Textos e imágenes para la comprensión de procesos histórico-ideológicos, religiosos, artísticos y culturales de la antigüedad asiática, y para un acercamiento a los períodos arcaicos en África, América y Europa. Se presentan artículos de opinión, investigaciones, imágenes y diversos ensayos. Los vínculos (Museos, Institutos, Universidades, Centros de Investigación) complementan las indagaciones que se muestran.
29 de marzo de 2017
25 de marzo de 2017
El extranjero en la iconografía del Egipto antiguo (I)
Imágenes:
arriba, “los nueve arcos” y cautivos en el fondo de unas sandalias. Tumba de Tutankamón;
abajo, un relieve de Ramsés II en una escena de la batalla de Qadesh, apresando por el cabello enemigos (un nubio, un libio y un asiático); Menfis.
El arte egipcio, producido por la elite letrada, entendía que el
otro, dentro del propio Egipto, lo conformaban las mujeres, los siervos, los
niños, artesanos y campesinos. Fuera de la tierra egipcia, lo eran los
“foráneos”, los extranjeros, que diferían de los egipcios en el lenguaje, las
costumbres, la vestimenta y las creencias. Durante los Reinos Antiguo y Medio,
los contactos con los no egipcios se restringían a los residentes en áreas
fronterizas y también a aquellos particularmente vinculados al comercio
exterior y la diplomacia.
La subyugación de los extranjeros constituyó un tema muy común
en el arte egipcio. La representación de no egipcios cubría grandes espacios en
palacios y templos, aparecía sobre estatuas reales, elementos arquitectónicos,
mobiliario y hasta sobre recipientes de cosméticos. Su preeminencia en el arte
se debió al rol cosmológico que los extranjeros jugaban. Fueron vistos como la
encarnación metafórica del caos indiferenciado de la no existencia, que
antecedía a la creación y que después la rodeaba (incluso a veces penetrando en
ella), amenazando el mundo ordenado de Egipto. Maat se concibió como la antítesis y el
complemento del caos; un compuesto de justicia, orden, acción correcta, paz y
tradición. Un mundo conocible nombrado y categorizado que podía ser mantenido
por las acciones del faraón y de su gente. La caótica no existencia allende
Egipto era, no obstante, un necesario componente de la vida egipcia, porque era
la fuente de toda fertilidad y renovación, como lo había sido de la creación
misma.
Los extranjeros fueron contemplados, de modo genérico, como una
masa indiferenciada, amenazante, aunque no tanto por su capacidad de atacar
como de sumergir y reabsorber las distinciones ordenadas. Por su localización
exterior, su incontable número y su naturaleza intercambiable, los foráneos se
asemejaban a las aves, peces y animales salvajes del desierto y de los pantanos
egipcios, que también representaban la no existencia y tenían que ser sometidos
y controlados para mantener Maat. Al igual que la subyugación de los
extranjeros, la caza de animales, la captura de pájaros y la pesca de peces,
fue un tema relevante en la iconografía egipcia. Los paralelos aclaran que el
modo en que los egipcios representaban a los foráneos no implicaba odio
xenofóbico ni temor. De hecho, los textos y las biografías de oficiales suelen
mostrar a la elite egipcia interactuando pacíficamente con no egipcios, tanto
dentro como fuera de Egipto.
La representación de los extranjeros estuvo cercanamente
asociada a la representación de la realeza egipcia. Uno de los más corrientes
contextos en los cuales los foráneos eran mostrados fue el de las escenas de
golpes violentos, en las cuales el faraón mantenía sujeto del cabello a un
cautivo arrodillado, mientras con su mano libre levantaba un arma preparada
para ejecutarle. Su gran número, la idéntica apariencia y las poses análogas se
asociaban al caos indiferenciado. La escena de golpear al enemigo pudo haber simbolizado
la ejecución ceremonial de un cautivo extranjero o un ritual en el que un
fragmento de escultura era “atacado”, en lugar de un enemigo vivo, como se
sugiere de las esculturas decapitadas de cautivos atados encontradas en el
complejo mortuorio de Pepi II. En cualquier caso, la escena llegó a ser un
icono de la realeza.
El nombre del rey también podría
representado golpeando extranjeros. Así, en el serej del rey Aha de la Dinastía I extiende sus brazos desde las
esquinas para agarrar y golpear a su enemigo. El mismo recurso se observa en
las bases de las estatuas en el primer patio de Medinet Habu, donde los
halcones encima del serej de Ramsés
III y sus cartuchos mantienen a sus cautivos con brazos humanos.
Un motivo regio vinculado fue la
representación de extranjeros aplastados y pisoteados bajo los pies del faraón,
quien debe ser mostrado en su forma humana o como humano con cabeza de halcón o
de esfinge. De hecho, es probable que esta situación pudiera haber sido uno de
los principales roles de la esfinge, pues vemos que ocurre en una escena en el
templo mortuorio de Sahure, antes de la creación de la forma de la esfinge. El
motivo, tal vez, es muy antiguo, del Período Predinástico. En la Paleta del
Campo de Batalla un león pisotea cautivos caídos, mientras que en la Paleta del
Toro, un enemigo caído es aplastado por un toro. Esto sería así si se entiende
que leones y toros están ya simbolizando en este momento al gobernante.
Los extranjeros fueron también
representados sobre las bases de las esculturas regias. El pisoteo del enemigo
foráneo puede aparecer implicado en
representaciones tardías de extranjeros atados sobre las suelas superiores de
las sandalias reales y en las cubiertas de los reposapiés del faraón, tal y
como los preservados en la tumba de Tutankhamón, y también en los “senderos de
cautivos” pintados en los suelos del palacio real de Amarna. Al igual que las
escenas de golpear al enemigo, este motivo estuvo, salvo pocas excepciones,
limitado a los contextos reales.
Una característica de la representación
de extranjeros en el arte egipcio es su pasividad. Los “otros” egipcios (niños,
mujeres, artesanos, campesinos), tendían a ser mostrados activos en escenas con
hombres de la elite. Por su parte, los extranjeros, si no eran simplemente mostrados
muertos debido a los temibles ataques del faraón, se representaban pasivos,
permaneciendo de pie, arrodillados, levantando sus manos en sumisión o súplica,
y caminando solamente si eran cogidos por sus ropas. La pasividad general de
los extranjeros responde, probablemente, a la presencia del rey, quien
activamente los sometía; su pasividad enfatizaba, así mismo, el tremendo
esfuerzo necesario para crear Maat.
