IMÁGENES: PINTURA SUIBOKUGA DEL MONJE ZEN SESSHU TOYO, SS. XV-XVI; JARDÍN ZEN.
En el siglo XII, un monje japonés de
nombre Yosai trajo de China una forma de budismo Mahayana denominado Ch’an,
meditación o concentración, de la que surgiría la más renombrada forma de
budismo japonés, zen. Ch’an o zen dio lugar en Japón a dos escuelas concretas:
Soto y Rinzai. La primera, propugnaba el método zazen (una postura cómoda y quieta con la que conseguir la
vaciedad). La segunda, promueve el koan,
o la muestra del absurdo mediante ejemplos o aporías verbales, así como el mondo, juego de preguntas-respuestas muy
rápidas entre el maestro y los discípulos, orientadas a mostrar la vaciedad de
todas las cosas. Uno y otro método estaban destinados a conseguir una
iluminación inmediata, repentina que, en japonés, recibe la denominación de satori. Esta iluminación se consigue en
determinados momentos privilegiados, como consecuencia del impacto de un koan, a lo largo de la absurda retahíla
del mondo, o en medio de la más absoluta inmovilidad del zazen, proporcionándose con ello una perspectiva permanente de las
cosas, en la que éstas aparecen privadas de sentido, factor que desata, al
mismo tiempo, una actitud indiferente e impasible del sujeto respecto de su
entorno.
El zen, nacido del vínculo e influencia
mutuas entre el daoísmo chino y el budismo mahayana, supone un doble aspecto:
el del pensamiento y el del ejercicio; esto es, la meditación, el aquietamiento,
la contemplación y la concentración de la mente en un único punto u objeto. Se
trata del modo experimental de operar del budismo, de vivir la espontaneidad y
la naturalidad sin fijarse en dogmas o teorías. En tal sentido, es más una disciplina
que una filosofía, cuyos fundamentos serían: recuperar la simplicidad y
sencillez primigenias, valorar la riqueza del vacío y entender la inexistencia
de principio y fin.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV
Doctorado en Ciencias Sociales, UCV