IMÁGENES: DE ARRIBA HACIA ABAJO, CAMPANA DOTAKU YAYOI; FIGURA HANIWA DE ÉPOCA KOFUN; Y KURA, DEPÓSITO PARA GUARDAR EL ARROZ. YAYOI.
Yayoi
fue una cultura continental, procedente de territorio chino, que se extendió
por el sur de Corea y el occidente de Japón, cuyo desarrollo cronológico se
sitúa entre 300 a.e.c. y comienzo del siglo IV. Conforma una segunda etapa del
Neolítico japonés[1]. Su llegada al
archipiélago fue bastante rápida y relativamente brusca. Es ahora cuando
empiezan a emplearse útiles de hierro y de bronce, sobre todo en campanas,
lanzas, espejos y, naturalmente, espadas. En tal sentido, no es un error
catalogar también la etapa Yayoi como una Edad del Bronce, aunque la difusión
de los objetos de bronce no tuviesen todavía una difusión importante. Esta
cultura se difunde hasta la llanura Kanto a fines del siglo I a.n.E, limitando
a los Emishi (Ezo, es decir, Ainos), al norte (Hokkaido). Son, por tanto,
mongoloides que llegan desde el sur de Corea trayendo influencias chinas. Entre
su cultura material se destacarán los sables de piedra o sekken, de carácter honorífico, y las campanas de bronce (dotaku), propias de la aristocracia con
una finalidad, quizá, vinculada con los cultos ctónicos.
La
contribución primordial de la nueva cultura a la sociedad japonesa fue la
introducción del cultivo del arroz, lo que no significa, por supuesto, el fin
de las actividades económicas fundadas en la extracción de productos naturales
o en la caza y la pesca. El cultivo del arroz llegó al archipiélago cuando
parte de sus cultivadores empujados por invasores durante el imperio Han en
China, tuvieron que buscar nuevas tierras. En su desplazamiento, hacia el siglo
I, llegaron al sur de la península de Corea y, de allí a la isla de Kyushu. Los
terrenos cenagosos y pantanosos que encontraron en Japón, en zonas costeas y
cuencas fluviales, fueron lugares excelsos para continuar el cultivo. Las
especiales condiciones topográficas y climatológicas, así como la escasa
progresión de la ganadería, favorecieron el cultivo del arroz.
Con
esta nueva producción agrícola se transformaron las formas de la vida económica
imperantes hasta ese momento. Además, muy pronto el cereal influyó en la
mentalidad religiosa. Los fenómenos naturales (tormentas, heladas, plagas de
insectos, sequías), influyeron en las cosechas. La nueva sensibilidad ante los
cambios atmosféricos implicó el nacimiento de nuevos conceptos que explicaban
la fenomenología natural como una consecuencia del control que ejercían los
espíritus sobre los cambios climáticos. Así, se empezó a creer que ciertos
espíritus (inadama o kokurei), habitaban dentro de las
plantas de arroz. Había entonces, que aplacar las iras de estas entidades y
adorarlas en lo posible[2].
La fe religiosa, aunque todavía animista, se liberaba del concepto del demonio,
y adoptaba la fe en los espíritus de los cereales.
La
generalización del cultivo del arroz indujo el cambio de hábitat humano. Se
produjeron traslados desde los estrechos y elevados valles, regiones silvestres
y mesetas, a las zonas anegadas. En estas nuevas condiciones nacieron las
viviendas elevadas y los hórreos (hazekura),
para evitar que la humedad y los roedores, acabasen con la cosecha almacenada.
El cultivo del arroz propició una planificación y la realización comunal de
ciertas labores, como la desecación de zonas pantanosas o el regadío de
terrenos áridos. Con este trabajo colectivo, los vínculos se favorecieron y se
afianzaron las agrupaciones humanas o comunidades aldeanas. Algunas de estas
(Kugahara, Karako) fueron relativamente grandes. El texto Wajin-den o Leyenda de los
Japoneses, obra china de época Han, hacia el siglo I, menciona más de cien kuni o “naciones”, brotes de un
primitivo estado o, si se quiere, aldeas-estado, en la región del occidente de
Japón. Las comunidades eran comandadas por un jefe.
Hubo
contiendas entre las comunidades tribales a lo largo de los siglos II y III,
cuyo resultado fue que treinta de esas aldeas-estado se hicieron más grandes y
poderosas. Estos estados de comunidades de aldeas tribales fueron hegemónicos
en Kyushu, como Matsura, Nakoku, Tohma e Ito. Es en este momento cuando surgió
una nación tribal conocida como Yamatai, en el norte de esta isla, gobernada
por la mítica reina Himiko. El reino estableció diferencias de rangos sociales
entre sus componentes nobles y plebeyos; habría nobles (taijin), aldeanos dedicados a la pesca y la agricultura (geko) y esclavos (seiko). No había, debe resaltarse, ni un país unificado, ni una
monarquía hereditaria. El reino pudo poseer un poder político federado que
ejercerían en conjunto los jefes de las tribus o comunidades autónomas.
