Imágenes, de arriba
hacia abajo: panorámica de Pompeya, con el Vesubio al fondo; panorámica de las
ruinas romanas de Cartago; frescos con delfines en el palacio de Cnosos y; vista
aérea de los restos del palacio de Cnosos en Creta.
En
esta última sección, la quinta, se tratarán ciudades relevantes del ambiente
del Mediterráneo, relacionadas con culturas destacadas (Minoica, Etrusca,
Cartaginesa), así como aquellas clásicas romanas y griegas. Es el caso
específico de Palmira, Pompeya, Roma, Caere, Cartago, Cnosos, Atenas y Corinto.
Palmira,
en árabe Tadmur (urbe que repele), fue una antigua ciudad aramea en Siria,
nacida en torno a un oasis, a poco más de doscientos kilómetros de la capital
Damasco. Se la denomina Ciudad de los árboles del dátil. Con presencia
poblacional desde el V milenio, Palmira se convertirá en centro estratégico y
comercial en virtud de su ubicación en la Ruta de la Seda (unía India y Persia
con los puertos del Mediterráneo occidental). Como lugar de parada de las
caravanas adquirió la denominación de Novia del Desierto. Llegó a ser la
capital de un reino de poca duración en época de la reina Zenobia, en el siglo
III. Pasó a ser colonia romana para caer posteriormente en el olvido hasta el
siglo XVII, cuando poblaciones nómadas la reutilizaron para sus cabalgaduras.
El
tetrapylon, el templo del dios Bel
(dios solar), el ágora, la gran columnata, el teatro, el templo Nebo y el valle
de las tumbas, en las afueras de la ciudad, que servía como necrópolis, serían
sus vestigios más impresionantes. Algunos, por desgracia, como el templo de Bel
o el arco del triunfo, destruidos por la intolerancia del llamado Estado
Islámico (Daesh). Su primera mención se encuentra en las tablillas del archivo
de Mari que datan del II milenio. También aparece mencionada como ciudad
fortificada en la Biblia hebrea, en
el Talmud y la Midrash. Incluso Flavio Josefo atribuye su fundación al rey
Salomón. Bajo el control seléucida en el siglo IV a.e.c., la urbe aparece como
una ciudad independiente. Palmira sería ya parte de una provincia romana, la de
Siria, desde Tiberio (14-37), siendo renombrada por Adriano como Palmira Hadriana en el siglo II. Zenobia
se rebelaría contra la autoridad romana,
haciendo algunas conquistas y encabezando un efímero reino. Tuvo que ser
Aureliano en el último cuarto del siglo III quien restaurase el control romano.
Se establecieron en ella legionarios y Diocleciano la amuralló ante la amenaza
de los persas sasánidas. Ya en el siglo VII fue conquistada por los árabes.
Pompeya
fue una célebre antigua ciudad, sita en Campania, en Italia. Su origen se
remonta a una pequeña comunidad de cazadores y pescadores oscos, que se puede
datar en el siglo VIII a.e.c., y que recibiría influencias de griegos,
etruscos, samnitas y romanos. Los oscos fueron un pueblo itálico emparentado
con los latinos. Entre 524 y 475 estuvo en manos etruscas, y a partir de
mediado el siglo V a.e.c. la ciudad estuvo bajo la influencia de Capua y los
griegos de Cumas. Un siglo después, está presente la influencia samnita.
El
dominio samnita, pueblo prerromano de lengua osca, dejó una impronta en la ciudad,
en forma de trazado de calles y en la construcción de sus murallas. Desde fines
del siglo IV Pompeya parece aliarse a Roma (está con ella en la tercera Guerra
Samnita). Incluso durante la segunda Guerra Púnica (218-202 a.e.c.), momento en
que Campania se subleva contra los romanos, se mantiene fiel a Roma. Unos años
después de la Guerra de los Aliados en torno al 90 a.e.c., Lucio Cornelio Sila
instalará en ella veteranos de sus campañas sirias como colonos, otorgándole a
la ciudad el estatus de colonia (Colonia
Cornelia Veneria Pompeiorum). Contaría en tal sentido, con instituciones
autónomas similares a las de Roma. Estamos en este momento ante una sociedad
estamental, en la que la elección de los magistrados se basaba en la riqueza y
el rango del candidato, vinculado a su origen familiar y a su prestigio social.
Pompeya acabará siendo, por tanto, lugar privilegiado de descanso de los
aristócratas romanos, su lugar residencial de recreo.
