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16 de marzo de 2023

Arte minoico y micénico en la cerámica (1500-1300 a.e.c.): Crátera de Zeus, Copa de la Jefatura y Vaso del Cosechador




Tres notables ejemplos servirán como aperitivo para hacer un acercamiento al arte minoico y micénico desde la cerámica. Se hará una aproximación iconográfica a ciertas piezas cerámicas que destacan por su rareza, por sus imágenes y por los elementos narrativos que pueden contener. Sobre ellas se hará una interpretación.

Empezamos con la denominada Crátera de Zeus. La mayoría de los ejemplos que han sobrevivido del llamado estilo Pictórico, datable entre 1400 y 1300 a.e.c., se han encontrado en la isla de Chipre, aunque su factura se produjo en el Peloponeso. Las temáticas suelen ser copiadas de los frescos palaciales. Las vasijas principales del siglo XIV a.e.c. fueron las cráteras de cuello con escenas de carros, una forma cerámica que procede de las ánforas del estilo Palacio. Una de estas denominadas cráteras de carros proveniente de Enkomi, en Chipre, bautizada Crátera de Zeus, hoy en el Museo de Chipre (en la imagen), muestra una escena central en la que se representa un carro con dos ocupantes que se mueve hacia la derecha, en frente del cual una figura masculina, vestido con una gran túnica, mantiene en sus manos una báscula. En el fondo, otra figura humana porta un arco. Esta escena se ha interpretado como Zeus con la balanza del destino delante de los guerreros antes de que vayan a la batalla.

Una segunda pieza es la llamada Copa de la Jefatura, hecha en serpentina, si bien en origen pudo poseer una pátina dorada. Proviene de Hagia Triada y se data entre 1500 y 1450 a.e.c. El relieve de la vasija muestra a un hombre joven (tal vez un joven príncipe), de porte aristocrático, que permanece en frente de una edificación, quizá su palacio. Luce una vestimenta cretense tradicional, con altas botas y un elaborado collar de joyas. Mantiene un cetro en su mano derecha. Podríamos suponer que se trata de un gobernante delante de su palacio o en el patio central del mismo al lado de los apartamentos estatales. Se ha querido ver en esta figura, de un modo bastante idealizado debido a la influencia de la mitología, al rey Minos de Cnosos, si bien es más probable que sea un señor de la localidad de Festo. Parece estar dando ordenes a un oficial, una suerte de capitán de la guardia, vestido de un modo semejante. Este oficial lleva sobre su hombro derecho una larga espada, mientras que sobre el izquierdo se muestra un aspersor ritual. El personaje principal es atendido por tres hombres que portan pieles, probablemente de toros sacrificados, destinados a ser usados para confeccionar escudos.

El tercer objeto cerámico seleccionado es el conocido como Vaso del Cosechador, un ritón también de Hagia Triada (1450 a.e.c.), en el que se observa una procesión de veintisiete personas, de las cuales veintiuna llevan sobre sus espaldas azadas y unas bolsas con semillas de trigo o maíz suspendidas de sus cinturones. Son conducidos por un hombre mayor, con el pelo largo, y que lleva una larga capa, modelada como si fuese una piña. Lleva, además, un largo bastón. En el medio de la procesión se observa un cantante, seguido por un coro de tres personas, ondulando unas sonajas sagradas. .A pesar de la denominación de la vasija, no estamos ante un festival de la cosecha, sino de la siembra.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, marzo, 2023

8 de marzo de 2023

Pintura mural al fresco en las Cícladas y la Grecia continental micénica al final de la Edad del Bronce





Imágenes: compleja escena de culto con mujeres ricamente vestidas y adornadas que recogen azafrán; peces voladores de Filakopi, con formas naturales fluidas; sacerdotisa que mantiene un brasero con incienso; y paredes de una habitación con escenas de paisajes con presencia de rocas y flores como lirios.

Las pinturas murales al fresco del período final de la Edad del Bronce en las islas Cícladas fueron halladas en casas de Akrotiri (Santorini), en la isla de Tera. Los conceptos y las técnicas de las pinturas murales proceden de Creta, aunque hay presente un evidente sabor local. Los temas en las frescos de Tera incluyen mujeres ricamente vestidas y enjoyadas, incluyendo, muy probablemente, sacerdotisas; el paisaje de la isla antes de la erupción volcánica, con presencia de pájaros y flores, así como dos niños boxeando, pescadores, y frescos en miniatura representando una expedición naval.

En Xeste existe una composición sobre dos niveles interpretada como una iniciación ritual, que incluye una escena de niñas recogiendo azafrán, así como una mujer sentada, posiblemente una deidad femenina, que recibe ofrendas. En Filakopi, en la isla de Melos, un fresco presenta un estudio de peces voladores, mientras que en Hagia Irini, en Ceos, otros frescos contienen una escena de delfines y de pájaros azules.

En al Grecia continental, la pintura al fresco micénica del final de la Edad del Bronce debe sus elementos técnicos y estilísticos a Creta, si bien ahora se adopta un estilo más monumental. Los temas preferidos son las procesiones religiosas, heredadas del arte cretense, así como escenas de guerra y de persecución.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, marzo, 2023.

1 de enero de 2022

Arqueología y arte minoico-cretense y micénico






Imágenes, de arriba hacia abajo: la Dama de Micenas, pintura al fresco micénica, datada en el siglo XIII a.e.c. Museo Arqueológico Nacional de Atenas; vista parcial de la ciudadela de Micenas, con el círculo de Tumbas A; Friso de los Grifos, pintura mural de la sala del trono del palacio de Cnosos. Período Minoico II, hacia 1450-1400 a.e.c.; pintura mural con el Fresco de la Procesión restaurado, del palacio de Cnosos. Hoy en el Museo Arqueológico de Heraklión y; deidad minoica de las serpientes, Museo Arquelógico de Heraklión, datada hacia 1600 a.e.c.

La arquitectura minoica es arquitrabada y aterrazada, con presencia de muros de piedra enlucidos y soportes en forma de pilares y columnas, estas últimas policromadas. La columna era normalmente de madera con un fuste liso o estriado y con la parte inferior menos ancha que la superior. Los techos estaban formados con vigas de madera. Las ciudades, como Gurnia o Akrotiri, no tenían murallas y contaban con casas de dos pisos, algunas decoradas con pinturas. Por otro lado, no hay constancia de templos, solamente de santuarios rupestres en las montañas o en las cavernas. No obstante, existían oratorios en los palacios, en los que pudo haber algunos altares.

En la arquitectura funeraria destacan sobremanera los tholoi (cámaras circulares cubiertas con falsa cúpula, antecedentes de los ejemplares micénicos), así como las tumbas en forma rectangular con varias cámaras. En los ajuares funerarios aparecieron notables sarcófagos, algunos de ellos rectangulares, con patas y tapadera, hechos en terracota.

La principal tipología arquitectónica minoica es, sin duda, la referida a los palacios, complejos de construcciones de carácter abierto, erigidos en lugares elevados, de carácter funcional, organizados en torno a un gran patio central, con estancias público-administrativas y habitaciones privadas. Su trazado es laberíntico y asimétrico, contando con dos o tres plantas con terrazas. Las estancias se decoraron con pinturas al fresco. Entre los más célebres se encuentran Faistos, Cnosos, Malia y Hagia Triada.

La escultura minoico-cretense se halla en forma de pequeñas esculturas exentas, hechas en porcelana vidriada, marfil, oro o terracota. Se trata, mayormente, de esculturas femeninas de diosas o sacerdotisas. Destacan las llamadas Damas de las Sierpes, datadas en el Minoico Medio, trajeadas, con faldas con volantes y con un escote que deja el pecho al descubierto. Los tocados suelen ser tiaras con presencia de animales. El relieve, por su parte, es poco común. Se encuentra reflejado en vasos, probablemente de uso ritual, en los que hay bajorrelieves con decoración antropomórfica y geométrica. Sobresalen, en tal sentido, el Vaso del Príncipe, el Vaso de los Segadores y los Vasos de Vafio.

