Imágenes: arriba,
detalle de un sello cilíndrico en el que se observa a un cornudo Enkidu en
pugna con un león; abajo, el gran Gilgamés dominando un león. Bajorrelieve de la fachada del trono del palacio asirio de
Sargón II en Korsabad (Dur Sharrukin), datado afines del siglo VIII a.e.c.
(Museo del Louvre).
El
poema de Gilgamés tiene como sustrato la tradición sumeria, si bien se ha
conservado una composición acadia. El héroe del que aquí se cuentan sus
aventuras y desdichas pudo ser en origen una figura histórica, un soberano
sumerio de la localidad de Uruk, durante la primera mitad del III milenio
a.e.c. Se recoge aquí un mito que fue extraído de un medio popular ágrafo.
De
la serie de relatos sumerios que se conocen sobre Gilgamés algunos pueden tener
determinados rasgos semi históricos, aunque sus características son
esencialmente míticas. Un par de tales relatos míticos se emplearon en la compilación
épica acadia, mientras uno más ofrece una versión de la muerte de Enkidu un
tanto diferente de la que ofrece el poema, aunque se asemeja bastante en lo
relativo a la reacción de Gilgamés. La versión más completa
conservada es la asiría, hallada en la célebre biblioteca de Asurbanipal en
Nínive, lo que significa qu no puede ser anterior al siglo VII a.e.c. No
obstante, algunos fragmentos procedentes de otras fuentes, en especial textos en
hurrita, acadio e hitita, procedentes de
Hattusa, así como unas pocas tablillas sueltas de época paleo babilónica, han
permitido colmar las lagunas existentes. Es casi seguro que fue un poema muy
conocido, al margen de la tradición ritual.
Únicamente
la undécima y última tablilla, que narra el diluvio en el que sobrevive Utnapishtim
y que, además, describe la marcha y vuelta de Gilgamés a Uruk, está bastante
completa. Si bien el poema es una obra artificial, también
reúne una serie de temas de raigambre mítica. Su medio de comunicación natural
es, sin duda, el mito.
Gilgamés,
rey de Uruk, era hijo de padre mortal y madre divina. El elemento mortal,
humano, resulta decisivo. En Uruk se dice que tiene un comportamiento inadecuado,
de ahí que la población solicite ayuda a las deidades. La diosa Aruru fabrica una
imagen o un doble de él. Concibe su imagen en su interior, haciéndolo surgir en
territorios baldíos, esteparios. Se trata de Enkidu, un ser cubierto de pelo y
con largos cabellos, que come hierbas como los animales. Así pues, es de
naturaleza salvaje. Van a la ciudad a informar a Gilgamés de su presencia. Se
decide atraerlo gracias a los encantos de una prostituta. Enkidu es seducido y
se debilita. Pero esa debilidad provoca que se incremente su entendimiento.
La
prostituta le convence de que es sabio y que debería dejar de vagabundear por
la estepa con los animales salvajes, yéndose con ella a Uruk, ciudad en la que
gobierna, como un “salvaje civilizado” Gilgamés. Enkidu desea entablar amistad
con Gilgamés. La civilización de Enkidu se hace cada vez más evidente, pues ya
se viste, se alimenta de comida sólida y se arranca el pelo de su cuerpo. En
Uruk es reconocido como una especie de equivalente natural de Gilgamés.
En
el comienzo de la tablilla III Gilgamés reconoce que quiere viajar hasta el bosque
de cedros del gigante Huwawa (Humbaba en asirio), para darle muerte. Enkidu
intenta disuadir el empeño del rey, pero Gilgamés quiere encumbrarse mediante un
enfrentamiento heroico. Los más viejos de la ciudad le aconsejan que deje que
Enkidu guíe su camino y que se purifique después de matar al gigante. En la
versión asiria, su madre, de nombre Ninsun,
adopta a Enkidu y le pide al dios Shamash que vele por su hijo.
En
los fragmentos conservados de la cuarta tablilla alcanzan la puerta del bosque;
en la quinta, se acercan a la montaña de los cedros y acuestan a dormir. Gilgamés
tiene tres sueños, dos favorables, pero el tercero siniestro, ya que en él la
tierra se muestra derrotada por fuego y relámpagos. En cualquier caso, Gilgamés
corta un cedro, lo que provoca la llegada de Huwawa. En principio aterrorizados
los dos, Shamash les infunde valor. En su ayuda envía ocho vientos que
mantienen inmóvil a Huwawa.
El
gigante pide que no le maten, prometiendo servir a Gilgamés, pero Enkidu le
aconseja que se le corte la cabeza. Al inicio de la sexta tablilla, Gilgamés se
ha lavado y se ha puesto su corona y vestiduras limpias. La diosa Ishtar lo
desea y le propone convertirle en su marido. Gilgamés la rechaza con
insolencia, aludiendo a lo que les pasó a los amantes anteriores de la diosa. Ishtar,
visiblemente enfurecida, se queja ante su padre Anu y le solicita que cree el
Toro Celeste con el propósito de abatir al arrogante Gilgamés.
