IMÁGENES. BARCA SACRA EN EL TEMPLO DE SETI I, DE LA DINASTÍA XIX, Y TEMPLO DE RAMESES III EN MEDINET HABU. DINASTÍA XX.
La
soberanía del monarca era delegada, en esta época, desde Amón, por lo que el
culto se centraliza, al igual que el estado. Como modo de refrendar el poder
estatal de Amón, así como del clero tebano, los reyes de la Dinastía XVIII
potenciarán también el popular culto osiriano, que ahora simbolizará la unidad
monárquico-religiosa del país. Con Amenhotep I se cambian las costumbres
funerarias regias, inamovibles y fosilizadas desde el Reino Antiguo. Se separa
físicamente, y por primera vez, la sepultura del templo funerario. Con la
famosa Hatshepsut el clero de Amón se interesó por acrecentar su poder, creando
para ello el mito de la teogamia, que legitimaba el poder político de una mujer
desde la óptica religiosa. Según el mito, todas las reinas de Egipto, en cuanto
esposas del dios Amón, quedaban consagradas como auténticas depositarias de la
monarquía, pues se consideraban el tabernáculo de la semilla divina. Los reyes
no eran los verdaderos padres, siendo sustituidos por el dios en el momento
clave; serían, en último caso, padres putativos. Con Tutmosis IV se inicia una
fuerte reacción real contra el monopolio teológico y la influencia
política del clero de Amón en Tebas. La
misma se apoyó en la teología heliopolitana y en el retorno al antiguo espiritualismo
que representaba el culto solar. La tendencia reaccionaria contra el estatus
religioso se manifestó también en el alejamiento de los sumos sacerdotes de
Amón de los más relevantes cargos políticos, como el de visir del alto Egipto o
el de ministro de hacienda. Ya con Amenhotep III prosigue la directriz
político-religiosa iniciada por Tutmosis IV. El clero de Amón sigue alejado de
los más altos cargos civiles y el monarca mantiene su acercamiento al clero de
Heliópolis y al culto solar. Es en su reinado cuando la divinidad solar sufre
lo que podría considerarse una nueva encarnación o personificación: el
surgimiento de Atón, nombre del disco del sol. Su surgimiento pudo responder,
aunque no es la única hipótesis al respecto, a una voluntad universalizadora
del culto solar. Lo cierto es que se
sintetiza con Amón-Re, que era el representante canónico del dios solar en el
panteón egipcio. Se convierte en el dios primordial creador de todo.
El corpus
teórico de la doctrina atoniana se puede resumir del siguiente modo. Atón es el
dios, representado por el disco solar; es único, universal y creador de todos
los hombres. Todo lo que crea es, en esencia, bueno. Es una deidad exterior y
anterior al mundo (se niega así el panteísmo), conformando una especie de monoteísmo
exclusivista. Ajenatón (Amenofis-Amenhotep IV) es su profeta, y también su hijo
hecho hombre (con ello se niegan las antiguas tradiciones cosmogónicas). Los
rasgos básicos de la nueva religión, cuya base moral sería la verdad y la
sinceridad, son la igualdad, la libertad, el amor a la naturaleza, la
sinceridad y la alegría de vivir. Desde esta óptica, estaríamos ante una
heterodoxia religiosa, una herejía que anulaba la tradición religiosa egipcia.
En relación al culto, se propugna ahora un culto popular en templos a cielo
abierto, mientras que la vida de ultratumba se concibe carente de mitología[1].
No obstante, en términos generales, el pueblo siguió aferrado a sus viejas
creencias.
Con los
dinastas de la Dinastía XIX rige la política de vigilancia, iniciada por
Horemheb, de no entregar el sumo pontificado de todos los cultos y dioses de
Egipto al gran sacerdote de Amón. De hecho, Seti I inaugura una política de
traslados forzados de los hijos de los grandes sacerdotes para evitar la
posible formación y consolidación de una dinastía de grandes sacerdotes de Amón
en Tebas. Esta política la continuó Rameses II. Sin embargo, al final de su
dilatado reinado (1289-1224 a.n.E.), el gran sacerdote de Amón recuperó el sumo
pontificado, apropiándose del cargo de director de todos los cultos del alto y
el bajo Egipto. El sacerdocio logra convertirse ahora en una clase privilegiada
y hereditaria; los templos se convierten en señoríos y su economía se hace
autárquica, dejando de depender del rey. Sus tierras y hombres adquieren un
estatus especial. Es en este contexto que el soberano no tiene más remedio que
dar luz verde al desencadenamiento de la persecución religiosa atoniana, una
verdadera caza de brujas auspiciada por el clero de Amón.
Durante los
Reinos Antiguo y Medio se habían estructurado en Egipto dos sistemas
religiosos: la cosmogonía heliopolitana, que ahora evoluciona hacia un
espiritualismo según el cual Re, el sol, es el espíritu puro que se asimila a
los difuntos en el Más Allá; y el misticismo osiríaco, la religión popular,
reflejada en el Libro de los Muertos, según el cual los fallecidos debían ser
juzgados por el tribunal presidido por Osiris. Si superaban las pruebas
vivirían unidos al cuerpo, y la momia resucitaría en el paraíso del Elíseo. Los
teólogos de Amón encontraron que Osiris era una deidad del Reino, el rey de los
dioses. Por ello se esforzaron en unificar los dos sistemas religiosos para
sintetizarlos al servicio del dios Amón. Tal síntesis se refleja en una nueva
compilación de textos funerarios, el Libro de la Duat. Amón-Re, y con él todos
los difuntos purificados, se someterían eternamente al ciclo de la vida y la
muerte, tal como eran espíritu y materia a un tiempo. Era necesario que los
muertos estuviesen enterrados a gran profundidad para unirse a Amón-Re en su
recorrido nocturno por la Duat, el país subterráneo donde vivían los difuntos.
Estos nuevos conceptos religiosos provocarían el cambio del ritual funerario real
en el reino Nuevo; ahora se abandonan las pirámides y comienza el uso de
hipogeos excavados en la roca. Además, las nuevas concepciones del clero tebano
provocan el redescubrimiento de innumerables dioses y genios, complicándose con
ello la mitología, y convirtiendo a Amón en un dios casi incomprensible para la
población común.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV
Doctorado en Ciencias Sociales, UCV
[1] La
espiritualidad y los sentimientos individuales de devoción, visibles en los
himnos a las deidades, fueron el caldo de cultivo en el que proliferó la corriente
religiosa que, entroncando con las concepciones solares de Heliópolis, dio
lugar a la aparición del culto a Atón. Se consolida cierto pensamiento
monoteísta entre algunas elites intelectuales. Esta corriente era
filosóficamente compatible, sin embargo, con el politeísmo reinante, aunque
propiciaría el monoteísmo revelado e intolerante de Ajenatón.