La primera imagen corresponde a una danza del sol de los Lakota, esquematizada sobre una piel de bisonte. El sol es una deidad creadora y generadora de poder. La danza se celebraba cada año al principio del verano, con la intención de que sus organizadores obtengan poder espiritual ante los demás miembros de la tribu, en una especie de rito propiciatorio y de iniciación. Alrededor de un poste, vínculo entre la tierra y el submundo, se baila hasta que muchos se desmayan, en ocasiones en estado de trance. En algunos casos hay auto-sacrificios corporales, con la idea de liberarse, simbólicamente, de las ataduras de la ignorancia. La segunda ilustración corresponde a un escudo cheyene del siglo XIX, donde aparece la tortuga o “buceador terrestre”, debido a su papel en la creación. Después de que peces y algunas aves fracasaran en la búsqueda de tierra en el agua primordial creada por Maheo o Todo Espíritu entre los cheyenes, fue un ave marina quien lo consiguió, dándole al Espíritu una bola de barro que rápidamente se extendió, de modo que sólo la tortuga podía soportarla y transportarla. La tortuga gigantesca que lleva el mundo a sus espaldas es, ella misma, imagen del mundo tripartito: la concha superior es el Cielo, la inferior (plectro) es el infierno, y su cuerpo el terreno intermedio terrestre. Finalmente, vemos una pintura navaja sobre arena, con las figuras de la Madre Tierra a la izquierda y Padre Cielo a la derecha. Dioses creadores, creados, a su vez, por una deidad suprema. Son los responsables de la presencia de los seres vivos en la tierra.
Prof. Julio López Saco
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