ARRIBA, IMAGEN PANORÁMICA DEL TEMPLO DEL DIOS DE LA TORMENTA Y LA CIUDAD BAJA. AL FONDO LA MODERNA BOGHAZKOY; ABAJO, LA PUERTA DEL LEÓN DE HATTUSA.
Hattusa contó, desde
una perspectiva arqueológico-histórica, con cinco fases de existencia a lo
largo del tiempo. La primera marcó la transición entre la Edad del Bronce
Antiguo y Medio, a comienzos del II
milenio a.e.c. La segunda es la correspondiente al período de la presencia de
las colonias asirias en Anatolia, que culminó con la destrucción propiciada por
Anitta. Las fases tercera y cuarta corresponden a la época en la que Hattusa
fue el asiento de la dinastía real hitita. La quinta y última coincide con el
período frigio post hitita, durante el cual la ciudad fue reconstruida en una
escala menor, tras su destrucción previa.
Las estimaciones de los
eruditos al respecto de la población que habitó Hattusa abarcan una amplia
variación que oscila entre los diez mil y los cuarenta mil habitantes,
dependiendo de la época. La población de la ciudad fue, en todo caso, diversa y
mixta, en términos de ocupación y también de clases sociales y orígenes
étnicos.
La fase tres corresponde
a la ciudad del rey Hattusili I. Estuvo dominada por una acrópolis, que hoy se
conoce como Büyükkale, en donde el mencionado monarca construyó el primer
palacio real. El lugar fue nivelado con una serie de terrazas artificiales. Un
viaducto conectaba esta acrópolis con el resto de la ciudad. No obstante, su
vulnerabilidad a un ataque externo, una amenaza en los tiempos de inestabilidad
como los que siguieron al asesinato de Mursili I, propiciaron la construcción
de una espléndida muralla construida, con toda probabilidad, en época del rey
Hantili II. Hacia 1400, Hattusa sufrió un saqueo y fue incendiada por parte de
las fuerzas gasga que provinieron desde el norte. El saqueo gasga de la ciudad
dejó apenas rastro de la existencia previa del núcleo urbano. Comenzaba así la
cuarta fase, que duraría unos dos siglos. La restauración y rediseño de Hattusa
debió haber comenzado con Suppiluliuma, o bajo el mandato de su padre,
Tudhaliya III.
Aunque Muwatalli,
transfirió el asiento de la realeza hacia el sur, a Tarhuntassa, Hattusa no fue
enteramente abandonada, sino que quedó emplazada, administrativamente hablando,
en la jurisdicción del escriba principal del rey, de nombre Mittannamuwa. Su
declinar en estatus por la redirección de los recursos hacia la nueva capital
debió haber conducido, irremediablemente, a su declive material. No obstante,
un tiempo después Hattusa fue restaurada como capital bajo el mandato de Urhi-Teshub,
hijo y sucesor de Muwatalli, pero probablemente durante su reinado también la
ciudad siguió languideciendo. La guerra civil entre Urhi-Teshub y su tío Hattusili
debió provocar la destrucción de un importante número de edificaciones públicas,
incluyendo el tesoro real. En los últimos años del reino hitita la ciudad
alcanzó una magnitud y magnificencia sin precedentes. Su nuevo concepto, diseño
y ejecución se han atribuido al rey Tudhaliya IV.
La ciudad contó con dos
sectores diferenciados. El original, llamado “ciudad baja” (la ciudad de
Hattusili), ocupó el distrito norte de la capital y fue dominado en su sector
sureste por la acrópolis real. Al noroeste se encontraba el más grande y
relevante de los templos de la ciudad, el templo del Dios de la Tormenta. Más
hacia el sur se encontraba ubicada la “ciudad superior o alta” llamada la ciudad
de Tudhaliya. La muralla que rodeaba el asentamiento completo tenía varias
puertas de acceso, alguna de ellas embellecida con escultura y relieves
monumentales, como la llamada ¨Puerta del León, Puerta del Rey y las Puertas de
la Esfinge. Varios templos fueron
erigidos en la ciudad superior, un hecho que confirmaría su carácter sacro y
ceremonial. Este sector fue construido de acuerdo a un plan, en claro contraste
al crecimiento orgánico de la ciudad antigua (la baja). Muy probablemente la
ciudad entera simbolizaría la concepción cósmica de los hititas, con el palacio
como el mundo terrenal y el templo principal de la ciudad como representación
del mundo divino.
