28 de diciembre de 2016

Política, economía y cultura en los reinos del sur de India: Chalukyas y Pallavas



En las imágenes (arriba), el templo jaina de Melguti, en Aihole; (abajo), el templo Kailashanatha, dedicado a Siva, en Kanchipuram.

En claro contraste con la fragmentación imperial Gupta del norte de India, el sur asumirá preeminencia con el surgimiento de dos reinos históricamente relevantes, el de los Chalukyas, quienes siguiendo los pasos de los Satavahanas y de los Vakatakas, establecieron su autoridad en el Decán, y el de los Pallavas, ubicados en el más profundo sur.
Los reinos del Decán tuvieron una poderosa tradición comercial. Durante siglos llegaron a ser grandes beneficiarios del comercio en el Océano Índico con el cada vez más eminente poder de los árabes. La fundación de estados, así como el surgimiento de reinos en el lejano sur fue más tardío que en el norte, pero su desarrollo se acomodó a factores únicos de la cultura y la geografía sureñas. Desde el siglo VI los reinos meridionales se fortalecen a partir de su próspera base agraria, sus beneficiosos vínculos comerciales con el mundo exterior, y su fuerte cultura templaria, que crearán y consolidarán su propio estilo de autoridad.
Los Chalukyas se originaron en la región de Kadamba, en Karnataka, que fue su asentamiento principal. Penetraron, no obstante, en las tierras que anteriormente los Satavahanas y los Vakatakas habían dominado. Existieron tres familias distintas de Chalukyas. La primera, la de los Chalukyas Antiguos de Badami (525-757); la segunda la de los Chalukyas Orientales de Vengi (624–1020); y la tercera, la de los Chalukyas Tardíos de Kalyani (973–1200). La principal, con diferencia, fue la correspondiente al período antiguo.
Su poder regio comenzó con Pulakeshin I (543–66), aunque el momento cumbre corresponde al reinado de Pulakeshin II (609-642). El reino fue consolidado por gobernantes de gran prestigio como Vikramaditya I (654-668), Vijayaditya (696-733) y Vikramaditya II (733-744). El último mandatario fue Kirtivarman II (744-757), quien fue derrocado por otro poder regional, en este caso, los Rashtrakutas. Pulakeshin II estableció  su soberanía sobre Malwa y Gujarat. Sus resonantes victorias han quedado enmarcadas para la posteridad en el prasasti de Aihole (Karnataka), realizado por el poeta cortesano Ravikirti, y en la inscripción del muro oriental del Templo Meguri de Aihole. Atacó el poder emergente meridional de los Pallava pero esta iniciativa tuvo como consecuencia su derrota y muerte en 642.
A partir de la literatura Sangam de los tamiles se sabe que, al menos desde el siglo III a.e.c., hubo tres distintos reinos en el sur de India, los Chola, en la costa sureste; los Chera, en la costa suroeste, en Kerala, y el reino de los Pandyas en la región de Madurai. Estos tres reinos, sin embargo, no tuvieron excesivo impacto sobre la escena política india, salvo en el caso, eso sí, de Sri Lanka. La situación política cambió dramáticamente en el siglo VI con el surgimiento del reino Pallava en la zona nuclear del sur llamada Tondaimanadalam, que hoy corresponde a la porción norteña de Tamil Nadu. Kanchipuram fue el centro urbano principal. Acerca de los orígenes de los Pallavas dos teorías se han venido manejando. Una de ellas los convierte en descendientes de un grupo de partos iraníes, mientras que la otra los describe como descendientes de migrantes brahmanes del norte de India. Sea de una manera o de la otra, se convirtieron en una de las grandes dinastías regionales meridionales.
Aunque la dinastía ha sido datada, en sus inicios, en 275, su gran época tuvo su despliegue entre los siglos VII y VIII, cuando gobernantes como Narasimhavarman I (630-668), Parameshvaravarman I (670-700) y Narasimhavarman II (695-728) dejaron una marca indeleble en la historia.
Pallavas y Chalukyas tuvieron mucho en común en términos de sociedad, economía y religión, aunque no por ello fueron capaces de convivir en completa paz entre sí. Ambos reinos estuvieron enzarzados en interminables conflictos durante casi cien años.  Hacia la mitad del siglo VIII, cuando sus energías estaban bajo mínimos, fueron presa de un poder emergente, el de los Rashtrakutas. Los Pallavas sobrevivieron durante un siglo más, aunque en realidad fue una agonía debido a su agotamiento por los conflictos con los Chalukyas y los Pandyas de Madurai. En la centuria siguiente, quedaron marginados por los mencionados Rashtrakutas y por otros rivales más antiguos, los Cholas.  
Las historias más convencionales de los reinos del sur de India describen al reino de los Pallavas y a sus sucesores, los Cholas, como estados burocráticos centralizados. Sin embargo, los reyes indios meridionales disfrutaron mayormente de un poder simbólico y ritual, legitimado por las nociones del reinado dhármico (de la ley moral). El poder real, fáctico, permanecía en las comunidades campesinas o en las estructuras de poder local auto gobernadas y casi independientes del sur de India, conocidas como nadus. A pesar de la denominación de reinos burocráticos, un término apropiado podría ser el de segmentarios, porque la autoridad política y el control fueron siempre altamente locales.
Las relaciones interesatales entre los estados indios del período estuvieron organizadas sobre el principio de lo que se denomina mandala. Se trata de un principio articulado en el Arthashastra de Kautalya y en el Niti-sara de Kamandaki, y que presupone la existencia de un círculo u órbita de estados alrededor de un reino. El círculo normalmente consistía en doce estados, incluyendo el reino dominante. Comenzando desde el estado más cercano y en movimiento hacia afuera, los cinco estados con fidelidades cambiantes en frente del reino se presumía que eran el enemigo, el amigo, el amigo del enemigo, el amigo del amigo y el amigo del amigo del enemigo; desde el más alejado del reino, de nuevo en orden de ubicación, estaría posicionado el enemigo posterior, el amigo posterior, el amigo del enemigo posterior, y el amigo del amigo posterior. En la órbita, pero cercano al reino principal y al enemigo, se encontraba un estado intermediario. Finalmente, un estado neutral se ubicaba en algún lugar más allá del territorio de todos los otros estados.
