La primera imagen corresponde a Coyolxauhqui, la diosa de la Luna de acuerdo con la mitología azteca. Su nombre significa "campanas doradas." Era la hija de la diosa de la Tierra, Coatlicue y la hermana del dios del sol, Huitzilopochtli. Coyolxauhqui animó a sus cuatrocientos hermanos y hermanas a matar a su madre deshonrada. Coatlicue dió a luz a Huitzilopochtli cuando una bola de plumas cayó en el templo donde estaba barriendo y la tocó. Huitzilopochtli salió desde adentro de su madre como un adulto y completamente armado. Entonces, Huitzilopochtli le cortó la cabeza a Coyolxauhqui y la tiró al cielo donde se convirtió en la Luna. La segunda ilustración corresponde al códice Magliabecchi, donde se observa a un sacerdote azteca realizando un sacrificio al dios de la guerra, y dios tribal, Huitzilopochtli.
La creación, en el mundo mexica, es el resultado de la oposición y conflicto entre contrarios complementarios. Este concepto se afirma en Ometeotl, divinidad de la dualidad, residente del décimotercer cielo, paraíso de Omeyocán. Puede aparecer representado también por la pareja Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl. Los hijos de esta divinidad primordial son deidades que crean a los hombres, lo que significa que Ometeotl sería el abuelo de la humanidad (de ahí su representación como un anciano con la quijada colgando). Los dioses Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, dos de sus hijos, se encargan de crear cielo y tierra. El primero se identifica con el agua, la fertilidad y la vida. Se representa como un héroe civilizatorio, benevolente y asociado al equilibrio y la armonía. Su hermano, por el contrario, es el referente esencial del conflicto, el cambio. Suele representársele con un espejo de obsidiana en la parte de atrás de su cabeza. Los aztecas hablan de cinco mundos o soles, cada uno nombrado con una fecha del calendario solar, identificados con una divinidad y con una raza o tipo de humanos determinadas. Además, cada sol se asocia a la tierra, viento, fuego o agua (lo que implica una relación con la naturaleza y con su ciclo de creación-destrucción). En el paraíso de Omeyocán (décimotercer cielo) la pareja creadora da nacimiento a cuatro hijos (Tezcatlipoca rojo y negro, Quetzálcoatl y Huizilopochtli, que crean el mar, la tierra, el fuego, el cielo y el mundo subterráneo, además de la primera pareja de hombres y el calendario). Estos cuatro hijos divinos son sendas que llevan al centro de la tierra, que queda dividida en cuatro sectores. Levantan el cielo a través de Quetzálcoatl y Tezcatlipoca porque se convierten en árboles. En otra versión, ambos hermanos crean cielos y tierra desmembrando al monstruo telúrico Tlatecuhtli. Este asesinato de la tierra tiene sus repercusiones pues, a veces, se oye gritar a la tierra en las noches, exigiendo sangre y corazones humanos. Sólo recibiéndolos puede seguir produciendo frutos y alimentos de todo tipo para los seres humanos. La versión más conocida sobre el origen de los hombres es la que señala que los dioses deciden que la deidad del viento, Quetzalcóatl, visite el reino del inframundo (Mictlán) para recuperar las osamentas humanas de la última creación. Allí solicita a Mictlantecuhtli, señor del inframundo, los huesos de los humanos. Ésta accede en principio, pero luego Quetzalcóatl debe escapar con ellos. El señor del inframundo le tiende una trampa, y cae en un foso con los huesos, de forma que estos se deterioran (razón por la que los hombres no tiene la misma estatura y distinta complexión). Sin embargo, Quetzalcóatl logra escapar y lleva los huesos hasta Tamoanchán, suerte de paraíso, tierra de la vida que nace. Allí Cihuacoatl (Mujer Serpiente), muele los huesos y los mezcla con sangre de autosacrificios de las divinidades. De esta mezcla nace la actual humanidad. Una vez en la superficie, lo hombres tenían que alimentarse. Quetzalcóatl observa hormigas rojas que llevan consigo granos de maíz, que proceden del Monte Tonacatepetl (Monte de los Sustentos). Logra, convirtiéndose en hormiga, llegar hasta los granos y las semillas, que lleva consigo hasta Tamoanchán, en donde los dioses los muerden, haciendo una pasta nutritiva que luego dan a los hombres, poniéndola en sus bocas, para que puedan crecer. El dios Nanahuatzin y los cuatro dioses de las direcciones de la lluvia y los rayos (Tlaloques azul, blanco, amarillo y rojo), rompen el monte y provocan que las semillas se diseminen por todas partes (de los colores de los tlaloques proceden las variedades de los maíces, y por eso se consideran los propiciadores de las cosechas y las lluvias fértiles). Es muy posible que esta difundida versión tenga su antecedente en el Clásico de El Tajín, en Veracruz.
Prof. Dr. Julio López Saco
12-Febrero-2010
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