Los nombres del faraón y las distintas almas de los difuntos en el Egipto faraónico
Prof. Julio López Saco
Los nombres, epítetos y títulos del faraón egipcio se constituían como emblemas distintivos que lo relacionaban con los dioses y su autoridad. Los reyes egipcios poseían, durante su reinado, cinco nombres. El primero, y más arcaico era Her (Horus), representado en forma de halcón. Solía aparecer inscrito en el serej, suerte de rectángulo que remedaba la fachada del palacio sobre la que aparecía el halcón. De este modo, el faraón era la personificación de este dios en la tierra. En tiempos del Imperio Nuevo, el epíteto hijo de Horus era seguido de “toro fuerte”, aludiendo a su poder fecundador. El segundo era Nebty, las dos señoras, el buitre del alto Egipto y la cobra del bajo (Nekhbet y Wadjet[1] respectivamente). Con este título se simbolizaba el poder del faraón en todo el territorio. El tercero era Her Nebu o bien Horus de Oro, que implicaba la identificación del dios con el sol e, indirectamente, confirmaba la naturaleza divina del mandatario. El cuarto título o denominación regia era Nesu-bity (el que corresponde al junco y a la abeja), símbolos de la soberanía del rey (y de su papel garante de la estabilidad política), sobre el alto y el bajo Egipto, respectivamente. Al lado de este título se ponía aquel escogido por el propio faraón al subir al trono, que era colocado en el interior del cartucho (un círculo oblongo), formado por una cuerda, simbolizando, así, una especie de mágica protección. El quinto título aparece a partir de la IV dinastía, en concreto desde el rey Kefrén: Sa Re, hijo del dios Re, que vinculaba, en una relación de parentesco paterno-filial, al sol con el soberano. A este nombre le seguía otro, el que el rey había recibido en el momento de venir al mundo.
Para el egipcio de la antigüedad cada persona poseía una serie de componentes esenciales. Estos eran el cuerpo (jat), el corazón (ib), el ka, el ba, el aj, el nombre y la sombra (shwt). Además de cuidar el cuerpo y adecentarlo en todo momento durante el período vital, en la tumba del fallecido, además de su cadáver, debía de haber estatuas del difunto, que podrían relevar el cuerpo si este desapareciese. El corazón (y no el cerebro), es la sede de la conciencia, los sentimientos, la inteligencia y las emociones (al igual que ocurría en Aristóteles o en Mengzi). Al lado del cuerpo, el corazón, que guardaba las malas acciones del individuo, debía permanecer incorrupto para que perdurase, aun después de muerto, la individualidad del deceso[2]. El ka es la fuerza vital (doble, sustento), que surge al nacer y perdura toda la vida. Al morir la persona, el ka permanece y habita en la tumba. Sería, en consecuencia, una especie de espíritu inmóvil con necesidades vitales, de ahí que fuesen necesarias las ofrendas de comida al difunto. El ka suele representarse, en su forma jeroglífica, con dos brazos hacia arriba, con los antebrazos verticales y las manos con las palmas abiertas hacia el frente y señalando hacia arriba. El ba, por su parte, es la personalidad, el alma, espectro, fantasma o espíritu del muerto. Es móvil, sale del cuerpo, y se representa como un ave con cabeza humana[3]. Aunque goza de cierta libertad de movimientos, por la noche debe regresar al sepulcro. El aj, representado en las tumbas en forma de ibis crestado, era la reunión del ka y el ba tras la muerte para formar un ser espiritual perdurable y definitivo del difunto. Una vez fallecido, el individuo podía convertirse en un espíritu transfigurado o aj, o bien en un muerto definitivamente muerto, que desaparece de cualquier nivel de existencia (mut)[4]. El nombre de la persona es fundamental porque es parte de la propia personalidad. Un nombre grabado podía sustituir, perfectamente, al cuerpo o a una estatua. De aquí se deduce que un grave daño al difunto consistía en borrarle su nombre. Finalmente, la sombra se consideraba un elemento constitutivo del ser humano, cuya función era, esencialmente, la de protegerlo de cualquier peligro o daño.