Los reyes eran participantes activos del sistema mandala adoptando estrategias clave, que podrían incluir alianzas, declaración de guerra, permanecer neutral, prepararse para un ataque sin declarar previamente la guerra, buscar protección de otro estado o hacer uso de una doble política, que consistía en mantener la paz con un estado y guerrear contra otro. Cada rey tenía que intentar asegurar su posición en el mandala adoptando una u otra de estas seis estrategias. 
En relación a las actividades económicas hay que señalar que el reino Pallava estuvo constituido por veinticuatro localidades de Tondaimandalam, llamadas kottams. Cada kottam era una zona única de economía agraria y pastoril basada en la villa y sostenida por un sistema de irrigación fundamentado en reservas y pequeños lagos.
En el océano Índico oriental hubo grandes oportunidades comerciales abiertas para los mercaderes del sur de India. Hacia el siglo VII se habían establecido en el sureste de Asia una serie de prósperos reinos, como  Kambuja y Funnan, en la Camboya actual, Champa (Vietnam)  y Sri Vijaya al sur de la península de Malasia, en Java y Sumatra. Allí hubo una poderosa influencia cultural y comercial india durante siglos. En tal sentido, los gobernantes Pallavas construyeron muelles y desarrollaron una armada que capacitó a los marineros para disfrutar de un monopolio mercantil hasta que los musulmanes lo dinamitaron en el siglo VIII. De acuerdo al testimonio del monje peregrino budista chino Xuanzhang, las mercancías de intercambio consistieron, esencialmente, de oro, plata y pequeñas perlas.
En lo tocante a la religión, el devocionismo de visnuistas y shivaístas  (Nayanars shaiva y Alvars vaishnava) influyó enormemente en el sur de India. El movimiento bhakti se puede contemplar, en este sentido, como una reacción contra las estructuras de poder y las elites en el seno de los reinos del sur de India, como en el de los Pallavas. La literatura religiosa nacida de este movimiento de intense devoción y de sumisión a dioses personales, permaneció en el eje de la adoración llevada a cabo en los grandes centros templarios meridionales. Una consecuencia de esto fue el progresivo aumento del sectarismo y de la rivalidad sectaria entre sus respectivos seguidores.
La cultura literaria en el sur fue promovida por instituciones educativas y monasterios administrados por monjes y eruditos jaina y budistas. A partir del avance del vaisnavismo y el shaivismo por la región, un esencial aprendizaje brahmánico en sánscrito se producía en una institución que llevaba por nombre matha. El sánscrito disfrutó de un relevante patrocinio regio. A las cortes Pallavas llegaron célebres sanscritistas como Dignana, y excelsos poetas con Dandin. No obstante el tamil permaneció como el medio esencial de instrucción en el sur, con mucha mayor incidencia que el kannada en el reino de Chalukya. La poesía lírica y la épica fueron compuestas en tamil. En contraste a las antiguas historias de violencia heroica, ahora se destacan las virtudes de la no violencia y el deber.
Los poemas tamiles fueron completados con bellas descripciones del campo y las ciudades, así como de las actividades y el estilo de vida cotidiana de las gentes en las diferentes esferas laborales. Durante el período de desarrollo del reino de los Pallavas los himnos, los mantras y las canciones devocionales entonadas por los Nayanars, los Alvars y sus devotos seguidores del vaisnavismo y el shaivismo, fueron recopilados en grandes volúmenes.
Los grandes templos indios suelen clasificarse en tres estilos arquitectónicos, el del norte, el del Decán y el meridional. Todos ellos poseen rasgos comunes, como el vimana (santuario), el garba griha (cámara interna para la estatua) el mandapa o pabellón y la torre (shikhara). Sin embargo, existen algunas diferencias clave. Por ejemplo, las torres del estilo meridional son piramidales, y los templos del estilo del sur también poseen cercados y grandes gopurams. Además, los templos del Decán son en forma de estrella o poligonales, más que cuadrados.
Los estilos del Decán comenzaron con los Chalukyas Antiguos de Badami (535-757) y se desarrollaron bajo el patrocinio de los Chalukyas Tardíos y los Hoysalas. La arquitectura templaria meridional, por su parte, comenzó con los Pallavas y alcanzó su apogeo bajo los Cholas y los Pandyas. En el ámbito de la cultura Chalukya los monumentos principales fueron arracimados alrededor de tres lugares en Karnataka: Aihole, Badami y Pattadakal, cada uno de los cuales fue un centro de poder real. Se destaca el templo Melguti, construido en Aihole en 634, y el templo Melagitti Shivalaya, uno de los más bellos ejemplos del estilo templario del Decán en el siglo VII, en Badami. En muchos otros templos pueden admirarse inscripciones que detallan las victorias de un héroe regio como Pulakeshin II, o tratados y relaciones entre los Chalukyas y sus rivales principales, los Pallavas.
Dos centros principales de ocupación, la ciudad capital de Kanchipuram y el núcleo portuario de Mamallapuram (Mahabalipuram), constituyeron el eje primordial de la cultura e influencia Pallava. Kanchipuram es uno de los siete sitios sacros del hinduismo, dedicado a Siva y Visnú. Además, se trata de un importante asiento de aprendizaje filosófico en toda la región de Tamil Nadu. Entre los grandes templos que los Pallavas erigieron en la ciudad el más llamativo es el Kailashanatha, aunque quizá el más famoso sea el Vaikuntha Perumal. Inscripciones que narran la historia de los reyes Pallava y que elogian sus glorias se encuentran sobre las esculturas que adornan los muros de los templos. Otros templos relevantes son los Cinco Rathas, nombrados a partir de los cinco hermanos Pandava del Mahabharata. Se trata de estructuras en miniatura.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Diciembre, 2016 

