Imágenes: arriba, estatua de Júpiter Doliqueno sobre
un altar dedicado por Cayo Espurio Silvano, datada en el siglo III. Carnuntum,
Austria; abajo, Venus (Afrodita) y Adonis, óleo de Tiziano, datado en 1554.
Museo de El Prado, Madrid.
Los
mitos y cultos provenientes de la región sitio-palestina en el Mediterráneo
oriental provocaron un gran impacto en el pensamiento religioso de la época
imperial romana. Una de estas deidades más renombradas en la Diosa Siria,
deidad suprema del panteón sirio, que
ejercía de paredra de Hadad. Estaba asociada a la fertilidad, la reproducción y
la procreación, de ahí que el falo sea uno de sus aspectos simbólicos
primordiales. Como rectora del universo y ama del destino humana es responsable
del orden establecido. En tal sentido garantiza también la reproducción del
sistema, una condición esencial en su instrumentalización por mediación del poder
establecido.
Para el siglo III
a.e.c. encontramos su culto en Macedonia, Etolia (con un estatus cívico) y
Egipto. Parece factible que su difusión se produjese gracias a sirios
esclavizados que son vendidos en la isla
de Delos, entre los siglos III y II, donde se constata la presencia de un
santuario dedicado a Dea Siria en el
último tercio del siglo II a.e.c. Desde la isla se produciría su diáspora, por Sicilia,
las ciudades del Egeo y la misma Roma. Su presencia también aparece documentada
en Britania y las provincias danubianas, tal vez introducido por personal militares.
Es aquí en donde se muestra como una manifestación de la diosa universal. Su
ritualidad se percibe con claridad en Apuleyo, concretamente en El Asno de Oro.
También en una obra que se atribuye a Luciano de Samosata, de nombre Sobre la Diosa Siria, se habla de Atargatis, denominación con la que se
le conoció en Grecia y Roma, y en la que se
describe su culto en Hierápolis.
Desde la
perspectiva iconográfica, la diosa pudo adoptar de Cibeles la apariencia de potnia theron o señora de los animales, entronizada
entre leones, además de un cetro y un tocado en forma de torre, que simboliza
la protección de las ciudades. La presencia de una rueca indicaría el dominio
del ciclo cósmico, conectándose con Hadad, el Sol, aspecto expresado en los
rayos que a veces rodean su corona. En la localidad de Ascalón, Atargatis se representaba
como una sirena, destacando su hegemonía sobre los animales del mar. En tal
sentido, en una versión mítica se habla de su nacimiento de un enorme huevo
lanzado a tierra por los peces, que ulteriormente sería incubado por una
paloma.
Dea Siria o Atargatis es equivalente a la diosa
griega Afrodita y a la Astarté fenicia, divinidades propias del amor carnal. Se
puede suponer, con alto grado de certeza, que en el occidente romano no conservó
rasgos caracterizados como mistéricos.
En Dolique, una
localidad de Comagene, la divinidad tutelar era un Baal representado
habitualmente de pie sobre un toro, sosteniendo en su mano izquierda la piedra
del trueno y el labris o doble hacha
en la diestra. Su herencia cultural neo hitita confirma su advocación de deidad
del trueno y la potencia, característico del ámbito anatolio y siriaco del
norte. La conquista romana de este espacio geográfico conllevó su equiparación
nada menos que con Júpiter. Así, la dispersión de sus fieles por el Imperio
romano facilitó su denominación como Júpiter Doliqueno.
Van a ser
esclavos, mercaderes y, sobre todo, militares los responsables de su presencia
en territorios alejados de su lugar de origen, que era la ruta que unía la
región de Asia Menor con el Éufrates. Gracias a comerciantes y soldados, si
bien siempre flanqueado por sus acompañantes primordiales, los Dióscuros, el
dios alcanzó, en especial desde el reinado de Vespasiano, centros militares de
relevancia en el sector latino hablante del Imperio, además de en la propia
Roma, lugar en el que se constataron dos santuarios en su honor, en el
Esquilino y en el Aventino.
Durante su proceso
de difusión por Occidente experimentó una helenización, que se reflejó en la
iconografía, como también en la conversión que sufrió en divinidad universal.
Desde esta perspectiva se convirtió en garante de la salvación, además de los
triunfos militares. La presencia de representaciones astrales al lado de los
gemelos Dióscuros en su iconografía, y el uso de su epíteto Aeternus, posibilitan la interpretación
de Doliqueno como un Señor del Tiempo, regulador del cosmos. Tal control y señorío
sobre el tiempo y el hierro e confieren los atributos necesarios para obtener
una fácil aceptación en los medios militares romanos.