La pintura es un clásico referente estético minoico-cretense. Sus ejemplos suelen datarse en el Minoico Medio y, sobre todo, el Reciente, entre 1550 y 1400 a.e.c. Se trata de una pintura al fresco con colores minerales sobre muros estucados, cuyos precedentes inmediatos se hallan en el Egipto del Reino Nuevo y también en el mesopotámico palacio de Mari, en Siria. Hay un empleo primordial se colores vivos, claros, planos e idealizados (por ejemplo, delfines o monos azules), con predominio del azul, el verde, el ocre y el blanco. Es una pintura sin profundidad, con una temática vitalista y cotidiana, con presencia de animales, reales o fantásticos, predominando la fauna marina, los paisajes y las escenas rituales o de juegos.

Se puede catalogar como una pintura elegante, de formas ondulantes, con una figuración humana en la que las personas se representan jóvenes, atléticas y ágiles. Las mujeres aparecen vestidas con un largo vestido con falda de volantes, además de portar adornos y peinados auténticamente sofisticados. Los fondos suelen ser lisos y unicolor. Se destacan, por ejemplo, el príncipe de las flores de lis en Cnosos, tal vez un rey-sacerdote; la parisina, una mujer noble o sacerdotisa, con un perfil marcado con líneas y un traje con un lazo sacro a la espalda; el fresco de la tauromaquia, en Cnosos; el pescador (en Akrotiri), un chico de piel oscura con una sarta de peces, en una postura que recuerda la pintura egipcia; o los pugilistas, dos naturalistas niños luchando en una suerte de combate de boxeo.

La cerámica destaca a partir del Minoico Medio, sobresaliendo la llamada cerámica de Kamares, de fondos oscuros con decoración geométrica y figuración zoomorfa marina. También es relevante la cerámica de Estilo de Palacio, del Minoico Reciente. Es naturalista, con presencia de formas vegetales estilizadas, así como de animales marinos como la estrella de mar, el pulpo o la medusa, que ocupan con sus cuerpos casi toda la vasija.

En lo tocante al arte micénico, lo primero que habría que señalar es que se trata de un arte desarrollado en el período helénico continental a fines de la Edad de Bronce, entre 1600 y 1200 a.e.c. En la arquitectura sobresalen las ciudadelas fortificadas en lugares elevados (Micenas, Tirinto), con presencia de murallas ciclópeas, así como el mégaron (salón de los palacios a uno de los lados del patio central). En estas ciudadelas amuralladas había una puerta de entrada principal de gran tamaño, como la célebre Puerta de los Leones en Micenas, sobre cuyo dintel destacan dos leones en relieve frente a una columna. También son un referente principal los palacios (en Pilos, Tirinto o Micenas), centros administrativos organizados en torno a una serie de patios. Las diversas salas tenían funciones muy diversas. Sobresale, fundamentalmente, el Palacio de Néstor.

El mégaron, por su parte, entendido como el antecedente del templo griego arcaico, constaba de un pórtico in antis, un vestíbulo o pronaos, una sala principal (naos), con un hogar central rodeado de columnas, y una sala del tesoro. Inicialmente era el lugar en donde los reyes recibían las delegaciones o se celebraban banquetes rituales. Más tarde se emplearon para rendir culto a las deidades a través de esculturas y exvotos. Fueron muy relevantes de los Micenas, Tirinto, Atenas y Pilos.

En lo concerniente a la arquitectura funeraria hay que mencionar el Círculo de Tumbas de Micenas, en el interior de la ciudadela. Se trata de sepulturas rodeadas de una muralla. Además debe mencionarse la famosa Tumba de Atreo (llamada Tesoro de Atreo o tumba de Agamenón), un tholos abovedado precedido de un corredor que pudo contener los restos de algún soberano de Micenas.

En lo que se refiere a la escultura, hay que señalar que es de pequeño tamaño, hecha en marfil, terracota y piedra, representando figuras antropomorfas. El cuerpo es un cilindro en el que destacan los dos senos, además de los ojos grandes, redondos y una nariz pronunciada. En cualquier caso, también hay una figuración zoomorfa (a base de toros) así como de carruajes de guerra. El ejemplo más peculiar es la denominada Tríada Divina (dos mujeres vestidas pero con los senos descubiertos y un niño delante de ambas). Parecen representar a Perséfone, Deméter y Lacco (Triptólemo), representando con ello la fertilidad agraria.

La pintura micénica es de influencia cretense. Se focaliza en la pintura al fresco sobre paredes con estuco, destacando los colores azul, rojo, amarillo y blanco. En lo relativo a la temática destacan las escenas de caza y de guerra, además de la figuración geométrica. Son relevantes las pinturas de los palacios de Pilos y de Tirinto. En Tirinto se encuentra la no menos célebre Dama Oferente, una figura femenina con los pechos al descubierto y un sofisticado peinado, que lleva una ofrenda en sus manos.

En el apartado de la cerámica y la orfebrería hay que remarcar que hablamos de una cerámica decorada con motivos bélicos, escenas de caza y pesca, además de motivos mitológicos. Todo ello acompañado de figuración geométrica, como espirales y meandros. Existieron ejemplares metálicos, sobre todo en bronce, y también en marfil. Un aspecto destacado en el ámbito de la orfebrería son las armas, los vasos de bronce martilleado y las máscaras funerarias en oro (como es el caso de la famosísima máscara de Agamenón, que apareció sobre la cara de un cadáver en la Tumba V del Círculo de Tumbas A de Micenas). También abundan no obstante, como parte del ajuar funerario, las espadas, cuchillos, copas y coronas.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, enero, 2022.

3 de septiembre de 2021

¿Pueblos del Egeo o de Anatolia en Oriente Próximo en la Edad del Bronce?



Imágenes, de arriba hacia abajo: grupo de tres figurillas del Bronce anatólico; toro elamita o bien antólico hecho en bronce y; fragmento de cerámica micénica con peces hallada en una tumba en Chipre.

El movimiento masivo de población convencionalmente llamado “Pueblos del Mar”, denominación genérica que engloba a gentes de diverso origen que deambularon por la región oriental del Mediterráneo en afán de pillaje, aparece mencionado, si bien de manera poco concluyente en el aspecto de las identificaciones, en las inscripciones egipcias que conmemoran la victoria del faraón contra ellos luego de rechazar su ataque contra Egipto. El apelativo Pueblos del Mar es una expresión moderna, introducida por el egiptólogo francés Gaston Maspero a finales del siglo XIX. Las inscripciones reales egipcias refieren los nombres individuales de los distintos pueblos que proceden de “en medio del gran verde” (Mediterráneo) o ”de las islas”. 

Se ha señalado la posibilidad de que ciertos contingentes que estuvieron presentes en las oleadas destructivas fueran originarias del Egeo, pues figuran dos colectivos, designados por las fuentes egipcias como ekwesh y denyen que, según los paralelismos lingüísticos podrían evocar los nombres de los aqueos y los dánaos, respectivamente, ambos términos genéricos con los que son designados los griegos en el marco de los poemas homéricos. Los ekwesh figuran como los más relevantes aliados, procedentes de ultramar, de los libios que atacan Egipto, y que serían rechazados por el faraón Merneptah hacia 1220 a.e.c., como se cuenta en la Estela de la Victoria tebana y en las inscripciones de Karnak. Se menciona su procedencia de los países marinos, como consta asimismo en la estela de Athribis. Ahora bien, no está clara su ubicación como pueblos egeos, en función de un detalle no menor, y es que en las representaciones iconográficas aparecen circuncidados, lo cual no era una costumbre de las poblaciones egeas, pero sí una práctica común entre poblaciones semitas. Además, varias dificultades lingüísticas tampoco ayudan, en tanto que el sufijo final parece específico de regiones anatolias, de donde podrían proceder otros pueblos mencionados en las inscripciones egipcias. En tal sentido, los ekwesh podrían encontrar un fácil acomodo si se acepta que se trataba de gentes de la tierra de Ke-Que, en Cilicia.  