A pesar de su rol cosmológico de la no
existencia indiferenciada, los foráneos fueron, normalmente, diferenciados en
distintos grupos. El aprecio egipcio por la taxonomía y las oposiciones (o
polaridades) dualísticas fueron un contrapeso significativo sobre la
homogeneidad teorética de las gentes extranjeras. No se debe olvidar que el
mundo organizado egipcio consistía en oposiciones entre el este y el oeste, la
tierra cultivada y el desierto, el valle del Nilo al sur y el delta al norte.
Se distinguían entre ellos y también se oponían. Muy habitualmente, los nubios
del valle meridional del Nilo eran contrastados con los asiáticos[1] de las tierras
septentrionales y orientales de más allá del Sinaí.
En los templos del Reino Nuevo los
nubios eran mostrados, muy a menudo, sometidos por el rey llevando su corona
blanca meridional, sobre el sector sur de los pilonos del templo. Por el
contrario, los asiáticos aparecían subyugados por el faraón, con su corona roja
del norte, en la zona septentrional de los pilonos. Un tercer grupo, menos
comúnmente representado, tal vez porque no tenía un opuesto polarizante, fue el
de los libios, habitantes del desierto y los oasis del occidente de Egipto. Los
libios eran fueron a menudo sustituidos por los asiáticos, aunque también
ocurrió que las tres etnicidades podían ser agrupadas como una tríada de
pueblos foráneos, lo cual era muy apropiado porque los egipcios empleaban las
tríadas para indicar multiplicidad. Los grupos genéricos se vieron aumentados
por más específicas representaciones de agrupaciones de extranjeros en
contextos históricos concretos, como pasaba con las gentes de Punt (relieves de
Sahure y Hatshepsut), o los comerciantes levantinos (tumba de Khnumhotep II en
Beni Hasan). Además, las escenas de hambrunas de Sahure y de la pirámide de
Unas muestran poblaciones emancipadas que, ocasionalmente, han sido
identificadas como beduinos del desierto.
Además de la dual y la triple división
de los extranjeros genéricos y de las referencias históricas a grupos étnicos
más específicos, los enemigos extranjeros fueron representados, desde los
períodos más antiguos de la historia egipcia como un Grupo de Nueve Arcos.
Parece probable que esos arcos, inicialmente, no representasen nueve grupos
individuales de extranjeros. El número tres simboliza multiplicidad, y tres
treses significa totalidad, de manera que agrupar nueve arcos representa a
todos los enemigos del faraón y de Egipto.
Los cautivos pisoteados fueron, a
menudo, representados sobre las caras de las basas de las estatuas. Sus
superficies superiores mostraban habitualmente un grupo de nueve arcos bajo los
pies del rey, una práctica que parece datar de la Dinastía III.
Posteriormente, los nueve arcos también
se observan sobre sandalias, reposapiés y suelos pintados, algunas veces solos,
y otras en combinación con los extranjeros que representaban. En las escenas de
golpear con violencia el faraón puede mantener consigo un arco o el cautivo
puede levantar un arco hacia el soberano, con su cuerda vuelta hacia él, en
gesto de sumisión y de súplica. Esta arma básica n los conflictos armados
implicaba que los cautivos se habían rebelado contra el faraón, violando, de
este modo, Maat. Los extranjeros no son, así, meramente subyugados a
causa de que eran foráneos, sino porque su sometimiento es un requisito
necesario para restablecer Maat. El
uso más antiguo de arcos para simbolizar enemigos se remonta a la cabeza de
maza ceremonial del Rey Escorpión (Nagada III-Dinastía 0).
En el Reino Nuevo, momento en el que los
nueve arcos empezaron a ser identificados con nueve particulares grupos
étnicos, dos de esos grupos eran los egipcios del Alto y el Bajo Egipto, lo
cual demuestra que el universo de “otros” peligroso no consistía únicamente de
extranjeros, sino de una mezcla de foráneos que amenazaban el país, y de
egipcios de ambas partes del mismo, quienes perturbaban el orden establecido
violando las normas y las leyes. Unos y otros se colocaban al margen de la
protección del estado y del faraón.
Los nueve arcos incluían los tres
enemigos tradicionales, libios (thnw), nubios (jwntjw-ztj) y
asiáticos (mntjw-nw-stt), mientras que los restantes cuatro son más
complicados de identificar[2]. Se trata de hw-nbw,
š3tjw, shtjw-jm y pdtjw-šw. Algunos investigadores
(Wildung sobre todo), sugieren que serían los pueblos de las tierras
mediterráneas, los nubios superiores, los moradores de los oasis y los nómadas
del desierto oriental. Otros, por el contrario (O’Connor, Quirke), ofrecen unas
identificaciones más tentadoras: pueblo de Hau-nebu; pueblo de Shat; los habitantes de las tierras
de los pantanos de Iamu; y el pueblo del arco (o de la pluma) de Shu. Durante
el período grecorromano el señalamiento de egipcios del Alto país como
“Orientales” y los del Bajo Egipto como “Sirios” en la lista de los nueve arcos
en el templo de Edfu, parece sugerir que cuando Egipto estuvo gobernado por
extranjeros, se sintió la necesidad de explicar el potencial escenario en el
cual un rey no egipcio sometía a los egipcios. Tales egipcios fueron,
claramente, vistos como alienados de la sociedad, como verdaderos “foráneos”
por sus propios crímenes.
En el periodo arcaico (2950-2545 a.e.c.)
y en el Reino Antiguo (2540-2120 a.e.c.), los extranjeros eran representados
únicamente en contextos reales. Aunque existen tumbas decoradas de oficiales
como las de Weni y Harkhuf, cuyos textos autobiográficos describen
interacciones con los extranjeros, no hay representaciones de foráneos en esas
tumbas. Los no egipcios también se encuentran enteramente ausentes de las
tumbas elitescas de Elefantina, región fronteriza cuya elite estuvo muy a
menudo inmiscuida en el comercio foráneo.
Durante la etapa de conflictos sociales
del Primer Período Intermedio (2118-1980 a.e.c.), las gentes de etnicidades
extranjeras comienzan a mostrarse en las capillas funerarias provinciales,
usualmente en un contexto de actividad militar. En el Reino Medio (1980-1750
a.e.c.), las representaciones volvieron a ser infrecuentes en los contextos no
regios. Algunas excepciones se encuentran en provincias, notablemente la tumba
de Khnumhotep II en el cementerio de Beni Hasan, en donde se puede observar una
procesión de comerciantes levantinos con los ojos pintados.