En
los años previos a la famosa erupción del Vesubio (en el 79) Pompeya era una
ciudad rica (de unos 20000 habitantes), con predominio de haciendas o villae rusticae que producían aceite,
trigo y vino, mientras que en el centro de la urbe había talleres de cerámica,
fábricas de salazones y manufacturas de tejidos. Sería el clasicismo y la moda
del imperio los que impulsarían las investigaciones a fines del siglo XVIII e
inicios del XIX sobre la soterrada (como Estabia y Herculano) Pompeya. Las
primeras excavaciones se preocupaban básicamente por exponer las estructuras
arquitectónicas, sobre todo viviendas, tiendas y templos.
Después
de la incorporación de Nápoles al unificado reino de Italia, a fines del siglo
XIX, las principales excavaciones fueron llevadas a cabo por el arqueólogo
Giuseppe Fiorelli, quien dividiría Pompeya en nueve regiones, las cuales se
subdividían a su vez en ínsulas (equivalía aproximadamente a una manzana) y en
umbrales o puertas. Sería en la época del fascismo italiano cuando Matteo Della
Corte o Amedeo Maiuri promuevan el culto a una Pompeya erudita, que
identificaban con el nuevo orden del régimen, convirtiéndola en una gloria
nacional.
Roma
fue la capital de un Estado imperial durante siglos, siendo denominada Ciudad
Eterna o la Urbs. La mitología romana
asocia el origen de Roma con el troyano Eneas, quien fundaría Lavinium.
Posteriormente su hijo haría lo propio con Alba Longa, de cuya familia real
descenderían Rómulo y Remo. Sería fundada por estos hermanos gemelos, quienes
habrían establecido un nuevo asentamiento junto al río Tíber. Rómulo sería el
encargado, con un arado, de comenzar a cavar el pomerium, el foso circular que fijaría el límite sagrado de la
nueva ciudad. Para poblar la ciudad Rómulo aceptó poblaciones de las ciudades
vecinas, de procedencia latina. Pero como Roma estaba formada por varones,
buscaron el modo de obtener mujeres. Así se pensó en las hijas de los sabinos,
que habitaban la colina del Quirinal. Fueron raptadas, y por tal motivo sabinos
y latinos se enfrentaron en el campo de batalla. Con esta leyenda se argumentaba
que ciudad había nacido de la unión de dos pueblos, latinos y sabinos, a los
que se sumaría un tercer elemento, los etruscos de la Toscana y el Lacio.
Roma
fue en origen un pequeño grupo de núcleos que acabaron por formar una
ciudad-estado tras la dominación etrusca y luego un Estado territorial. Desde
una perspectiva arqueológica fue fundada a partir de la instalación de tribus
latinas en las siete colinas, asentadas en forma de pequeñas aldeas que se
fusionarían en torno a los siglos X al VIII a.e.c. Al certificarse la unión se
fortificó el recinto con una muralla, comenzando la primera fase de la ciudad
(Roma Quadrata), en el siglo VIII,
llamada así por su división en cuatro regiones, en principio desde la época de
Servio Tulio. Ya en una segunda fase la ciudad se expande por el Capitolino,
construyéndose el Foro y la Cloaca Máxima. A fines de la sexta centuria se
edifica el templo de Júpiter Capitolino, y en la siguiente el de Saturno,
además de las principales vías (Flaminia, Appia, o Latina).
Ya
con Augusto, a comienzos de, Principado, la ciudad se dividiría en 14 regiones.
La ciudad pudo contar con una población de unos 200.000 habitantes en el siglo
I a.e.c., en tanto que entre los siglos II y III un millón o millón y medio.
Desde la fundación de la ciudad por Rómulo (753 a.e.c. según la tradición),
hasta el advenimiento de la República (509 a.e.c.), Roma será gobernada por
siete reyes, no todos históricos, y de estirpe sabina y etrusca. Uno de ellos,
Tarquinio Prisco, sería el encargado de convertir Roma en una ciudad, con
calles bien trazadas y barrios delimitados, mientras que Servio Tulio se
encargaría de la construcción de la primera muralla de Roma y reorganizaría el
orden político de la urbs.