17 de diciembre de 2016

Origen y consolidación del estado espartano (II)


En la imagen, una vista panorámica de los vestigios del teatro y la acrópolis de Esparta.

A diferencia de otras poleis arcaicas, que se embarcaron en la colonización, Esparta inició la conquista de tierras cercanas, concretamente de Mesenia, un fenómeno que dio lugar a lo que historiográficamente se denomina como Guerras Mesenias. Según algunas fuentes (Tirteo, Pausanias), estos acontecimientos bélicos tuvieron lugar entre 743 y 724 a.e.c. (hoy se tiende, en base a las listas de los vencedores olímpicos a establecer una cronología cercana, en torno a 750-735). Según Pausanias, Esparta fue ayudada por Corinto en esta empresa, mientras que los mesenios contaron con la colaboración de Argos y Sición. La finalidad de estas conquistas era adquirir tierras cultivo y mano de obra. Con motivo de la presión espartana, algunos mesenios pudieron emigrar a otras ciudades en las que recibirían hospitalidad, como Sición o Eleusis, mientras que muchos de ellos quedaron sujetos al servicio de los vencedores, convirtiéndose en siervos-esclavos, Hilotas.
Las tierras mesenias recién conquistadas fueron divididas en lotes o Cléros, de los que al principio únicamente se benefició la aristocracia espartana. En las reformas de Licurgo, no obstante, se llevaría a cabo un nuevo reparto que incluiría a otros sectores de la población de Esparta[1].
Tras la primera Guerra Mesenia se constata que Esparta estaba en contacto con el resto del mundo griego, con lugares como Cirene, Chipre, Olimpia o Atenas, muy probablemente gracias a su amplio conocimiento del mar. De hecho, en esta época Esparta debió de tener relaciones comerciales por mar, en especial con Chipre y las ciudades jonias, de donde importaba telas, muebles y diversos objetos ornamentales. En este tiempo, denominada la época o periodo de Alcmán, Esparta alcanzó un notable auge cultural. Varios artistas y poetas fueron atraídos hacia la polis. De esta época son los máximos representantes de la poesía espartana, Tirteo y Alcmán. Tirteo empleó su poesía como un instrumento de acción política y social, en tanto que en sus Elegías, ensalza el valor y la dedicación a la patria. La poesía de Alcmán de Sardes, por su parte, alababa a la aristocracia espartana y a las mujeres. Ensalzaba los valores propios de un pasado considerado glorioso.
La segunda Guerra Mesenia (probablemente a mediados del siglo VII, entre 660 y 640 a.e.c.), fue motivada por la insurrección de los campesinos mesenios. Los mesenios fueron ayudados por Argos, Orcómeno, Pisa, así como por otras poleis del norte del Peloponeso, todas ellas temerosas del poder y las tendencias expansionistas de Esparta. Sin embargo, finalmente, Esparta acabaría tomando Pilo y Teje, los bastiones mesenios.
Este conflicto trajo consigo una serie de consecuencias para Esparta, que se vio obligada a tomar ciertas medidas de cara al futuro. Entre ellas, mantener los territorios conquistados, renunciando a nuevas expansiones territoriales, reformar el sistema político-institucional, favoreciendo una organización militar defensiva que abarcara toda la vida ciudadana, o decidirse a contrarrestar el poder de las ciudades del Peloponeso, para así evitar otros apoyos a los rebeldes. Esparta buscó, y consiguió, alianzas con las ciudades del Peloponeso que le pudiesen garantizar su posición y la apoyaran contra sus enemigos tradicionales, concretamente Argos y Acaya. Este pacto concretó la llamada Liga del Peloponeso que, según la tradición, inició el éforo Quilón.
En cualquier caso, durante el siglo VI a.e.c., el repliegue sobre sí misma y el distanciamiento en relación a otras poleis fueron posicionamientos que se acentuaron gradualmente, aunque Esparta nunca perdió su prestigio como fuerza militar.
Esparta, aunque sin duda una polis, no poseía núcleo urbano, fortificaciones ni acrópolis, como las poleis clásicas. Sus pobladores estaban distribuidos en un conjunto de distritos. En cualquier caso, como las demás poleis, poseía una constitución política consistente en una Asamblea de guerreros denominada Apella y un consejo de ancianos o Gerusía. La diferencia singular en su sistema político fue la Diarquía o gobierno de dos reyes[2]. Ambos soberanos pertenecían a dos prestigiosas familias arcaicas, los Europóntidas y los Agiadas, las cuales hacían remontar sus orígenes a los legendarios Heráclidas. De los Agiadas procederían los cinco Éforos (uno por cada obai), y de los Europóntidas la Gerusía con sus veintiocho miembros, todos ellos homoioi, ciudadanos que se reúnen en la Asamblea o Apella. Al margen quedan Periecos, Hilotas y no ciudadanos. El mítico legislador Licurgo[3] fue, según la tradición y las fuentes escritas (Tucídides, Plutarco, Heródoto), el responsable de la Constitución espartana (Gran Rhetra). La Rhetra, que imita un oráculo délfico, pero en prosa, ha sido transmitida gracias a Plutarco en su Vida de Licurgo. A la par recopiló los testimonios recogidos por Jenofonte en Constitución de los Espartanos  y La República de los Lacedemonios.
