22 de enero de 2020

Hallazgos arqueológicos (X): el anillo-sello de Néstor




El denominado anillo o sello de Néstor fue hallado por un campesino en una tumba en Pilos, en el Peloponeso. Ha sido datado en el Período Minoico Tardío (1700-1450 a.e.c.). En este sello dorado, a pesar de su pequeño tamaño, se puede observar en él una compleja escenografía, un drama de transformación, en el que aparecen como representados animales (león, perro, pájaro y mariposa), un árbol de la vida y un híbrido zoomorfo, concretamente un grifo. Estaríamos, presumiblemente, ante imágenes referidas directamente a la vida de ultratumba que imaginaron tanto minoicos como micénicos
La imaginería del sello se estructura y organiza a partir de un retorcido árbol de la vida, que brota de un pequeño montículo cubierto de brotes en el centro. Sus dos grandes ramas laterales dividen la escena en el inframundo, en la sección inferior, y la vida de ultratumba, en el sector superior. Si se observa la escena a partir de la zona inferior izquierda, se puede apreciar lo que pudiera ser una sacerdotisa con cabeza de ave que intercepta a un intruso. Sus alzados brazos parecen sugerir la presencia de sacras ceremonias solamente aptas para  iniciados. Otra oficiante, también con cabeza de pájaro, hace señas a una pareja joven, que se muestra cogida de la mano, para que se acerquen hasta el lado contrario del tronco del árbol. Mirando en dirección opuesta, otras dos figuras más con cabeza de ave parece que rinden homenaje a un grifo, sentado en un trono ante la deidad, gestualizando con los brazos alzados (acción que sugiere una epifanía), en tanto que la diosa se mantiene un tanto alejada tras él. Su brazo derecho apunta con claridad hacia abajo, en dirección al grifo, mientras que el izquierdo lo hace hacia arriba, orientado a la escena superior. Pudiera dar la impresión que tal actitud sugiere que la deidad, al final, es la  única con el poder de trasladarse del inframundo a la vida de ultratumba.
La escena que se despliega por debajo de las ramas principales del árbol recuerda las salas del juicio egipcias, en las que una procesión análoga conduce al fallecido ante el dios Osiris. En el ritual egipcio, es Tot (no se olvide, con cabeza de pájaro de pico largo, esto es, un ibis), anota el resultado del juicio, durante el cual se ha pesado en una balanza el corazón del difunto además de la pluma de la Verdad, imagen simbólica de la diosa Maat. En este caso, se observa con nitidez, los asistentes que se dirigen al grifo sentado en el trono del juicio poseen, asimismo, cabezas de pájaro. Detrás del grifo se encuentra la deidad, ubicada de manera semejante a como lo hace Isis tras un Osiris sentado.
En la raíz del árbol hay un curioso perro, que nos podría rememorar, en principio, al can guardián Neolítico que custodia el árbol de la vida, pero también al posterior chacal Anubis egipcio, que guía las almas de los fallecidos, anticipando además al célebre can Cerbero, de la mitología griega, animal asociado a Hécate, divinidad inframundana. Conviene también observar que dentro de las raíces del árbol aparecen unas pequeñas formas oblongas que semejan brotes de plantas, tal vez imágenes de una nueva vida en preparación, que surge de la muerte. Si con el gesto de la diosa se asume que la pareja fallecida satisfizo al tribunal del juicio, aquí representado por el grifo con pose y aspecto de esfinge, entonces la pareja de “almas” se trasladaría a la sección superior del sello, en donde deben enfrentarse al poder de la diosa, en este particular simbolizado en la inmensa figura de un león. El felino reposa sobre una suerte de plataforma sostenida por un par de esforzadas figuras femeninas. Su actitud de reposo pero también de vigilancia, puede referirse a su responsabilidad de resguardar los misterios de la deidad, ¿del mismo modo que en la cueva paleolítica de Les Trois Fréres?. En la parte superior del árbol, al lado del gran felino brotan ramas de hiedra, cuyo crecimiento espiriliforme, con verdes hojas perennes, sería una imagen que podría simbolizar la inmortalidad, lo cual preludiaría la famosa “rama dorada” en la Eneida de Virgilio.
La pareja está ausente del sector superior derecho de la escena, en donde domina el gran león, aunque reaparece junta al otro lado del tronco del árbol. Esto podría indicar la realización de un ritual de paso por mediación del cuerpo del animal, de ahí el gesto de epifanía de la mujer, que podría expresar satisfacción y asombro ante su nuevo y cambiado estado. Sentada ahora sobre una rama, se halla (en esta ocasión más cerca), la deidad minoica además de otra figura con la que da la impresión de estar manteniendo una especie de conversación mientras revolotean sobre su cabeza un par de mariposas.
Y es que, a fin de cuentas, toda vida contiene una promesa de renovación.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, enero, 2020

1 comentario:

Almudena dijo...

¡Qué análisis tan fascinante! ¡Mil gracias por compartirlo!