Imágenes,
de arriba hacia abajo: estatua El Arringatore; la Quimera de Arezzo
en bronce; un saliente de techo decorativo en forma de ménade en el
Templo de Portonaccio en
Veyes, datado hacia 510 a.e.c.; antefija
con la cabeza de Gorgona (siglos VI-V a.e.c.); el llamado Marte de
Todi, escultura en bronce, datada en 400 a.e.c.; una reconstrucción
de un templo etrusco, según fue descrito por Vitrubio; escultura en
terracota que representa al Apolo de Veyes (Aplu). También del
Templo de Portonaccio en Veyes; y figura en terracota de una mujer
joven, datada entre los siglos IV-III a.e.c.
El
arte de los etruscos, catalogado con cierta desconsideración como un
arte periférico y de carácter artesanal, desarrolló en su
evolución diferentes etapas o periodos,
además
de
numerosas escuelas y tendencias locales, cuya valoración
varía en función de los
especialistas en la materia.
A
una
inicial
etapa
de formación,
que
comenzó
sin tradiciones propias y con elementos arcaicos,
es decir, villanovianos,
siguió una
fase orientalizante (entre
700 y 535 a.e.c.), cuya estética se establece
principalmente
en bienes suntuarios o de lujo, como marfiles, joyas o cerámicas de
importación, en el origen
de la escultura y también en las tumbas principescas. Con
posterioridad se encuentra una etapa
arcaica
(535-475
a.e.c.), considerada
la
edad de oro artística, testigo de una notable
actividad coroplástica, centrada en la escultura religiosa y
funeraria, la pintura mural y en el
trabajo en
bronce.
Es una etapa
influida por artistas griegos, tanto jónicos como
áticos,
asentados en Etruria. En esta
fase, que
suele subdividirse
en tres sub fases, el arte etrusco alcanza
su apogeo, personalizado
en el escultor Vulca
de
Veyes. Posteriormente,
el periodo
clásico (475-310 a.e.c.),
época de
crisis, se vio influido en Etruria por los cánones de la gran
escultura helena. Se originan producciones de cierto provincialismo
en
virtud de las derrotas
militares sufridas por los etruscos. Ya a fines
del
siglo IV
a.e.c., la influencia del helenismo se impondrá
en las líneas artísticas etruscas, propiciando
una etapa
decadente, de 310
a 265 a.e.c., con abundancia de producciones, si
bien no siempre de alta calidad.
Con la conquista romana el arte etrusco queda reducido
a escuelas específicas
sin
personalidad autónoma.
Las
ciudades
etruscas fueron
construidas
con materiales sencillos, como adobes, ladrillos y maderas.
Sobresalen
las espléndidas murallas
de piedra que las protegieron así
como
las puertas, que presentan arcos de medio punto y suelen estar
coronadas con un complejo ático, como
la Puerta
de Augusto de Perugia.
Loa
templos fueron descritos por el tratadista Vitrubio. Consistían en
un alto podio sobre el que se levantaba la sacra construcción.
Entablamentos y frontón, sobre columnas de orden toscano, fueron
realzados con terracotas pintadas de colores, en forma de acróteras,
antefijas, placas o
estatuas. La
ornamentación con terracotas policromadas se tomó de las ciudades
griegas del Asia Menor con
anterioridad a
600 a.e.c.
Por
su parte, la arquitectura funeraria evolucionó, según los sitios
y
las épocas, desde las tumbas de simple pozo, que
contenían urnas
con las cenizas del difunto, hasta las tumbas de fosa, desplazadas
por el
sepulcro de
cámara, de carácter monumental, acondicionado
para
la inhumación de los difuntos y cubierto con un túmulo circular.
Bien aisladas o bien agrupadas a lo largo de calles, formaban grandes
necrópolis. Al interior de las tumbas se accedía por un pasillo
(drómos).
A tales tumbas les sucedieron las tumbas hipogeo, complejos de
cámaras subterráneas que reproducían el interior de las viviendas
de
las
personas
vivas, tal
y como se observa en el
hipogeo de los Volumni, en Perugia.
Únicamente
se conoce un
edificio teatral de piedra, en Castelsecco (Arezzo), de
la segunda
mitad del siglo II
a.e.c. Sobrevivieron
los basamentos de la orchestra
y unas
pocas
hileras de la cávea.
Otros teatros pudieron ser construidos de madera, en
forma
de teatros desmontables. Ciertas
representaciones pictóricas testimonian la presencia de teatros,
como las que decoran la Tomba
delle Bighe,
en Tarquinia.