Anu
accede de muy mala gana. Enkidu agarra al toro por los cuernos y Gilgamés lo sacrifica.
Ofrecen su corazón a Shamash. En la ciudad celebran a Gilgamés como un gran
héroe, pero Enkidu tiene un mal sueño. La tabilla finaliza con Enkidu
preguntándose el motivo por el cual los dioses reunidos en consejo. En la
séptima tablilla, Enkidu cuenta su sueño. Anu pide la muerte de Gilgamés, o en
su defecto la de Enkidu, por haber eliminado al Toro Celeste. Enlil decide, a
pesar de oposición de Shamash, que la víctima sea Enkidu. Por tal motivo,
Enkidu enferma. Previendo su muerte, Gilgamés decide que llevará luto por él
vistiéndose con una piel de león, sin cortarse el pelo y vagando por la estepa.
Durante doce días aumentan los sufrimientos de Enkidu, hasta que finalmente
fallece.
La
tablilla ocho empieza con el extraño luto de Gilgamés en honor a su amigo.
Rememora las proezas de Enkidu y erige una estatua. La
siguiente tablilla muestra a Gilgamés recorriendo la estepa temiendo morir. En
un intento de huir de la muerte se encamina al encuentro de Utnapishtim, único
hombre que ha logrado la inmortalidad (y, al lado de su mujer, los únicos
supervivientes del diluvio). Llega a la montaña Mashu, guardada por hombres
escorpión. Le facilitan el paso por la cumbre. En la décima tablilla continúa
el viaje de Gilgamés, quien defiende su proceder ante Shamash y ante Siduri,
una especie de tabernera divina que vive cerca del mar de la muerte. Le explica
que la muerte es propia de la humanidad y que, de algún modo, debe disfrutar de
ella.
En
la versión asiría, el héroe de Uruk
amenaza a Siduri. La tabernera le responde que para llegar hasta la
presencia de Utnapishtim debe atravesar las aguas de la muerte. Lo acerca ante Urshanabi,
el barquero de Utnapishtim. Una vez ante Utnapishtim, Gilgamés le relata todas sus
penalidades. Al comenzar la undécima y última tablilla, Gilgamés
se pregunta por qué Utnapishtim puede ser inmortal y él no. Utnapishtim le responde
contándole la historia del diluvio. Relata cómo Enlil se enfurece porque haya
algún mortal sobreviviente tras la poderosa inundación destructora, pero
la diosa Ea le defiende, de manera que Enlil acaba haciendo inmortales a
Utnapishtim y a su mujer. Los dioses, por el contrario, no parece que vayan a
ayudar de Gilgamés en este aspecto específico.
Gilgamés
parece aceptar su mortalidad, si bien no deja de
quejarse. Antes de marcharse, la compasiva mujer de Utnapishtim urge a su marido
a que hable a Gilgamés de la planta del rejuvenecimiento que es, en cualquier
caso, inferior a la inmortalidad, y que se encuentra en el fondo del mar.
Gilgamés se zambulle en su busca y arranca la planta, pero decide comerla al llegar
a Uruk. En la vuelta, se detiene a tomar un baño, momento que aprovecha una serpiente para robarle la planta. Gilgamés
comprende el significado de lo acontecido: no le está destinada la inmortalidad
ni una segunda juventud. Prosigue su camino, finalizando el poema cuando el rey
muestra al barquero la extensión de las murallas de su ciudad.
El
extraordinario poema es un compendio de las más populares historias de la
tradición narrativa sumeria, incluyendo el mito del diluvio. El tema principal
de fondo se centra en la mortalidad e inmortalidad, en la búsqueda humana al
hecho cierto de que ha de fallecer. Reconociendo esa certeza, Gilgamés quiere
permanecer vivo en la posteridad gracias a la realización de hechos que sean
recordados por siempre. En tal sentido, el motivo de la implantación de la
reputación queda muy claro. Es relevante destacar, además, que uno de los objetivos
que subyacen en el poema es que, incluso el soberano, y a pesar de sus
parentescos divinos, tiene que perecer, tal y como ha sido decretado solemnemente
por las deidades.
En
la versión sumeria Enkidu es el servidor de Gilgamés, no su par, como ocurre en
la versión acadia. El tema de la creación de Enkidu, formado por los dioses
como un igual y como un contrapeso de Gilgamés, resulta desconocido en los
fragmentos
sumerios conservados hasta hoy. Enkidu es ese salvaje del desierto, el hombre
que se introducía poco a poco en la civilización, en la cultura, esencialmente
urbana.