Los reyes debieron desempeñar funciones religiosas, pues tendrían carácter divino como descendientes de Cástor y Pólux, serían los sacerdotes de Zeus Lacedemonio y Zeus Uranio y presidirían los sacrificios (ayudados por los Pithioi, magistrados que consultaban el oráculo délfico), poseer atribuciones militares, pudiendo declarar la guerra cuando lo estimasen oportuno, y mantener responsabilidades civiles, puesto que, a semejanza de los basileis homéricos, debían velar por el bienestar del pueblo y, además, se encargaban de supervisar el derecho familiar en ciertos aspectos. Eran miembros vitalicios de la Gerusía. Indudablemente, los reyes espartanos gozaron de una relevante cantidad de privilegios.  Tenían reservado el lugar de honor en los actos públicos y en la comida comunitaria  (Sissitía); no se les aplicaba el severo sistema educativo espartano; estaban protegidos por una guardia personal escogida entre espartiatas; y recibían lotes de tierras (Cléros) que cultivaban los Periecos. Naturalmente, les sucedían los hijos mayores varones.
No obstante, también tuvieron que padecer algunas limitaciones, sobre todo cuando se instituyó el Eforado. Cada nueve años los éforos oteaban el cielo, y si observaban una estrella fugaz, se interpretaba como una señal funesta. Se creía, entonces, que los reyes se habían equivocado. En ese caso, eran suspendidos de sus funciones.  Por otra parte, no mantenían en sus manos el poder judicial, ni podían interferir en las decisiones de la Apella. Aunque Aristóteles (Polít., I, 850-854) calificó a la diarquía de Esparta como una suerte de generalato vitalicio y hereditario, los ciudadanos de Esparta podían no solamente criticar sino exilar y hasta deponer a los monarcas. La diarquía, finalmente (según Polibio) fue suprimida por un tirano, de nombre Nabis, hacia fines del siglo III a.e.c.
La asamblea popular o Apella, estaba formada por todos los ciudadanos de pleno derecho, denominados Homoioi, que fuesen mayores de treinta años. Era convocada y presidida por los Éforos. En la Asamblea se decidía las propuestas que emanaban de la Gerusía en lo tocante a la guerra, la paz y la política exterior en general. Aquí se nombraba a los generales, se elegía a los éforos y a los gerontes o se votaban leyes. Se trataba de decisiones por aclamación popular, no por votación.
El Consejo de Ancianos o Gerusía, sería el órgano de representación de las tres tribus arcaicas. Sus miembros (treinta, contando los dos reyes), debían de tener más de sesenta años y carecer de cualquier tipo de obligación militar. Cada tribu aportaba diez miembros al Consejo, escogidos entre los individuos más prestigiosos. Se trataba de una institución fundamentalmente consultiva y deliberante, el verdadero sector ejecutivo del gobierno espartano (al lado de los cinco Éforos y el par de reyes). Sometía sus decisiones al pueblo reunido en la Asamblea. Sus miembros, siempre vitalicios, juzgaban los casos de criminalidad y de traición al Estado, y también dictaminaban ciertas penas menores, como destierros o multas de distinta consideración.
El Eforado, por su parte, era un colegio de cinco magistrados que eran escogidos anualmente en la Apella. Eran los auténticos supervisadores del estado espartano. Muy poco se sabe acerca de cómo se originó y evolucionó, con posterioridad, el Eforado en la Esparta arcaica. Si bien la tradición cita a un tal Elato como el primer éforo epónimo, en el siglo VIII a.e.c., autores como Plutarco consideran que Asteropo fue el primero que confirió carácter al Eforado[4]. Los éforos eran sacerdotes o astrólogos, cargos ya establecidos en las tribus dorias, dignos hombres de confianza de los reyes, que los designaban como consejeros. En origen fueron los jefes de las cinco obai, para luego convertirse en altos funcionarios.
Los éforos eran elegidos en la Apella, uno por cada poblado, y entre los ciudadanos más justos. Representaban en el gobierno a la comunidad espartana o Demos. Ocupaban el poder por un año. Los éforos convocaban y presidían la Asamblea y vigilaban el cumplimiento de la Constitución. Interpretaban las leyes y las normas de carácter consuetudinario, juzgaban a los funcionarios públicos y, lo más relevante, vigilaban a los propios reyes en sus funciones y desempeños. La sumisión de Hilotas y Periecos dependía de ellos, y por tal motivo se encargaban de las criptías o razzias sobre la población hilota para mantener el control sobre la misma a través de la represión.
Sería Cleómenes III, en 235 a.e.c., quien continuó la política reformista de Agis IV, el que anuló el Eforado. Imponiendo un consejo de magistrados (Patronomoi), compuesto por seis a doce miembros. Sin embargo, después de la derrota que sufrió Cleómenes III en Sallasia y su posterior huida a Egipto, el Eforado fue repuesto por Antígono Dosón, en 224 a.e.c. El tirano Nabis lo volvería a suprimir, en favor de los Patronomoi.
Otras instituciones y servicios civiles serían el Empéloros, un funcionario semejante al Agoránomo ateniense, encargado de ordenar el mercado; el Epímelete, un inspector oficial semejante a un jefe de policía encargado de mantener el orden ciudadano, y que contaba con asistentes (Harmosunoi). Eran una especie de vigilantes de las costumbres análogos a los gynaikonomoi atenienses; los Harmostes, cuya existencia es dudosa y que, posiblemente hayan sido unos gobernadores que se enviaban a los distritos lejanos; y los Pithioi, en un total de cuatro, cuya misión era consultar e interpretar el oráculo de Delfos.
El sistema espartano, siempre considerado como arcaizante, en fin, mantuvo ciertas relaciones con Delfos y Creta. El propio Licurgo, según la tradición, habría recibido de Apolo la Constitución espartana y también habría viajado a Creta.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. Feiap-UGR.