Tras
la expulsión de los reyes se instaura la República, recayendo el poder en Roma
sobre los patricios, que formaban el Senado y eran elegidos por los ciudadanos
para los cargos públicos. El gobierno lo ejercían dos cónsules, que se
renovaban de año en año. Durante siglo y medio los latinos mantuvieron
continuos enfrentamientos con Roma, conocidos como Guerras Latinas. Luego
vendrían otros conflictos, como las Guerras Samnitas. Con las Guerras Púnicas,
enfrentándose a Cartago, Roma acabará imponiendo su presencia, tras superar la
amenaza de Aníbal, en todo el ámbito Mediterráneo. Roma, así, se hace dueña
absoluta del Mediterráneo occidental, con lo que comienza la época de las
grandes conquistas y la colonización de territorios ya dominados, como la
Península Ibérica, el sur de la Galia o el Norte de África.
El
contacto con el ámbito griego propició la fascinación romana por el arte, la
filosofía y la propia lengua griega, concebida para razonar. Los nobles
comenzaron a copiar las esculturas griegas, enviaron a sus hijos a aprender
griego o a deleitarse con la música y la poesía llegadas de Oriente. Los más
conservadores, aseguraban que ello sería el fin del espíritu romano, pues las
costumbres griegas conducirían a la ciudad, después de tanto esfuerzo, a la
molicie y la decadencia. Sin embargo, tras asimilar la cultura griega, Roma
comenzó a dominar también a través de la
fuerza de su civilización, sembrando así las semillas de la cultura occidental.
Tras la crisis del siglo I a.e.c. y el colapso de la República, se impone el
principado de Augusto y nace el imperio. La paz pública y la bonanza económica,
hicieron del reinado de Augusto la época más brillante de la cultura romana,
con la presencia de figuras como Virgilio, Ovidio o Tito Livio. Todo en la
ciudad proclamaba el nacimiento de una era de paz y prosperidad, la gloria del
Imperio y la llegada al Mediterráneo de la famosa Pax Romana.
Tras
las dinastías de emperadores Julio-Claudios, Flavios, Antoninos (algunos de los
cuales configuran la edad de oro imperial, como Trajano, Adriano o Marco Aurelio)
y los Severos, Roma entra en una crisis, en el siglo III, que será a la postre
definitiva, derivando en el Dominado (fines del siglo III y todo el IV).
Constantino, quien declararía la libertad de cultos, convertiría Constantinopla
en capital imperial. De forma que Roma pierde prestigio. A comienzos del siglo
V, los godos invaden Italia y obligan a los emperadores a trasladarse a Rávena.
En 410, las tropas de Alarico asaltan Roma y, de un modo más simbólico que
real, ponen fin a toda una época.
Caere,
Agilla en griego (Heródoto, por ejemplo), también en etrusco Cisra, fue una
famosa y antigua ciudad comercial de la Etruria, ubicada a menos de cincuenta
kilómetros de Roma y que en la actualidad se corresponde con Cerveteri. Sus
antiguos dominios limitaban con otros conocidos asentamientos, Veyes y
Tarquinia.
Sus
orígenes están envueltos en la bruma del mito, pues según recogen algunas
fuentes (Virgilio, Dioniso de Halicarnaso) habría sido una ciudad sícula (o de
los tirrenios no griegos, y probablemente etruscos) conquistada por los
pelasgos, grupos de población griegos que se desplazarían desde Tesalia. La
ciudad etrusca se fundaría, probablemente, sobre un asentamiento previo, datado
en el período villanoviano, hacia el siglo IX a.e.c. Durante los dos siguientes
siglos se verifica arqueológicamente la presencia de una rica aristocracia,
cuyos miembros se inhumarían en tumbas de cámara. En el siglo VII a.e.c. llegan
a Caere ceramistas griegos, probablemente eubeos o corintios. En la siguiente
centuria, los comerciantes jonios importan, además de productos, estilos
artísticos y costumbres orientales. Es la época en que las familias
aristocráticas ceretanas, que inician su expansión en el mar, se alían con los
cartagineses para detener la actividad griega. El resultado es la famosa
Batalla de Alalia contra los focenses (hacia 540 a.e.c.).
En
la época de los reyes romanos, Caere estuvo en conflictos con Tarquinio el
Viejo. Muerto el rey la ciudad se alió con Veyes y Tarquinia en contra de
Servio Tulio. Caere y Roma estuvieron asociadas por un tratado de hospitalidad
después de que se refugiasen en Caere sacerdotes y vestales romanos, con
multitud de objetos sacros, tras la invasión gala de 390-387 a.e.c. A pesar de
tal alianza, en el momento en que Caere fue favorable a Tarquinia en la guerra
de ésta contra Roma, los romanos intervinieron y Caere acabó sometida,
recibiendo sus habitantes la ciudadanía romana. Ya a partir del siglo IV a.e.c.