Una relevante excepción a la ausencia de
foráneos en monumentos no regios en el Reino Antiguo y Medio es la
representación de pastores beduinos conduciendo un toro. Desnudos o casi, y a
menudo de una delgadez esquelética, esos aislados beduinos se observan en
capillas funerarias de tumbas no reales de ambos períodos, tanto en la capital
como en las provincias. Su apariencia sugiere que los beduinos no fueron vistos
como un grupo extranjero durante esas épocas. Como las regiones de los oasis
fueron habitados por beduinos desde tiempos remotos y gobernados por oficiales
egipcios, es probable que tales habitantes fuesen considerados como un sub
conjunto de la población egipcia. Nunca aparecen, de hecho, en escenas de
golpes violentos.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR.
[1] El término asiático en egiptología designa una categoría omniabarcante en
la cual los egipcios incluían habitantes del Levante y de Mesopotamia. No
obstante, en virtud de su elasticidad, es probable que la palabra incluyera
también pueblos de ciertas regiones del sur de Europa.
[2] En la tumba de Kheruef, en donde los nueve arcos se muestran sobre la base
del trono del rey como ciudades capturadas, los cautivos asociados con esos
cuatro pueblos son idénticos a aquellos cautivos vinculados con los asiáticos.
El enemigo del Bajo Egipto es también mostrado como un asiático, pero con barba
corta, mientras que el del Alto Egipto aparece como idéntico a los nubios.
20 de marzo de 2017
El inicio de la “Historia”. Los orígenes jónicos
Fue
en el ámbito territorial y cultural jónico en donde se produjeron las primeras
reflexiones griegas acerca del pasado. Sus autores fueron mitógrafos y
logógrafos, esto es, prosistas, que se destacaban de aquellos que escribían en
verso.
Se
puede decir que fueron los primeros cronistas locales. Se encargaban de
exponer, en modo narrativo, las tradiciones de un pasado remoto, las míticas
leyendas de los fundadores de los lugares o sus personajes más relevantes.
Puede haber detrás de esto el deseo de buscar un sentido de identidad ciudadana
y de identificación “patria”, sin que hubiese necesidad alguna de plantearse la
diferencia entre los mitos y las “verdades” históricas o de elevar las
tradiciones al estatuto de científicas.
Logógrafos
y mitógrafos fueron los primeros que quisieron dejar testimonio de los orígenes
de sus ciudades, poniendo los cimientos para que autores como Heródoto o
Tucídides elaboraran una concepción histórica nueva. No se conocen muchos de
estos logógrafos y mitógrafos. Se puede nombrar a Ferécides de Lesbos, Janto de
Lidia, Carón de Lámpsaco, Helánico de Siracusa, Escilax de Carianda, Natíoco de
Siracusa y Hecateo de Mileto. De entre ellos destacan sobremanera Escilax y,
sobre todo, Hecateo. La obra de este último se encuentra en el límite entre la
historia y la investigación filosófica, al enmarcarse en el racionalismo de la
escuela jónica. Además de su Descripción
de la Tierra, quizá su obra más destacada sea Genealogías, pues es un trabajo con cierta investigación crítica.
Con
la justificación de relatar el conflicto militar entre Grecia y Persia,
Heródoto (484-425 a.e.c.), entrelaza (en sus Historias en nueve libros y en dialecto jónico) una serie de narraciones
sobre costumbres, episodios, acontecimientos, lugares y personajes relacionados
con su temática central. En el fondo, Heródoto logra una descripción global del
mundo de su época, y que llegó a conocer, bien a través de viajes o gracias a
las relaciones que mantuvo con otras personas. Su obra carece de una
organización coherente y metódica, pero no se le puede negar el mérito de ser
un primer intento de realizar una historia global del mundo conocido. Sin
embargo, en bastantes oportunidades se queda en una amplia descripción geográfica
que enriquece con relatos y costumbres de diferentes lugares. Otro de sus
méritos es la apertura hacia otras culturas (no griegas). Lo cual le permite
comparar los aspectos socio-políticos de las mismas con aquellos propiamente
griegos, como el Imperio frente a la ciudad-estado o el despotismo oriental
frente a la ciudadanía helena.
Mientras
el motivo de Heródoto fueron las Guerras Médicas, el de Tucídides (460-400
a.e.c.), fue la Guerra del Peloponeso, cuyo fin supuso, tras una generación, el
colapso de Atenas. Al margen de la vida política ateniense, en la que estuvo
activo, se dedicó a viajar y a escribir. Podría decirse que es un historiador,
pues cuida el método y es puntilloso con la cronología. Precisa las causas, los
períodos, las fechas; selecciona sus fuentes y la documentación que precisa,
criticando la falta de tacto de quienes no se preocupan por documentarse.
Existe un rigor metodológico. Y aunque no es riguroso en sentido estricto,
intenta ser imparcial. Se centra en analizar las causas de los acontecimientos
y es capaz de investigar los orígenes y las consecuencias que dichos
acontecimientos pueden acarrear. Por todo ello, debe ser calificado como el
primer investigador científico y crítico de la historia occidental.
El
primer gran historiador del siglo IV a.e.c. fue Éforo, del que se dice que
Isócrates le encomendó la tarea de preservar el pasado remoto de un modo
adecuado. Muy influyente en Diodoro y Estrabón, quienes lo citan como una
referencia, fue un narrador que se empeñó en hacer, en palabras de Polibio, una
historia general del mundo griego, que daba inicio, como no podía ser de otro
modo, en la caída de Troya. Jenofonte, por su parte, participó a fines del
siglo V a.e.c., en la famosa expedición que, apoyada por Esparta, se encaminó
hacia Asia Menor con la finalidad de apoyar a Ciro. Precisamente esta
expedición y sus pormenores forman parte del tema de su Anábasis. Sin embargo, hay que decir que su obra histórica más
relevante es Helénicas, una historia
de Grecia en siete libros, que cubre, sin embargo, el breve período temporal
que discurre desde 411 hasta 362 a.e.c., año en que se llevó a cabo la batalla
de Mantinea. Aunque es un continuador de la obra de Tucídides, su método
desentona, pues no hace una recopilación exhaustiva y sistemática de las
fuentes de información.
Cicerón
asignó el término moderno de la Historia de Grecia a Teopompo (el pasado a
Éforo). Es autor de un par de historias, una de ellas continuación de
Tucídides, la Helénica en doce
libros, y la Filípica, una suerte de
resumen de la política griega contemporánea, en nada menos que cincuenta y ocho
libros. Se encomendó a los artificios de la retórica para asegurar un efecto de
atracción sobre su público.
