En la imagen, la tumba Tukamawari, en la que se señala
la localización de figuras en terracota Haniwa. Prefectura de Gunma.
Desde
el periodo Jomon Medio los muertos son enterrados en una posición flexionada.
La mayoría de las cabezas apuntaban hacia el este, como se puede comprobar en
el montículo de caparazones de Yoshigo. El depósito de los muertos, de algún
modo junto a los vivos pero a la vez también separados (en función del concepto
de cementerio), comienza a ser evidente en el Jomon Tardío. Los bienes en las
tumbas no estuvieron muy presentes en las prácticas mortuorias, si bien en un
pequeño número, aunque incrementado en los enterramientos tardíos, existieron
ciertos ornamentos corporales y vestimentas, un hecho que es reflejo de la
presencia de individuos socialmente más prominentes dentro del grupo. Se trata,
principalmente, de brazaletes y pendientes femeninos, sobre todo en las
inhumaciones en las regiones costeras.
Muchos
sistemas de enterramiento prevalecieron en la etapa Yayoi. Los ataúdes de
madera fueron bastante empleados en el norte de Kyushu en el período Medio
Yayoi, luego reemplazados por jarras de enterramiento en el período Tardío.
Aquí se encuentra el enlace con los enterramientos en ataúdes de las
tumbas-montículo más antiguas. El uso tradicional de la madera de tejo para
estos ataúdes se racionalizó en la historia mítica de Susano-o, quien
lamentando la ausencia de oro y plata entendió como opciones válidas los
recursos naturales. De este modo, arrancó cabellos de su cabeza y de su cuerpo
con la intención de producir árboles, como el ciprés para palacios y santuarios
o el tejo para los ataúdes. La historia viene a ser una explicación de las
prácticas que se llevaban a cabo en época de Yayoi Tardío.
Las
inhumaciones en ataúdes Yayoi incluyeron el método de aglutinar un mínimo de
seis tableros[1]. Aunque
este método se abandonó alrededor de comienzos del período Medio, la costumbre se propagó por el Mar Interior siguiendo
ruta hacia Okayama, Hyògo y Osaka, lugares en donde la costumbre perduró hasta
el Yayoi Tardío[2].
Existieron también grupos ocupacionales de cantantes y
danzantes profesionales, conocidos como asobi-be. De ocho a diez días se requerían para los obsequios funerarios. Los
enterramientos secundarios desde el Jomon Tardío, práctica continuada, o
renovada, por las gentes yayoi, sugieren que para estas personas la muerte y la
separación del espíritu del cuerpo no fue una consecuencia inmediata. La
separación podía suspenderse, y si se producía, incluso revertirse, si se
llevaban a cabo las ceremonias adecuadas con las que se solicitaba el regreso del
espíritu. Tanto las fuentes escritas como las prácticas posteriores indican que
una choza especial (moya), se construía con este propósito. Con el
tiempo, la práctica se ritualizó llegando a convertirse en la costumbre mogari
(período para llamar de vuelta al alma del difunto). Las Reformas Taika,
tiempo después (en 645), prohibió la construcción de chozas, salvo para la
realza. Para la familia gobernante, para unos pocos miembros de la aristocracia
y, posiblemente, para algunos más, hasta que la capital Fujiwara se estableció
en 694, el intervalo que se establecía entre el deceso y el enterramiento era
de varios meses, incluso ocasionalmente, de años.
La elite construía sus
propias tumbas durante su época vital. En el Kojiki se menciona la
muerte de Ame-nowaka-hiko, la deidad-príncipe mensajera, que había fallecido a
consecuencia de una flecha retornada, o de una arrojada por una deidad
contrariada, que había empleado para disparar a un faisán. El clamor de su
esposa fue oído en el cielo y la familia del muerto pudo construir una choza,
de modo que estuvieron ocho días con sus ocho noches llorando y cantando una
serie de cánticos.
Al igual que la metalurgia o el arroz algunos métodos
de enterramiento fueron traídos con la llegada de personas en las primeras
décadas del período Yayoi y, por tanto, preceden el período de Himiko. Los
dólmenes, tumbas en cistas y enterramientos en tarros cerámicos se han
atribuido, habitualmente, a inmigrantes, si bien las inhumaciones en vasijas se
conocían en Japón desde el período de Jomon Medio, empezando en las áreas
tierra adentro. Esta práctica fue empleada en Corea, de modo que pudo ser
entonces una práctica derivada en Japón; aunque tampoco se puede desechar lo
contrario, que pudieron ser los japoneses los que habrían introducido este tipo
de enterramiento en Corea.
El norte de China contó con enterramientos en vasijas
desde la época prehistórica y hasta la etapa Han, si bien esta práctica de
cuidar al muerto fue tan común y natural en áreas de avanzada producción cerámica
que hasta que se consigan datos fiables de datación tipológica de la cerámica y
haya condiciones de campo comparables que puedan coordinarse, estas cuestiones
al respecto no podrán ser respondidas con total seguridad.