Es cierto que un aspecto esencial que favorece la identificación del colectivo ekwesh con los aqueos depende de aceptar el binomio entre el vocablo hitita Ahhiyawa y los micénicos, pues en los documentos hititas dicho reino se asocia en ocasiones con los lukka, uno de los nombres que figura, junto con los ekwesh, en las inscripciones egipcias, implicado en operaciones de piratería y razias por mar contra el territorio dominado por el imperio de la Anatolia central. A pesar de ello, subsisten interrogantes, y no puede afirmarse de forma concluyente que al menos una parte de los micénicos, bajo esta designación egipcia, participaran activamente en el proceso de destrucción y desplazamiento de poblaciones en el espacio de la cuenca oriental del Mediterráneo, si bien tampoco puede descartarse tal posibilidad, en virtud de su segura presencia en la costas occidentales de Asia Menor en estas épocas.       

El otro término, denyen, presenta muchos inconvenientes para ser identificado de forma definitiva con los dánaos. La denominación figura entre los nombres de los distintos pueblos procedentes de Oriente que atacaron Egipto en época de Ramsés III, en 1179 a.e.c., cuyo incontestable triunfo sobre las fuerzas invasoras se representa en los relieves de los muros del templo de Medinet Habu. Los relieves, y la inscripción correspondiente, describen una batalla naval y un enfrentamiento posterior terrestre en Djahi, localidad situada al sur de las costas sirio-palestinas. Es muy dudosa la condición de documento histórico de los relieves debido a su carácter fuertemente propagandístico e ideológico, pues su objetivo primordial no consistía en describir acontecimientos históricos, sino ensalzar las virtudes religiosas y militares del faraón.

Los denyen mencionados en las inscripciones (figuran como dnjn) se describen como gentes procedentes del mar. En el Papiro Harris, documento en el que se resumen los acontecimientos relevantes del reinado de Ramsés III, el faraón se jacta de haberles aniquilado “en sus islas”. Su identificación con los dánaoi homéricos fue sugerida desde antiguo, ya por los primeros egiptólogos en el siglo XIX, quienes entendieron que el término era una forma ortográfica revisada del arcaico Tanaya-Tanayu con el que los egipcios se referían a los habitantes del mar Egeo, muy probablemente los griegos. Esta asociación sería corroborada por la posterior vinculación de Dánao con Egipto en el ámbito del mito griego, siendo de esta forma un eco lejano de la práctica egipcia de llamar de esta forma a los griegos.      

Hay otras posibilidades muy factibles. En otros textos egipcios se designa a este pueblo como danuna. En una de las misivas de El-Amarna se menciona a su rey y se ubica su territorio de origen al norte de Ugarit. También se les atribuye el apelativo dene, en el Onomasticon de Amenope, lista de nombres de ciudades de Siria y Palestina con sus tribus, que se data a fines del siglo XII a.e.c. En la inscripción bilingüe de Karatepe, (siglo VIII a.e.c.), se alude al pueblo de los danunios dentro de un contexto local perteneciente al espacio geográfico de la Cilicia anatolia. Estos factores parecen aconsejar identificarles en este ámbito del Asia Menor meridional, zona donde aparece el topónimo Adana, que en la forma Adaniya figura del mismo modo en los textos hititas antiguos.

La identificación de dnnym o danuna con los antiguos habitantes de Adana parece demostrada, en tanto que el término fenicio dnnym corresponde, en luvita, o al término adanawa, o a adanawani, de tal manera que los danunios serían los habitantes de Adana y de su territorio. El país, citado como danuna, podría aparecer en la lista de ciudades conquistadas en Siria, e inscrita en el obelisco blanco de Asurnasirpal II, datado en el siglo IX a.e.c., en una inscripción fenicia de Zincirli, también de mediada la misma centuria, en donde se menciona que el monarca de los danunios ejerció cierto dominio sobre el país de Sam’al, y en las tablillas de Alalah, en la forma Atanni.

Su aspecto externo, como aparecen representados en los relieves de Medinet Habu, vestidos con un gorro compuesto de plumas o hierbas atado con una cinta bajo el mentón, los asimila a otros componentes étnicos de los Pueblos del Mar, caso de los Peleset o los Tjekker, que parecen ubicarse originariamente en este mismo contexto geográfico.       

En cualquier caso, y a pesar de las dificultades que presentan estas dos identificaciones reseñadas, no se puede descartar por completo una posible presencia de elementos egeos en el conglomerado étnico denominado Pueblos del Mar, en especial si se tiene en consideración que se ha probado la presencia micénica en las costas occidentales de Asia Menor, en concreto en Mileto, identificable con esa Millawanda de los textos hititas, y tal vez en otros sitios de la geografía anatolia meridional. En consecuencia, no sería una locura imaginar que hubieran participado en una serie de incursiones, con el objetivo primordial del saqueo, aprovechando el vacío de poder ante la inestabilidad imperante en el Mediterráneo oriental, y no tanto con el deseo de instalarse permanentemente en otros territorios. Hay que recordar que la práctica de la piratería por los reinos micénicos no fue inhabitual. De hecho, es muy factible que las incursiones hacia Egipto en busca de botín de parte del falso cretense que quiere simular Odiseo, podrían representar un recuerdo inmemorial de semejantes actividades.

Las noticias parcas y muy diseminadas sobre estos ataques y avances, halladas en fuentes orientales, particularmente egipcias, recogen, muy probablemente, sólo una pequeña porción de un fenómeno más complicado y extendido que pudo afectar a la mayoría del ámbito geográfico señalado y regiones periféricas colindantes, Uno de tales avances perturbadores podría estar detrás de la presunta realidad histórica oculta tras la mítica guerra de Troya que, en cualquier circunstancia, parece más el resultado o el síntoma de los disturbios del periodo que la causa directa o el origen de los mismos. En tal sentido, el ciclo épico de los Nóstoi o retornos de los diferentes héroes protagonistas en la guerra de Troya y su dispersión por diferentes rincones del Mediterráneo, oriental y occidental, configuró el modelo mítico adecuado para explicar la presencia griega en el exterior dando cuenta, además, y probablemente, de forma distorsionada, de un proceso migratorio general acontecido tiempo atrás, que habría dejado improntas en la tradición oral de la que emana la poesía épica.

La tradición mítica helena, aglutinada en los poemas épicos como los Nóstoi o la Melampodia que se le atribuye a Hesíodo, recoge noticias sobre la emigración de ciertos héroes griegos hacia territorios orientales al finalizar la guerra de Troya o después de la destrucción de Tebas a manos de los Epígonos. Anfíloco, vástago de Anfiarao, marchó hacia Panfilia y Cilicia, fundando la ciudad de Malos, fundación compartida en otros testimonios con el adivino Mopso, quien habría conducido a los emigrados hasta las regiones levantinas de Siria y de Palestina; El nombre Mopso, de hecho, aparece en documentos orientales, caso de los textos hititas o la inscripción bilingüe de Karatepe, un factor que refleja la presencia griega en estas zonas, expresado en tradiciones míticas ulteriores. Teucro, por su parte, hijo de Telamón, se desplazó hasta Chipre, donde fundó Salamina; Agapenor, dirigente arcadio, se dirigió hacia la misma isla, en donde fundó la nueva Pafos.