Timeo
de Tauromenion, un severo crítico de Teopompo y de Éforo, se ocupó, durante
buena parte de su vida en Atenas en la investigación de la antigüedad.
Estableció en la historia el cómputo de las Olimpiadas, herramienta útil para
los historiadores en relación a la cronología de la historia griega, si bien nunca
fue un método adoptado para empleo común.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP. Granada. Marzo, 2017
Etiquetas:
Cultura griega,
Fuentes antiguas,
Historia Antigua,
Teoría.
12 de marzo de 2017
Aspectos fundamentales de la prehistoria de India: de los orígenes a los asentamientos proto urbanos del Neolítico
Imágenes (de arriba hacia abajo): un busto femenino en
miniatura, hecho en terracota, de Mergahr; una vista del MR3 de Mehrgarh, con
diferentes niveles de ocupación; y un sector ritual del yacimiento de
Kalibangan, con drenajes en piedra.
El
Homo erectus, muy probablemente, se movilizó desde África hacia el sur de Asia
a través de Asia occidental, hace unos 500000 años. El Homo sapiens, por su
parte, llegó mucho más tarde al subcontinente utilizando dos caminos
principales y en dos épocas distintas. Una de ellas fue la ruta tradicional a
través de Asia occidental, hace unos 30000 años; la otra, la que permitió la
llegada de otro grupo un tiempo antes, en torno a unos cincuenta mil años,
desde las costas del sur de India mientras los homininos seguían su viaje hacia las islas Andaman, Indonesia y
Australia. En tal sentido, y en el contexto indio y del sur de Asia, podría
decirse que la edad de piedra y, por tanto, el Paleolítico, comenzaría aquí
hace quinientos mil años, dilatándose hasta el III Milenio a.e.c. cuando ya existe
constancia arqueológica de objetos de cobre pertenecientes a la cultura
harappense. No obstante, los restos más
antiguos del género homo encontrados
en el subcontinente, que corresponden al Hombre de Narmada, tienen una
cronología en torno a 250000 años, en tanto que los más antiguos homo sapiens,
hallados en Sri Lanka, se datan en 34000 años.
Los
dos útiles predominantes durante el desarrollo del Paleolítico Inferior fueron
pequeñas herramientas y, sobre todo, las hachas de mano. Grandes depósitos de
pequeños útiles y choppers fueron
descubiertos en el valle del río Soan, en Pakistán. Las acumulaciones allí
encontradas, así como otras en sitios cercanos, han originado la denominación
de Cultura Soan. Las hachas de mano descubiertas en Chennai, ya en la segunda
mitad del siglo XIX, se conocen como la Cultura Madrasiana. Desde el
Paleolítico Medio existen evidencias de herramientas en forma de hojuelas,
núcleos, raspadores y buriles; a pesar de las variaciones regionales, todas
estas piezas constituyen una cultura conocida como Cultura Nevasan, cuyo nombre
procede del sitio Nevasa en el valle del río Godavari en el Decán.
Una
muy remota evidencia que puede ayudar a la reconstrucción de la arcaica vida
social durante el Paleolítico Superior en el subcontinente lo constituye la
presencia de pinturas en cuevas, concretamente en Bhimbetka, en las bancadas
del río Narmada en la India central. En ellas se representan escenas de caza
vinculadas con símbolos de fertilidad.
La
transición del Paleolítico al Mesolítico testifica la emergencia de un Nuevo
tipo de útil de piedra, el microlito. El conjunto habitual de microlitos
incluye triángulos, trapecios, crecientes y puntas de flecha, todas ellas
herramientas o armas de gran efectividad. La producción de microlitos dependía
de la disponibilidad de piedras que podían ser fácilmente trabajadas, como el
cuarzo y diversos tipos de calcedonia. La más antigua evidencia de esos
microlitos en el sur de Asia se encuentra en sitios de Sri Lanka, que se datan
en torno a 26000 años. Los microlitos de los yacimientos en el territorio
continental indio, Bagor, en Rajasthan, Langnaj en Gujarat, Sarai Nahar Rai,
Mahadaha y Damdama en la llanura del Ganges, además de Adamgarh, Bhimbetka y Ghagharia
en la India central central, se fechan en una época más reciente a esos
veintiséis mil años.
Los
microlitos fueron unas herramientas funcionalmente más útiles que las de mayor
tamaño, porque podían ser enmangadas para formar muchas otras herramientas,
como cuchillos. Gracias a su presencia se puede detectar un cambio de hábitat,
de los sitios cercanos a los ríos a las colinas y zonas boscosas. Una movilidad
estacional se ha registrado en relación al movimiento de personas entre las
llanuras del Ganges y las escarpaduras Vindhya en la India central. Los
animales se mueven, en general, durante el invierno desde las llanuras a las
colinas, en tanto que la población les sigue y se refugia en cavernas. El
movimiento inverso se produce durante la estación cálida, cuando la gente
aumenta su capacidad de subsistencia gracias a la recolección de plantas en las
llanuras.
El
hallazgo de numerosos molinos de mano y anillos de piedra en diferentes
yacimientos atestigua una primitiva forma de cultivo. Es muy probable que los
anillos pétreos fueran usados como pesos. Además, también se han encontrado
huesos de ovejas, cabras y vacas en las áreas de habitación, un claro indicador
de la domesticación de animales. Huesos de otros animales, como ciervos,
jabalíes y avestruces también son frecuentes entre los restos adyacentes a los
sitios habitados. Los lugares de enterramiento contienen restos esqueléticos y
bienes funerarios como los propios microlitos, caparazones o pendientes de
marfil. Todo ello sugiere la posible creencia en el Más Allá, en la otra vida o
en alguna forma particular de conciencia. Algunos sitios de enterramiento estuvieron en
basureros, como los ejemplificados en Sri Lanka. Del mismo modo, notables
ejemplos de arte parietal en el que se representan cuerpos de animales y
figuras humanas, han sido descubiertos en diferentes lugares del paisaje indio,
en cavernas en zonas tan apartadas entre sí como Kerala y Cachemira.
En el contexto del sur de Asia e India, la evidencia
arqueológica de neolitización data de 11000 a.e.c., si bien la evidencia de
agricultura y domesticación de animales se fecha desde 7000 hasta 1000 a.e.c.
dependiendo de los lugares. Hasta el día de hoy se cree que los primeros
agricultores del sur de Asia se focalizaron en Beluchistán y que debieron haber
procedido de Mesopotamia y de la región del, Creciente Fértil.
