Imágenes (de arriba
hacia abajo): panorámica de los restos de Biblos, con las huellas de un templo
fenicio en primer término; ruinas del asentamiento de Qumram; relieve que
muestra la campaña del rey asirio Asurbanipal y el saqueo de Susa en 647 a.e.c.;
vestigios del palacio real aqueménida en la ciudad de Susa; y fachada de El
Tesoro, en Petra (Jordania).
En
esta segunda entrega se hará un acercamiento a Jericó, Biblos, Beirut,
Jerusalén, Meggido, Qumram y Petra, todas ellas en el espacio del Levante del
Próximo Oriente de Asia, y a Susa y Persépolis, ambas en la región iraní.
Jericó,
Ariha en árabe y Yériho en hebreo (que significa luna, y por ello evoca a una
diosa lunar), es una antigua ciudad en Cisjordania, en Palestina, próxima al
río Jordán y cerca del mar Muerto. Posee una historia de más de diez milenios.
Se trata de la ciudad cananea citada en la Biblia,
cuyos muros cayeron ante el sonido de las trompetas del ejército de Josué, el
sucesor de Moisés. En este libro sacro se le llama Ciudad de las Palmeras.
Aunque
el recinto había sido excavado previamente a mediados del siglo XIX por el
militar, ingeniero y arqueólogo Charles Warren, sería la arqueóloga británica
Kathleen Kenyon en los años 50, quien encontraría hasta 23 estratos de
civilización y habitación. Sus primeros habitantes, del período protoneolítico
de la cultura natufiense, habitaban viviendas semienterradas de forma circular.
A ese período siguió el neolítico Precerámico A o Sultaniense. Más tarde, en el
IV milenio se constata su conexión con grupos sirios.
Si
bien durante siglos Jericó estuvo deshabitada, en la octava centuria a.e.c., se
documenta como una ciudad amplia que será destruida cuando Babilonia conquiste
el Reino de Judá, dos siglos después. Luego sería un centro administrativo de
la provincia de Judá bajo control persa, siendo después parte del imperio
Seléucida, momento en que Jericó es fortificado para enfrentar la revuelta de
los macabeos. Tras la caída de Jerusalén ante los romanos de Tito, Jericó no
será más que un diminuta guarnición romana. Con el cristianismo en época
bizantina, la ciudad volvió a poblarse y revivió a base de construcciones religiosas
(monasterios y sinagogas) hasta la conquista musulmana del siglo VII.
Biblos,
originalmente Gubla (según las Cartas de
Amarna), la Gubal cananea, y también Ciudad de la Colina, Jebail y Gibello,
es una antigua ciudad costera del norte de Líbano. En origen una ciudad
cananeo-fenicia, tuvo gran relevancia en los milenios III y II por su decidida
vocación comercial, sobre todo con Egipto, de donde importaba papiro, y por su
privilegiada posición estratégica.
Fue
el francés Pierre Montet quien hizo excavaciones destacadas en Biblos en los
años 20 del pasado siglo, descubriendo el sarcófago del rey Ahirám I, además de
una serie de estelas e inscripciones votivas. Biblos fue una de las tres urbes
fenicias que controlaron el comercio en el Mediterráneo oriental, al lado de
Tiro, urbe del dios Melkart, y Sidón, ciudad de la realeza. Sus orígenes se
remontan al VI milenio, estando englobada en la región de los emitas cananeos.
Según la tradición habría sido fundada por el dios El. Destacaba por sus templos
dedicados a Baal Shamin y a la Señora de la Ciudad, así como por sus murallas.
La ciudad estaría gobernada por reyes que recibirían el apoyo de un Consejo
asesor (Señores de la Ciudad o Consejo de Ancianos).
En
el III milenio se convierte en el principal imperio comercial próximo-oriental,
contando con una gran flota de naves mercantes y de transportes. Por su
posición geográfica obtuvo una relevancia estratégica notable, ya que en ella
confluían rutas comerciales del Mediterráneo y el interior, incluyendo
Mesopotamia y Anatolia, además de Egipto. Los grandes imperios (acadio, asirio,
hitita), vieron Biblos como una fuente de suministros durante la Edad del
Bronce (sobre todo metales, tintes y maderas). La ciudad sería ocupada por los
amorreos hacia 2200 a.e.c., que pusieron fin a las dinastías cananeas, mientras
que hacia 1750 los hicsos arrasarían la ciudad, pasando a reconocer la
soberanía egipcia en tiempos de Tutmosis III.