El periodo de los retornos conforma un relato sobre naufragios e itinerancias, de establecimientos forzados en tierras alejadas, también de regreso a hogares fragmentados y dominados por pugnas familiares o sobre emigraciones con la finalidad de construir una vida en nuevos territorios. Heródoto se hace eco de estas tradiciones al mencionar que Anfíloco habría fundado la ciudad de Posideo, en la frontera entre cilicios y sirios, que los cilicios recibían antiguamente el nombre de hipaqueos o que los panfilios descendían de aquellos soldados que acompañaron a Calcante y Anfíloco después de la dispersión de los griegos que retornaban de Troya.

Aunque tales tradiciones no sean un eco o reflejo fidedigno de las migraciones de finales de la Edad del Bronce e inicios de la Edad Oscura, la dispersión de la cerámica micénica III C, de fabricación local, por las costas del Mediterráneo oriental, vendría a reflejar en el registro arqueológico la veracidad básica de tales mitos y leyendas.       

La posibilidad de que, en sus inicios, la implantación de los filisteos en Palestina estuviera relacionada directamente con los movimientos de población provenientes del Egeo, constituye una vía más hacia la presencia de gentes egeas, seguramente micénicos, en las costas orientales. En todo caso, los filisteos asentados en Palestina quedaron prontamente asimilados al entorno cananeo en el que habitaban, adoptando lengua y escritura locales, así como sus deidades, de manera que el probable legado egeo fue olvidado y las influencias locales se convirtieron en preponderantes. Existen dudas acerca de la realidad histórica de estas hipótesis. Es muy posible que la cerámica de tipo micénico III C, que combina elementos chipriotas y micénicos, pudiese avalar una migración oriental desde la isla de Chipre más que desde el ámbito egeo o de la Grecia continental, pues en Chipre pueden haber tomado forma los elementos del nuevo complejo cultural que caracteriza toda la región.

Debió existir un constante flujo de gentes que iban buscando seguridad y nuevas oportunidades que ofrecían espacios como Chipre. Para lograrlo recorrerían las antiguas rutas marítimas, llevando consigo esquemas artísticos e ideológicos. Estos migrantes pudieron ser, en cualquier caso, especialistas en determinadas habilidades artesanales o comerciantes, más que familias enteras.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, septiembre, 2021.

 

27 de abril de 2021

Ciudades del mundo antiguo V: urbes del Mediterráneo y clásicas grecorromanas




Imágenes, de arriba hacia abajo: panorámica de Pompeya, con el Vesubio al fondo; panorámica de las ruinas romanas de Cartago; frescos con delfines en el palacio de Cnosos y; vista aérea de los restos del palacio de Cnosos en Creta.

En esta última sección, la quinta, se tratarán ciudades relevantes del ambiente del Mediterráneo, relacionadas con culturas destacadas (Minoica, Etrusca, Cartaginesa), así como aquellas clásicas romanas y griegas. Es el caso específico de Palmira, Pompeya, Roma, Caere, Cartago, Cnosos, Atenas y Corinto.

Palmira, en árabe Tadmur (urbe que repele), fue una antigua ciudad aramea en Siria, nacida en torno a un oasis, a poco más de doscientos kilómetros de la capital Damasco. Se la denomina Ciudad de los árboles del dátil. Con presencia poblacional desde el V milenio, Palmira se convertirá en centro estratégico y comercial en virtud de su ubicación en la Ruta de la Seda (unía India y Persia con los puertos del Mediterráneo occidental). Como lugar de parada de las caravanas adquirió la denominación de Novia del Desierto. Llegó a ser la capital de un reino de poca duración en época de la reina Zenobia, en el siglo III. Pasó a ser colonia romana para caer posteriormente en el olvido hasta el siglo XVII, cuando poblaciones nómadas la reutilizaron para sus cabalgaduras.

El tetrapylon, el templo del dios Bel (dios solar), el ágora, la gran columnata, el teatro, el templo Nebo y el valle de las tumbas, en las afueras de la ciudad, que servía como necrópolis, serían sus vestigios más impresionantes. Algunos, por desgracia, como el templo de Bel o el arco del triunfo, destruidos por la intolerancia del llamado Estado Islámico (Daesh). Su primera mención se encuentra en las tablillas del archivo de Mari que datan del II milenio. También aparece mencionada como ciudad fortificada en la Biblia hebrea, en el Talmud y la Midrash. Incluso Flavio Josefo atribuye su fundación al rey Salomón. Bajo el control seléucida en el siglo IV a.e.c., la urbe aparece como una ciudad independiente. Palmira sería ya parte de una provincia romana, la de Siria, desde Tiberio (14-37), siendo renombrada por Adriano como Palmira Hadriana en el siglo II. Zenobia se rebelaría contra la autoridad  romana, haciendo algunas conquistas y encabezando un efímero reino. Tuvo que ser Aureliano en el último cuarto del siglo III quien restaurase el control romano. Se establecieron en ella legionarios y Diocleciano la amuralló ante la amenaza de los persas sasánidas. Ya en el siglo VII fue conquistada por los árabes.

Pompeya fue una célebre antigua ciudad, sita en Campania, en Italia. Su origen se remonta a una pequeña comunidad de cazadores y pescadores oscos, que se puede datar en el siglo VIII a.e.c., y que recibiría influencias de griegos, etruscos, samnitas y romanos. Los oscos fueron un pueblo itálico emparentado con los latinos. Entre 524 y 475 estuvo en manos etruscas, y a partir de mediado el siglo V a.e.c. la ciudad estuvo bajo la influencia de Capua y los griegos de Cumas. Un siglo después, está presente la influencia samnita.

El dominio samnita, pueblo prerromano de lengua osca, dejó una impronta en la ciudad, en forma de trazado de calles y en la construcción de sus murallas. Desde fines del siglo IV Pompeya parece aliarse a Roma (está con ella en la tercera Guerra Samnita). Incluso durante la segunda Guerra Púnica (218-202 a.e.c.), momento en que Campania se subleva contra los romanos, se mantiene fiel a Roma. Unos años después de la Guerra de los Aliados en torno al 90 a.e.c., Lucio Cornelio Sila instalará en ella veteranos de sus campañas sirias como colonos, otorgándole a la ciudad el estatus de colonia (Colonia Cornelia Veneria Pompeiorum). Contaría en tal sentido, con instituciones autónomas similares a las de Roma. Estamos en este momento ante una sociedad estamental, en la que la elección de los magistrados se basaba en la riqueza y el rango del candidato, vinculado a su origen familiar y a su prestigio social. Pompeya acabará siendo, por tanto, lugar privilegiado de descanso de los aristócratas romanos, su lugar residencial de recreo.

En los años previos a la famosa erupción del Vesubio (en el 79) Pompeya era una ciudad rica (de unos 20000 habitantes), con predominio de haciendas o villae rusticae que producían aceite, trigo y vino, mientras que en el centro de la urbe había talleres de cerámica, fábricas de salazones y manufacturas de tejidos. Sería el clasicismo y la moda del imperio los que impulsarían las investigaciones a fines del siglo XVIII e inicios del XIX sobre la soterrada (como Estabia y Herculano) Pompeya. Las primeras excavaciones se preocupaban básicamente por exponer las estructuras arquitectónicas, sobre todo viviendas, tiendas y templos.

Después de la incorporación de Nápoles al unificado reino de Italia, a fines del siglo XIX, las principales excavaciones fueron llevadas a cabo por el arqueólogo Giuseppe Fiorelli, quien dividiría Pompeya en nueve regiones, las cuales se subdividían a su vez en ínsulas (equivalía aproximadamente a una manzana) y en umbrales o puertas. Sería en la época del fascismo italiano cuando Matteo Della Corte o Amedeo Maiuri promuevan el culto a una Pompeya erudita, que identificaban con el nuevo orden del régimen, convirtiéndola en una gloria nacional.