Se pueden establecer cuatro concentraciones de
yacimientos neolíticos en India, que permiten identificar las similitudes y
disimilitudes regionales. La primera de tales concentraciones se halla en
Beluchistán, en las cercanías del río Bolan, cerca del paso que une las tierras
altas con las llanuras del río Indo. La presencia de restos de estructuras
elaboradas con adobe, de semillas de cebada y trigo y de huesos de cabras,
vacas y ovejas, proveen la evidencia más clara del desarrollo de la agricultura
y de las comunidades pastoriles en esta región del subcontinente. El lugar
principal aquí fue, sin duda, el sitio de Mehrgarh, cuyos estratos más antiguos
han sido datados en 7000 a.e.c. Otros sitios asociados a esta región son el de Kili
Gul Mohammad y el de Rana Ghundai.
La segunda agrupación de yacimientos se encuentra en
Cachemira y los valles del Swat, en Pakistán actual. Hay evidencia, en sitios
como Gufkral y Burzahom de asentamientos neolíticos de agricultores. En ellos
han aparecido objetos de distinto tipo, cerámica y restos de fauna doméstica.
Además, también se han encontrado peculiares fosos en forma de campana. Se ha
sugerido que estos pozos habrían servido como lugares subterráneos de morada
para seres humanos o como sitios de acumulación de inhumaciones. En tal
sentido, se ha pensado que las gentes que los usaron habrían estado vinculadas
con las comunidades neolíticas de Asia central, que utilizaba pozos
semejantes. No obstante, también es
probable que hayan sido una suerte se silos para el grano o grandes refugios.
Una tercera zona de concentración de yacimientos se
localiza en una gran área que cubre la cuenca del Ganges y casi todo el oriente
de India. En esta amplia zona algunos de los restos son yacimientos pre
agrícolas, lo cual indica una continuidad con el Mesolítico. En otros lugares,
sin embargo, caso de Chopani Mando,
Chirand, Mahagara y Koldihawa, existe evidencia de cultivo y de domesticación
de animales ya desde el IV milenio a.e.c. Así mismo, aquí se han encontrado
restos de granos de arroz. No está claro si esos granos se deben a cultivos
indígenas o si el arroz entró en el subcontinente desde Asia oriental y del
sudeste en algún momento durante el II milenio a.e.c.
La cuarta concentración regional de yacimientos
neolíticos ocurre en el sur de India. En esta región se encontraron, en sitios
como Utnur, grandes montículos de ceniza, muy probablemente restos de
empalizadas dentro de las cuales se encontraba el ganado vacuno en cierta
estación del año y era domesticado. Estos depósitos de cenizas pudieron ser el
resultado de la cremación de diferentes empalizadas. En varios asentamientos al
aire libre del sur de India la presencia de útiles como hachas de piedra
pulimentada y hojas de piedra entre restos de legumbres, tubérculos y mijo
provee una evidencia de una distinta cultura agro pastoral regional.
Tuvieron que pasar algunos milenios después del 7000
a.e.c. antes de que los cazadores-recolectores llegasen a ser figuras
marginales en el territorio indio. Durante largo tiempo los agricultores y los
cazadores-recolectores mantuvieron estrechos contactos, a causa de que aquellos
necesitaban también los bosques y aprovisionarse de miel. Cuando la agricultura
comenzó a incluir el cultivo de la tierra y la alimentación de animales
domésticos, los cultivadores colaboraron estacionalmente con los pastores semi
nómadas. Después de las cosechas, los pastores traían sus vacas, ovejas y
cabras para alimentarse de los rastrojos, en tanto que los excrementos de los
animales ayudaban a fertilizar la tierra. Además, ambos grupos, materialmente
se beneficiaban del intercambio de cereales, leche, carne y pieles de animales.
Con el tiempo, se intercambiaron también artefactos y productos fabricados no
por campesinos ni pastores, sino por artesanos. Sería un intercambio facilitado
ya por comerciantes.
Sin duda los agricultores disfrutaron de un mayor
nivel de prosperidad. Los restos de vasijas, caparazones y piezas de orfebrería
descubiertos en Beluchistán y en la cuenca del Indo, las primeras áreas
agrícolas del sur de Asia, testifican una diversidad presente, al menos, desde
el VI milenio a.e.c. Los conceptos de identidad, etnicidad y de pertenencia a
los antepasados llegan a ser significativos en el contexto de las comunidades
agrícolas. Asimismo, el desarrollo del liderazgo hereditario también empieza a
acontecer en este estado de evolución cultural y técnico. La complejidad social se hace marcada cuando
comienza la búsqueda de estatus entre familias particulares dentro de la
comunidad. Los restos de bienes funerarios son un indicador de esta particular
tendencia.
La complejidad social asociada con las comunidades
agrarias trajo consigo también el conflicto, la guerra, cuyo contencioso
principal fue la tierra y su posesión. Los vestigios de cercados defensivos o
de esqueletos pertenecientes a cuerpos empalados y con armas son claros
indicadores de conflictos violentos.
La transformación de las comunidades de agricultores
neolíticas en asentamientos proto urbanos se produjo esencialmente en el
noroeste, en la región del Indo. Conforma la primera y más arcaica fase de la
civilización de Harappa, denominada Era de Regionalización[1].
Un número importante de sitios en el área progresaron desde un estado neolítico
de existencia a otro con un estilo de vida cultural urbano propio de la Edad del Bronce o el
Calcolítico. Esta transición de lo rural a lo urbano se verifica en
Beluchistán, en sitios como Mehrgarh, Kili Gul Mohammad, Rana Ghundai y Balakot,
el Sind (en yacimientos como Amri y Kot Diji), las planicies del Punjab
occidental (el propio sitio de Harappa), el valle del Gomal, con Rehman Dheri,
y el valle de Ghaggar-Hakra, (con lugares clave como Kalibangan), hoy en los
modernos estados indios de Rajasthan y Haryana.
Este incipiente urbanismo se comprueba a tenor de los
tamaños de los asentamientos, los restos de fundamentos de viviendas, de la
longitud de las calles y de la variada tipología de las manufacturas cerámicas, además de la
presencia de herramientas y valiosos bienes funerarios. Los asentamientos a
menudo se encuentran cerca de tierra fértil y a lo largo de importantes rutas
comerciales.
En Amri, un yacimiento ubicado al sur de Mohenjo Daro,
se distinguen, según los arqueólogos, cuatro períodos. El Período I (3500-3000 a.e.c.),
corresponde a la fase más antigua, conocida como Cultura Amri. En esta fase se
encuentran viviendas rectangulares de piso hundido, así como vasijas de
terracota roja, además de algunas herramientas de piedra. El segundo período se
desarrolla entre 3000 y 2700 a.e.c., mientras que en el III es cuando Amri
forma parte ya de la Civilización del Indo, presentando grandes casas de adobe.