Los actos
litúrgicos celebrados en homenaje a Júpiter Doliqueno acostumbraban a culminar
en el sacrificio de un toro (de hecho, con los bucráneos se decoraban sus
santuarios), que era seguido de un banquete en el que participaban los
sacerdotes del culto. Panonia fue,
quizá, el territorio con una mayor implantación del culto doliqueno, aunque probablemente también lo fue en determinadas
localidades del norte de Hispania.
El dios fenicio
Adonis penetra muy pronto en el escenario mítico griego, desde los primeros
contactos fenicio-griegos por lo que se entremezclan tradiciones diferentes en
su historia. Ya Hesíodo alude a una leyenda al respecto, retomada por Safo de
Lesbos en el siglo VII a.e.c.
Resulta muy
probable que la introducción de Adonis en la Hélade se produjera desde la isla
de Chipre, un centro de regulación de las relaciones comerciales y diplomáticas
entre el Egeo y el Levante oriental durante el primer milenio a.e.c. Tal es de
este modo, que una de las versiones del mito, recogida en las Metamorfosis de Ovidio (X, 296-560) lo convierte
en vástago de una incestuosa relación entre Ciniras, a la sazón soberano de Chipre,
y su propia hija Mirra o también Esmirna. En algunos casos, sin éxito real, se
ha buscado un proceso racionalizador evemerista con el objetivo de justificar
la existencia de Adonis. Desde esa perspectiva, estaríamos en presencia de un
personaje histórico, hijo del histórico también rey Elibaal de Biblos, que
vivió en el siglo X a.e.c.
La integración en
el ámbito cultural griego se lleva a cabo a través de la mitología. Será la diosa Afrodita, como
equivalente de Salambó, la que caiga rendida a los encantos de un hermoso
Adonis joven. Sin embargo, acaba falleciendo durante la caza de un jabalí, tal
vez una transfiguración de Ares o de un Hefesto celoso. Apolodoro, comenta que
Paniasis, hija fruto de un incesto entre Tias y Esmirna, es castigada siendo
metamorfoseada en árbol, específicamente el de la mirra, de cuya corteza nacerá
Adonis.
El hermoso retoño es
guardado en una caja por Afrodita, confiándosela a Perséfone para que se lo
cuide. Sin embargo, la diosa infernal no desea devolverlo, de forma que ambas
diosas litigan hasta que Zeus intercede, en una especie de decisión salomónica,
imponiendo tiempos específicos con cada deidad. El mito ha sido interpretado
como la historia de un dios de muerte y resurrección, lo cual simbolizaría el
ciclo vegetal. No obstante, esta interpretación ha sido matizada desde hace
años por autores como Marcel Detienne.
Un río de Biblos,
de nombre Adonis tenía la singularidad de teñirse de rojo en el aniversario de
la muerte de la divinidad, lo cual era motivo suficiente para celebrar
festivales (las Adonías) en su honor.
Es factible que este culto se difundiese por el Mediterráneo por mediación de
la conocida colonización fenicia. Con casi total seguridad, el culto pasó a
Atenas desde Chipre a partir del siglo V a.e.c. En la capital del Ática la
deidad fenicia se identificaría parcialmente con Eros, hijo de Afrodita. La
característica resurrección de Adonis sería tomada en préstamo, según cree
Luciano, del culto egipcio de Osiris, durante el singular proceso del
sincretismo helenizador de deidades y héroes orientales.
A decir de
Teócrito, en concreto para la ciudad de Alejandría, las Adonías,
consistían en una celebración pública de las nupcias de Adonis y Afrodita.
Según la tradición, el festival habría sido instaurado por una compungida Afrodita.
Aquellos que imitaban a los dioses figuraban una relación sexual obre
alfombras, rodeados de objetos de marfil y oro, así como de frutas, siendo
protegidos por erotes. Al día
siguiente, después de la muerte de Adonis, su efigie era llevada en procesión a
la orilla del mar por mujeres en duelo. Tales damas iban con las cabezas rasuradas,
implorando sin cesar el regreso del joven dios. Finalmente, las mujeres, tal y
como se refleja en la pintura vascular ática de finales de la quinta centuria
antes de la Era, plantaban semillas en vasijas y cajas (los célebres jardines de Adonis, que regaban con agua
templada. Sin embargo, una vez brotadas las plantas, morían temprano, aludiendo
así al mito.
Finalmente, un
factor de relevancia es que asociados con el festival de las Adonías,
las mujeres celebraban banquetes rituales en los que únicamente ellas
participaban. En ellos podían hallar los momentos más oportunos para nutrir y
hacer valer sus específicas relaciones sociales al margen de la tutela, tanto
del padre como del marido.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, marzo, 2022.