De las tres principales
puertas arqueadas y flanqueadas por torres salían vías que conducían hacia el
norte, para luego confluir sobre un saliente rocoso, en el que se construyó una
fortaleza guardada por dos colosales esfinges, ahora llamadas Nisantepe[1].
Formaba un vínculo entre el sector del templo y el distrito del palacio. Las
tres puertas estarían integradas, plausiblemente, de un modo que fuesen
empleadas en ocasión de festivales y ceremoniales sagrados.
Hattusa debió
transmitir una imagen simbólica relevante. Al final de su existencia Hattusa pudo haber desarrollado un carácter meramente sacro, de ciudad
ceremonial. No obstante, otras ciudades regionales hititas, como Arinna, Nerik
y Zippalanda, también fueron ciudades sagradas. En el mundo hitita, toda ciudad
de cierto tamaño, dominada por la presencia de templos, habrá tenido una vida
que giraba en torno a la necesidad de honrar a algún dios.
Las últimas fortificaciones de la ciudad fueron dispuestas más para
impresionar al visitante y, tal vez, a las deidades, que para contener un
eventual ataque militar. El rediseño final de la ciudad estuvo marcado por las
grandes celebraciones en las que súbditos y extranjeros, además de los dioses,
participarían.
Los visitantes oficiales de la urbe harían su entrada por la denominada
Puerta del León, llamada así por la presencia de dos estilizados y nada fieros
leones esculpidos en las jambas. Probablemente denotaban más la imagen de una
dignidad real que otra de ferocidad. Debieron ser esencialmente emblemáticos en
función de su servicio para recordar al visitante que entra en la ciudad que
contenía el asiento real hitita.
La puerta sureste es conocida con el nombre de Puerta del Rey, pues
presenta una figura humana esculpida en alto relieve a la izquierda de la
misma, con profusos detalles anatómicos. Se trata de una figura masculina cuya
vestimenta y equipo son las propias de un guerrero (casco, hacha y espada
curva). No obstante, su aspecto es de benevolencia. A pesar del nombre, puede
ser la representación de una deidad, quizá la deidad tutelar de Tudhaliya,
Sharruma. Su presencia a la salida de la ciudad serviría para reafirmarle al
rey que sería guiado y protegido en todo momento durante sus campañas
militares. Esta puerta debió ser usada principalmente en ocasiones especiales,
como procesiones ceremoniales, campañas militares o peregrinaciones religiosas.
‘
La Puerta de las Esfinges se encuentra en el punto más elevado de la ciudad
(Yerkapi). No era usada regularmente para entrar o salir de la ciudad. La
pareja de esfinges, figuras femeninas, estaban esculpidas en las jambas de la
puerta, una de ellas mirando hacia el exterior y la otra hacia el interior.
Parecen representar las benevolentes fuerzas bajo cuya protección se encuentran
todos los habitantes del recinto poblado.