Kot Diji, en el Sind, conoció el desarrolló, entre
3200 y 2600 a.e.c., de una industria cerámica mayor, un estilo cerámico que se
encuentra en sitios como Rehman Dheri o Kalibangan. Se trata de una cerámica
roja con motivos decorativos en forma de escamas de pez u hojas de ficus religiosa. Además, han aparecido
figuras de vacas y diversos objetos de hueso o caparazón. En Kot Diji hubo un
complejo fortificado con una ciudadela, además de una ciudad baja.
Kalibangan, en Rajasthan estuvo ubicada en las bancadas
del hoy seco río Ghaggar-Hakra. Durante su fase Antigua, entre 3000 y 2700 a.e.c., se constata la presencia de una
fortificación de ladrillo además de casas con tres y cuatro habitaciones. También se han hallado hojas de calcedonia, de
cornalina y fayenza, cerámica con varios diseños y piezas de plata y oro.
El yacimiento de Mehrgarh, en Beluchistán es el más perfecto ejemplo de un
sitio que vincula la sociedad neolítica con la cultura de Harappa en su etapa
de madurez. El sitio se encontraba en el
sistema de drenaje del Indo y, por tanto, se trataba de un yacimiento muy apto
para el desarrollo agrícola. Por otra parte, Mehrgarh estuvo estratégicamente
ubicado en la ruta histórica que unía el valle del Indo con la meseta iraní,
vinculando de tal modo el Asia central
con la región occidental. De los seis montículos en los que consiste el
yacimiento, los arqueólogos han denominado el más antiguo como MR3. Aquí
descubrieron evidencias de una continuada ocupación humana desde 7000 hasta
4700 a.e.c. Con posterioridad al Período I, hubo otros seis, con un desarrollo
cronológico que llega hasta 2300 a.e.c.
Finalmente, en este yacimiento se han recuperado
semillas de algodón, lo que ha motivado a los especialistas a preguntarse si
pudo existir aquí el primer centro de manufactura de este producto en la zona
del Indo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Marzo, 2017
[1] Entre 7000 y 4500 a.e.c. debería llamarse Fase Beluchistán, a causa de la
relevancia del yacimiento de Mehrgarh; entre 4500 y 3500 podría considerarse una
Fase de Transición, mientras que desde 3500 a 2600 a.e.c. podría entonces
recibir el nombre de Fase Antigua de Harappa o, según el historiador J.
Shaffer, Era de Regionalización.
6 de marzo de 2017
Vídeos (X): Mekong, el río de los nueve dragones
Espléndido documental. Un viaje cultural a través de este fascinante río. J.L.S.
1 de marzo de 2017
Los rasgos unificadores del Neolítico y Calcolítico en el Oriente de la antigüedad
En la imagen, un par de terracotas en forma de figuras
humanas femeninas, procedentes de Ur y Eridu. Periodo de El Obeid II, hacia
4500a.e.c.
Las primeras experimentaciones técnicas referidas a la
producción de alimentos se llevaron a cabo en los bordes externos del famoso
Creciente Fértil (Palestina, piedemonte de los Zagros y los montes Tauro y
Khuzistán). La franja levantina y del piedemonte resultaron lugares adecuados para
la explosión neolítica por la presencia de nichos estables, desde un punto de
vista ecológico, además de protegidos, en las llanuras y las cuencas
intermontanas. Además, en esta zona se facilitan los contactos entre
ecosistemas diferentes y, por tanto, es
muy enriquecedora la alternancia de animales y recursos vegetales. Son regiones
con lluvias suficientes, con bosques bajos, y con una importante presencia de
leguminosas, gramíneas, ovejas y cabras en estado salvaje, fundamento de la
neolitización.
Entre 15000 y 10000 a.e.c., el período Epipaleolítico,
se define como un período de caza selectiva y de recolección intensificada. La
caza se centra en especies pequeñas (a diferencia de lo que ocurría en el
Paleolítico), como cabras, ovejas y gacelas y, además, se empiezan a
seleccionar los animales y a controlar los rebaños, aunque todavía no hayan
sido domesticados[1].
Se especializa la recolección de gramíneas y legumbres, lo cual conlleva una
involuntaria selección y difusión. La movilidad
se estructura en función de los recursos explotables, un factor que
puede inducir al sedentarismo. El gran utillaje lítico del Paleolítico se hace
microlítico geométrico, con funciones especializadas. Ya se encuentran los
primeros morteros. El hábitat sigue siendo en cavernas, en donde se asientan
comunidades de unos cuarenta individuos. Las primeras culturas de esta fase son
Kebara, en Palestina, y Zarzi en el Kurdistán de Irak.
Entre 10000 y 7500, se establece un período de
producción incipiente. Algunos rumiantes, cabras y ovejas en concreto, inician
una relación simbiótica con el ser humano y son domesticados. Comienza a darse
un empleo sistemático de productos animales como la lana y la leche. Los
rebaños, probablemente ya propiedad de grupos humanos, son conducidos a los
lugares estacionales de pasto. La continuada recolección de gramíneas y
leguminosas silvestres (escanda, cebada, carraón) y la concentración de
semillas en los núcleos humanos debieron conducir a las primeras
experimentaciones de cultivo, delimitando parcelas al abrigo de los rumiantes.
Estaríamos en algo semejante a un cultivo de plantas silvestres. Ahora, en esta
fase, las comunidades construyen casas redondas semienterradas. Desde la óptica
arqueológica se distinguen campamentos base permanentes a cuyo alrededor se
pudieron dar los primeros cultivos, así como campamentos de caza estacionales.
Los primeros silos, así como las primeras tumbas, individuales y, quizá,
familiares, son constatables. Se podría inferir que la presencia de rebaños y
tierras implican arcaicos conceptos de propiedad e, incluso, de transmisión por
herencia. Esta fase la representa el Natufiense (en Palestina y en Siria), el
Neolítico Acerámico A, así como yacimientos como Zawi Chemi y Shanidar, en el
piedemonte iraní, Ganjdareh, en Luristán, Bus Mordeh en Khuzistán y Kamir
Shahir en el Kurdistán. A pesar de ciertas diferencias regionales, el material
lítico consiste, en general, en microlitos geométricos especializados, como
hojas de hoces o puntas de flecha, arpones de hueso y anzuelos. En un principio
del período, los grupos dependen todavía de la caza especializada y de la
recolección intensiva, peor ya en el Neolítico Acerámico A de Siria-Palestina,
existen indicios constatados de cultivo, especialmente en Mureybet y Jericó.