Roma fue la capital de un Estado imperial durante siglos, siendo denominada Ciudad Eterna o la Urbs. La mitología romana asocia el origen de Roma con el troyano Eneas, quien fundaría Lavinium. Posteriormente su hijo haría lo propio con Alba Longa, de cuya familia real descenderían Rómulo y Remo. Sería fundada por estos hermanos gemelos, quienes habrían establecido un nuevo asentamiento junto al río Tíber. Rómulo sería el encargado, con un arado, de comenzar a cavar el pomerium, el foso circular que fijaría el límite sagrado de la nueva ciudad. Para poblar la ciudad Rómulo aceptó poblaciones de las ciudades vecinas, de procedencia latina. Pero como Roma estaba formada por varones, buscaron el modo de obtener mujeres. Así se pensó en las hijas de los sabinos, que habitaban la colina del Quirinal. Fueron raptadas, y por tal motivo sabinos y latinos se enfrentaron en el campo de batalla. Con esta leyenda se argumentaba que ciudad había nacido de la unión de dos pueblos, latinos y sabinos, a los que se sumaría un tercer elemento, los etruscos de la Toscana y el Lacio.

Roma fue en origen un pequeño grupo de núcleos que acabaron por formar una ciudad-estado tras la dominación etrusca y luego un Estado territorial. Desde una perspectiva arqueológica fue fundada a partir de la instalación de tribus latinas en las siete colinas, asentadas en forma de pequeñas aldeas que se fusionarían en torno a los siglos X al VIII a.e.c. Al certificarse la unión se fortificó el recinto con una muralla, comenzando la primera fase de la ciudad (Roma Quadrata), en el siglo VIII, llamada así por su división en cuatro regiones, en principio desde la época de Servio Tulio. Ya en una segunda fase la ciudad se expande por el Capitolino, construyéndose el Foro y la Cloaca Máxima. A fines de la sexta centuria se edifica el templo de Júpiter Capitolino, y en la siguiente el de Saturno, además de las principales vías (Flaminia, Appia, o Latina).

Ya con Augusto, a comienzos de, Principado, la ciudad se dividiría en 14 regiones. La ciudad pudo contar con una población de unos 200.000 habitantes en el siglo I a.e.c., en tanto que entre los siglos II y III un millón o millón y medio. Desde la fundación de la ciudad por Rómulo (753 a.e.c. según la tradición), hasta el advenimiento de la República (509 a.e.c.), Roma será gobernada por siete reyes, no todos históricos, y de estirpe sabina y etrusca. Uno de ellos, Tarquinio Prisco, sería el encargado de convertir Roma en una ciudad, con calles bien trazadas y barrios delimitados, mientras que Servio Tulio se encargaría de la construcción de la primera muralla de Roma y reorganizaría el orden político de la urbs.

Tras la expulsión de los reyes se instaura la República, recayendo el poder en Roma sobre los patricios, que formaban el Senado y eran elegidos por los ciudadanos para los cargos públicos. El gobierno lo ejercían dos cónsules, que se renovaban de año en año. Durante siglo y medio los latinos mantuvieron continuos enfrentamientos con Roma, conocidos como Guerras Latinas. Luego vendrían otros conflictos, como las Guerras Samnitas. Con las Guerras Púnicas, enfrentándose a Cartago, Roma acabará imponiendo su presencia, tras superar la amenaza de Aníbal, en todo el ámbito Mediterráneo. Roma, así, se hace dueña absoluta del Mediterráneo occidental, con lo que comienza la época de las grandes conquistas y la colonización de territorios ya dominados, como la Península Ibérica, el sur de la Galia o el Norte de África.

El contacto con el ámbito griego propició la fascinación romana por el arte, la filosofía y la propia lengua griega, concebida para razonar. Los nobles comenzaron a copiar las esculturas griegas, enviaron a sus hijos a aprender griego o a deleitarse con la música y la poesía llegadas de Oriente. Los más conservadores, aseguraban que ello sería el fin del espíritu romano, pues las costumbres griegas conducirían a la ciudad, después de tanto esfuerzo, a la molicie y la decadencia. Sin embargo, tras asimilar la cultura griega, Roma comenzó a dominar también  a través de la fuerza de su civilización, sembrando así las semillas de la cultura occidental. Tras la crisis del siglo I a.e.c. y el colapso de la República, se impone el principado de Augusto y nace el imperio. La paz pública y la bonanza económica, hicieron del reinado de Augusto la época más brillante de la cultura romana, con la presencia de figuras como Virgilio, Ovidio o Tito Livio. Todo en la ciudad proclamaba el nacimiento de una era de paz y prosperidad, la gloria del Imperio y la llegada al Mediterráneo de la famosa Pax Romana.

Tras las dinastías de emperadores Julio-Claudios, Flavios, Antoninos (algunos de los cuales configuran la edad de oro imperial, como Trajano, Adriano o Marco Aurelio) y los Severos, Roma entra en una crisis, en el siglo III, que será a la postre definitiva, derivando en el Dominado (fines del siglo III y todo el IV). Constantino, quien declararía la libertad de cultos, convertiría Constantinopla en capital imperial. De forma que Roma pierde prestigio. A comienzos del siglo V, los godos invaden Italia y obligan a los emperadores a trasladarse a Rávena. En 410, las tropas de Alarico asaltan Roma y, de un modo más simbólico que real, ponen fin a toda una época.

Caere, Agilla en griego (Heródoto, por ejemplo), también en etrusco Cisra, fue una famosa y antigua ciudad comercial de la Etruria, ubicada a menos de cincuenta kilómetros de Roma y que en la actualidad se corresponde con Cerveteri. Sus antiguos dominios limitaban con otros conocidos asentamientos, Veyes y Tarquinia.

Sus orígenes están envueltos en la bruma del mito, pues según recogen algunas fuentes (Virgilio, Dioniso de Halicarnaso) habría sido una ciudad sícula (o de los tirrenios no griegos, y probablemente etruscos) conquistada por los pelasgos, grupos de población griegos que se desplazarían desde Tesalia. La ciudad etrusca se fundaría, probablemente, sobre un asentamiento previo, datado en el período villanoviano, hacia el siglo IX a.e.c. Durante los dos siguientes siglos se verifica arqueológicamente la presencia de una rica aristocracia, cuyos miembros se inhumarían en tumbas de cámara. En el siglo VII a.e.c. llegan a Caere ceramistas griegos, probablemente eubeos o corintios. En la siguiente centuria, los comerciantes jonios importan, además de productos, estilos artísticos y costumbres orientales. Es la época en que las familias aristocráticas ceretanas, que inician su expansión en el mar, se alían con los cartagineses para detener la actividad griega. El resultado es la famosa Batalla de Alalia contra los focenses (hacia 540 a.e.c.).

En la época de los reyes romanos, Caere estuvo en conflictos con Tarquinio el Viejo. Muerto el rey la ciudad se alió con Veyes y Tarquinia en contra de Servio Tulio. Caere y Roma estuvieron asociadas por un tratado de hospitalidad después de que se refugiasen en Caere sacerdotes y vestales romanos, con multitud de objetos sacros, tras la invasión gala de 390-387 a.e.c. A pesar de tal alianza, en el momento en que Caere fue favorable a Tarquinia en la guerra de ésta contra Roma, los romanos intervinieron y Caere acabó sometida, recibiendo sus habitantes la ciudadanía romana. Ya a partir del siglo IV a.e.c. Caere se convertiría en un más bien pequeño municipio romano. Muchos siglos después, en el IV de nuestra era llegó a ser sede de un obispado, subsistiendo hasta el siglo XIII, cuando la población, por las incursiones sarracenas, debió trasladarse a un nuevo emplazamiento siendo abandonado el antiguo, conocido desde entonces como Caere Vetus (Cerveteri).