Los dólmenes yayoi no son muy abundantes y no tienen
el tamaño de los prototipos coreanos. A diferencia de sus homólogos coreanos,
que pueden tener solamente cistas y un
modesto número de bienes funerarios, los japoneses pueden tener tanto cistas
como vasijas. Primeramente, los dólmenes fueron construidos en Fukuoka, si bien
un grupo de los mismos fueron también establecidos en Nagasaki, Saga, Kumamoto
y Oita, en donde se cree que marcaban las tumbas en los lugares en los que se
habían asentado inmigrantes. Probablemente, condiciones sociales fueron las
causantes del declive de los dólmenes, como se atestigua por la presencia de
tumbas de cámaras de piedra posteriores.
El mejor ejemplo de enterramiento en cistas (paneles
pétreos que forman una suerte de ataúd) se encuentra en el cementerio de
Doigahama, en donde los muertos fueron enterrados con un alto contenido de
caparazón pulverizado. Aquí la mayoría de los esqueletos tenían sus cabezas
hacia oriente, y se encontraban en posición extendida o flexionada. La mayoría
de niños se encontraba en la parte central del cementerio. Las cistas para
enterramientos colectivos se fueron agrandando paulatinamente con el propósito
de inhumar varios cuerpos. Algunas decoraciones en jaspe y caparazón fueron
empleados como ornamentos corporales o, incluso, como vestimenta.
Los varones adultos recibieron un trato preferente,
incluso con la presencia de algunas mujeres a sus pies. También ciertos individuos
están próximos a las cistas, con cuyos ocupantes pudieron haber tenido alguna
relación de parentesco. Desde tiempos históricos es conocida la costumbre en
algunas villas de pescadores del occidente de Japón de inhumar a los “de
fuera”, que se habían casado en el seno de la comunidad, al margen del centro
del cementerio,
La inhumación de hombres juntos es una curiosa
práctica porque existió un tabú acerca
del enterramiento conjunto que se mantuvo en tiempos históricos, En el Nihon Shoki se cuenta una historia del
tiempo de Jingu al respecto que podría ser explicativa. Los cielos se habían
oscurecido durante varios días y la gente se preguntaba por la causa de tal
fenómeno. Dos sacerdotes (hafuri)
de santuarios separados, que fueran en vida buenos amigos, fueron enterrados
juntos. Se investigó la tumba y se verificó el hecho, de manera que se
volvieron a inhumar los individuos, ahora en ataúdes separados, lo que provocó
que la condición de azunai (desastre o falta de sol)
desapareciera. En Doigahama el parentesco de los fallecidos pudo favorecer el
agrandamiento de cistas para recibir diversos enterramientos, en lugar de
confeccionar otras individuales.
En el norte de Kyushu se enterró a los muertos de
todas las maneras conocidas en esas épocas de la antigüedad japonesa: en
ataúdes de madera, en cistas, dólmenes (en el período Yayoi Antiguo), en cistas
y tarros de inhumación en el período Medio, y en fosas o en ocasionales ataúdes
de madera, en el período Tardío.
Cuando grupos de migrantes y sus descendientes se
asentaron, la cultura en el período Yayoi Medio prosperó. Se incrementaron los
sitios en número y tamaño, en tanto que las posesiones personales empezaron a
localizarse cada vez más con el muerto. Este fue el caso, principalmente, del
norte de Kyushu.
Kinki, en el corazón de la región Kansai, desarrolló
su propia historia acerca de los sistemas mortuorios. Hacia el Yayoi Medio la
tendencia fue los llamados enterramientos en fosos de forma cuadrada (hòkei-shûkòbo). En ellos, una
trinchera central es rodeada por otras cuatro, formando una ordenada formación
cuadrada. La central, diseñada, en la mayoría de los casos, para contener un
ataúd de madera, debe suponerse que se empleó como el destino final de descanso
del más importante individuo del grupo de esa generación. Hoy ya no hay restos
humanos y casi no hay objetos tampoco. Los enterramientos en vasijas para niños
fueron depositados, a veces, en las zanjas.
Los cuatro lados de las zanjas eran suficientemente
largos como para contener múltiples inhumaciones. Contempladas como un grupo,
el arreglo de cinco trincheras se asemeja a lo que podría ser un ideal y
simétrico tamaño apropiado para toda una familia. Este “plan” incluía la
reserva de un terreno para una cierta unidad poblacional y denota, además, un
respeto jerárquico.
En el sitio clásico de Hirabaru, en la prefectura de
Fukuoka, aparecieron unos cuarenta espejos. Sumado a ello, la presencia de rosarios
y espadas han sugerido que las tumbas son Yayoi y las regalías, que reaparecen
en Kansai también, ilustran la conquista por parte de las jefaturas de Kyushu
de Kinki y el establecimiento allí de Yamatai.