A partir de 7500 y hasta 6000 a.e.c., hubo un
neolítico pleno, con comunidades sedentarias de aldea de más de doscientos o
trescientos individuos, y en los que se constata la presencia de casas
cuadrangulares de adobe y el cultivo de gramíneas y leguminosas así como la
cría de ovejas, cerdos, cabras, y más tarde, de bovinos., Culturas de este tipo
se desarrollan en Siria-Palestina con el Neolítico Acerámico B, en el
piedemonte de los montes Tauro, como el caso de Cayonu o Cafer Hüyük, en el
Kurdistán (Yarmo), en Khuzistán (Ali Kosh) o en Luristán (Tepe Guran). La
presencia de la casa cuadrangular es relevante porque posee un significado
social, ya que permite ampliaciones y establecer agregados en torno a pun
patio, tejidos reticulados y grandes edificios con basamentos pétreos. La
cooperación interfamiliar es muy probable. Las primeras expresiones ideológicas
de la estructura patriarcal son ahora posibles. Esta situación no excluye la
presencia de grupos tecnológicamente menos avanzados, como es el caso de los
yacimientos en el desierto de Judea o el desierto del Neguev, auténticos
campamentos de cazadores.
Se evidencian también contactos interregionales
gracias a la difusión de materias primas como la obsidiana, desde Armenia y
Anatolia, o de conchas marinas desde el Golfo Pérsico y el Mar Rojo.
Entre 6000 y 4500 a.e.c. surgen una serie de culturas
plenamente neolíticas, muchas de las cuales se desplazan a las meseta iraní y
anatólica y a las llanuras mesopotámicas, de espacios muy amplios. El riego de
cultivos, por canalización y drenaje en cuenca fluvial o por oasis (Eridu,
Jericó) se hace muy común. La dieta de gramíneas (trigo, cebada) se complementa
con legumbres, mientras que algunas plantas, como el lino, se aprovechan
industrialmente. La recolección de frutos silvestres no se abandona. La
ganadería aporta trabajo, con burros y bóvidos, carne y leche, además de fibras
textiles (cabras y ovejas). No obstante, perduran las actividades de caza, como
en el caso de los onagros y las gacelas, así como la pesca en agua dulce, en
ríos y pantanos. La documentación de los tejidos (pesas de telar, improntas
cerámicas), cubrirían las necesidades de vestir y reemplazarían las anteriores
pieles de animales, más propias del Paleolítico. La cerámica se usa en el
consumo de alimentos, muchos de ellos hervidos o cocidos, así como en el
almacenaje de líquidos.
Algunos
autores (O. Aurenche; S.K. Kozlowski), establecen tres grandes momentos en la
formación de las peculiaridades del estadio neolítico entre el 12000 y el 5500
a.e.c.: uno germinal, otro que ahonda en las raíces diseminadas por la región,
y un tercero final que percibe la eclosión de las definitorias formas
neolíticas y su asentamiento definitivo. En la fase germinal se distinguen tres
grandes conjuntos culturales en áreas diferentes, el Natufiense levantino, el
Zarziense de los Zagros y el Trialetiense de los valles altos de los grandes
ríos mesopotámicos. Para esta fase se han puesto en tela de juicio los términos
y periodizaciones ya clásicos, de connotaciones socio-económicas, acuñados a
partir de las excavaciones de K. Kenyon en Jericó y de las definiciones de G.
Childe, que acabaron por establecer las diferencias entre neolítico
pre-cerámico y cerámico. El modelo de R.J. Braidwood también está sujeto a
revisión y se encuentra en declive. Proponía la eclosión precoz del neolítico
en los montes Zagros, donde creía se daban las condiciones necesarias para el
nacimiento de la agricultura, elemento definitorio del proceso, el piedemonte y
los valles interiores. Desde ahí habría habido una difusión hacia el sur
mesopotámico.
El
segundo período, se llama proto neolítico a partir de la presencia de varias culturas diferenciadas e identificadas en función del
nombre de los yacimientos o de sus rasgos particulares, como el caso del
Khiamiense y el Sultaniense del Levante meridional. Si la secuencia levantina
da lugar al Khiamiense, que precede al Sultaniense, Aswadiense y Mureybetiense,
en los valles altos el Trialetiense es reemplazado por la industria de Çayönü,
y en los Zagros y Jezirah el Zarziense da pie al Mlefatiense y el Nemrikiense.
Es en la etapa denominada de eclosión cuando una serie de cambios morfológicos
cuantificables entre vestigios animales y vegetales, datables entre el 8300 y
8000 a.n.E., permiten definir en su sentido amplio la domesticación.
Acompañando a estas modificaciones se evidencian grandes mutaciones en el
ámbito simbólico a partir del tamaño de las representaciones zoomórficas y
antropomórficas.
Las
actividades productivas se llevan a cabo en viviendas cuadrangulares, como ya
se ha señalado, en las que se han hallado silos escavados, alacenas, hornos,
hogares, o zonas para la matanza y despiece de ganado y para la actividad
textil. No obstante, los tipos de vivienda varían, desde el conjunto que se
centra en un patio, hasta el retículo aglomerado de unidades celulares. Hay
asentamientos en aldeas abiertas, aldeas alveolares compactas (lo que supone
que los accesos son por los tejados) y aldeas con murallas. Generalmente, con
independencia de la tipología, suelen ser pequeñas y estar diseminadas. No se
constatan diferencias de rango a partir de los ajuares de las sepulturas.
La
posible religiosidad presenta un aspecto funerario y otro ritual (asociado con
la fertilidad, tanto animal y humana como vegetal). Hay una ausencia de
personalidades divinas individualizadas. La estructura social parece componerse
de familias nucleares reunidas, entre las que pudiera haber habido vínculos,
familias extensas y comunidades gentilicias[2].
No se constata especialización profesional.
Aunque
la dimensión productiva fue esencialmente local, pudieron existir agregados
culturales regionales y relaciones comerciales a larga distancia, en esencia de
materiales preciosos o suntuarios para la época, como fue el caso de la obsidiana,
las conchas marinas o ciertos metales. Estos intercambios son, en realidad,
trueques. Se pudo dar una difusión de aldea a aldea o bien a través de viajeros
que conectan el lugar de origen con aquel de destino.