La
cultura Yayoi se extenderá hacia el este y se asentará en el oriente de Japón,
en la meseta de Yamato (alrededor de la provincia de Nara), donde surgiría un
centro fuerte, de gran nivel cultural, a partir de una federación de
caciques-jefe, que lleva por nombre “poder de Kinki”, una contrapartida del
reino de Yamatai en el norte de Kyushu. Bien
a través del sincretismo de los dos centros, o bien cada uno por
separado, conforman el origen de Japón[3].
El
uso de los utensilios de hierro aumenta el rendimiento agrícola porque facilita
las labores agrícolas. Tal hecho suponía el incremento de la productividad y la
rentabilidad, de manera que los terrenos se convirtieron en propiedades
colectivas comunales de la aldea. Esto ayudó a que se fuese formando entre los
miembros de la comunidad de aldea un fuerte sentido de solidaridad, sintiéndose
ligados a la tierra y más unidos espiritualmente. Se suscitó, en consecuencia,
la conciencia de las relaciones mutuas fundamentadas en la unidad de linaje,
que es el cimiento de la comunidad local (uji
o clan), integrado por hombres cuyo vínculo es étnico y también espiritual. Los
miembros del uji trabajaban
colectivamente y compartían las mismas convicciones religiosas, venerando los
espíritus de ciertos antepasados como sus propios lares que protegían a toda la
tribu. Surgieron, de este modo, los primeros esbozos de un culto a los
antepasados o la veneración a los dioses titulares (ujigami-shinko), cuyo objeto era venerar a los dioses protectores y
celebrar fiestas en su honor. Esta actitud, sistematizada teológicamente, y
provista de regulaciones y fórmulas rituales, evolucionaría hasta conformar el
shinto. Poco a poco se fueron eligiendo responsables de los actos cultuales
(jefe del clan o jefe honorable), sobre todo ancianos o adivinos, cuya
autoridad adquirió prestigio con celeridad. Paulatinamente, además, la tarea se
hizo hereditaria y se amplió a todas las actividades de la comunidad. Este es
el germen de la división de clases en el seno de la comunidad familiar, de una
jerarquía que culminaba en este jefe de clan, que gobernaba con autoridad
patriarcal a los demás miembros de la comunidad.
Tal
distinción de clases y, a la postre, concentración de poder en algunos, pudo
ocurrir entre distintos clanes también, de forma que los clanes más débiles se
vieron obligados a aliarse con otros más poderosos. Esta fusión implicaba que
las familias débiles eran absorbidas por las fuertes, entablándose entre ambas
relaciones de convivencia, incluyendo aquellas de parentesco ficticio. Así, los
clanes más débiles (subordinados o tributarios, kakibe), se vieron en la obligación de pagar tributos a los
poderosos. Algunas contribuciones se especializaron, convirtiéndose en
profesiones y cargos hereditarios, como el caso de los militares (mononobe), oribe, tejedores, o los alfareros (hajibe). Este sector tributario era, en la práctica, un estrato de
semi esclavos al servicio de un clan poderoso, o siervos agrupados sobre el
fundamento de un sistema familiar ficticio.
El
poderío patriarcal de los clanes más fuertes se simboliza cuando en ciertas
regiones de erigen grandes monumentos funerarios. Desde una óptica
arqueológica, esta costumbre de edificar grandes túmulos, durante el siglo IV y
hasta mediado el VII, recibe el nombre de “período de grandes túmulos” o kofun-jidai. La presencia de tales
túmulos representa la preeminencia de aristócratas guerreros que gobernarían
sobre comarcas de aldeas yayoi, representando un régimen político jerárquico.
Entre la cultura material asociada a las grandes tumbas, muchas en forma de ojo
de cerradura, se destacan los magatama,
joyas curvas en forma de coma, usadas en las oraciones para obtener buenas
cosechas y fertilidad, y las figuras haniwa,
cilindros y figuras humanas y animales que se colocaban en las pendientes de
las tumbas como sustitutos de enterramientos reales. Sus formas denotan el
carácter marcial y aristocrático de la sociedad kofun.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV
[1] El avance
técnico artesanal, verificado en utensilios de piedra más refinados y vasijas
de barro hechas a torno, son las dos claves básicas para dividir el Neolítico
japonés en dos etapas.
[2] De aquí
surgió la costumbre de celebrar la festividad de las cosechas (shukaku-matsuri) en el otoño, época de
recolección, y la fiesta del trasplante del arroz (taue-matsuri), en la primavera. Estos espíritus de los cereales
acabaron por convertirse en dioses protectores de las comunidades centradas
alrededor del cultivo del arroz.
[3] Según la
mitología japonesa, los primeros indicios de un estado federal japonés
integrado por clanes se empezaron a concentrar en la mitad occidental del país:
en la región norte de Kyushu (Yamatai, Chikushi), en la costa noroeste del mar
de Japón (Izumo), y en la zona de Kinki (Yamato). Los grandes túmulos funerarios
estuvieron, precisamente, en esos territorios.