Los
rasgos característicos de la religión hitita que conocemos son los propios de
la visión que tuvo el mundo cortesano, no aquellos derivados de las creencias
populares, que no nos han llegado. Los escribas palaciegos compilaron en listas
deidades locales que garantizaran las actuaciones más relevantes del Estado. En
las mismas se trataba de asimilar a las divinidades que poseían características
análogas. En cada centro cultual había varias deidades menores. En la gran
mayoría de los casos la principal de estas divinidades se denominaba como dios
de la Tempestad, y se representaba sobre un carro que era tirado por toros.
Los
hititas aceptaron cultos, mitos y dioses sobre todo de procedencia hurrita, los
cuales a su vez, contenían influencias del creciente fértil. Gracias a los
hurritas llegaron al panteón hitita deidades de la esfera acadia y sumeria. En
el panteón de Hattusa habrá, no obstante, además de deidades hurritas
(Tesub-Hebat), dioses indoeuropeos (Siu), capadocios (Assiyat, Halki, Inara),
protoháticos (Wurunsemu o diosa solar de Arinna, Telipinu, Kasku),
mesopotámicos (no a través de una incorporación sino por identificación,
Marduk-Tesub), deidades cananeas, como Baal y Anat y hasta dioses no
antropomorfos, aquellos de montañas, ríos o fuentes. Por consiguiente,
estaríamos ante un mosaico de creencias.
Los
componentes mixtos de los orígenes de los hititas, así como el proceso de
unificación por motivaciones políticas, propiciaron la consolidación de una
religión pragmática y con rasgos singulares, entre los que destacan su
eclecticismo pero también, y sobre todo, la jerarquización de las deidades, el
utilitarismo, el concepto de realeza y un especial aspecto de automatismo
relativo al pecado.
Los
relieves de Yazilikaya ejemplifican la jerarquización. Los dioses principales
son los de mayor tamaño y los que portan tiaras con mayor número de cuernos
ornamentales. Tal sentido jerárquico se advierte, además, en las plegarias. El
carácter utilitario y pragmático se manifiesta, del mismo modo, a través de las
plegarias, por las cuales el orante solicita favores, de índole material
(bienestar económico, salud) a la deidad. Se trasluce en ello un cierto sentido
de que se le pide algo a la divinidad porque le es debido, entendido esto sobre
todo como recompensa por los cuidados que la persona ejercita sobre el dios o
diosa. Para la deidad, el hombre es un artífice, un artesano que trabaja para
él y se ocupa, por medio de las ofrendas y sacrificios, de su alimentación y
cuidado general. A cambio, recibe divina protección. Se trata de una suerte de
relación amo-siervo.
Por
su parte, el concepto religioso de la realeza se asocia directamente al
crecimiento imperial y, por consiguiente, al aumento de las obligaciones
religiosas del soberano. El rey es un amado de la deidad, de ahí su carácter de
intermediario entre humanos y dioses. A su muerte, es divinizado. No obstante,
no se puede olvidar que el rey es un ser humano, que representa a su reino ante
los dioses. Por tal motivo está obligado a mantener en todo momento pureza
ritual y a comportarse de manera intachable. Cuando las circunstancias y
situaciones no son las mejores, debe asumir su directa culpabilidad, investigar
cuál fue su culpa y remediar el problema. Existe, por tanto, una vinculación
entre la salud del rey y la prosperidad de la tierra. Si el reino sufre algún
tipo de calamidad, la misma se atribuye a un determinado pecado cometido por el
monarca o, incluso, perpetrado por su antepasado. Cometer un pecado genera un
castigo divino, que recae sobre el pecador, el rey, en forma de enfermedad, o
sobre sus dominios, a modo de sequía. Pero incluso puede recaer sobre sus
descendientes, en virtud de que la culpa se transmite. Únicamente el ritual
podrá contrarrestar la fuerza física que se desata al cometer un pecado.
Los
hititas estuvieron inmersos en una verdadera encrucijada de desarrolladas y
ricas culturas. Su gran mérito consistió en su capacidad de aceptar sin tapujos
sus influjos, un factor que permitiría a la cultura hitita transmitir esos
elementos orientales al mundo griego. Uno de los primeros grupos de mitos son
aquellos anatólicos, de origen hático, que fueron heredados de esa comunidad
que habitaba el país de Hatti antes de la llegada de las gentes de Nesa
(hititas). Estos mitos se asimilaban a centros de culto y casi no tienen
elaboración literaria alguna. Se trata de mitos naturales y, a la vez
etiológicos, relacionados con la fertilidad y la imperiosa necesidad de
propiciar a las deidades con el objetivo de asegurar el bienestar de un territorio
o el correcto orden de las cosas. Los hititas tradujeron estas narraciones
simples, próximas al estilo del cuento popular, que debieron reflejar una
literatura oral muy antigua.
Otro
grupo de mitos fueron los mesopotámicos. Para los hititas supusieron un
ejercicio de traducción característico de los escribas.
El mayor influjo fue el babilónico, de ahí la presencia de versiones hititas
del Poema de Gilgamés. El influjo cananeo, por su parte, fue escaso y
únicamente se puede advertir en fragmentos. Estos mitos cananeos, de rasgos
formales semíticos, se refieren a la fertilidad. Se trata de mitos literarios,
muy prolijos, plenos de acción y sin abstracciones, de tal forma que presentan
un pensamiento concreto. Parecen mostrar una obsesión por recalcar la capacidad
o la impotencia de la divinidad, concretamente de El.
El
grupo de mitos hurritas (habitantes de Mitanni) influyeron sobremanera en los
hititas, especialmente el denominado ciclo de Kumarbi. Consisten en varias
narraciones centradas en las luchas por el poder en los cielos entre diversos
antagonistas. Estos mitos muestran, por lo tanto, un específico interés en la
soberanía divina y en lo que trae consigo en la esfera humana el cambio de
monarca celestial. Estos mitos, no tienen conexión con la ritualidad y, en
consecuencia, son estricta narración. Son literatura educativa, didáctica, ya
que informan a los seres humanos acerca de sus relaciones con las deidades y
las de estos entre sí, como una
auténtica explicación de la historia del mundo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2019.