El gnóstico entiende que la verdadera realidad espiritual del hombre es el Sí real y ontológico, consustancial con la propia sustancia divina. El conocimiento (que transmite un revelador-salvador) y que una tradición esotérica garantiza, salva por sí mismo. La iluminación-revelación suele acompañarse de una instrucción por la que el adepto se inicia en los misterios de la gnosis. La misma se fundamenta en comunicar de modo esotérico un relato mítico que es respuesta a los interrogantes existenciales, asociados a una concepción pesimista del mundo y de quien lo crea, el demiurgo, que sería una interpretación en negativo del Dios creador veterotestamentario, dios malvado, ignorante, frente al “bueno”, trascendente e incognoscible* (salvo a través de la revelación de la gnosis).
Un núcleo dualista, entonces, tanto de carácter cosmológico, pues opone el mundo neblinoso creado por el demiurgo, al superior y lumínico del pléroma o plenitud divina, como de tono antropológico, en virtud de la oposición entre principio espiritual latente (pneuma) y el compuesto psíquico y físico generado por el demiurgo que aprisiona la realidad divina. Desde el principio se distingue la plenitud de un mundo divino, pero un incidente (habitualmente un pecado cometido por el último eón emanado por la pareja inicial, identificado con Sophia) propicia el origen de un mundo deficiente, de vacío humano y cósmico. Estamos ante una mitología de autorreflexibilidad y ante una dialéctica interna que es una forma de proceso autorredentor. Autorreflexibilidad porque la mitología narra los aconteceres del Anthropos pleromático (una deidad especial), y autorredentor porque el proceso salvador llevado a cabo por la gnosis es un proceso de autoconocimiento (entiéndase “conocimiento” de la realidad divina**).
La mitología gnóstica incluye también una teología, una teogonía, una teosofía, una cosmogonía, una antropogonía y hasta una escatología. Las dos primeras, en función de que la mitología narra el nacimiento eterno de un dios desconocido; una teosofía porque con el mito se puede escudriñar el misterio que rodea tal nacimiento; una cosmogonía porque contiene una versión anti bíblica de la génesis de este mundo (lugar del mal por responsabilidad del demiurgo); una antropogonía, pues el demiurgo y sus malvados ángeles son los creadores del compuesto psicofísico transitorio humano, en el que el demiurgo inunde, sin embargo, el pneuma transmitido por la Sophia extrapleromática; y una escatología porque el mundo material que configura el artífice divino tiene como destino su destrucción, y solamente sobrevivirá la materia espiritual, capaz de “reconocer” su auténtica, verdadera naturaleza y origen.
La mitología gnóstica, en consecuencia, habla de las vicisitudes del dios concreto que es el gnóstico. Señala sus orígenes, menciona aquello que lo precipita en las tinieblas y en la muerte y precisa, finalmente, como la gnosis hace viable la vía de la salvación.
El mito maniqueo, por su parte, se fundamenta en la doctrina que se ha llamado de los dos principios y los tres tiempos. Desde el origen, dos fuerzas, Bien y Mal, se oponen, y se mantienen separadas, pero en el mundo humano, decadente, se entremezclan, y únicamente al final de los tiempos se separarán de modo definitivo.
En un primer tiempo hay una radical y completa separación de la Luz y la Tiniebla, ambos principios eternos, no engendrados. El primero, el Reino de la Luz, se encuentra en lo alto y es al casa del Padre de la Grandeza. Aquí, el Espíritu con su soplo, expande luz (vida) a los cinco elementos que configuran esta esfera y a los doce espíritus que la habitan. Mientras, el segundo, el Reino de las Tinieblas, se ubica abajo, y se conforma con cinco abismos superpuestos, cada uno de ellos presidido por un arconte. Estos cinco arcontes tienen formas diversas, de animales (león, pez, águila, serpiente) y de demonio. Este reino (que representa la mentira, la materia, los errores), tiene un “jefe”, un Príncipe de las Tinieblas, que simboliza el mal olor, la bajeza moral, los celos y la fealdad.
