Historia de India III
Julio López Saco
La mencionada expansión comercial posibilita la instalación de comerciantes árabes y judíos en la costa oeste de India. Desde el siglo VIII, además, algunas incursiones armadas iraquíes ocupan el Sind y el Punjab, además de Rajasthan y Gujarat. Sólo el avance musulmán será frenado en el Deccan. Los reyes del estado de Kanauj y los jefes tribales rajputs del norte obstaculizaron la penetración musulmana. También lo hicieron los dinastas Chalukya y Gurjara-Pratiharas. Durante el siglo VIII y comienzos del IX, únicamente el valle del Indo quedó bajo control directo del califa. En 871 algunos caudillos de la aristocracia árabe se autoproclamaron sultanes independientes en varios centros mercantiles, como Mansura y Multan, en el Sind y Punjab, respectivamente. La paz reinó, cierto tiempo, gracias a la política de tolerancia religiosa frente al hinduismo y por la práctica autonomía de los estados sometidos. El fin abrupto de este período pacífico aconteció al producirse las vehementes incursiones de saqueo y botín llevadas a término por los turcos de Mahmud de Ghazni en el primer cuarto del siglo XI, en toda la llanura del Ganges y la región de Gujarat. Estas campañas establecieron los fundamentos del dominio musulmán en la llanura gangética a partir del siglo XII. Esta presencia turca (guerreros centroasiáticos desplazados por el empuje mongol), no tenía una verdadera finalidad conquistadora sino la de obtener recursos para mantener el imperio del Asia central con capital en Ghazni[1].
Nuevas oleadas de invasores afganos, apenas un siglo después de la muerte de Mahmud, compuestas por diversas hordas de aguerridos y feroces esclavos, empezaron a ser recurrentes. Los rajputs defendían precariamente sus territorios. Es muy probable que la segregación que generaban las castas y las diferencias sociales entre los gobernantes y el pueblo llano, fuesen impedimentos para crear una solidaridad suficiente para que la defensa ante el invasor fuese realmente efectiva. En India, la guerra era, en el fondo, una diversión de los soberanos, en tanto que los ejércitos los conformaban mercenarios, que sólo esperaban recolectar botín, y parientes de los mandatarios. Las luchas intestinas en el interior del sultanato ghaznávida, que hicieron inestable el territorio afgano, matizaron durante un tiempo la penetración en el norte de India. A mediados del siglo XII Ghazni fue destruida, mientras que Muhammad de Ghur conquistaba Multan y derrocaba al último de los sultanes. Una vez instalado, recomenzó, desde el Punjab, la conquista, esta vez con la expresa intención de anexionar territorios. En 1206, excepción hecha de Cachemira, todo el valle del Ganges estaba bajo el poder Ghorida. Tras el asesinato de Muhammad, que provocó cierto peligro de desintegración del territorio, su lugarteniente Qutbuddin se declara independiente de los ghoridas afganos y establece las bases del Sultanato de Delhi. El nuevo sultanato tuvo que enfrentar durante todo el siglo XIII la resistencia rajput y de Bengala, así como defender su territorio de las hordas mongolas establecidas en el Punjab. La nueva capital, Delhi, surgió a partir de una pequeña fortaleza rajput, con sucesivas etapas de urbanización que se extendieron hasta el siglo XVII. No sería hasta el reinado de Balbán (1249-1286) cuando el sultanato consiga organizar una férrea defensa frente a los mongoles y desbaratar por completo el separatismo de Bengala. A su muerte se instala en el poder el clan turco de los Khaljis, entre cuyos miembros egregios va a despuntar Alauddin (1296-1316), el más poderoso sultán de Delhi.
En términos generales, la escasez de conquistadores musulmanes no fue suficiente para transforman la sociedad en India, ni sus instituciones o religiones, de manera que, en muchas oportunidades, se conformaron con percibir un tributo. En este mismo orden de cosas, más que rebeliones lo que tuvieron que sufrir fueron agitaciones eventuales entre la elite de nómadas turcos esclavos del sultán. De modo también genérico, los musulmanes ocuparon las ciudades y los pequeños núcleos fortificados llamados qasba, lugares en donde las castas de artesanos se convirtieron mayoritariamente al Islam por conveniencia social, mientras que los hindúes siguieron conformando la población rural, viviendo en aldeas agrícolas bajo la jefatura de uno de sus propios miembros.