[1] Los únicos que no participarían serían los partenios, bien por su no participación en las guerras o por ser hijos ilegítimos. Serán, por el contrario, el factor esencial en la única colonia ultramarina espartana, Tarento, fundada en 706 a.e.c.
[2] En contra de lo que se cree, la diarquía no fue un fenómeno exclusivo de Esparta. También existió en localidades como Mitilene, Cícico o Cime, entre otras.
[3] Licurgo es considerado uno de esos legisladores míticos, como Moisés, Dracón o Solón, cuya mitificación responde a la necesidad de establecer un ordenamiento seguro y duradero en el tiempo. En cualquier caso, algunos autores antiguos, caso de Píndaro y Helánico no le atribuyen a Licurgo el honor de haberle dado a Esparta la Constitución. Píndaro dice que los espartanos la obtuvieron del rey Egimio, mientras que Helánico señala que la recibieron de Eurístenes. La Constitución pudo establecerse hacia 670 a.e.c., tras la batalla de Hisias, en la que Esparta sale derrotada.
[4] La controversia al respecto dista mucho de alcanzar una solución de consenso. Quilón (en Diógenes Laercio), como Asteropo, o incluso el propio Licurgo (según Plutarco), pasan por ser los primeros que consolidaron el Eforado. Con posterioridad se atribuyó al rey Teopompo la creación del Eforado. El mismo Plutarco (Vit, Lic., VII), afirma que el primer colegio de los cinco éforos estuvo encabezado por Elato.

11 de diciembre de 2016

Origen y consolidación del estado espartano (I)

 

En la imagen, un hemidracma de la Liga Aquea, acuñada en Esparta entre 196 y 146 a.e.c. (Laconia-Lacedemonia). En el anverso, la cabeza coronada con laurel de Zeus, en tanto que en el reverso, el gorro de los Dióscuros con una estrella encima, así como algunas letras, un indicativo de Esparta. Imagen cortesía de www.tesorillo.com

