, el Natufiense levantino, el Zarziense de los Zagros y el Trialetiense de los valles altos de los grandes ríos mesopotámicos. Para esta fase se han puesto en tela de juicio los términos y periodizaciones ya clásicos, de connotaciones socio-económicas, acuñados a partir de las excavaciones de K. Kenyon en Jericó y de las definiciones de G. Childe, que acabaron por establecer las diferencias entre neolítico pre-cerámico y cerámico. El modelo de R.J. Braidwood también está sujeto a revisión y se encuentra en declive. Proponía la eclosión precoz del neolítico en los montes Zagros, donde creía se daban las condiciones necesarias para el nacimiento de la agricultura, elemento definitorio del proceso, el piedemonte y los valles interiores. Desde ahí habría habido una difusión hacia el sur mesopotámico.
El segundo período, se llama proto neolítico a partir de la presencia de varias culturas diferenciadas e identificadas en función del nombre de los yacimientos o de sus rasgos particulares, como el caso del Khiamiense y el Sultaniense del Levante meridional. Si la secuencia levantina da lugar al Khiamiense, que precede al Sultaniense, Aswadiense y Mureybetiense, en los valles altos el Trialetiense es reemplazado por la industria de Çayönü, y en los Zagros y Jezirah el Zarziense da pie al Mlefatiense y el Nemrikiense. Es en la etapa denominada de eclosión cuando una serie de cambios morfológicos cuantificables entre vestigios animales y vegetales, datables entre el 8300 y 8000 a.n.E., permiten definir en su sentido amplio la domesticación. Acompañando a estas modificaciones se evidencian grandes mutaciones en el ámbito simbólico a partir del tamaño de las representaciones zoomórficas y antropomórficas.
Las actividades productivas se llevan a cabo en viviendas cuadrangulares, como ya se ha señalado, en las que se han hallado silos escavados, alacenas, hornos, hogares, o zonas para la matanza y despiece de ganado y para la actividad textil. No obstante, los tipos de vivienda varían, desde el conjunto que se centra en un patio, hasta el retículo aglomerado de unidades celulares. Hay asentamientos en aldeas abiertas, aldeas alveolares compactas (lo que supone que los accesos son por los tejados) y aldeas con murallas. Generalmente, con independencia de la tipología, suelen ser pequeñas y estar diseminadas. No se constatan diferencias de rango a partir de los ajuares de las sepulturas.
La posible religiosidad presenta un aspecto funerario y otro ritual (asociado con la fertilidad, tanto animal y humana como vegetal). Hay una ausencia de personalidades divinas individualizadas. La estructura social parece componerse de familias nucleares reunidas, entre las que pudiera haber habido vínculos, familias extensas y comunidades gentilicias[2]. No se constata especialización profesional.
Aunque la dimensión productiva fue esencialmente local, pudieron existir agregados culturales regionales y relaciones comerciales a larga distancia, en esencia de materiales preciosos o suntuarios para la época, como fue el caso de la obsidiana, las conchas marinas o ciertos metales. Estos intercambios son, en realidad, trueques. Se pudo dar una difusión de aldea a aldea o bien a través de viajeros que conectan el lugar de origen con aquel de destino.
La primera cultura cerámica mesopotámica es la de Umm Dabaghiya (datada entre 6000 y 5500 a.e.c.). Se trata de un asentamiento con viviendas rectangulares de varias estancias con almacenes adosados. La base económica es la caza del onagro y de la gacela. Entre 5500 y 4500 a.e.c. se desarrollaron tres culturas fundamentales: Hassuna, Samarra y Halaf. Más que sucesivas son culturas con etapas de contemporaneidad con una distribución básicamente geográfica, siendo Halaf la más septentrional y Samarra la más meridional. La cultura que sucede a la de Umm Dabaghiya es Hassuna. Su despliegue, entre 5500 y 5000 es contemporánea de la primera fase de Samarra y de Halaf (esta última la absorberá en sus fases media y tardía). Las casas siguen siendo rectangulares con varias habitaciones y almacenes. La cultura de Samarra presenta tres fases (antigua, 5600-5400, atestiguada en Samarra y Tell es-Sawwan; intermedia, 5400-5000, palpable en Tell Shemshara, Choga Mami, Baghuz; y tardía, 5000-4800, atestiguada únicamente en Choga Mami). La cultura de Halaf, tras su fase antigua (5600-5300 a.e.c.), localizada en Arpachiya, en Asiria, se propaga por la Alta Mesopotamia y hasta la costa mediterránea. La economía aquí se fundamenta en la cebada de secano y en la cría de ovejas y cabras.