Caere se convertiría en un más bien pequeño municipio romano. Muchos siglos
después, en el IV de nuestra era llegó a ser sede de un obispado, subsistiendo
hasta el siglo XIII, cuando la población, por las incursiones sarracenas, debió
trasladarse a un nuevo emplazamiento siendo abandonado el antiguo, conocido
desde entonces como Caere Vetus
(Cerveteri).
Cartago,
en fenicio, Qart Hadasht (o nueva
ciudad), fue una antigua colonia fenicia de la ciudad-estado de Tiro, hoy en el
actual Túnez. El mito convierte a la princesa fenicia Elisa (Dido) en su
fundadora hacia el siglo IX a.C., quien recibiría a Eneas y sus refugiados de
Troya. La historia trágica de amor entre Eneas y Dido (que entre otros narra
Justino con variantes), daría pie a la configuración de la enemistad entre
Cartago y Roma, a partir del momento en que Eneas huye de Cartago para cumplir
su destino en Italia y Dido se suicida. Al margen de la leyenda, es sabido que
desde el II milenio, gentes de Sidón y de Tiro, ante la amenaza de los asirios
y su imperialismo expansivo, se embarcan hacia el occidente del Mediterráneo.
La
arqueología, apoyada en autores como Eudoxo de Cnido, Apiano o Filisto de
Siracusa, desvela el establecimiento colonial en época de la guerra troyana,
hacia 1200 a.e.c., aunque habría que retrasar la fundación hasta el siglo IX,
pues una inscripción del rey asirio Salmanasar III la fecha en torno a 820 a.e.c.
A la llegada de los colonos tirios se encontrarían con un asentamiento indígena
en la denominada colina de Byrsa, cuyos habitantes vivían en cabañas de planta
ovalada. La colonia surgió como una cultura mestiza.
En
la Cartago arcaica existió un urbanismo temprano en torno a calles y plazas,
así como varios puertos, además de espacios sacros como el tofet (santuario que honraba a Tanit y Baal, a los cuales se le
sacrificaban personas), y las murallas. La posterior creación de una gran
armada puso las bases del tan cacareado imperialismo cartaginés desde el siglo
V a.e.c., que motivaría su encuentro (y sus desencuentros) con Roma. Cartago no
sería una simple fundación comercial, sino que se buscó controlar el territorio
adyacente, lo cual dio como resultado la creación de Cartago como una entidad
urbana de carácter estatal y vocación mercantil, capaz de dominar sobre
Mauritania y Numidia.
Con
la caída de Tiro a manos caldeas, Cartago fue independiente, estableciendo un
estado poderoso que rivalizaría con las ciudades-estado griegas de Sicilia y
con la Roma republicana. Con Roma se enzarzaría, a partir del siglo III a.e.c.,
en las Guerras púnicas, tres en total, en pugna por el control del mediterráneo
occidental. Acabaría derrotada, y la ciudad devastada por Escipión Emiliano en
146 a.e.c. Posteriomente, Augusto fundó en Cartago una colonia romana (Colonia Iulia Concordia Carthago),
convirtiéndose en la capital de la provincia romana de África y en surtidora de
trigo a todo el imperio a través de su famoso puerto. En esta época, la urbe llegó
a tener cerca de medio millón de habitantes. A comienzos del siglo V cae en
manos vándalas y luego estuvo bajo el poder de Bizancio hasta comienzo del
siglo VIII.
Cnosos,
también conocida como Cerato, según Estrabón, fue la ciudad principal y núcleo fundamental
de la civilización minoica cretense, situado a muy pocos kilómetros de
Heraclión. Sus orígenes se hallan anclados en el Neolítico, desde el VI milenio
a.e.c., siendo su época del mayor florecimiento durante el Minoico Medio,
momento en el que se desarrolla el sistema de escritura Lineal A.
La
tradición mitológica cuenta que el rey Minos fundó tres ciudades en Creta, una
de ellas Cnosos, en donde estaba el Laberinto construido por Dédalo para
encerrar al Minotauro. En el Catálogo de las Naves de la Ilíada Cnosos es
nombrada como una de las localidades cretenses a cuyo mando estaba Idomeneo,
uno de los aqueos coaligados en contra de Troya. Hacia 1900 a.e.c., durante el
Bronce Antiguo, se estructura en Cnosos un imponente complejo palacial que confiere
a la ciudad un enorme prestigio. Destruido el complejo por un terremoto un par
de siglos después, se erigió de nuevo. Este palacio, como el de Festo, será
sede de un poder cuya cabeza es un soberano que une en su persona poderes
políticos y religiosos.