Hay varios momentos en el segundo tiempo o tiempo medio. En el primero, en el transcurso de una enorme batalla cósmica el Padre evoca a la Madre de los seres vivos y, a través de un proceso emanativo, hace que surja el Hombre Primordial (el alma del Padre), que encabeza la lucha contra el mal, al mando de cinco hijos (viento, aire, agua, fuego, luz). En la refriega resulta herido y cae a manos de los arcontes del mal. Así, se produce la mezcla mítica de tinieblas y luces; el resplandor divino cae en la materia. El Espíritu viviente liberará al Hombre Primordial, lo que establece el prototipo de la salvación. El Espíritu, aliado de la luz, comandando cinco hijos, da el grito salvador en el Reino de las Tinieblas que provoca la respuesta del Hombre Primordial. Se juntas las manos de ambos y el Hombre Primordial es rescatado. Esta Salvador-Salvado, modelo de la salvación de las almas, se ubica con el Padre. En un segundo momento, el Espíritu viviente castiga a los arcontes, atándolos y desmembrándolos. Con la piel de los mismos configura la bóveda celestial, con su carne la tierra y con sus huesos las montañas. Como demiurgo liberador, el espíritu, libera parte de la luz (y así crea las estrellas, el sol y la luna). Para liberar todavía más luz, el Padre de la Grandeza envía al Tercer Enviado, Virgen lumínica que se encarga de excitar a los arcontes, con cuyo esperma crea la vegetación y los animales. Nace, al final, la primera pareja humana, Adán y Eva que son, en realidad, criaturas de la “mezcla”.
El tercer momento es el de los mensajeros gnósticos, cuando el Padre emana a Jesús, ser cósmico y trascendente, que crea el Gran Pensamiento (cuyo mensaje es la Gnosis, hija del Gran Pensamiento), y transmite a Adán el mensaje de liberación. Hay varios mensajeros (Sem, Abraham, Buda, Jesús, Zaratustra). En la última fase se liberan las últimas partículas de luz. Pero para que esto ocurra de forma absoluta hay que esperar a los últimos tiempos. En ese momento, habrá una batalla definitiva, y Jesús, como juez, separará a los salvados de los condenados lo que generará la completa derrota de las fuerzas del mal.
Un núcleo dualista, entonces, tanto de carácter cosmológico, pues opone el mundo neblinoso creado por el demiurgo, al superior y lumínico del pléroma o plenitud divina, como de tono antropológico, en virtud de la oposición entre principio espiritual latente (pneuma) y el compuesto psíquico y físico generado por el demiurgo que aprisiona la realidad divina. Desde el principio se distingue la plenitud de un mundo divino, pero un incidente (habitualmente un pecado cometido por el último eón emanado por la pareja inicial, identificado con Sophia) propicia el origen de un mundo deficiente, de vacío humano y cósmico. Estamos ante una mitología de autorreflexibilidad y ante una dialéctica interna que es una forma de proceso autorredentor. Autorreflexibilidad porque la mitología narra los aconteceres del Anthropos pleromático (una deidad especial), y autorredentor porque el proceso salvador llevado a cabo por la gnosis es un proceso de autoconocimiento (entiéndase “conocimiento” de la realidad divina**).
La mitología gnóstica incluye también una teología, una teogonía, una teosofía, una cosmogonía, una antropogonía y hasta una escatología. Las dos primeras, en función de que la mitología narra el nacimiento eterno de un dios desconocido; una teosofía porque con el mito se puede escudriñar el misterio que rodea tal nacimiento; una cosmogonía porque contiene una versión anti bíblica de la génesis de este mundo (lugar del mal por responsabilidad del demiurgo); una antropogonía, pues el demiurgo y sus malvados ángeles son los creadores del compuesto psicofísico transitorio humano, en el que el demiurgo inunde, sin embargo, el pneuma transmitido por la Sophia extrapleromática; y una escatología porque el mundo material que configura el artífice divino tiene como destino su destrucción, y solamente sobrevivirá la materia espiritual, capaz de “reconocer” su auténtica, verdadera naturaleza y origen.
La mitología gnóstica, en consecuencia, habla de las vicisitudes del dios concreto que es el gnóstico. Señala sus orígenes, menciona aquello que lo precipita en las tinieblas y en la muerte y precisa, finalmente, como la gnosis hace viable la vía de la salvación.
El mito maniqueo, por su parte, se fundamenta en la doctrina que se ha llamado de los dos principios y los tres tiempos. Desde el origen, dos fuerzas, Bien y Mal, se oponen, y se mantienen separadas, pero en el mundo humano, decadente, se entremezclan, y únicamente al final de los tiempos se separarán de modo definitivo.