Sufrió
el acoso de los Pueblos del Mar, pero se recuperó gracias al comercio de las
maderas (pino, cedro, encina). De Egipto traería papiro, soporte ideal de la
escritura; recuérdese que es Biblos el lugar de nacimiento del alfabeto. Tales
relaciones cuentan con una excepcional fuente, el Relato de Wenamún, denominado Papiro
Pushkin. Finalmente eclipsada por Tiro, en el siglo VI cayó en manos
persas, aunque conservó su autonomía, para unos siglos después quedar en poder
de Alejandro Magno.
Beirut
es la antigua Berut, lo cual alude a pozos de agua; en árabe Bayruth y también
Berytus, tras ser controlada por Roma. Esta antigua ciudad es hoy capital de la
República de Líbano; una de las arcaicas ciudades que han estado
ininterrumpidamente habitadas (como Alepo, Susa, Biblos o Luxor, por ejemplo).
Se constata presencia humana asentada hacia 3000 a.e.c. Se la menciona por vez
primera en las Cartas de Amarna. A
mediados del siglo II a.e.c. cae en manos seléucidas, sufriendo una
remodelación helenística que le cambia el nombre a Laodicea. Un siglo después
adquiere el rango de colonia, con el nombre de Iulia Augusta Berytus,
destacando sobremanera por su escuela de derecho, en la que sobresale Ulpiano,
originario de la ciudad. Conquistada por los árabes en el primer tercio del
siglo VII, se vio superada como centro comercial por la famosa Akkra o San Juan
de Acre.
Jerusalén,
del hebreo Yerushalaim, es una antigua ciudad ubicada en los montes de Judea. Es
llamada la Ciudad de la Paz, lugar sacro para cristianos, judíos y fieles del
Islam, que cuenta hoy con algo más de 800.000 habitantes. Los asentamientos
históricos más antiguos se remontan al V milenio. Habitada inicialmente por los
Jebuseos en el calcolítico, no contaba con murallas y era un núcleo bastante
pequeño. Pero más tarde llegaron las tribus hebreas nómadas a Canaán, hacia
1290 a.e.c., comenzando el núcleo a adquirir mucha relevancia.
De
acuerdo a la tradición, sería la capital del Reino de Israel y del de Judá, así
como del posterior reino franco jerosolimitano. Los escritos más antiguos que
la mencionan son los Textos de Execración,
del siglo XIX a.e.c., que mencionan una Joshlamen, así como las Cartas de
Amarna, que hablan de Urusalem. La tradición, de nuevo, dice que fue fundada
por los ancestros de Abraham, aunque es probable que lo haya sido en realidad
por un pueblo semítico occidental. Siempre según la tradición, el rey David, se
la conquistaría a los Jebuseos, llamándola Ir David. Su hijo Salomón
construiría el templo y extendería los límites de la ciudad.
Tras
ser capital del Reino de Judá, estuvo dominada por asirios, babilonios y los
persas del Ciro II. Después del paso inevitable de Alejandro, el Magno, quedó
en poder ptolemaico y poco después bajo control seléucida (fines del siglo II
a.e.c.). Con posterioridad será capital del Reino de los Asmoneos, hasta la
conquista romana, autoridad que acabará instalando al conocido rey Herodes I el
Grande en el poder. Tras la toma de la ciudad por Tito, el emperador Adriano
será el encargado de reconstruirla como una ciudad plenamente romana, con el
nombre Aelia Capitolina.
Meggido
era una antigua ciudad ubicada en el llamado Camino del Mar (Via Maris). Llegó a ser un relevante
enclave comercial y estratégico. Su situación estratégica es ilustrada en el
relato de una batalla que aparece en el Templo de Amón en Karnak, donde se
explica cómo el faraón, a la sazón Tutmosis III, conquistó Meggido en 1479
a.e.c. Sus restos arqueológicos datan de, al menos, mediado el IV milenio
a.e.c.