Aunque
la muerte sumeria de Enkidu es bastante misteriosa se puede suponer que su
función era subrayar que para un mortal la muerte es irreversible. Los autores
acadios parece que configuraron un desarrollo en lo tocante a la visión que
Gilgamés posee de la muerte. Al principio aparece despreocupado, sin control y
mostrándose despótico. Cuando se le proporciona un compañero cambia de
mentalidad, que ya se orienta a la necesidad de adquirir renombre. Sabe que los
humanos deben morir y decide alcanzar una suerte de peculiar inmortalidad a
través de una proeza o hazaña. La pérdida de un compañero como Enkidu enfatiza la
realidad de la muerte a Gilgamés. Cuando muere Enkidu, Gilgamés sólo hace un
auténtico reconocimiento del final de la vida cuando aparecen los visibles signos
de la descomposición, los gusanos. Es entonces cuando empieza a comportarse
como un demente. Se da cuenta que él morirá también y su cuerpo se
descompondrá. Este es el motivo que le hará emprender su solitario viaje en
busca de Utnapishtim,
La
inesperada noticia recibida sobre la planta del rejuvenecimiento, así como la
alegría y el pesar subsiguientes, acentúan la aceptación de su fracaso en la
empresa y su decisión de regresar a Uruk. El mito ejemplifica las diversas
actitudes que adoptan los humanos ante la muerte: desde una aceptación teórica
hasta la repulsión ante la descomposición física, acompañado todo ello del
deseo de vencer a la muerte en el caso propio, mediante la consecución de
gloria y fama imperecedera, o mediante la fantasía de convertirse en inmortal.
Además, se transita por una especie de resignación y hasta un banal intento de
retrasar la muerte imitando la juventud perdida.
Es
interesante observar cómo se subraya el salvajismo de Enkidu. Este tema pasa
inadvertido en las versiones sumerias, pero destaca en las otras. En su versión
acadia, puede hablarse de una especie de
polarización o contraste entre naturaleza y cultura. Se desean no soslayar las
diferencias entre la organizada ciudad y el campo; las región es cultivadas y
la estepa o desierto yermo; entre las reglas y las costumbres humanas y las que
rigen entre los animales.
Los
indicios del contaste entre naturaleza y cultura son protagonizados por Enkidu,
pero también por Gilgamés, su contrafigura. El peludo Enkidu, creado en la
estepa, vive como un animal. Aunque humano, es la antítesis de éste y de sus
obras y legado. Enkidu necesita un amigo con su mismo salvajismo latente. Se produce
una inversión recíproca, pues mientras Enkidu ha rechazado a los animales y se
ha hecho sabio, en Uruk Gilgamés, rey que debería demostrar sabiduría, se
comporta como una fiera indómita. Enkidu se ha vuelto contra el mundo de los
animales salvajes. El bosque de cedros simboliza lo agreste, el salvajismo, y
por ello en él habita un monstruo, allende el mundo civilizado y ordenado.
El
bosque de Huwawa se ubica en las
montañas, denominadas Kur, vocablo que designa, no casualmente, al infierno y
que, tal vez, represente a la muerte. Tanto para conseguir fama como para
doblegar a la muerte de forma indirecta, Gilgamés abandona la cultura y la
ciudad, marchando hacia las montañas salvajes, venciendo allí al salvaje Huwawa
y llevándose los cedros a Uruk. Los cambios de naturaleza
a cultura, y a la inversa, de cultura a naturaleza, resultan muy sobresalientes.
Shamash
le señala a Enkidu los beneficios de la cultura, sobre todo su amistad con
Gilgamés. El propio rey, a la muerte de su amigo, dejará crecer su pelo,
vestirá la piel de un león y vagará por la estepa, remedando la naturaleza, en
una inversión prototípica de los ritos de paso.
Gilgamés
no aceptar la realidad del óbito de Enkidu, y su reacción final ante tal situación
consiste en pasarse al mundo de la naturaleza y rechazar la cultura. Una acción
de duelo puede implicar una alteración en las vestimentas o en la longitud del
cabello, si bien el rechazo del mundo cultural por la persona en duelo no
parece formar parte de esa especial situación. Los motivos de Gilgamés para vestirse de
pieles no responden, realmente, a un acto de duelo, sino de necesidad.
La
conversión de Gilgamés en un ser análogo a un animal fue únicamente parcial. Lo
que parece expresar con este comportamiento es su preocupación por la muerte y,
quizá, un sentido de culpabilidad en relación a Enkidu. Se ha sugerido, en este orden de cosas, que su rechazo del mundo y de los elementos de la
cultura es a la par un rechazo de la muerte misma. Al igual que Enkidu culpaba
a su civilización por la manera en que fallece, Gilgamés rechaza la irreversible
realidad de la muerte de Enkidu buscando el mundo de la naturaleza, de los
animales, tal vez el símbolo de la libertad y de la ausencia de obstáculos.
En
su regreso a Uruk, lavado y vestido con ropa limpia, representa la resignación
ante la muerte. No culpa a la cultura por la enfermedad y la muerte, motivos
que no pueden permitir alterar la vida. Es cierto que en determinados aspectos la
cultura puede ser cuestionable, como necesaria la naturaleza.
En
definitiva, la exploración de las relaciones cultura y naturaleza, muerte y
enfermedad, duelo y locura, busca obtener un equilibrio en su, en el fondo
falsa, confrontación. Se podría decir que más allá de los componentes míticos
presentes, se pueden vislumbrar en el poema procesos racionales, reflexivos,
más allá de lo meramente intuitivo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, junio, 2022.