En un primer tiempo hay una radical y completa separación de la Luz y la Tiniebla, ambos principios eternos, no engendrados. El primero, el Reino de la Luz, se encuentra en lo alto y es al casa del Padre de la Grandeza. Aquí, el Espíritu con su soplo, expande luz (vida) a los cinco elementos que configuran esta esfera y a los doce espíritus que la habitan. Mientras, el segundo, el Reino de las Tinieblas, se ubica abajo, y se conforma con cinco abismos superpuestos, cada uno de ellos presidido por un arconte. Estos cinco arcontes tienen formas diversas, de animales (león, pez, águila, serpiente) y de demonio. Este reino (que representa la mentira, la materia, los errores), tiene un “jefe”, un Príncipe de las Tinieblas, que simboliza el mal olor, la bajeza moral, los celos y la fealdad.
Hay varios momentos en el segundo tiempo o tiempo medio. En el primero, en el transcurso de una enorme batalla cósmica el Padre evoca a la Madre de los seres vivos y, a través de un proceso emanativo, hace que surja el Hombre Primordial (el alma del Padre), que encabeza la lucha contra el mal, al mando de cinco hijos (viento, aire, agua, fuego, luz). En la refriega resulta herido y cae a manos de los arcontes del mal. Así, se produce la mezcla mítica de tinieblas y luces; el resplandor divino cae en la materia. El Espíritu viviente liberará al Hombre Primordial, lo que establece el prototipo de la salvación. El Espíritu, aliado de la luz, comandando cinco hijos, da el grito salvador en el Reino de las Tinieblas que provoca la respuesta del Hombre Primordial. Se juntas las manos de ambos y el Hombre Primordial es rescatado. Esta Salvador-Salvado, modelo de la salvación de las almas, se ubica con el Padre. En un segundo momento, el Espíritu viviente castiga a los arcontes, atándolos y desmembrándolos. Con la piel de los mismos configura la bóveda celestial, con su carne la tierra y con sus huesos las montañas. Como demiurgo liberador, el espíritu, libera parte de la luz (y así crea las estrellas, el sol y la luna). Para liberar todavía más luz, el Padre de la Grandeza envía al Tercer Enviado, Virgen lumínica que se encarga de excitar a los arcontes, con cuyo esperma crea la vegetación y los animales. Nace, al final, la primera pareja humana, Adán y Eva que son, en realidad, criaturas de la “mezcla”.
El tercer momento es el de los mensajeros gnósticos, cuando el Padre emana a Jesús, ser cósmico y trascendente, que crea el Gran Pensamiento (cuyo mensaje es la Gnosis, hija del Gran Pensamiento), y transmite a Adán el mensaje de liberación. Hay varios mensajeros (Sem, Abraham, Buda, Jesús, Zaratustra). En la última fase se liberan las últimas partículas de luz. Pero para que esto ocurra de forma absoluta hay que esperar a los últimos tiempos. En ese momento, habrá una batalla definitiva, y Jesús, como juez, separará a los salvados de los condenados lo que generará la completa derrota de las fuerzas del mal.
*Deus absconditus, Primer Principio. Sustancia infinita y desconocida (no puede ser conocida por vía negativa porque no toma decisiones). Trasciende el ente, del que es su origen. Existencia absoluta y exclusiva, de la que nadie participa. Ni es principio de algo ni padre de alguien, por eso está en perfecta auto subsistencia. Esta perfección autosuficiente, no obstante, se interrumpe, pues es infecunda, por lo que se requiere una auto contemplación fecundante, de modo que Dios se identifica con el agua de vida, la sustancia pneumática femenina que lo rodea. Entonces, se manifiesta a sí mismo su propia semejanza. Es un nacimiento eterno, el de un Hijo, un acto de gracia que conlleva el misterio de la libertad divina. La “generación” como manifestación de la potencialidad latente en la naturaleza divina, propiciará el inicio del camino de la salvación.
** La influencia cristiana en textos gnósticos (Basílides, Valentino), propició la construcción de una soteriología, en la que es crucial el elemento de la gracia divina y su talento salvador.
** La influencia cristiana en textos gnósticos (Basílides, Valentino), propició la construcción de una soteriología, en la que es crucial el elemento de la gracia divina y su talento salvador.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas. 25 de noviembre del 2015