Los hallazgos arqueológicos, fundamentalmente en los yacimientos de Terapne y en la propia Esparta, acompañados de la pervivencia de la tradición mitológica, que refiere las singularidades del rey micénico Menelao en los poemas homéricos, ayudan a desvelar algunas de las características más notables del arcaico estado espartano.
Con la movilización de los denominados Pueblos del Mar, los reinos micénicos iniciaron un profundo declive; sin embargo, amplias zonas de la península Balcánica, así como las islas del Egeo no sufrieron convulsiones significativas, permaneciendo ajenas a este masivo desplazamiento de personas. Al contrario, estos territorios servirán de refugio a los que huían y se desplazaban por el Mediterráneo. Incluso las mencionadas regiones gozaron de una etapa de especial prosperidad, en especial el Ática oriental, las islas Cícladas, el Dodecaneso y amplias regiones de Asia Menor.
La caída del poder micénico, que conlleva la destrucción de las fortalezas micénicas, a fines del Bronce Final (Heládico Reciente III), propiciará dos circunstancias históricas relevantes. Por un lado, afloraron las antiguas pervivencias y costumbres indígenas hasta ese momento soterradas, marginadas por el predominio cultural micénico; por el otro, se produjo la llegada y el establecimiento de nuevas poblaciones emigrantes. La propia tradición histórica griega informa de la llegada de emigrantes dorios al Peloponeso por mar, tal vez desde Creta y Rodas. Cuenta la tradición que el Peloponeso les pareció a los recién llegados, al menos principio, una isla, que denominaron isla de Pélope, en virtud de que fue la dinastía de los Pelópidas la que expulsaría de allí a los Heráclidas. Varias fuentes textuales, entre las que se encuentran Pausanias, Tucídides, Heródoto, Helánico y Tirteo, refieren el asentamiento de los dorios en el Peloponeso y la llegada (o retorno) de los Heráclidas, un factor que, por consiguiente, relaciona la migración con las leyendas y mitos tejidos alrededor del gran héroe panhelénico por excelencia, Heracles.
Cuenta el mito que Euristeo, el rey de Micenas, impuso a Heracles los doce trabajos y persiguió a su hijo Hilo, quien se refugió en casa de Egimio, el rey de los dorios, que le adoptó como un hijo. Sus descendientes directos, llamados Heráclidas, son los encargados de incitar a los dorios a intentar recuperar el Peloponeso. Después de la oportuna consulta del oráculo de Delfos, los dorios, dirigidos por Témeno, Aristodemo y  Ctesifonte, lograron asentarse en la isla de Creta y en la región de Laconia. En esa misma época el fenicio Cadmo se asentó, por su parte, en Beocia. Algunos de los miembros de los Heráclidas se dirigieron hacia el suroeste de Tesalia.
Entra en el terreno de lo probable que el vocablo dorio, con el que se autodenominan los nuevos emigrantes que ocuparán el Peloponeso, provenga de un estado de nombre Doria, o, más fehacientemente, de un antepasado epónimo llamado Doros. En cualquier caso, las denominaciones de sus descendientes estarían relacionadas con el nombre de tres tribus en las que se dividiría el Estado espartano (Dimanos, Pánfilos e Hileos)[1]. La llegada doria se habría producido, según Tucídides[2], hacia 1115 a.e.c. Se puede asegurar que todos estos mitos fueron empleados como propaganda política y como un medio de justificación histórico-política por los espartanos.
Los mismos espartanos sabían que los Heráclidas, de los que hacían descender a sus reyes, no eran dorios. Heródoto (Hist. V, 72-75) señala que, en el siglo VI a.e.c., la sacerdotisa de la Acrópolis ateniense intentó expulsar al rey Cleómenes de Esparta, ya que, como dorio, no podía hallarse en ese lugar sagrado. Sin embargo, Cleómenes le respondió que no era dorio, sino aqueo.
En relación a la asociación de los dorios con los Heráclidas, algunos autores (J. Chadwick) justifican la realidad histórica de los Heráclidas al asimilarlos a una familia aristocrática micénica, exilada por mor de conflictos internos al final del período micénico. Esta familia lograría regresar e imponerse en su “propio” territorio con la ayuda de otras tribus en migración[3].
Los dorios eran una familia griega, hablaban griego y estaban vinculados con el sustrato cultural micénico, aunque no se puede decir que hayan sido el factor clave en la caída de la civilización micénica. Lo que sí hicieron fue ocupar el vacío de poder que los micénicos dejaron.
Según J. Chadwick, habría habido dos lenguas habladas en la cultura micénica, una lengua culta y cortesana, propia de la aristocracia micénica, de la clase dominante así como de la burocracia, que desaparece con el fin de los palacios; y otra lengua, o mejor, dialecto de las clases inferiores, empleada en las áreas rurales, que pervivió tras la caída de la sociedad aristocrática micénica, que sería la propia de una cultura autóctona; esto es, un arcaico sustrato cultural, al que se sumarían, en un proceso de migración paulatino, nuevas poblaciones que se mezclarían con esta indígena. La arqueología parece confirmar esta hipótesis debido a que en tanto se destruyen algunas poblaciones, otras perviven. Es decir, que se hace factible la posibilidad de una pervivencia indígena que se mezclaría con una nueva población que aportaría un nuevo dialecto, confiriendo nuevos bríos a la antigua cultura.
Las distintas fuentes escritas, sobre todo Éforo y Tucídides, señalan que el proceso migratorio de los dorios fue lento, gradual y sin que se produjese, al menos en apariencia, un sometimiento de la población previa. Es bastante posible que una rama de los dorios llegase a Lacedemonia, alrededor del siglo XI a.e.c., ocupando gradualmente el valle del Eurotas y asentándose en varios obai (poblados, aldeas). Existen cuatro de ellas bien referenciadas, Mesoa, Cinosura, Pitane y Limnai, a la que habría que sumar Amiclas, un poblado de origen micénico. Hacia el siglo IX, estos cuatro obai independientes se vincularon en un pacto de sinecismo, formándose de tal modo el arcaico núcleo de la polis de Esparta. Los dorios, organizados en Esparta, estarían ya divididos en Philai (los mencionados Panfilos, Hileos y Dimanos) en función de su parentesco, pero volverían a subdividirse según el lugar de hábitat, en cada uno de los cinco poblados (contando Amiclas).


Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP, Granada. Diciembre del 2016.

[1] Serían adoradores de los dioses Apolo, Deméter y Heracles, respectivamente.
[2] Historia de la Guerra del Peloponeso, I, 12-15. Algunos representantes de la tradición, como la referida por Tirteo (Fragm. II), menciona la llegada, y no el retorno, de los dorios al Peloponeso. Heródoto, por su parte (Hist., V, 71-72),  no considera a estos dorios como “Heráclidas”.
[3] Este retorno de los Heráclidas es probable que signifique no la conquista del Peloponeso, por nuevos invasores, sino por gentes que ya estaban establecidas en Grecia. Es decir, que los dorios estaban presentes en Grecia en época micénica. Esta opción es la sostenida, por ejemplo, por J. Beloch.

4 de diciembre de 2016

La Guerra del Peloponeso (431-404 a.e.c.): ¿una “guerra civil” en la antigüedad? (III)


En la imagen, un mapa del conflicto con las principales batallas libradas, las campañas espartanas y la ruta de Alcibíades a Sicilia.