Este
complejo palacial cretense refleja la transformación de una cultura
agropastoral en una suerte de talasocracia, de dominio comercial marítimo
regulador de los intercambios con Egipto o los reinos del Próximo y el Medio
Oriente. Se trata de un palacio-ciudad, con presencia de muchos espacios que se
aglomeran en torno a un patio, con usos políticos, residenciales, religiosos o
económicos. A las funciones residenciales, administrativas, comerciales y
productivas se suman explanadas con escalinatas, tal vez lugares para celebrar
espectáculos o ceremonias públicas. Los soberanos de Cnosos alcanzarían su
mayor poder hacia 1600 a.e.c. Tras el dominio micénico de Creta y el paso de la
Edad Oscura, momento en que penetrarían los dorios, Cnosos siguió siendo un núcleo
de intercambio mercantil con localidades orientales.
Poco
después de caer bajo el domino romano, a partir del siglo I a.e.c., Augusto
funda una colonia en Cnosos, cuya nueva denominación sería Colonia Iulia Nobilis Cnossus. En la etapa bizantina, Cnosos sería
sede de un obispado. Después de ser conquistada la isla por los árabes Cnosos
perdió relevancia, importancia que fue obteniendo la actual Heraclión. Las
primeras excavaciones en la localidad se realizaron en el último cuarto del
siglo XIX por parte del cónsul de España y arqueólogo solamente aficionado,
Minos Kalokairinós. A principios del siglo XX sería ya Arthur Evans el
encargado de excavar el yacimiento, del cual proceden, además de renombradas
estancias y estructuras (el gran palacio, casa de los frescos, la mansión real
o la casa de los huéspedes), casi 3000 tablillas escritas en un sistema de
escritura silábico denominado lineal B, precedente del griego antiguo.
Atenas,
la actual capital de Grecia, se encuentra ubicada en una península rocosa en la
región del Ática, en la que existen tres llanuras de importancia, Eleusis,
Maratón y la propia Atenas, ésta última conectada con el mar a través del
puerto del Pireo. El nombre de la ciudad deriva de la diosa Atenea, quien
habría competido con Posidón por ser su deidad políada. Una versión mítica muy
difundida señalaría a Egeo como su primer rey, padre del gran héroe Teseo. El
sitio, particularmente la Acrópolis, ha estado habitado desde el IV milenio
hasta el momento actual.
Hacia
1400 a.e.c., Atenas es un asentamiento micénico. Unos siglos después, Atenas
destaca como núcleo comercial gracias a la fortaleza de la Acrópolis y a su
acceso al mar, estando en este sentido a la par de la Cnosos cretense o el
yacimiento de Lefkandi en Eubea. Los mitos cuentan que Atenas habría estado
controlada por reyes, miembros de una aristocracia terrateniente conocida como
Eupátridas, quienes gobernaban desde el Areópago a través de Arcontes, hasta el
siglo IX a.e.c. Cuatro tribus se repartirían la región. En esta época, gracias
al proceso del sinecismo, varias localidades entraron en dependencia de Atenas,
factor que la convirtió en un Estado.
El
malestar social acuciante en el siglo VII trajo consigo la aparición de Dracón
y luego de Solón, cuyas reformas, que limitaban el poder de los Eupátridas,
pusieron los cimientos de la futura democracia ateniense, previo paso de la
tiranía de Pisístrato y sus hijos. Clístenes sería el precursor de la
democracia, estableciendo 10 tribus, divididas en tres trittyes y cada una de éstas con uno o más demos.
Tras
ser la ciudad capturada y saqueada por los persas, los atenienses (liderados
por Temístocles), con sus aliados, vencerían a los invasores, primero en
Salamina y luego en Platea. La victoria le permitió a la ciudad reunir buena
parte del Egeo en la Liga de Delos, alianza dominada por los atenienses, lo que
será el preludio de la guerra civil entre poleis,
conocida como Guerra del Peloponeso. En los inicios de esta guerra, a fines del
siglo V a.e.c., la ciudad contaría, entre metecos (extranjeros residentes),
ciudadanos y esclavos, con unas 400.000 almas. Esta época, y hasta la conquista
de la ciudad por Macedonia, Atenas fue el centro neurálgico de la cultura
(arte, filosofía, literatura), con la presencia de personalidades como
Eurípides, Platón, Hipócrates, Fidias o Heródoto, además de un estadista como
Pericles. Atenas fue también una potencia colonizadora a través de las
cleruquías (tierras cedidas a ciudadanos empobrecidos), lo cual se tradujo en
un imperio colonial.