Cartago, en fenicio, Qart Hadasht (o nueva ciudad), fue una antigua colonia fenicia de la ciudad-estado de Tiro, hoy en el actual Túnez. El mito convierte a la princesa fenicia Elisa (Dido) en su fundadora hacia el siglo IX a.C., quien recibiría a Eneas y sus refugiados de Troya. La historia trágica de amor entre Eneas y Dido (que entre otros narra Justino con variantes), daría pie a la configuración de la enemistad entre Cartago y Roma, a partir del momento en que Eneas huye de Cartago para cumplir su destino en Italia y Dido se suicida. Al margen de la leyenda, es sabido que desde el II milenio, gentes de Sidón y de Tiro, ante la amenaza de los asirios y su imperialismo expansivo, se embarcan hacia el occidente del Mediterráneo.

La arqueología, apoyada en autores como Eudoxo de Cnido, Apiano o Filisto de Siracusa, desvela el establecimiento colonial en época de la guerra troyana, hacia 1200 a.e.c., aunque habría que retrasar la fundación hasta el siglo IX, pues una inscripción del rey asirio Salmanasar III la fecha en torno a 820 a.e.c. A la llegada de los colonos tirios se encontrarían con un asentamiento indígena en la denominada colina de Byrsa, cuyos habitantes vivían en cabañas de planta ovalada. La colonia surgió como una cultura mestiza.

En la Cartago arcaica existió un urbanismo temprano en torno a calles y plazas, así como varios puertos, además de espacios sacros como el tofet (santuario que honraba a Tanit y Baal, a los cuales se le sacrificaban personas), y las murallas. La posterior creación de una gran armada puso las bases del tan cacareado imperialismo cartaginés desde el siglo V a.e.c., que motivaría su encuentro (y sus desencuentros) con Roma. Cartago no sería una simple fundación comercial, sino que se buscó controlar el territorio adyacente, lo cual dio como resultado la creación de Cartago como una entidad urbana de carácter estatal y vocación mercantil, capaz de dominar sobre Mauritania y Numidia.

Con la caída de Tiro a manos caldeas, Cartago fue independiente, estableciendo un estado poderoso que rivalizaría con las ciudades-estado griegas de Sicilia y con la Roma republicana. Con Roma se enzarzaría, a partir del siglo III a.e.c., en las Guerras púnicas, tres en total, en pugna por el control del mediterráneo occidental. Acabaría derrotada, y la ciudad devastada por Escipión Emiliano en 146 a.e.c. Posteriomente, Augusto fundó en Cartago una colonia romana (Colonia Iulia Concordia Carthago), convirtiéndose en la capital de la provincia romana de África y en surtidora de trigo a todo el imperio a través de su famoso puerto. En esta época, la urbe llegó a tener cerca de medio millón de habitantes. A comienzos del siglo V cae en manos vándalas y luego estuvo bajo el poder de Bizancio hasta comienzo del siglo VIII.

Cnosos, también conocida como Cerato, según Estrabón, fue la ciudad principal y núcleo fundamental de la civilización minoica cretense, situado a muy pocos kilómetros de Heraclión. Sus orígenes se hallan anclados en el Neolítico, desde el VI milenio a.e.c., siendo su época del mayor florecimiento durante el Minoico Medio, momento en el que se desarrolla el sistema de escritura Lineal A.

La tradición mitológica cuenta que el rey Minos fundó tres ciudades en Creta, una de ellas Cnosos, en donde estaba el Laberinto construido por Dédalo para encerrar al Minotauro. En el Catálogo de las Naves de la Ilíada Cnosos es nombrada como una de las localidades cretenses a cuyo mando estaba Idomeneo, uno de los aqueos coaligados en contra de Troya. Hacia 1900 a.e.c., durante el Bronce Antiguo, se estructura en Cnosos un imponente complejo palacial que confiere a la ciudad un enorme prestigio. Destruido el complejo por un terremoto un par de siglos después, se erigió de nuevo. Este palacio, como el de Festo, será sede de un poder cuya cabeza es un soberano que une en su persona poderes políticos y religiosos.

Este complejo palacial cretense refleja la transformación de una cultura agropastoral en una suerte de talasocracia, de dominio comercial marítimo regulador de los intercambios con Egipto o los reinos del Próximo y el Medio Oriente. Se trata de un palacio-ciudad, con presencia de muchos espacios que se aglomeran en torno a un patio, con usos políticos, residenciales, religiosos o económicos. A las funciones residenciales, administrativas, comerciales y productivas se suman explanadas con escalinatas, tal vez lugares para celebrar espectáculos o ceremonias públicas. Los soberanos de Cnosos alcanzarían su mayor poder hacia 1600 a.e.c. Tras el dominio micénico de Creta y el paso de la Edad Oscura, momento en que penetrarían los dorios, Cnosos siguió siendo un núcleo de intercambio mercantil con localidades orientales.

Poco después de caer bajo el domino romano, a partir del siglo I a.e.c., Augusto funda una colonia en Cnosos, cuya nueva denominación sería Colonia Iulia Nobilis Cnossus. En la etapa bizantina, Cnosos sería sede de un obispado. Después de ser conquistada la isla por los árabes Cnosos perdió relevancia, importancia que fue obteniendo la actual Heraclión. Las primeras excavaciones en la localidad se realizaron en el último cuarto del siglo XIX por parte del cónsul de España y arqueólogo solamente aficionado, Minos Kalokairinós. A principios del siglo XX sería ya Arthur Evans el encargado de excavar el yacimiento, del cual proceden, además de renombradas estancias y estructuras (el gran palacio, casa de los frescos, la mansión real o la casa de los huéspedes), casi 3000 tablillas escritas en un sistema de escritura silábico denominado lineal B, precedente del griego antiguo.

Atenas, la actual capital de Grecia, se encuentra ubicada en una península rocosa en la región del Ática, en la que existen tres llanuras de importancia, Eleusis, Maratón y la propia Atenas, ésta última conectada con el mar a través del puerto del Pireo. El nombre de la ciudad deriva de la diosa Atenea, quien habría competido con Posidón por ser su deidad políada. Una versión mítica muy difundida señalaría a Egeo como su primer rey, padre del gran héroe Teseo. El sitio, particularmente la Acrópolis, ha estado habitado desde el IV milenio hasta el momento actual.

Hacia 1400 a.e.c., Atenas es un asentamiento micénico. Unos siglos después, Atenas destaca como núcleo comercial gracias a la fortaleza de la Acrópolis y a su acceso al mar, estando en este sentido a la par de la Cnosos cretense o el yacimiento de Lefkandi en Eubea. Los mitos cuentan que Atenas habría estado controlada por reyes, miembros de una aristocracia terrateniente conocida como Eupátridas, quienes gobernaban desde el Areópago a través de Arcontes, hasta el siglo IX a.e.c. Cuatro tribus se repartirían la región. En esta época, gracias al proceso del sinecismo, varias localidades entraron en dependencia de Atenas, factor que la convirtió en un Estado.

El malestar social acuciante en el siglo VII trajo consigo la aparición de Dracón y luego de Solón, cuyas reformas, que limitaban el poder de los Eupátridas, pusieron los cimientos de la futura democracia ateniense, previo paso de la tiranía de Pisístrato y sus hijos. Clístenes sería el precursor de la democracia, estableciendo 10 tribus, divididas en tres trittyes y cada una de éstas con uno o más demos.

Tras ser la ciudad capturada y saqueada por los persas, los atenienses (liderados por Temístocles), con sus aliados, vencerían a los invasores, primero en Salamina y luego en Platea. La victoria le permitió a la ciudad reunir buena parte del Egeo en la Liga de Delos, alianza dominada por los atenienses, lo que será el preludio de la guerra civil entre poleis, conocida como Guerra del Peloponeso. En los inicios de esta guerra, a fines del siglo V a.e.c., la ciudad contaría, entre metecos (extranjeros residentes), ciudadanos y esclavos, con unas 400.000 almas. Esta época, y hasta la conquista de la ciudad por Macedonia, Atenas fue el centro neurálgico de la cultura (arte, filosofía, literatura), con la presencia de personalidades como Eurípides, Platón, Hipócrates, Fidias o Heródoto, además de un estadista como Pericles. Atenas fue también una potencia colonizadora a través de las cleruquías (tierras cedidas a ciudadanos empobrecidos), lo cual se tradujo en un imperio colonial.