Desde la Puerta de las Esfinges se llega al barrio de los templos, en donde
se han hallado unos veinticinco, de diferentes dimensiones. Eran cuadrados o
rectangulares en su planta, con un portal de entrada que conducía a un pario
interno con un pórtico con pilares, el cual daba acceso, a través de un
vestíbulo al adyton o santuario interior,
en donde la imagen del dios se guardaba. Además de las imágenes de culto, otras
figuras pudieron haber servido para decorar los templos, además de la presencia
de estuco pintado y frisos ornados. No obstante, los únicos vestigios arqueológicamente
disponibles son pequeñas figuras y vasijas de libación
Las cellas de los templos parecen haber servido como habitaciones para
archivos, pues todos los templos han producido un conjunto de material inscrito
(sellos, bullae de arcilla,
impresiones de sellos y tablillas en las que se registraron donaciones,
procedimientos rituales y consultas oraculares). Tales hallazgos pueden
proporcionar evidencia del rol de los templos como centros para el
entrenamiento de escribas. Los templos tenían, así, funciones administrativas y
económicas, además de las puramente cúlticas.
Otros templos importantes fueron el denominado templo 5, localizado cerca
de la Puerta del Rey, y el templo 30, en las proximidades de la Puerta del
León. El primero de ellos aparece complementado con un anexo palacial y
pequeñas capillas. Este templo 5 fue erigido como un recinto privado del
soberano, con capillas especiales dedicadas a la adoración de sus antepasados (en
él apareció una figura en relieve vestida como un guerrero que portaba el
nombre de Tudhaliya).
El más grande y suntuoso de los logros arquitectónicos hititas corresponde
al monumental Templo del Dios de la Tormenta[2], un
complejo construido en la ciudad baja, al noroeste de la acrópolis, y
probablemente asentado sobre otro templo anterior, que data del reinado de
Hattusili III. El complejo entero estaba
rodeado de un temenos, y consistía en
tres elementos principales, típicos de la mayoría de los complejos templarios
hititas: almacenes y talleres y habitáculos para el personal del templo. Era
asimétrico en concepto y diseño. El patio estaba flanqueado en su cara norte y
sur por casi un idéntico conjunto de habitaciones, quizá para acomodar las
imágenes de aquellos que formaban el kaluti o círculo divino de las principales deidades del recinto.
El templo propiamente
dicho estaba rodeado por carnicerías, tiendas para los alimentos y bebidas que
se ofrendaban a la deidad, y para el equipamiento de ornamentos usados en los
festivales y ceremonias, talleres y tesoros en los que se guardaban los botines
logrados en combate y que se consagraban al dios. También había estancias que
contenían archivos con tablillas de arcilla. De hecho, el templo del Dios de la
Tormenta fue un relevante repositorio de tratados internacionales y con los
estados vasallos y subordinados al poder hitita. Formaba todo el complejo, en
fin, una comunidad dentro de una comunidad, una ciudad en pequeño.
La casa hitita básica
de Hattusa estaba conformada por una estructura de madera y ladrillo, en
ocasiones con unas estancias superiores a las que se accedía a través de una
escalera exterior. El área residencial también contaba con edificaciones
mayores erigidas sobre terrazas, tal vez, las viviendas del personal de más
alto rango. Una parte significativa de la población viviría, no obstante,
extramuros, si bien en los años finales un incremento de la población pudo
propiciar el asentamiento de población intramuros. Tal hecho puede verse
reflejado en la reutilización del recinto del templo 30 para residencias y talleres.
Hattusa no fue, en fin, una ciudad estricta y puramente ceremonial, sacra.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas. FEIAP-UGR.
[1] Aquí se
han encontrado sellos, bullae de arcilla y diversos documentos sobre tierras
que datan del reinado de Suppiluliuma I.
Dos viaductos vinculaban Nisantepe con la Ciudad Alta y con la acrópolis.
Proveían el acceso al palacio de los funcionarios y oficiales al servicio del
rey que habitaban fuera de los recintos palaciales, de los gobernantes vasallos
que tributaban y de los embajadores o misiones diplomáticas que hasta la ciudad
llegaban.
[2] Sin embargo, en el sancta santorum había dos santuarios,
uno para cada uno de los dos dioses a la cabeza del panteón hitita, el Dios de
la Tormenta del Cielo y la Diosa del Sol de Arinna, identificados en el reinado
de Hattusili III con el Teshub hurrita y su consorte Hepat.