Bajo
el control de Roma, Atenas siguió siendo una ciudad libre respetada y muy
reputada, siendo un centro de aprendizaje y filosofía durante el gobierno
romano. Algunos emperadores, como Adriano, la embellecieron con un gimnasio,
santuarios, una biblioteca, un puente y un acueducto. Ya a mediados del siglo
III la ciudad fue saqueada por los Hérulos, siendo posteriormente refortificada
pero ya en una pequeña escala, y devastada por Alarico a fines del IV. Atenas
se limitaría a una reducida zona fortificada, mínima fracción de la antigua
ciudad. En cualquier caso, los logros atenienses, como los de Roma, forman
parte indeleble de la civilización occidental.
Corinto
fue una antigua ciudad-estado griega de estratégica posición, en el estrecho
que une el Peloponeso con la Grecia del continente. Según la mitología griega
sería fundada por Sísifo con el nombre de Éfira. Es mencionada ya en Homero
como una de las ciudades que bajo el mando de Agamenón luchan en Troya.
Desde
fines del siglo XIX, las investigaciones arqueológicas de Corinto fueron
conducidas por la Escuela Americana de Estudios Clásicos en Atenas. Destacan
entre sus restos el Diolkos, la fuente Priene, el templo E, las columnas del
templo de Apolo, el templo de Asclepio y el ágora romana. En el siglo V a.e.c.
la ciudad pudo tener una población aproximada de unos 70000 habitantes. La zona de Corinto ha estado habitada desde
el neolítico. El istmo estuvo poblado en época micénica. En tablillas del
lineal B aparece el topónimo Ko-ri-to,
si bien se constata en el palacio de Pilos, lo cual ha puesto en duda su
relación con la ciudad. La tradición señala que a la llegada de los dorios se
enfrentaron contra los eolios y los jonios que habitaban la zona. Los dorios
acabarían reinando en Corinto.
En
Corinto fueron decisivos los dorios Baquíadas, familia que gobernaría la ciudad
en el período arcaico (siglos VIII y VII a.e.c.), una etapa de expansión
cultural corintia, verificada sobre todo en la cerámica, el comercio marítimo,
la organización de juegos rituales (Ístmicos) y el empleo de monedas. En esta
época Corinto es ya un Estado unificado, capaz de fundar varias colonias, como
la famosa Siracusa o Ambracia. A mediados de la séptima centuria antes de
Cristo la familia de los Baquíadas fueron expulsados por el tirano Cípselo,
posteriormente sustituido por Periandro. Un tiempo después, los espartanos
instituirían un gobierno aristocrático, de modo que Corinto sería un aliado
permanente de la confederación lacedemonia.
Corinto
tuvo en rol destacado en el estallido de la Guerra del Peloponeso a causa de su
enemistad con Atenas con motivo de la ayuda que ésta le proporcionó a Córcira,
antigua colonia corintia. La hegemonía espartana fue opresiva, de forma que los
corintios, con los argivos, atenienses y beocios configuraron una coalición que
enfrentó al imperialismo espartano en la Guerra de Corinto (principios del
siglo IV a.e.c.). Con la Paz del Rey o de Antálcidas, en 386 a.e.c., los
exiliados corintios, filoespartanos, procuraron ser fieles a Esparta. En 338
a.e.c. la ciudad es conquistada por Filipo II de Macedonia, convirtiéndola en
el centro de la Liga de Corinto. La ciudad fue ocupada un siglo después por
Antígono III Dosón, hasta que fue declarada ciudad libre por los romanos y
unida a la Liga Aquea. El cónsul Lucio Mumio fue el encargado de destruir la
ciudad (en 146 a.e.c.) siendo su territorio convertido en agger publicus.
No obstante, en 46 a.e.c., Julio César reconstruyó la ciudad enviando una colonia de veteranos y hombres libres, adquiriendo la denominación de Colonia Julia Corintia. En la nueva Corinto Pablo de Tarso fundaría un grupo cristiano. Sería ya la capital de la provincia romana de Acaya durante todo el Imperio romano. Finalmente, fue saqueada por los hérulos en el siglo III, a fines del siglo IV por los visigodos de Alarico I, mientras que en el VI un terremoto la destruyó y en el VIII fue conquistada por eslavos.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP-UFM, abril, 2021.