Bajo el control de Roma, Atenas siguió siendo una ciudad libre respetada y muy reputada, siendo un centro de aprendizaje y filosofía durante el gobierno romano. Algunos emperadores, como Adriano, la embellecieron con un gimnasio, santuarios, una biblioteca, un puente y un acueducto. Ya a mediados del siglo III la ciudad fue saqueada por los Hérulos, siendo posteriormente refortificada pero ya en una pequeña escala, y devastada por Alarico a fines del IV. Atenas se limitaría a una reducida zona fortificada, mínima fracción de la antigua ciudad. En cualquier caso, los logros atenienses, como los de Roma, forman parte indeleble de la civilización occidental.

Corinto fue una antigua ciudad-estado griega de estratégica posición, en el estrecho que une el Peloponeso con la Grecia del continente. Según la mitología griega sería fundada por Sísifo con el nombre de Éfira. Es mencionada ya en Homero como una de las ciudades que bajo el mando de Agamenón luchan en Troya.

Desde fines del siglo XIX, las investigaciones arqueológicas de Corinto fueron conducidas por la Escuela Americana de Estudios Clásicos en Atenas. Destacan entre sus restos el Diolkos, la fuente Priene, el templo E, las columnas del templo de Apolo, el templo de Asclepio y el ágora romana. En el siglo V a.e.c. la ciudad pudo tener una población aproximada de unos 70000 habitantes.  La zona de Corinto ha estado habitada desde el neolítico. El istmo estuvo poblado en época micénica. En tablillas del lineal B aparece el topónimo Ko-ri-to, si bien se constata en el palacio de Pilos, lo cual ha puesto en duda su relación con la ciudad. La tradición señala que a la llegada de los dorios se enfrentaron contra los eolios y los jonios que habitaban la zona. Los dorios acabarían reinando en Corinto.

En Corinto fueron decisivos los dorios Baquíadas, familia que gobernaría la ciudad en el período arcaico (siglos VIII y VII a.e.c.), una etapa de expansión cultural corintia, verificada sobre todo en la cerámica, el comercio marítimo, la organización de juegos rituales (Ístmicos) y el empleo de monedas. En esta época Corinto es ya un Estado unificado, capaz de fundar varias colonias, como la famosa Siracusa o Ambracia. A mediados de la séptima centuria antes de Cristo la familia de los Baquíadas fueron expulsados por el tirano Cípselo, posteriormente sustituido por Periandro. Un tiempo después, los espartanos instituirían un gobierno aristocrático, de modo que Corinto sería un aliado permanente de la confederación lacedemonia.

Corinto tuvo en rol destacado en el estallido de la Guerra del Peloponeso a causa de su enemistad con Atenas con motivo de la ayuda que ésta le proporcionó a Córcira, antigua colonia corintia. La hegemonía espartana fue opresiva, de forma que los corintios, con los argivos, atenienses y beocios configuraron una coalición que enfrentó al imperialismo espartano en la Guerra de Corinto (principios del siglo IV a.e.c.). Con la Paz del Rey o de Antálcidas, en 386 a.e.c., los exiliados corintios, filoespartanos, procuraron ser fieles a Esparta. En 338 a.e.c. la ciudad es conquistada por Filipo II de Macedonia, convirtiéndola en el centro de la Liga de Corinto. La ciudad fue ocupada un siglo después por Antígono III Dosón, hasta que fue declarada ciudad libre por los romanos y unida a la Liga Aquea. El cónsul Lucio Mumio fue el encargado de destruir la ciudad (en 146 a.e.c.) siendo su territorio convertido en agger publicus.

No obstante, en 46 a.e.c., Julio César reconstruyó la ciudad enviando una colonia de veteranos y hombres libres, adquiriendo la denominación de Colonia Julia Corintia. En la nueva Corinto Pablo de Tarso fundaría un grupo cristiano. Sería ya la capital de la provincia romana de Acaya durante todo el Imperio romano. Finalmente, fue saqueada por los hérulos en el siglo III, a fines del siglo IV por los visigodos de Alarico I, mientras que en el VI un terremoto la destruyó y en el VIII fue conquistada por eslavos.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, abril, 2021.   

 

3 de febrero de 2020

Doble hacha, abeja y nudo: exponentes simbólicos de la deidad femenina






Imágenes, (desde arriba hacia abajo): sello micénico que muestra la Diosa con la doble hacha cercana al árbol vital. Hacia 1500 a.e.c.; representación de la diosa-abeja en una placa de oro hallada en Camiros, Rodas. Datada entre 800 y 700 a.e.c.; sello de anillo dorado del sepulcro de Isopata, donde se ve una epifanía con diosa abeja, un niño y una sacerdotisa en un campo de flores (lirios). Hacia 1450 a.e.c. y; fresco mural (La parisiense), que muestra una sacerdotisa minoica con nudo sacro. Cnosos, 1500 a.e.c.