En
Etruria se desarrollaron tres tipos de escultura. La funeraria, en
piedra y en terracota; aquella religiosa, hecha en terracota y bronce
y algo
menos en
piedra, y la
de uso
doméstico, generalmente esculturas en bronce que solían ubicarse
finalmente
en las tumbas. La
característica general
fue la imitación de modelos orientalizantes y griegos, sobresaliendo
en
su primera etapa de formación Tarquinia, Vulci, Caere y Veyes.
La
escultura, trabajada en
esencia
en bronce y barro cocido, evolucionó
desde
la
etapa arcaica en su temática y en los
postulados estéticos, alejándose tanto
de la plástica oriental, sobre
todo siria,
como
de
la griega, a pesar de las
influencias.
El artista etrusco alcanzó su mayor
expresividad
con
el
bronce, martilleado o fundido, en obras de gran tamaño y
en otras más pequeñas. Se
deben mencionar la
Loba Capitolina, la Quimera de Arezzo, el Marte de Todi y el Orador o
Arringatore.
La
loba, del siglo V a.e.c., agresiva pero asimismo recelosa, tal vez
estuvo destinada a vigilar una
tumba
principesca o a presidir un recinto funerario ejerciendo el rol de
elemento apotropaico. En
tal sentido, los expertos hablan del
ficus
Ruminalis,
higuera consagrada a Júpiter, junto a la cual fueron
expuestos Rómulo y Remo, amamantados allí por una loba, según
narra la conocida leyenda. La estatua se perdió y fue recuperada en
la etapa final
de la Edad Media, momento en el que se
expuso
al público con el añadido
de
dos pequeñas
figuras de niños
obra del artista del Renacimiento Antonio del Pollaiuolo, que
representan a los míticos Remo y Rómulo. De
carácter naturalista
y arcaizante
a la vez, esta obra se
convirtió
en un símbolo de Roma.
La
conocida Quimera de Arezzo, del siglo IV a.e.c.,
presenta
una influencia griega que
llegó a través de
Sicilia. Es
la representación mítica
de un híbrido, formado por un león rugiendo, un prótomo de cabra
que brota
de su lomo, y una sierpe,
que forma
su cola, un elemento añadido a
finales del siglo XVIII
en sustitución de la originaria que
estaba sin finalizar.
Amenazante,
tal vez espera el ataque de un agresor que, según el mito, podría
ser Belerofonte, el hijo de Glauco, rey del Epiro, un mito muy
difundido en Etruria en el período orientalizante que formó parte
del repertorio decorativo etrusco. Se trata de una obra votiva, tal y
como se deduce de la inscripción que luce en su pata diestra, que se
lee don para Tinia.
La
denominada estatua de Marte, hallada en Monte Santo, cerca
de
Todi, en Umbría, es una obra tardía, de principios del siglo IV
a.e.c., aunque
con influencias áticas, siguiendo
los modos de Fídias.
Más que al dios Marte como deidad oferente, representa a un joven y
pensativo soldado, cuyo cuerpo reposa
sobre
la pierna derecha en una postura habitual
de
estatua honorífica. Este guerrero con coraza debió llevar puesto un
yelmo, así como parece
que portaba una
lanza en su mano izquierda. Con la derecha muestra
el
típico gesto de la libación. Su dedicante fue Ahal
Trutitis,
tal vez un jefe celta o umbro, según se
deduce de
la inscripción sobre la coraza.
El
orador, obra de gran naturalismo, fechada a fines
del siglo II
a.e.c.
o principios
del I,
hallada en un santuario cerca de Perugia, representa a Aules
Metelís,
según indica la inscripción etrusca incisa en el borde inferior de
la toga. El personaje lleva
una
toga
exigua praetexta
y una
túnica con un angustus
clavus,
además
de un calzado
a la romana (calceus
patricius).
No
está, como se creía, en
acto de saludar o de dirigir la palabra a sus conciudadanos
(adlocutio),
sino probablemente en el de oración o de ruego; es
decir,
en el acto del silentium
manu facere, con
el brazo levantado que acompaña al silencio previo
al momento de
efectuar la promesa o petición. La
dignidad
del representado queda patente
en el anillo
que lleva en el dedo anular de su mano derecha. Fue una estatua
depositada como exvoto, en tanto que el texto de la inscripción
evoca una ofrenda a la divinidad o numen de nombre Tece
Sans.
Otras
obras escultóricas relevantes son el Busto Capitolino, probablemente
del siglo III a.e.c., el hombre recostado, del siglo IV a.e.c., o el
hoplita de Falterona, un exvoto en bronce, guerrero con yelmo ático
y escudo redondo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, enero, 2024.