Alauddin comenzó una oleada de conquistas hacia el sur de India en 1309, sometiendo la capital de los Hoysalas, la de los Kakatiyas y a los Pandyas. Los príncipes sometidos se convirtieron en sus tributarios. Un paquete de reformas político-administrativas y una burocracia formada por una amalgama de turcos indianizados, esclavos indios y advenedizos trajeron consigo odios y resentimientos de parte de sus súbditos. Tras su muerte y después del paso por un efímero gobierno de dos de sus hijos, será Muhammad Tughluq (1324-1351) quien confiera un nuevo impulso a la expansión islámica por todo el territorio del subcontinente indio. Buscó el modo de someter a los diferentes reyes de los distintos estados y anexionar esos territorios, con la no muy velada intención de eliminar, o al menos disminuir, el sistema de la iqtá (asignación a oficiales del ejército de las rentas de varios poblados), que acabó por convertirse en hereditaria, permitiendo a los concesionarios convertirse en personajes políticamente independientes del sultán. Sus deseos centralizadores motivaron el traslado temporal de la capital hacia el sur, a Devagiri, antigua capital de la dinastía Yadava. Sin embargo, las dificultades de la población le obligaron a retornar a Delhi, facilitando con tal maniobra la independencia de facto de varios príncipes sureños, con lo que se abrió un período de estados regionales (Madurai, Bengala, en la primera mitad del siglo XIV). El sucesor de Tughluq, Firoz Shah, quien reinó hasta 1388, confirió el último impulso al Sultanato de Delhi consolidando los territorios septentrionales y obviando aquellos del centro y del sur. A su muerte, el sultanato se desintegró: los gobernadores de independizaron en las provincias, en tanto que las hordas turco-mongolas de Tamerlán saqueron la capital en 1398. Esta incursión fue la primera de otras en las que Tamerlán ocupó Lahore, Multan y el Sind, a la par que emergían otros sultanatos (Gujarat, Malwa, por ejemplo). Los Lodhis (1479-1526), sin embargo, reconstituyeron temporalmente la administración del sultanato, dividiendo entre los jefes militares el territorio y erigiendo, inclusive, una nueva capital, en Agra, donde se construyeron los últimos monumentos del sultanato previos al arte mughal de estilo persa.
En el centro y sur de India se destacaron, durante los siglos XIV y XV, los reinos hindúes de Orissa y Vijayanagar, a los que debió oponerse otro sultanato, el Bahmani[2]. Los sultanes bahmanis mantendrán duras pugnas contra sus vecinos, los principados hindúes meridionales. Las contradicciones internas del sultanato, en particular la pugna en el interior del ejército entre musulmanes autóctonos e inmigrantes de Arabia o Persia, así como las rivalidades y diferencias insalvables entre sunníes y shiíes, motivaron que hacia 1520 el territorio del sultanato se desintegrara en cinco entidades, cuyos gobernadores se declararon independientes: Bijapur en Karnataka, Ahmadnagar y Berar, en la región de Maharashtra, y Bihar y Golconda en Andhra. Todos ellos cayeron en las garras del mughal en la siguiente centuria.
Orissa fue una entidad estatal creada por los Gajapatis, cuyo poder provenía del control del tráfico mercantil en los puertos de los deltas de varios ríos y de la explotación arrocera. Su principal rey fue Kapilendra. Vijayanagar, no obstante, se erigiría en el custodio de la cultura y sociedad hindú ante el avance musulmán, aunque adoptó ciertas instituciones políticas islámicas y mantuvo contactos con los primeros colonizadores europeos. Fundado en 1336[3], este reino, de la mano de reyes como Harihara II y Devaraya I, consolidó un territorio frente a los sultanes Bahmani. En los territorios de Vijayanagar los soberanos emplearon la tributación y usaron a los aristócratas como jefes militares y delegados locales del poder central. La modernización del ejército permitió a este estado mantener a raya al Sultanato de Delhi, al sultanato Bahmani y a los Gajapatis, además de frenar la expansión portuguesa en Karnataka, controlando de modo efectivo el comercio costero. Los nayakas o tenientes de feudos militares, que pagaban anualmente al rey una renta para mantener asalariadas las tropas, era un mecanismo o sistema de cierta tendencia feudal. Las funciones de los nayaka eran militares, pero también administrativas y judiciales, hasta el punto de que en épocas en las que el poder central se debilitaba llegaron a convertir en patrimonio propio sus posesiones y transformar en autónomas las jefaturas militares. Los monarcas del estado Vijayanagar llevaron a cabo una política religiosa en la que (como los Gajapatis) los brahmanes fueron ubicados como comandantes de fortalezas, vinculando con ello la solidaridad ritual con la lealtad militar y legitimando el poder del soberano. A la muerte del rey Krishnadeva Raja (1509-1529), los príncipes territoriales consolidaron su fuerza local, presionados por los portugueses y los sultanes del Deccan. Precisamente, una coalición de sultanes y portugueses derrotó al ejército de Vijayanagar en 1565 y saqueó hasta los cimientos la ciudad. Las reformas en el Sultanato de Delhi, llevadas a cabo por el Gran Mughal Akbar, en la segunda mitad del siglo XVI, propiciaron que los estados musulmanes impusieran definitivamente su fuerza en India, extinguiéndose, en consecuencia, los diversos estados hindúes del sur del subcontinente.
[1] En esta ciudad, Mahmud supo rodearse de poetas y artistas, como los conocidos casos de Firdausi, autor del Shahnama, y Al Biruni, que escribió una magnífica descripción de India.
[2] El sultanato comienza cuando un jefe militar de origen turco, o quizá afgano, llamado Zafar Khan, conquistó la ciudad de Daulatabad en 1345 y se declaró sultán (al margen de Tughluq en Delhi), con el título de Bahman Shah.
[3] La tradición mítica habla de un preceptor espiritual, conductor de los devotos shivaítas denominados Sringeri, que alecciona al fundador de la dinastía (Vidyaranya). Ideológicamente, el nuevo reino habría nacido con la finalidad de proteger las instituciones hindúes frente a las musulmanas.
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