El hacha doble es un símbolo muy arcaico. Hay constancia del mismo en cuevas del Paleolítico, como Niaux, en el sudoeste de Francia, y también en el neolítico, específicamente en el yacimiento de Tell Halaf, en el actual Irak. En Creta es un motivo recurrente. Aquí, grandes hachas de bronce y de doble filo, con largos mangos, se colocaban a los lados del altar de la deidad, donde las oficiantes al celebrar sus ritos las sostenían en las manos o sobre sus propias cabezas. Es sabido que señalaban la entrada a sus santuarios.
El hacha, de carácter sacro, se configuraba como el instrumento ritual que sacrificaba al toro, animal cultual que encarnaba, en el ámbito de la cultura cretense, el poder regenerador de la deidad femenina.  Es probable que el sacrificio del animal macho, visualizado como símbolo de la fertilidad, renovase el ciclo vital. En Creta, como en el antiguo Egipto, se adoraba el árbol (imagen de la diosa), de forma que se requería una ceremonia específica, además de un hacha sagrada, cuando se talaba un árbol. El hacha nunca aparece en Creta sostenida por un varón ni por un sacerdote, hecho que podría indicar la ausencia de una asociación aria, que posteriormente vincularía el hacha con el dios del trueno y el grito en la batalla.
Se ha interpretado que los dobles filos del hacha se desarrollaron a partir de la imagen de la mariposa en el Neolítico. En este sentido, la doble hacha imitaría de una manera precisa las alas dobles de ese insecto que se metamorfosea. La mariposa es todavía en muchos lugares una imagen representativa del alma, hasta el punto que en Grecia el mismo término designaba a las dos (psyché).  
Otro insecto, en este caso la abeja, en paralelo a las mariposas, pertenecen ambas a la imagen de la deidad de la regeneración. Creencias arcaicas afirmaban que las abejas habían salido del cadáver de un toro. La asociación entre toro y abeja se constata ya en el Neolítico a través de la imagen de la diosa abeja grabada en la cabeza de un toro. Mucho tiempo después, hacia el siglo III, el griego Porfirio sigue utilizando las mismas imágenes para hablar de deidades griegas posteriores. Así, las sacerdotisas de Deméter se llaman melissae; esto es, abejas, aludiendo a las iniciadas de esta deidad ctónica; con el nombre Melitodes se conocía a la misma Core, mientras que Ártemis, relacionada con la Luna y con competencia en los alumbramientos, fue llamada Melisa, pues al ser la luna un toro, las abejas son engendradas de este animal.
En este caso, la abeja, el toro y la Luna están asociados en el simbolismo de la renovación. En la cultura cretense la abeja significó también vida que proviene de la muerte, del mismo modo que el escarabajo en Egipto. Por otra parte, el producto de las abejas, la miel, era empleada para embalsamar y preservar así los cuerpos de los fallecidos. De hecho, algunas grandes tinajas (pithoi), halladas en las excavaciones de Cnosos, se emplearon para almacenar miel. La apicultura minoica está muy bien documentada en textos de lineal A, en donde se pueden apreciar dibujos de colmenas, un testimonio que puede remontarse factiblemente hasta el Neolítico. Además, la miel disfrutó de un rol capital en los ceremoniales de año nuevo entre los minoicos.
En el ámbito cultura griego las abejas se consideraban como la forma resucitada del toro ya muerto y también como las almas de los fallecidos. El mito de zoé, es decir, la vida indestructible, aludiría al despertar de las abejas desde un animal muerto. A todo ello habría que añadir que muy probablemente el zumbido de la abeja se entendería como la voz de la deidad o como el sonido primordial de la creación. Un poeta como Virgilio, al describir el ruido de aullidos y golpes diversos que se producían para atraer las abejas, comenta que el sonido se producía por el entrechocar de címbalos de la deidad materna. No es casual, asimismo, que en el Delfos clásico, lugar apolíneo, la sacerdotisa oracular conocida como Pitia fuese denominada “abeja deifica”. En el himno homérico a Hermes (siglo VIII a.e.c.), Apolo se refiere a tres videntes femeninas como abejas o “doncellas abejas”, que practicarían la adivinación. Tales doncellas abeja sacras, con su don profético, estarían destinadas a ser un presente de Apolo a Hermes dios, como es sabido, conductor de almas al Hades.
Un nudo hecho de tela o trigo, o incluso un simple mechón de pelo colgado a la entrada de los santuarios señalaban simbólicamente la presencia de la diosa. Estos nudos también podían llevarse sujetos a la vestimenta durante la ceremonia del salto sobre el toro. Podrían representar, en consecuencia, a la diosa. Estos nudos muestran un parecido asombroso con el haz hecho de juncos curvo que refería la imagen de la Inanna sumeria, así como una significativa similitud con las cintas para los cabellos (menat) y collares de ciertas deidades egipcias, particularmente Isis y Hathor.
El estatus ritual del nudo sacro parece diáfano. Algunas asociaciones así parecen asegurarlo. El nudo aislado muestra un frecuente parecido con una mariposa cuyas alas se estilizaron para representar la doble hacha. Es una posibilidad que se percibiese como un símbolo doble, contenedor de los conceptos de la doble hacha, la mariposa y el nudo, y que evocase, por otro lado, la figura de la deidad femenina primordial. Las alas-hacha se transforman en sus brazos y el nudo vertical en el cuerpo. Pero todavía hay más. El símbolo de la vida eterna egipcio, llamado ankh, que diosas y divinidades mantienen como signo de “divinidad”, posee una forma análoga al nudo.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, febrero, 2020.

22 de enero de 2020

Hallazgos arqueológicos (X): el anillo-sello de Néstor




El denominado anillo o sello de Néstor fue hallado por un campesino en una tumba en Pilos, en el Peloponeso. Ha sido datado en el Período Minoico Tardío (1700-1450 a.e.c.). En este sello dorado, a pesar de su pequeño tamaño, se puede observar en él una compleja escenografía, un drama de transformación, en el que aparecen como representados animales (león, perro, pájaro y mariposa), un árbol de la vida y un híbrido zoomorfo, concretamente un grifo. Estaríamos, presumiblemente, ante imágenes referidas directamente a la vida de ultratumba que imaginaron tanto minoicos como micénicos
La imaginería del sello se estructura y organiza a partir de un retorcido árbol de la vida, que brota de un pequeño montículo cubierto de brotes en el centro. Sus dos grandes ramas laterales dividen la escena en el inframundo, en la sección inferior, y la vida de ultratumba, en el sector superior. Si se observa la escena a partir de la zona inferior izquierda, se puede apreciar lo que pudiera ser una sacerdotisa con cabeza de ave que intercepta a un intruso. Sus alzados brazos parecen sugerir la presencia de sacras ceremonias solamente aptas para  iniciados. Otra oficiante, también con cabeza de pájaro, hace señas a una pareja joven, que se muestra cogida de la mano, para que se acerquen hasta el lado contrario del tronco del árbol. Mirando en dirección opuesta, otras dos figuras más con cabeza de ave parece que rinden homenaje a un grifo, sentado en un trono ante la deidad, gestualizando con los brazos alzados (acción que sugiere una epifanía), en tanto que la diosa se mantiene un tanto alejada tras él. Su brazo derecho apunta con claridad hacia abajo, en dirección al grifo, mientras que el izquierdo lo hace hacia arriba, orientado a la escena superior. Pudiera dar la impresión que tal actitud sugiere que la deidad, al final, es la  única con el poder de trasladarse del inframundo a la vida de ultratumba.
La escena que se despliega por debajo de las ramas principales del árbol recuerda las salas del juicio egipcias, en las que una procesión análoga conduce al fallecido ante el dios Osiris. En el ritual egipcio, es Tot (no se olvide, con cabeza de pájaro de pico largo, esto es, un ibis), anota el resultado del juicio, durante el cual se ha pesado en una balanza el corazón del difunto además de la pluma de la Verdad, imagen simbólica de la diosa Maat. En este caso, se observa con nitidez, los asistentes que se dirigen al grifo sentado en el trono del juicio poseen, asimismo, cabezas de pájaro. Detrás del grifo se encuentra la deidad, ubicada de manera semejante a como lo hace Isis tras un Osiris sentado.
En la raíz del árbol hay un curioso perro, que nos podría rememorar, en principio, al can guardián Neolítico que custodia el árbol de la vida, pero también al posterior chacal Anubis egipcio, que guía las almas de los fallecidos, anticipando además al célebre can Cerbero, de la mitología griega, animal asociado a Hécate, divinidad inframundana. Conviene también observar que dentro de las raíces del árbol aparecen unas pequeñas formas oblongas que semejan brotes de plantas, tal vez imágenes de una nueva vida en preparación, que surge de la muerte. Si con el gesto de la diosa se asume que la pareja fallecida satisfizo al tribunal del juicio, aquí representado por el grifo con pose y aspecto de esfinge, entonces la pareja de “almas” se trasladaría a la sección superior del sello, en donde deben enfrentarse al poder de la diosa, en este particular simbolizado en la inmensa figura de un león. El felino reposa sobre una suerte de plataforma sostenida por un par de esforzadas figuras femeninas. Su actitud de reposo pero también de vigilancia, puede referirse a su responsabilidad de resguardar los misterios de la deidad, ¿del mismo modo que en la cueva paleolítica de Les Trois Fréres?. En la parte superior del árbol, al lado del gran felino brotan ramas de hiedra, cuyo crecimiento espiriliforme, con verdes hojas perennes, sería una imagen que podría simbolizar la inmortalidad, lo cual preludiaría la famosa “rama dorada” en la Eneida de Virgilio.
La pareja está ausente del sector superior derecho de la escena, en donde domina el gran león, aunque reaparece junta al otro lado del tronco del árbol. Esto podría indicar la realización de un ritual de paso por mediación del cuerpo del animal, de ahí el gesto de epifanía de la mujer, que podría expresar satisfacción y asombro ante su nuevo y cambiado estado. Sentada ahora sobre una rama, se halla (en esta ocasión más cerca), la deidad minoica además de otra figura con la que da la impresión de estar manteniendo una especie de conversación mientras revolotean sobre su cabeza un par de mariposas.
Y es que, a fin de cuentas, toda vida contiene una promesa de renovación.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, enero, 2020