El
yacimiento de Meggido presenta varios estratos que suponen la presencia de unas
catorce ciudades o épocas de ocupación. Tales restos revelan que la ciudad fue
también un centro religioso, pues ha aparecido un gran altar circular y tres
templos de planta rectangular. No debe pasarse por alto que la tradición
señalaba que al final de los tiempos los ejércitos de Satán se enfrentarían en
el Harmaguedón (de Har Meggido, Monte Meggido).
La
ciudad, que estuvo amurallada durante unos dos milenios fue, asimismo, una de
las ciudades imperiales del rey Salomón (reina entre 965 y 928 a.e.c.). En la
época de este soberano se construyeron varios palacios. Lo que se conoce como
Establos de Salomón, tal vez almacenes, cuarteles militares o mercados, son
edificaciones destacadas, así como un pozo de abastecimiento de agua, con una
sala-depósito, que quizá fuese parte de un sistema de conducción de aguas de
época del rey Omri o Acab, y un gran silo, datado en el siglo VIII a.e.c.,
cubierto por un techo abovedado. La decadencia de la ciudad coincidiría con la
época en la que el faraón Necao mató al rey Josías. Ya a fines del período
persa (desde fines del siglo VI al 332 a.e.c.), la ciudad quedó finalmente en
ruinas.
El
sitio de Qumran, en el desierto de Judea, aparece relacionado,
tradicionalmente, con la célebre secta judía de los Esenios. Sin embargo, se ha
apuntado que el lugar fue una parada de caravanas que abastecía a los viajeros
que se desplazaban por la “ruta de la sal”, que discurría entre Jerusalén,
Arabia y la región de lo que hoy es Somalia, así como una villa de invierno de
ciertos acaudalados jerosolimitanos. Incluso se ha dicho que fue una fortaleza
militar. Es muy probable, no obstante, que Qumran sea la Ciudad de la Sal, una
de las seis ciudades del desierto de Judea que menciona Josué.
Habitada
por primera vez en época israelita, como una fortaleza en el desierto, quedó
abandonada al caer el reino de Judá. A partir del siglo II a.e.c. el lugar
estuvo siempre habitado. Las datación arqueológicas, en cualquier caso, apoyan
la idea de que la ciudad era centro de una sociedad comunal, aunque no hay
evidencia directa entre los esenios y el lugar, y es muy escasa entre los
esenios y el grupo que se describe en los manuscritos del Mar Muerto. Autores
como Flavio Josefo, Filón de Alejandría y Plinio el Viejo han comentado que los
esenios conformaban unos cuatro mil individuos en toda el área de Palestina,
que vivían en casas comunales y que su afiliación se restringía solamente a los
varones.
Los
famosos manuscritos fueron escondidos en diversas cuevas de Qumran entre los
años 68 y 70 por los habitantes del sitio. Lo remoto del Qumran proporcionaba
un sitio adecuado para refugiarse y un lugar ideal para la custodia de tales
manuscritos. La ciudad contaba con edificios comunales en los que aparecieron
recipientes de arcilla como platos, jarras, bandejas, vasos y tinajas, que
pudieron usarse en el servicio de comidas comunitarias. También había un
magnífico sistema de suministro de agua, con varios canales que distribuían el
líquido en varias cisternas. Al lado del asentamiento, se halló un cementerio
con más de un millar de tumbas dispuestas en hileras. Los difuntos, tendidos de
espalda, orientan su cabeza hacia el sur. En las tumbas excavadas solamente se
han hallado restos de hombres (mujeres y niños han aparecido en las afueras del
cementerio).
Petra,
llamada Raqmu en árabe nabateo, fue una antigua ciudad en Jordania, capital de
los nabateos, cuyo prestigio se forjaría gracias a las rutas comerciales de
caravanas, lo cual propiciaría que tanto gobernantes como mercaderes
enriquecidos construyesen admirables edificaciones excavadas en la roca (entre
las que destacan la Fachada del Tesoro, el Monasterio o el Templo de los Leones
Alados). La arquitectura tallada en la piedra corresponde, mayormente, a las
tumbas de los ricos comerciantes, de nobles y monarcas. Sin embargo, en la
ciudad destacan también palacios, viviendas, templos, almacenes, talleres y
espacios públicos.