Física y psicológicamente estos enterramientos en
fosas de forma cuadrada estuvieron aparte de las áreas residenciales. La
exclusividad de este tipo de enteramiento recuerda los cementerios erigidos en
los sitios de batalla. El número de inhumaciones es demasiado alto para
corresponderse a la elite de la comunidad, y demasiado escaso para reflejar
todos sus habitantes. Las inhumaciones en fosas de forma cuadrada pueden
representar más que rangos individuales la presencia de una clase social o
agrupación superior. Las teorías al respecto, incluyen la unidad familiar más
pequeña, asociaciones de trabajadores agrícolas o grupos corporativos que
reivindican su herencia territorial[3].
En los enterramientos secundarios el fallecido era
inhumado y posteriormente exhumado. Se seleccionaban ciertos huesos y se
enterraban en vasijas, mientras que el resto eran cremados. En ocasiones, el
cadáver era diseccionado tras el deceso con el fin de separar la carne de los
huesos, de manera de seleccionar aquellos huesos que se iban a cremar, mientras
el resto se enteraban en una vasija. Se explica este último procedimiento
señalando que se haría para prevenir el retorno del espíritu, pues la gente
viva temía ser poseída por los espíritus de los fallecidos. Los enterramientos
primarios yayoi se podían efectuar en hoyos, pero en los secundarios los restos
se depositaban en vasijas. Diversas de estas vasijas con restos podían, no
obstante, ubicarse juntas en un hueco más grande.
Entre una y diez vasijas arracimadas se encuentran en Izuruhara,
prefectura de Sano, Tochigi. Izuruhara contaba con treinta y siete hoyos de
enterramiento. Uno de ellos tenía diez postes organizados en un anillo parcial,
quizá dejando espacio para más. Además, apartado de las demás vasijas había una
con una cara en relieve, quizá perteneciente al patriarca o a cierto miembro
prominente de la familia. Los enterramientos múltiples en vasijas cerámicas en
hoyos suscitan tantos cuestionamientos como las inhumaciones en zanjas de forma
cuadrada. La comunidad debió mantener un lugar específico, subterráneo o de
otro tipo, para la descomposición de los cadáveres. Después de un cierto tiempo
tras el fallecimiento, el cadáver era exhumado, se limpiaban los huesos, se
rompían y, quizá, algunos se quemaban. Estos enterramientos podrían ser
reconocibles como propios de alguien de alto estatus, si bien se ha reivindicado
la presencia de una sociedad igualitaria en Honshu oriental a causa de la
general ausencia de bienes funerarios y de enterramientos diferenciados.
En el sitio de Oki II, en Fujioka, se recuperaron
huesos para su limpieza, así como algunos dientes que fueron perforados para
ser llevados por los parientes de su antiguo propietario. Los huesos fueron
entonces enterrados en una vasija en el hoyo principal y solamente algunos
fragmentos excedentes fueron cremados. Algunos huesos de animales fueron
añadidos, quizá como ofrendas y, eventualmente, algunos de los dientes en
posesión de los parientes regresaban al foso principal. Con los dientes
perforados se confeccionaban amuletos especiales. Los dientes y huesos de
cerdos sacrificados se han reportado en diferentes yacimientos, especialmente
en el sitio Shimogòri-kuwanae, en la prefectura de Òita. Se han encontrado, así
mismo, mandíbulas inferiores perforadas y colgadas o empaladas en postes, un
ritual bastante extendido.
Este sistema de enterramiento secundario fue superado
en época de Yayoi Medio por los recintos de fosos con forma cuadrada, en el que
el estatus estaba ya previamente fijado antes del fallecimiento. No obstante,
el sistema de inhumación secundario nunca desapareció hasta el siglo VII,
después de la construcción de la capital Fujiwara, cuando la experiencia
resultante de la presencia de cadáveres en el mismo ámbito de la vida de la
ciudad se hizo intolerable.
Los enterramientos secundarios son evidentes en
algunos de los restos humanos preservados en las tumbas de montículo, como los
de la tumba Fujinoki, cerca de Hòryû-ji, en la prefectura de Nara. La pintura
roja, todavía empleada sobre los huesos, tiene sus antecedentes en el período
Jomon. El Nihon shoki ilustra cómo el proceso de inhumación secundario
se formalizó dentro del período mogari. La muerte, mogari, y los enterramientos de los gobernantes después de Sujin
(230-258), quien abrió el período Kofun, están bien documentados. La práctica mogari
estaba en pleno funcionamiento cuando se construyeron las primeras tumbas
en montículos.