El desarrollo cultural de la Baja Mesopotamia es diferente. Antes de los drenajes y las obras de irrigación la zona era pantanosa. Allí surgirá, casi improvisadamente, la cultura de Eridu. Ello significa que su proceso de formación se desconoce o estuvo radicado en los márgenes geográficos, quizá en el Khuzistán. Un desarrollo de Eridu es la cultura de Hajji Muhammad (en las proximidades de Uruk), que se propaga hasta Kish y más allá del río Tigris, hasta Choga Mami y los centros del Khuzistán (en su fase de Khazineh). Esta es la unidad cultural que en la geografía histórica comprenderá lo que será Sumer, Elam y Acadia. También es el punto de partida de la cultura de El Obeid, con la cual el sur mesopotámico se pondrá a la vanguardia técnica y organizativa de todo el Próximo Oriente. Con el inicio de El Obeid principia la fase calcolítica. Culturas posteriores y marginales destacadas ahora son la cultura de Khirokitia en Chipre, sin cerámica y con viviendas circulares, y las de Tepe Giyan y Dalma Tepe, en los montes Zagros.
La fase cultural de El Obeid abarca una fase antigua, clásica, entre 4500 y 4000 a.e.c., y otra tardía (4000-3500 a.e.c.)[3]. Los centros más importantes serán Eridu, Ur, Ras el-Amiya y Tell Madhur. La agricultura, la ganadería caprina, ovina y de bóvidos, además de la arboricultura y la horticultura (de cebollas y demás legumbres), serán los fundamentos básicos de la economía. En ciertas poblaciones la dieta se completa con el pescado.
Después de los pequeños templos embrionarios de Eridu, se constatan templos mayores en El Obeid clásico, que servirán para centralizar, urbanísticamente, el asentamiento así como la organización del poder político y económico. Ahora son relevantes los ajuares funerarios, que ya reflejan diferencias crecientes en lo relativo al nivel económico de los difuntos. Este hecho deja entrever la existencia de una sociedad que se empieza a estratificar económica y funcionalmente. Algunas producciones se hacen en serie (hoces de terracota), indicio de artesanos profesionales dedicados a tiempo completo. Se introduce también el trono manual para la fabricación cerámica, un proceso que, en cualquier caso, culmina en el período sucesivo, el de Uruk Antiguo.
Los agregados socioeconómicos y políticos son mucho más complejos ahora que la aldea neolítica. Este hecho tiene su origen en la ampliación de la producción agrícola de llanura gracias a la irrigación extensiva y a la introducción del arado tirado por animales. Todo ello conlleva una especialización funcional, profesional así como una estratificación progresiva de la sociedad de las comunidades.
Centros septentrionales que suceden a la cultura Halaf tardía serán Tepe Gawra, Nínive y Tell Arpachiya, además de Tell Brak. Las culturas con cerámicas de tipo El Obeid se difunden hasta la alta Siria (Ras Shamra), al sureste de Anatolia (Mersin), a Irán (Siyalk II-III; Tepe Hissar I). En los centros El Obeid típicos, la metalurgia del cobre está mal documentada, aunque sin duda alcanzó niveles técnicos significativos, siendo usada para la fabricación de utensilios, objetos decorativos y armas. El calcolítico tardío del este de Anatolia y el Gasuliense de Palestina (entre 3700 y 3300 a.e.c.) sirve de punto final al período El Obeid Tardío, y de comienzo a la fase de Uruk Antiguo en la Baja Mesopotamia. Aunque entre El Obeid Tardío y Uruk Antiguo no hay ruptura, sí existe un cambio en los tipos cerámicos. El yacimiento guía de la fase de Uruk Antiguo es el propio Uruk, que sucede a Eridu tanto desde la óptica arqueológica como en la realidad histórica, además de (en el norte), la continuidad de Tepe Gawra. La exportación de los elementos típicos de la cultura de Uruk hacia la periferia mesopotámica ocurre en la fase Tardía.
En esta etapa de Uruk el papel que desempeña el templo corresponde a nuevas formas de religiosidad. Ahora el carácter comunitario de los edificios de culto y la presencia de varios templos en un mismo núcleo urbano son indicadores de la aparición de verdaderas personalidades divinas. La relación entre éstas y las propias comunidades contará a partir de ahora con una clase sacerdotal que dirigirá coordinadamente los comportamientos económicos, y también políticos, de todo el cuerpo social.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Marzo de 2017




[1] Un animal domesticado hacia el 10000 a.e.c. fue el perro, si bien no como fuente alimenticia, sino como animal de caza y para guarda de rebaños.
[2] No existen edificaciones públicas en forma de templos o almacenes comunes que exterioricen la unidad comunitaria. Los primeros santuarios extra familiares se observan en la Eridu de la Baja Mesopotamia.
[3] El calcolítico mesopotámico de El Obeid concuerda con el de Susiana C, Mehmed, Susa A y Bayat en el Khuzistán; con Amuq D y E en Siria, y con Mersin 16 y 15 en Anatolia, en un horizonte cronológico que discurre entre 4500 y 3500 a.e.c.