A
pesar de su ubicación geográfica, en un laberinto de cañones horadados en la
roca, la ciudad estuvo siempre abierta al establecimiento de extranjeros. El
origen de la riqueza de Petra estuvo en el comercio caravanero, sobre todo de
especias, seda, marfil, incienso y objetos suntuarios, pues en ella confluían
varias rutas, desde donde se distribuían productos hacia Alejandría, Jerusalén,
Damasco o Apamea. Las fuentes literarias, caso del Periplo del Mar Eritreo y de
Plinio el Viejo, detallan las tasas a las que estaban sujetas las mercancías
que atravesaban el reino nabateo. No obstante, la ciudad fue también un centro
religioso y político-cultural destacado.
Ha
habido, desde el Neolítico, asentamientos sedentarios en la región, como
demuestra el yacimiento de Beidha, datado entre 10000 y 6000 a.e.c. En
cualquier caso, el establecimiento más arcaico en Petra se fecha en la Edad de
Hierro. La ciudad fue fundada a fines del siglo VIII a. C. por los edomitas,
para ser ocupada en el VI a.e.c. por los nabateos, nómadas árabes, que provocan
el desplazamiento de los edomitas hasta Hebrón. La ciudad pudo tener una
extensión de unos diez kilómetros cuadrados un par de siglos después, aunque su
periodo de esplendor, tal vez con unos 25000 habitantes, se produjo mediado el
siglo I.
Fuentes
como Diodoro Sículo, Estrabón o Flavio Josefo, constatan la existencia de una
familia real a mediados del siglo II a.e.c. Aretas I es considerado
tradicionalmente el primer rey nabateo. Aretas III, por su parte, será capaz de
extender el reino hasta Damasco. Entre 64 y 63 a.e.c., los territorios nabateos
fueron conquistados por Pompeyo y anexados al Imperio romano, aunque Petra
obtuvo una cierta autonomía. Con Trajano, Bosra se convierte en la capital de
la provincia romana de Arabia, aunque Petra no pierde relevancia. Adriano, a
principios del siglo II le da el nombre de Petra Hadriana.
La
apertura de las rutas marítimas en época romana asestaría un golpe mortal a
Petra. La modificación de las rutas comerciales y algunos terremotos provocaron
que los habitantes la abandonasen en el siglo VI, durante el período bizantino. Los dibujos de los arqueólogos franceses León
de Laborde y Louis Mauricio Linant de Bellefonds en 1828 serán los que
establezcan los fundamentos del mito nabateo. Unos años después, vinieron las
primeras misiones arqueológicas, como la de Jules Bertou, la de Edward Robinson
o la de la asirióloga Austen Henry Layard. Sin embargo, no va a ser hasta 1924
cuando comiencen las verdaderas excavaciones científicas en el lugar.
Susa
es una ciudad iraní, cerca de los montes Zagros, cuya primera impronta se data
en el Neolítico, pero cuyo protagonismo principal corresponde al período
protoelamita, centrado en la Edad del Bronce. Aparece documentada en textos
sumerios y es mencionada en escritos hebreos y bíblicos. El asentamiento puede
remontarse al séptimo milenio a.e.c., si bien los primeros indicios de
organización urbana se producen en el V milenio. Sustituiría a asentamientos
como Choga Bonut o Chogha Mish. Hacia 4300 a.e.c., la ciudad tendría una
extensión en torno a las 17 o 18 ha.
En
su primera fase sus dos grandes asentamientos serían la Apadana y la Acrópolis.
De esta etapa únicamente quedan vestigios cerámicos de carácter funerario. En
su segunda fase, que alcanza el 3000 a.e.c., la ciudad recibe la influencia
mesopotámica de localidades como Uruk, que propiciaría la escritura y la
arquitectura en la ciudad. La fase III, que alcanza el 2700 a.e.c. sería la
etapa protoelamita. En esta época las tablillas anuncian la presencia de un
Estado que será el fundamento del Reino de Elam, de la que será capital.