La
primera cultura cerámica mesopotámica es la de Umm Dabaghiya (datada entre 6000
y 5500 a.e.c.). Se trata de un asentamiento con viviendas rectangulares de
varias estancias con almacenes adosados. La base económica es la caza del
onagro y de la gacela. Entre 5500 y 4500 a.e.c. se desarrollaron tres culturas
fundamentales: Hassuna, Samarra y Halaf. Más que sucesivas son culturas con
etapas de contemporaneidad con una distribución básicamente geográfica, siendo
Halaf la más septentrional y Samarra la más meridional. La cultura que sucede a
la de Umm Dabaghiya es Hassuna. Su despliegue, entre 5500 y 5000 es
contemporánea de la primera fase de Samarra y de Halaf (esta última la
absorberá en sus fases media y tardía). Las casas siguen siendo rectangulares
con varias habitaciones y almacenes. La cultura de Samarra presenta tres fases
(antigua, 5600-5400, atestiguada en Samarra y Tell es-Sawwan; intermedia,
5400-5000, palpable en Tell Shemshara, Choga Mami, Baghuz; y tardía, 5000-4800,
atestiguada únicamente en Choga Mami). La cultura de Halaf, tras su fase
antigua (5600-5300 a.e.c.), localizada en Arpachiya, en Asiria, se propaga por
la Alta Mesopotamia y hasta la costa mediterránea. La economía aquí se
fundamenta en la cebada de secano y en la cría de ovejas y cabras.
El
desarrollo cultural de la Baja Mesopotamia es diferente. Antes de los drenajes
y las obras de irrigación la zona era pantanosa. Allí surgirá, casi
improvisadamente, la cultura de Eridu. Ello significa que su proceso de
formación se desconoce o estuvo radicado en los márgenes geográficos, quizá en
el Khuzistán. Un desarrollo de Eridu es la cultura de Hajji Muhammad (en las
proximidades de Uruk), que se propaga hasta Kish y más allá del río Tigris,
hasta Choga Mami y los centros del Khuzistán (en su fase de Khazineh). Esta es
la unidad cultural que en la geografía histórica comprenderá lo que será Sumer,
Elam y Acadia. También es el punto de partida de la cultura de El Obeid, con la
cual el sur mesopotámico se pondrá a la vanguardia técnica y organizativa de
todo el Próximo Oriente. Con el inicio de El Obeid principia la fase
calcolítica. Culturas posteriores y marginales destacadas ahora son la cultura
de Khirokitia en Chipre, sin cerámica y con viviendas circulares, y las de Tepe
Giyan y Dalma Tepe, en los montes Zagros.
La
fase cultural de El Obeid abarca una fase antigua, clásica, entre 4500 y 4000
a.e.c., y otra tardía (4000-3500 a.e.c.)[3].
Los centros más importantes serán Eridu, Ur, Ras el-Amiya y Tell Madhur. La
agricultura, la ganadería caprina, ovina y de bóvidos, además de la arboricultura
y la horticultura (de cebollas y demás legumbres), serán los fundamentos
básicos de la economía. En ciertas poblaciones la dieta se completa con el
pescado.
Después
de los pequeños templos embrionarios de Eridu, se constatan templos mayores en
El Obeid clásico, que servirán para centralizar, urbanísticamente, el
asentamiento así como la organización del poder político y económico. Ahora son
relevantes los ajuares funerarios, que ya reflejan diferencias crecientes en lo
relativo al nivel económico de los difuntos. Este hecho deja entrever la
existencia de una sociedad que se empieza a estratificar económica y
funcionalmente. Algunas producciones se hacen en serie (hoces de terracota),
indicio de artesanos profesionales dedicados a tiempo completo. Se introduce
también el trono manual para la fabricación cerámica, un proceso que, en
cualquier caso, culmina en el período sucesivo, el de Uruk Antiguo.
Los
agregados socioeconómicos y políticos son mucho más complejos ahora que la
aldea neolítica. Este hecho tiene su origen en la ampliación de la producción
agrícola de llanura gracias a la irrigación extensiva y a la introducción del
arado tirado por animales. Todo ello conlleva una especialización funcional,
profesional así como una estratificación progresiva de la sociedad de las
comunidades.
Centros
septentrionales que suceden a la cultura Halaf tardía serán Tepe Gawra, Nínive
y Tell Arpachiya, además de Tell Brak. Las culturas con cerámicas de tipo El
Obeid se difunden hasta la alta Siria (Ras Shamra), al sureste de Anatolia
(Mersin), a Irán (Siyalk II-III; Tepe Hissar I). En los centros El Obeid
típicos, la metalurgia del cobre está mal documentada, aunque sin duda alcanzó
niveles técnicos significativos, siendo usada para la fabricación de utensilios,
objetos decorativos y armas. El calcolítico tardío del este de Anatolia y el
Gasuliense de Palestina (entre 3700 y 3300 a.e.c.) sirve de punto final al
período El Obeid Tardío, y de comienzo a la fase de Uruk Antiguo en la Baja
Mesopotamia. Aunque entre El Obeid Tardío y Uruk Antiguo no hay ruptura, sí
existe un cambio en los tipos cerámicos. El yacimiento guía de la fase de Uruk
Antiguo es el propio Uruk, que sucede a Eridu tanto desde la óptica
arqueológica como en la realidad histórica, además de (en el norte), la
continuidad de Tepe Gawra. La exportación de los elementos típicos de la
cultura de Uruk hacia la periferia mesopotámica ocurre en la fase Tardía.
En
esta etapa de Uruk el papel que desempeña el templo corresponde a nuevas formas
de religiosidad. Ahora el carácter comunitario de los edificios de culto y la
presencia de varios templos en un mismo núcleo urbano son indicadores de la
aparición de verdaderas personalidades divinas. La relación entre éstas y las
propias comunidades contará a partir de ahora con una clase sacerdotal que
dirigirá coordinadamente los comportamientos económicos, y también políticos,
de todo el cuerpo social.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Marzo de 2017
[1] Un animal
domesticado hacia el 10000 a.e.c. fue el perro, si bien no como fuente
alimenticia, sino como animal de caza y para guarda de rebaños.
[2] No
existen edificaciones públicas en forma de templos o almacenes comunes que
exterioricen la unidad comunitaria. Los primeros santuarios extra familiares se
observan en la Eridu de la Baja Mesopotamia.
[3] El calcolítico
mesopotámico de El Obeid concuerda con el de Susiana C, Mehmed, Susa A y Bayat
en el Khuzistán; con Amuq D y E en Siria, y con Mersin 16 y 15 en Anatolia, en
un horizonte cronológico que discurre entre 4500 y 3500 a.e.c.
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