Imágenes: por un lado, plancha en bronce en la que se aprecia a Anfiarao partiendo hacia la batalla por mandato de Erífila, su mujer (sobornada por Polinices con el famoso collar de Harmonía). A la derecha, sobre su madre, Alcmeón, quien con el tiempo vengará la muerte de su padre. Por la otra, un dibujo de la plancha que hace más nítida la escena. Museo Arqueológico de Olimpia.
No
es algo nuevo que la historia y el mito se interrelacionan y que la primera
bebe de las fuentes del segundo. Baste un caso específico como corroboración. El
papel histórico de la Tebas griega había sido, hasta la primera mitad del siglo
IV a.e.c. muy escaso. Había desempeñado un papel etiquetado de antiheroico,
pues se había asociado con los persas en la época de las Guerra Médicas y desviado
su atención hacia otro lado cuando se produjo la masacre de Platea en la Guerra
del Peloponeso. Únicamente tomó relevancia con Epaminondas y Pelópidas, quienes
en Leuctra (371 a.e.c.), acabaron con la legendaria idea de un invencible
ejército espartano. No obstante, el éxito fue efímero, pues se dilató hasta el
fallecimiento de Epaminondas en la batalla de Mantinea, apenas unos nueve años
más tarde.
Tebas
sí tenía, por la contra, un notable prestigio mítico. El ciclo tebano comenzaba
con la fundación de la ciudad por parte de Cadmo y se centraba en la trágica
historia de Edipo, que incluía los enfrentamientos de sus descendientes por el
trono tebano. Tebas, debe recordarse, era además del reino de Edipo, el hogar
de Heracles y el refugio de Dioniso. Un lugar en el que los héroes miraban a
los ojos de las deidades (oración que parafrasea el título de un espléndido
libro de Oscar Martínez García, Héroes
que miran a los ojos de los dioses, Edaf, Madrid, 2015).
Cadmo
había desposado a Harmonía, hija de Afrodita y Ares. Ambas deidades regalan a
la novia un collar dorado con cierta aura mágica, que pasaría de mano en mano
entre los descendientes del trono tebano, hasta que cae en las manos de
Polinices, hijo de Yocasta y Edipo. Polinices (“el de múltiples victorias”)
quiere usarlo para derrocar a su hermano (Eteocles) y atacar la ciudad. Pero el
éxito únicamente estaría garantizado si el adivino Anfiarao se unía a la
expedición en contra de Tebas. Pero como el adivino sabía que de aceptar no
volvería vivo, acabó por declinar la
invitación. No obstante, Polinices no cejó en su empeño y sobornó a la esposa
de Anfiarao con el ya famoso collar de Harmonía. El adivino, por juramento,
debí acceder a las peticiones de su esposa, de forma que no le quedó más
remedio que enfilar su destino hacia Tebas, no sin antes encargar a su hijo,
Alcmeón, que cuando fuera mayor vengara su muerte en la persona de su madre.
Llegado
el día, el Acmeón matricida (cuyo mito trata soberbiamente Carlos García Gual
en un libro titulado La venganza de
Alcmeón. Un mito olvidado, FCE, Madrid, 2014), queda maldito por su delito,
así como toda su estirpe, una maldición que solamente concluiría en el momento
en que el collar estuviese, de nuevo, en manos divinas.
Cuando
el poder macedonio se impone a través de Filipo II, tras la batalla de Queronea
en 338 a.e.c. (síganse aquí las Helénicas
de Jenofonte), comenzará el principio de la destrucción de Tebas. La sombra de
la destrucción que había planeado en muchas ocasiones en el mito se hace
realidad en la historia en el instante en que Alejandro Magno, sofocando una
rebelión en Tebas contra el poder macedonio, solicita al resto de ciudades de
Beocia tomen una decisión acerca del destino de la ciudad de las siete puertas
(nombrada así por Homero, Hesíodo, Esquilo, Eurípides, Higino, Apolodoro,
Pausanias[1]).
Esas ciudades acordaron la completa destrucción de Tebas y la esclavitud para
los sobrevivientes. Alejandro cumple a rajatabla tal mandato, respetando
exclusivamente los templos y, curiosamente, la casa de Píndaro (que era tebano,
el máximo exponente de la poesía lírica coral). Así, pues, Polinices había
ganado.
La
primera ciudad que de acuerdo al mito se había fundado en Grecia, había sido
destruida por iniciativa de los propios griegos, simbolizando con ello el final
de toda una época histórica.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, febrero, 2021.
[1] Il., IV, 404-405; Hes., Trab. y Días, 163-164; Esq. Los Siete contra Tebas, 390-487, 570,
632-633, 614-715; Eur., Las Fen.,
1103-1134; Hig. Fab. 69; Apol. Bibl., III, 6, 6-7; Paus. Descrip. de Grecia, IX, 8, 4-7; 8, 5-6;
16, 6; 25, 1-2.
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