La
ciudad tendrá período de autonomía con otros de sumisión a los sumerios y luego
a los acadios del gran Sargón. A finales del primer milenio, de la mano de
Kutik-Inshushinnak, y hasta mediado el
siglo VII a.e.c., Susa será el centro neurálgico del reino de Elam. Hacia 1400 se
produce el momento de apogeo, cuando se funda un centro religioso próximo a la
capital, de nombre Choga Zanbil. A mediados del siglo VII a.e.c., Elam cae bajo
dominio asirio a manos de Asurbanipal, pero pocos años después pasa a manos
persas aqueménidas, que convierten a Susa en su capital (con Ciro el Grande,
Cambises II y Darío I). Conquistada por Alejandro Magno se mantiene como
ciudad-estado griega hasta la presencia parta, cuando de nuevo Susa adquiere
relevancia, ahora como capital al lado de Ctesifonte.
Después
de ser destruida por los árabes y mongoles en los siglos siguientes, la ciudad
desaparece de la historia hasta el siglo XIX. Serán arqueólogos británicos
(Henry Rawlison, Layard, William Loftus) y franceses (Auguste Dieulafoy, y De
Mecquenem y Jean Perrot, ya en siglo XX), los primeros en escavar el yacimiento
en ese siglo. Hoy, la nueva Susa se llama Shush, una población relativamente
pequeña de poco más de setenta mil habitantes.
Persépolis
o Parsa, fue una rica capital imperial persa de la época aqueménida, concebida
como nueva capital por Darío I, con la idea de impresionar a los súbditos del
Gran Rey en el momento en que le ofrecieran tributos o le homenajearan. Mucho
tiempo después de su construcción se la asoció al gran rey mítico iraní, ğamšid, recibiendo el nombre de Taxt-e ğamšid, Trono de ğamšid, en tanto que en la Edad Media se denominó sad stun, Las Cien Columnas. Su construcción se empezó entre 518 y 516 a.e.c.
en el centro de la región de Fars, no muy lejos de Shiraz, manteniendo la
actividad durante dos siglos.
El
objetivo que se buscaba con la ciudad era mostrar la unidad en la diversidad
del imperio aqueménida, mostrar la grandeza del imperio y, sobre todo,
justificar la legitimación del poder regio. Persépolis era en realidad un
masivo complejo palaciego, ulteriormente ampliado por Jerjes I y Artajerjes I.
Las capitales administrativas aqueménidas eran Susa, Babilonia y Ecbatana, de
forma que la ciudadela de Persépolis desempeñaba la función de capital
ceremonial, lugar de celebración de las fiestas de Año Nuevo. Erigida en una
región bastante montañosa y remota, se trataba de una residencia real apenas
visitada en los meses primaverales. La zona de edificación parece coincidir con
una ciudad identificada con Uvādaicaya, de la cual hablan algunas tablillas
babilonias, presentándola como un activo centro urbano que mantenía relaciones
comerciales con Babilonia.
La
ciudad fue conquistada y en parte destruida por Alejandro Magno en 331 a.e.c.,
convirtiéndose en la capital de Persis, una provincia del Imperio macedónico.
Poco a poco, la ciudad entró en declive ya durante el reino seléucida. Muchos
siglos después, tras la revolución iraní, el ayatolá Sadeq Jaljalí, con
intención de erradicar las referencias culturales al período pre islámico y a
la monarquía, quiso arrasar Persépolis, pero las movilizaciones de los
habitantes de Shiraz, por suerte, lo impidieron.
Las
primeras excavaciones arqueológicas del sitio se llevaron a cabo a finales del
siglo XIX, dirigidas por Motamed Farhad Mirza, gobernador de Fars, en las que
se descubrió parte del Palacio de las cien columnas. Poco después, trabajaron
en Persépolis Charles Chipiez y Georges Perrot. En el primer tercio del siglo
XX, se llevaron a cabo excavaciones por parte Ernst Herzfeld y Erich Friedrich
Schmidt, del Instituto Oriental de Chicago. En los años 40, André Godard y el
iraní A. Sami, prosiguieron las excavaciones gracias al Servicio Arqueológico
Iraní. Además del Palacio de las Cien Columnas, la Puerta de Todas las
Naciones, flanqueada por toros alados (lamassu)
y la sala de audiencias de Persépolis, esto es, el Apadana, con una doble
escalinata, son restos arquitectónicos de especial relevancia de esta especial
ciudad.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP-UFM, marzo, 2021.
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