La tercera fase del conflicto fue la expedición a Sicilia, entre 415 y 413 a.e.c. Después de un congreso celebrado en Gela en 424, se acordó la paz en Sicilia, pero la primacía de Siracusa levantaba algunos recelos y generaba tensiones. La chispa que encendió el conflicto se inició en 416, cuando Selinunte, aliada de Siracusa, atacó Segesta. Los elimios de esta ciudad, apoyados por Leontinos, solicitaron, en consecuencia, ayuda a Atenas. La solicitud alentó, por una parte, la ambición imperialista de los atenienses, que vieron aquí la oportunidad de dominar Sicilia y de ahí, el resto de Mediterráneo occidental, y por la otra, la política demagógica de Alcibíades en busca de su interés personal y en contra de Nicias.
La dirección de la expedición se confió a tres estrategas, Nicias, Alcibíades y Lámaco. Contarían a su disposición con los contingentes atenienses y también de numerosos aliados. Durante los preparativos para la empresa ocurrió un evento considerado sacrílego, la mutilación de los Hermes de mármol (pilares cuadrangulares con falo erecto y cabeza barbada del dios Hermes, considerados protectores de los caminos, las plazas, las calles y las puertas), un escándalo en el que se vio envuelto Alcibíades, cuyo juicio quedó pospuesto hasta su regreso de Sicilia.
La escuadra estableció en Melania su cuartel general. Esta ciudad, además de Leontinos y Naxos, era aliada de Atenas. Las diferencias en las estrategias entre los tres generales, además de la orden conferida a Alcibíades de regresar a Atenas acusado de sacrilegio por la mutilación de los Hermes entorpeció las actividades militares. Alcibíades, a sabiendas de la existencia de un complot en su contra, huyó hacia Esparta y se pudo bajo la protección del rey Agis.
A pesar de las desavenencias, los atenienses se habían hecho fuertes frente a Siracusa en 414 a.e.c. Sin embargo, los espartanos, aconsejados por Alcibíades, enviaron al estratega Gilipo en ayuda a Siracusa, un hecho que obligó a los atenienses a retirarse y replegarse, liberando así a Siracusa de su bloqueo. La actuación de Gilipo y la llegada de la ayuda corintia, alarmaron a los estrategas atenienses, ante lo cual solicitaron refuerzos a Atenas. En este momento la Paz de Nicias se rompe de modo efectivo.
Agis inició la invasión del Ática a comienzos de 413, de nuevo siguiendo el consejo del traidor Alcibíades, capturó Decelía y, con ello, incomunicó el Atica por tierra. La situación ateniense se hizo, entonces, complicada, en virtud de que había que mantener dos frentes, uno en su propio territorio y el otro en Sicilia. A pesar del envío de Demóstenes y Eurimedonte a la isla, los siracusanos y los espartanos al mando de Gilipo derrotaron de nuevo a los atenienses. El ejército ateniense fue aniquilado y su flota destruida. El propio Nicias encontró aquí la muerte.
La última fase de la contienda fue la Guerra Decélica (o Jónica), entre 413 y 404 a.e.c. En esta etapa se encuentran activas dos posiciones principales, por una parte, Decelía, localidad próxima a Atenas desde donde fue incesantemente atacada y, por la otra, la costa occidental anatólica, en donde se suceden una tras otra defecciones y revueltas contra Atenas.
Atenas sufre ahora una caótica situación económica, debido a las graves pérdidas de la expedición sicialiana, y a la dificultad para explotar los recursos naturales (por la invasión del Ática) y por la gran pérdida de esclavos. Todo ello podría traer como consecuencia inmediata una crisis política. Se nombraron diez ancianos estadistas (Probuloi), para que decidieran aquellas medidas económicas que deberían tomarse. Aunque estos estadistas tenían un pasado demócrata, Aristóteles advierte el carácter oligárquico de este colegio. Se manifestó, además, un cambio de sentimiento político de la población en contra los líderes demócratas, a quienes se responsabilizaba de su errática dirección del conflicto. El prestigio político de Atenas como líder indiscutible del mundo griego, cayó en picado, un factor que fue bien empleado  por Esparta y el Imperio persa. De hecho, Esparta asume, alegando la defensa de la libertad de los griegos frente a la opresión del Imperialismo ateniense, el liderazgo ahora perdido por Atenas. Para ello, no tendrá inconveniente en pactar con el tradicional enemigo griego, el persa, cuyo apoyo económico a Esparta fue muy notable.
Alrededor de 412 a.e.c., conocida la situación de Atenas, el Gran Rey, a la sazón Darío II, se apresuró a incitar la insurrección en las ciudades jonias acusando a los atenienses de violar la Paz de Calías, después del apoyo ofrecido a la rebelión de Pisutnes, el sátrapa de Sardes y su descendiente[1].
Hacia 412 se produjo una sublevación contra el dominio imperial ateniense. Lesbos, Eubea, Mitilene, Quíos, Mileto y algunas otras localidades del Helesponto, buscaron la ayuda de Esparta e, incluso la intervención de Persia con su ayuda económica, para abandonar su alianza con la Liga ateniense. A cambio, reconocerían el poder del Gran Rey sobre sus ciudades. Tal actitud, sin embargo, desprestigiaba a Esparta como defensora de las libertades griegas. Núcleos como Quíos, Cnido, Rodas, Colofón, Eritrea y  Mileto, escaparon, finalmente, de la órbita ateniense.
La crisis política de Atenas se agudizó en 411. El descontento popular, la hostilidad hacia los políticos democráticos ante los acontecimientos del conflicto, así como el recelo de las clases acomodadas, desembocó ese año en una transformación del gobierno ateniense. El colegio de los diez Próbulos se trasformó en una suerte de comisión constituyente de treinta miembros que confeccionó un proyecto constitucional de rigor oligárquico. El sistema democrático quedaba así derogado. Por su intermediación, se suspendía el ejercicio de las magistraturas y de los misthoi (indemnizaciones por el desempeño de las funciones políticas), y se reemplazaba la Bulé o Consejo de los Quinientos por un Consejo de Cuatrocientos, de asignación nominal, no electiva, y con una autoridad total. Pronto hubo, no obstante, desavenencias en el seno de los propios oligarcas, sobre todo en lo tocante a la relación con Esparta y la forma de actuar de Alcibíades y su actitud con Persia.