El
procedimiento del entierro secundario incluía el pensamiento de que la muerte
no es un evento repentino sino todo un proceso. Los huesos eran considerados
indestructibles y representaban la permanencia del espíritu que continuará su
actividad en otra existencia. Debe asegurarse su comodidad por parte de los
sobrevivientes, porque en caso contrario les causarán a estos daños y
tormentos. Desde la tónica daoísta estas acciones suponían una llamada de
regreso al alma, una idea inseparable del esfuerzo daoísta de prolongar la vida
a toda costa.
Otro
método de inhumación yayoi, limitado a la región San’in en Honshu, y
eventualmente concentrado en el área de Izumo, se conoce con el término de
montículo de tumba con cuatro esquinas en proyección (yosumi tosshutsugata funkyûbo). Estos sepulcros son montículos
cuadrados o rectangulares, bajos y con laterales en pendiente. En la
cima, a menudo cerca del medio, se encuentran uno o más hoyos muy
cuidadosamente escavados, con dos escalones, que resultan ser los receptáculos
para guardar los restos de los líderes y de los parientes cercanos. En
estas tumbas se ha encontrado abundante cerámica ceremonial. La cerámica del
tipo Shònai, del área Makimuku en la prefectura de Nara, y del norte de Kyushu
y el sur de Corea, ha sido hallada en otros sitios en Shimane, que cubría las
antiguas provincias de Izumo, Iwami y Oki. El tipo de tumba con proyecciones en
las esquinas llegó a ser un consistente tipo en uso al final del período Yayoi
Tardío. No obstante Las mismas fueron eliminadas al comienzo del período Kofun
a favor de tumbas en montículo cuadradas de dos simples escalones.
Desde
el reinado de Suiko (593-628) comenzó la práctica de localizar el cadáver
dentro del complejo del palacio. Los cambios mayores en las prácticas
mortuorias tuvieron lugar en dos aspectos principales: por una parte, la
dilatación del período del mogari[4], un hecho que no significa que su
duración tenga que ver con la necesidad de finalizar la construcción de la
tumba y, por el otro, la reducción de las tumbas a sepulcros más simples. A
estos cambios contribuyó el budismo.
Durante
el periodo Kofun en la región de Izumo
se construyeron tumbas en forma de ojo de cerradura, con montículos
redondeados. Las artesanías y los bienes funerarios empezaron a ser abundantes.
Desde el período Kofun Medio se hizo preeminente la demanda de rosarios
tubulares (kudatama) y joyas curvas
conocidas como magatama. El jaspe de Izumo comenzó a ser muy apreciado
como ofrenda funeraria en las tumbas Yamato más antiguas. Particularmente
valiosos fueron los brazaletes en forma de azada (kuwagata-ishi), copias de los brazaletes de caparazón
yayoi, además de los de forma de rueda, sharinseki,
y de anillo (ishikushiro).
En la tumba Shimanoyama, en
Kawanishi-chò, collares, brazaletes y diversos rosarios tubulares son
frecuentes, lo cual sugiere que
Shimanoyama fue la tumba de un chamán femenino. Además, aparecieron tres
espejos cerca de la cabeza, y no se encontraron espadas de hierro.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCAB-UCV. FEIAP-Granada.
[1] La inhumación en un simple ataúd de madera, cubierto por un montículo de
tierra, describe el estilo que se materializó en la región de Yamato alrededor
de la época de la muerte de la reina Himiko (175-248).
[2] En cualquier caso, los enterramientos del período Yayoi fueron, como
veremos más abajo, muy variados: en dolmen (Satodabaru, Nagasaki); en cistas
(Òtomo, Saga); doble enterramiento en vasijas (Yoshinogari, Saga); en ataúdes
de madera (Yasumi, Osaka); en forma de trincheras cuadradas (Saikachido,
Yokohama, Kanagawa); enterramientos secundarios en hoyos (Izuruhara, Tochigi).
[3] En el Shinsen shòjiroku (Nueva Compilación del Registro de
Familias), del siglo IX, se establecen las distinciones de linaje
reconocidas que venían de épocas pretéritas. Las familias todavía estaban
separadas en tres grupos, kòbetsu, shinbetsu y shoban, o banbetsu; aquellos que descendían de los emperadores, los que descendían de las
deidades del cielo y la tierra y los que lo hacían de los inmigrantes.
Se podría sugerir que los enterramientos en fosos de forma cuadrada fueron los
del tercer grupo, que habían encontrado su exclusividad al ser políticamente
útiles, lo cual les permitiría mantener un alto estatus social.
[4] El período mogari fue, en principio, instaurado para seleccionar el sucesor
del gobernante y conducir las ceremonias de acceso al trono. Estaba presidido
por un conjunto selecto de mujeres (la esposa del chamán, la esposa y la madre
del fallecido), quienes se abocaban a proteger el mitama, esto es, el poder del gobernante muerto,
que tenía que ser transferido al sucesor en la línea hereditaria