[1] La diosa cobra conforma el ureo en la corona que portaba el faraón.
[2] Tras el fallecimiento, el corazón se pesaba en la balanza ante el tribunal de Osiris. Si el corazón pesaba más que maat (verdad, justicia, orden), el individuo era arrojado a las fauces de un monstruo, llamado Amit, con forma de cocodrilo, hipopótamo y león, que lo devoraba. Esto suponía perder, irremediablemente, la perdurabilidad de la vida espiritual. Si el corazón equilibra la balanza, el ka y el ba se juntan y constituyen un aj o espíritu definitivo.
[3] Puede ser una golondrina o un halcón, entre otros pájaros.
[4] Sería algo ligeramente semejante a la diferencia existente entre las ánimas benditas y las de los condenados.
Para el egipcio de la antigüedad cada persona poseía una serie de componentes esenciales. Estos eran el cuerpo (jat), el corazón (ib), el ka, el ba, el aj, el nombre y la sombra (shwt). Además de cuidar el cuerpo y adecentarlo en todo momento durante el período vital, en la tumba del fallecido, además de su cadáver, debía de haber estatuas del difunto, que podrían relevar el cuerpo si este desapareciese. El corazón (y no el cerebro), es la sede de la conciencia, los sentimientos, la inteligencia y las emociones (al igual que ocurría en Aristóteles o en Mengzi). Al lado del cuerpo, el corazón, que guardaba las malas acciones del individuo, debía permanecer incorrupto para que perdurase, aun después de muerto, la individualidad del deceso[2]. El ka es la fuerza vital (doble, sustento), que surge al nacer y perdura toda la vida. Al morir la persona, el ka permanece y habita en la tumba. Sería, en consecuencia, una especie de espíritu inmóvil con necesidades vitales, de ahí que fuesen necesarias las ofrendas de comida al difunto. El ka suele representarse, en su forma jeroglífica, con dos brazos hacia arriba, con los antebrazos verticales y las manos con las palmas abiertas hacia el frente y señalando hacia arriba. El ba, por su parte, es la personalidad, el alma, espectro, fantasma o espíritu del muerto. Es móvil, sale del cuerpo, y se representa como un ave con cabeza humana[3]. Aunque goza de cierta libertad de movimientos, por la noche debe regresar al sepulcro. El aj, representado en las tumbas en forma de ibis crestado, era la reunión del ka y el ba tras la muerte para formar un ser espiritual perdurable y definitivo del difunto. Una vez fallecido, el individuo podía convertirse en un espíritu transfigurado o aj, o bien en un muerto definitivamente muerto, que desaparece de cualquier nivel de existencia (mut)[4]. El nombre de la persona es fundamental porque es parte de la propia personalidad. Un nombre grabado podía sustituir, perfectamente, al cuerpo o a una estatua. De aquí se deduce que un grave daño al difunto consistía en borrarle su nombre. Finalmente, la sombra se consideraba un elemento constitutivo del ser humano, cuya función era, esencialmente, la de protegerlo de cualquier peligro o daño.
[1] La diosa cobra conforma el ureo en la corona que portaba el faraón.
[2] Tras el fallecimiento, el corazón se pesaba en la balanza ante el tribunal de Osiris. Si el corazón pesaba más que maat (verdad, justicia, orden), el individuo era arrojado a las fauces de un monstruo, llamado Amit, con forma de cocodrilo, hipopótamo y león, que lo devoraba. Esto suponía perder, irremediablemente, la perdurabilidad de la vida espiritual. Si el corazón equilibra la balanza, el ka y el ba se juntan y constituyen un aj o espíritu definitivo.
[3] Puede ser una golondrina o un halcón, entre otros pájaros.
[4] Sería algo ligeramente semejante a la diferencia existente entre las ánimas benditas y las de los condenados.
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