La inestabilidad se agravó cuando se produjo la sublevación de la flota establecida en Samos que no aceptó la transformación del régimen político en Atenas. Escogen a Alcibíades como estratego y deciden reiniciar el conflicto en Jonia. Oligarcas y moderados se enfrentan. Los primeros amenazan con entregar la ciudad a los espartanos, quienes aprovechando la tesitura habían tomado la isla de Eubea. Esta situación acabaría con el régimen oligárquico de los Cuatrocientos. Un discutido personaje, de nombre Terámenes, fue el que impulsó a los hoplitas a levantarse contra el régimen de los Cuatrocientos y otorgar el poder a la asamblea de los Cinco mil. Este nuevo régimen debió haber sido una constitución mixta entre democracia y oligarquía en la que, con bastante probabilidad, disfrutarían de derechos políticos únicamente las clases sociales acomodadas, a partir de los hoplitas. La participación política de las clases inferiores sería precaria o nula.
Las fuentes principales para comprender los últimos acontecimientos de la guerra son Diodoro de Sicilia y las Helénicas de Jenofonte. Entre 411 y 410 a.e.c. Atenas logró  tres victorias navales en el Helesponto[2]. Su relevancia fue tal que los espartanos realizaron propuestas de paz, pero fueron rechazadas por los demócratas radicales dirigidos por Cleofón.
En los siguientes años, en especial 409 y 408, Trásilo recupera Tasos y ciertas posiciones en Tracia, en tanto que Alcibíades conquista Bizancio y Calcedonia. Además, puede regresar triunfalmente a Atenas, en donde será elegido estratega en 407 o 406 a.e.c., concediéndosele poderes extraordinarios en la dirección de la guerra en el Helesponto. Sin embargo, en 406 la flota de Alcibíades será derrotada en la batalla naval de Notion. Esta derrota trajo como consigo una serie de definitivas consecuencias para Atenas. Con ella se mostraba como definitiva la colaboración persa con Esparta. Persia enviaba ayuda económica y, además, al hijo de Darío II, Ciro. El buen entendimiento de Lisandro (navarco espartano) y Ciro causaría el definitivo fracaso ateniense. Por otra parte, aquí se cimentaría el final político de Alcibíades. En este mismo año se produce, sin embargo, la última victoria naval ateniense, en las islas Arginusas, frente a Lesbos. En ella, Trásilo y otros estrategas atenienses derrotan a la escuadra espartana dirigida por Calicrates.
Lisandro al frente de la flota espartana, se dirigió a Egospótamos, frente a Lámpsaco, en el Quersoneso tracio. Allí, los atenienses fueron vencidos y capturados. Fueron  destruidas la gran mayoría de sus naves. Lo más grave de esta derrota es que Atenas quedaba al margen de sus posiciones en el Estrecho y quedaba también incomunicada para recibir sus provisiones marítimas. La falta de aprovisionamiento de la ciudad y, en consecuencia, el hambre, fue la verdadera causa del final para Atenas.
Las ciudades aliadas de Atenas en el Egeo tuvieron que rendirse, Sus gobiernos democráticos fueron sustituidos por oligarquías (decarkías) controladas por gobernadores (harmostes). Entre tanto, mientras Lisandro ataca el golfo Sarónico, el rey Pausanias II de Esparta se une a su colega Agis en el Ática. De tal modo, sitiada por tierra y mar, Atenas se ve obligada a capitular a comienzos de 404 a.e.c. Terámenes fue enviado para aceptar la rendición ante el congreso de la Confederación del Peloponeso. Allí, Corinto y Tebas solicitaron la total destrucción de Atenas, aunque los espartanos decidieron una Atenas desarmada, sometida e integrada en la Confederación, con lo que, plausiblemente, también evitaban un empoderamiento de Corinto. La Asamblea ateniense aceptó las duras condiciones, y se firmó la paz en abril de 404. Lisando entra en Atenas e impone un absolutismo político y militar.
La Guerra del Peloponeso desencadenó una serie de consecuencias socio-económicas y culturales que tuvo que padecer Atenas pero también el resto del mundo griego. Entre ellas se encuentra el debilitamiento demográfico, la crisis moral y religiosa, además de la aparición de la piratería en el Egeo, que campearía a sus anchas sin el control de la flota ateniense.


Bibliografía esencial


ALONSO TRONCOSO, V.: Neutralidad y Neutralismo en la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), Madrid, 1987.
BRUNT, P. A.: «Spartan Policy and Strategy in the Archidamian war», Phoenix, 19, 1965, pp. 255-280.
HENDERSON, B. W.: Time Great war between Athens and Sparta. A campanian to time military history of Thucydides, N. York, 1973.
POWELL, A.: Athens and Spanta. Constructing Greak Political and Social History from 478 B. C., Portland, Oregon, 1988.
SAINTE CROIX, O. E. M. DE: Time origins of time Peloponesian war, Londres, 1972.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Diciembre del 2016




[1] Dos sátrapas persas Tisafernes de Sardes y Farnabazo de Dascilio, fueron los artífices de la intervención persa en los asuntos griegos. La alianza con Esparta nunca fue incondicional, pues Persia exigía la garantía espartana (además de la ateniense), de abandonar sus reivindicaciones sobre la costa occidental de Asia Menor.
[2] La victoria de Cícico supuso, por otro lado, el inicio de la caída de los Cinco mil. Retomada la confianza de los atenienses repondrían su tradicional democracia.