El cisma africano conocido como
donatista comenzó a partir de la no aceptación por parte de varios obispos de
Numidia, en el norte de África, de Ceciliano como obispo de Cartago, pues
señalaban que había sido ordenado por Félix Aptungitano, un presunto traditor (traidor a la causa cristiana
por haberse rendido a los requerimientos de Diocleciano durante la persecución
de 303-305 y por haber apostatado de la religión para no ser castigado con la
muerte). En lugar de Ceciliano los obispos africanos propusieron a Mayorino, y
luego, en 313 a Donato. El emperador Constantino se abstuvo de solucionar el
conflicto, dejándolo en manos de las los propios obispos y sus decisiones
internas. La decisión episcopal se decantó a favor de Ceciliano, en tanto que
Donato fue considerado cismático. Aunque los donatistas reclamaron al emperador
llevar a cabo un nuevo Concilio (Arlés, en 314), los obispos declararon
inocente a Ceciliano y llamaron calumniadores a los obispos africanos.
La causa donatista tuvo un origen
urbano pero se difundió con prontitud en el ámbito rural de Numidia, encarnándose en protestas sociales en contra
el sistema de dominio imperial. En tal sentido, el donatismo fue el fundamento
ideológico de las revueltas de los circumcelliones,
a finales del siglo IV, llevadas a cabo en contra de las propiedades y cultos
de la Iglesia Católica. Así pues, el movimiento donatista forma parte de una
pugna entre facciones cristianas: por una parte, los católicos, elemento básico
de la dirigencia provincial; por otra, los donatistas, cuya base social estaba
formada por campesinos y por población urbana desocupada. El principal
inconveniente de la facción donatista fue su repetida tendencia a la escisión
localista, como es el caso de los rogatistas, patricianos o maximianistas. San
Agustín, de hecho, acusó a los donatistas de rechazar la unidad político-social
y espiritual y, por ende, de poner cara a cara, enfrentados, a colonos y
esclavos contra los terratenientes.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas