Históricamente
acostumbran los japoneses a ver fantasmas por doquier, desde antiguo. No
solamente en grandes cantidades, sino con pintorescas peculiaridades. En
realidad, aspectos casi banales pueden ser dignos de ser fantasmagóricos, ser
portadores de entidades sobrenaturales o de parecer espectros de lo más
curioso. Vamos a centrarnos en unos cuantos notables casos.
El
primero es el de En’enra, el humo que ahuyenta a los mosquitos de las viviendas
humanas, y que suele elevarse en el aire formando una serie de extrañas y
siniestras figuras. De hecho el nombre del fantasma significa humo sedoso, pues
parece seda soplada por el viento que parece a punto de destruirse. El segundo
es Kazenbô, monjes antes del fuego. Se decía que la montaña Toribe era el lugar
de incineración de los miembros de la familia imperial y de los aristócratas.
Sin embargo, desde fines del siglo X algunos monjes se quemaron vivos allí con
la intención de alcanzar una vida paradisíaca, pero como varios mantuvieron sus
rencores a lo largo del trayecto, provocaron la creación de este monstruo.
El
tercer ejemplo se denomina Hatahiro, y refiere los tejidos inacabados de una
máquina tejedora que son rebanados con un cuchillo por una mujer despechada al
saber que su marido no regresa a su casa y se fuga con otra dama. El despecho,
el resentimiento y el odio quedan de esta maneara plasmados en la máquina, que
se convierte en una sierpe. El cuarto protagonista es Burabura, que tiene la
forma de una lámpara de papel dispuesta en un arrozal de las regiones
montañosas, aunque en realidad se trata del fuego de un zorro que cuelga de un
arbusto de una planta llamada rangiku.
Todo ello con cierta forma de cabeza humana.
El
siguiente ejemplo, el quinto de esta serie, es el monstruo Tsunohanzô.
Probablemente esta entidad es una invención literaria. Tiene que ver con una
peculiar historia, que dice que a la poetisa de nombre Ono no Komachi le
plagiaron uno de sus bellos poemas y para probar tal aseveración se cuenta que
lavó en un balde con agua un libro, y al hacerlo, las letras falsas, y
solamente estas, desaparecieron. El sexto referente lleva por nombre Kyôrinrin.
Se relaciona con la transformación de algunos textos budistas, los Sutra, que
fueron leídos por un monje budista del período Heian llamado Shubin, que
acabaría enfrentándose con Kükai (siglos VIII y IX) por alcanzar la supremacía
de las enseñanzas búdicas japonesas. Shubin quiso asesinar a sus rivales usando
para tal fin venenos y maleficios. Pero acabó muriendo él porque alguna persona
lo maldijo o lo envenenó, tomando por tanto de su “propia medicina”.
Nyoijizai
es el nombre de este nuevo monstruo. La palabra nyoi refiere un cetro budista que otorga buena suerte, aunque en
ocasiones se usa para funciones más banales, como rascarse la espalda. Se
supone que el objeto posee una existencia diferente, hasta el punto de
transformarse en un monstruo con garras, encargadas de rasguñar las partes
corporales que sufren comezón. Nuestro penúltimo ejemplo es Hahakigami. Se
cuenta que el momento en que el fuerte viento de los tifones azota las
montañas, ello significa que en las zonas boscosas se calienta el sake, y por
tanto, Hahakigami resulta ser la escoba que es empleada por aquellos hombres
encargados de barrer las hojas caídas de los árboles fruto del vendaval. Así
pues, sería una suerte de dios escoba.
Finalmente
mencionaremos a Takarabune (armonioso sonido de las olas al chocar contra el
barco). Se trata de una suerte de monstruo que pudiera ser un elefante, aunque
es más probable que represente un tapir (denominado baku en japonés), animal que según los japoneses, y también los
chinos, devoraba los sueños.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP-UFM, febrero, 2021
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