22 de abril de 2014

El budismo antiguo en Tíbet (I)

MONASTERIO TIBETANO DE SAMYE, ERIGIDO A COMIENZOS DEL SIGLO VIII

El expansionista imperio cuyo centro estuvo en Lhasa surgió de la asociación de ciertas familias dominantes en varias regiones, que se vincularon entre sí a través del matrimonio y el ritual, asociándose al tsempo (emperador) Songtsen Gampo, iniciador del imperio y de su política expansiva. En los siglos VII y VIII, este imperio incorporó el estado de Shangshung y peleó con poblaciones turcas y mongolas, además de árabes, hasta llegar a ocupar el área geográfica que hoy ocupa Tíbet (Gansu, Qinhai, Yunnan y Sichuan, el antiguo Tíbet Interior). Durante este tiempo, el imperio tibetano adoptó rasgos de la burocracia estatal china. Además, fue el momento en que el budismo (en su forma india, no china), empezó a transmitirse por el territorio. En principio fue una religión patrocinada y promovida por el emperador y su familia, además de miembros de la nobleza. De tal modo, los más antiguos templos budistas, en Lhasa, fueron fundaciones reales. Pero tras el colapso del primer imperio tibetano en el siglo IX, hacia 840, el budismo se convirtió en una religión localista que imperó entre granjeros y pastores.
Entre los factores que ayudaron a la sobrevivencia inicial del budismo tras el colapso imperial, se encuentra el soporte de comerciantes y linajes reales, así como la presencia en Tíbet de enseñantes budistas indios. Va a ser el budismo tántrico el que provea las técnicas mediantes las cuales los tibetanos tratarían ahora los peligrosos poderes del mundo espiritual. Para la mayoría de la sociedad, el ritual Vajrayana proporcionará técnicas adecuadas para lidiar con la cotidianidad y con los deseos de prosperidad. Fue así el modo en que cada villa, con el soporte institucional que patrocinaba las enseñanzas tántricas, empezó a adquirir su templo y monasterio (o Gompa[1]).
Los especialistas rituales budistas, los lamas (la sería la fuerza espiritual o alma) no anularon la presencia de deidades de la naturaleza, sino que se convirtieron en los expertos que dominarían el mundo espiritual. Serían los encargados, por lo tanto, de entrenar y supervisar a los mediadores espirituales. El lama es un enseñante, en concreto del ritual tántrico, aunque de modo ocasional también es el oficiante y director de los rituales. Su reputación deriva de su eficacia. Es un representante humano de la budeidad, así como un verdadero foco de devoción para sus discípulos y estudiantes, quienes le ven en la forma de una deidad tántrica. Los lamas pueden o no ser monjes.
La figura clave para entender los arcaicos inicios del budismo en Tíbet es la del semi mítico Gurú Padmasambhava (Pema Jungné, Gurú Rinpoche), quien visitó Tíbet en el siglo VIII para someter y dominar a dioses y espíritus del paisaje tibetano[2]. Este personaje habría “convertido” las divinidades de las montañas al budismo. Según la tradición Nyingmapa, Padmasambhava, tuvo veinticinco discípulos tibetanos principales, incluyendo entre ellos al rey Trisong Detsen y a la princesa Yeshe Tsogyel[3].
En Tíbet hay cuatro tradiciones religiosas, que podemos etiquetar como “órdenes”: Nyingmapa, la Vieja Escuela[4], cuyos orígenes pueden remontarse al antiguo imperio, y Sakyapa, Kagyüdpa[5] y Gelukpa, consideradas todas ellas Sarmapa, esto es, Nuevas Escuelas, que surgieron a partir de los renovados contactos con el budismo indio a partir del siglo XI. Estas escuelas, en cualquier caso, no funcionaban como entidades organizativas distintivas en el seno de la religión tibetana. La competencia por el poder y la influencia dentro del budismo tibetano no se produjo entre las “escuelas”, sino entre los monasterios a ellas asociadas o entre las casas u hogares (ladrang) de los lamas dentro de dichos monasterios[6]. Los monasterios principales acabarían convirtiéndose en unidades muy poderosas, aglutinando extensas tenencias y destacándose al mando de algunas redes de monasterios subsidiarios. En ocasiones, la competitividad entre los las unidades monásticas alcanzaba elevadas cotas de violencia, incluyendo conflictos armados. En ello incide, además, el hecho de que los lamas tienen, muy a menudo, más de una “identidad” (en términos de pertenencia a una determinada escuela o tradición). En último caso, los conflictos entre monasterios de las cuatro “escuelas” tuvieron poco que ver con diferencias filosóficas o de prácticas rituales, aunque, en realidad, tales diferencias existían. El gobierno del Dalai Lama estuvo cercano a la tradición Gelukpa, y fue, durante los siglos XVI y XVII, asociado con la toma de posesión de los monasterios de otras tradiciones, un hecho que responde menos a un factor sectario que a la necesidad de establecer un poder efectivo que, al tiempo, desbanque los potenciales rivales (en este caso, los monasterios Kagyüdpa, íntimamente vinculados con los reyes de Tsang).
Las escuelas budistas tibetanas enfatizan la dimensión práctica yóguica y visionaria, pero también atienden aquella de la célibe vida monástica, dedicada al estudio de textos de tenor filosófico. Nyingmapa se enfoca más en ese ámbito chamánico y yóguico, mientras que Gelukpa se centra principalmente en la dimensión clerical y erudita. En cualquier caso, no obstante las diferencias son esencialmente de énfasis[7].
En resumen, los aspectos cruciales en el budismo tibetano corresponden a las relaciones entre los lamas y sus comunidades de estudiantes, así como a la difusión de la tradición de elaboradas prácticas en forma de cánticos, músicas, impresionantes y dramáticos rituales, danzas monásticas y muy coloridos festivales.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas


[1] Los monasterios proporcionaban educación, pues en ellos permanecían eruditos y sabios expertos en literatura. Eran lugares en los que se llevaban a cabo estudios filosóficos, debates y artes rituales. En tal sentido, serán esenciales en la emergencia de los centros de autoridad política.
[2] Para el tibetano es crucial permanecer en buenos términos con las deidades que gobiernan el medio ambiente, con los espíritus locales y regionales, señores del suelo y de los lugares (sadak y shipdak), pues son las contrapartidas naturales de los eminentes humanos de las familias nobles dominantes. Se trata de dioses de las montañas, representados como guerreros a caballo, o sobre yaks, muy a menudo casados con las divinidades de los lagos. Los tibetanos laicos ofrecen hierbas y maderas aromáticas a estos dioses locales, al igual que las comunidades de agricultores y los monasterios. Esta particular interacción con deidades de la naturaleza pudo deberse al hecho de que el tibetano ha considerado, desde antaño, el medio ambiente en el que vive como peligroso y muy arriesgado. Estas deidades gobiernan, a su vez, sobre espíritus menores, muchos hostiles hacia las personas. Es el caso del espíritu del agua (lu), que puede provocar enfermedades cutáneas y que los budistas más antiguos asimilaron a los nagas.
[3] Lamas específicos, terton o “los que encuentran tesoros” serán las reencarnaciones de los discípulos de Padmasambhava. Revelaban terma, enseñanzas redescubiertas o tesoros, en el marco de la tradición Nyingmapa. Este proceso de terma permitirá la elaboración y desarrollo de las posteriores enseñanzas Dzogchen.
[4] Con el tiempo se desarrollaron seis principales centros de enseñanza: Dorjedrak y Mindrolling en el centro de Tíbet; y Katok, Peyül, Dzogchen y Shechen en la región oriental.
[5] La tradición Kagyüdpa remonta sus orígenes a un cierto linaje de enseñanzas que se dice fueron transmitidas del erudito indio Naropa a su estudiante tibetano Marpa, y de este a su propio discípulo, el santo y poeta Milarepa. Los linajes son, en esencia, la base de las distintas tradiciones locales y regionales.
[6] El gobierno del Dalai Lama en Lhasa, conocido como Ganden Podrang, se originó en su hogar personal en el monasterio Drepung, uno de los tres mayores monasterios Gelukpa cercanos a Lhasa.
[7] Existen, así mismo, escuelas sin base monástica, como Jonangpa y Bodongpa. El movimiento no sectario (Rimé), que se consolida entre las tradiciones religiosas desde fines del siglo XVIII, enfatiza la multiplicidad de enseñanzas como algo básico.

15 de abril de 2014

La institución de la Monarquía en el Próximo Oriente antiguo

RELIEVE EN PIEDRA DEL REY DE LAGASH EANNATUM I, PROCEDENTE DE LA LOCALIDAD DE GIRSU. SE DATA ENTRE 2424 Y 2405 A.N.E. HOY EN EL BRITISH MUSEUM, LONDRES.

Las monarquías próximo-orientales de la antigüedad, historiográficamente denominadas como despotismos, presentan varias características que las definen y hacen históricamente comprensibles. El rey ejerce una autoridad completa y absoluta sobre la comunidad. Su poder autocrático deriva de las peculiares relaciones que mantiene con las divinidades, en tanto que es su único ejecutor. Tales vínculos fueron ligeramente variables: en Egipto, el faraón es un dios e hijo de divinidad, mientras que en Mesopotamia el monarca era en realidad un vicario de los dioses, más que una divinidad propiamente dicha. El poder del soberano es teocrático y se encuentra sostenido, y justificado, por una ideología centrada en las fuerzas fecundadoras y de fertilización. La actividad productora, generalmente colectiva, de las comunidades aldeanas es dirigida, supervisada y controlada por una autoridad estatal, representada por el monarca. Esta “explotación” responde, en realidad, al establecimiento de un equilibrado sistema de intercambio, según el cual los individuos, o el colectivo, esto es, los súbditos, devuelven al soberano, en equitativa contrapartida, los dones sobrenaturales que se estima aquel les proporciona. En tal sentido, desobedecer las órdenes reales implica cuestionar el propio ordenamiento del mundo. Las relaciones entre el soberano, el déspota, y los súbditos, se establecen por medio del clero, que justifica el carácter sobrenatural del rey, y la administración, la gestión y la recaudación tributaria. Naturalmente, el rey es cabeza visible de ambos grupos, pues es tanto el sumo sacerdote como el jefe supremo de la administración.
Sacerdotes y funcionarios son una auténtica elite privilegiada, clases dominantes cuyo poder no deriva de la posesión de los medios de producción, sino de su funcionalidad (habitualmente hereditaria) y prestigio, en el marco de la estructura social. Los estados “imperiales” del Próximo Oriente surgen de los poblados rurales neolíticos, en los que las tierras eran de posesión comunal. Pero ahora las tierras se distribuyen entre dos propietarios principales: el monarca, cuyas tierras emplea para mantener la corte real y el ejército, o para sufragar las megalómanas construcciones de prestigio, y los dioses (terrenos sacros que se usan para mantener a los sacerdotes y para propiciar el ejercicio cultual). No obstante, pudo existir pequeña propiedad privada de tierras. Otras formas de riqueza fueron el artesanado y las actividades de intercambio. Los objetos suntuosos, exóticos, conferidores de prestigio, eran fundamentales para la autoridad del soberano-déspota y de su círculo más cercano[1].  Es a través de las expediciones de saqueo o militares, o bien por medio de las tributaciones, como se consiguen estos bienes, lo cual no descarta, por otra parte, la existencia de verdaderos intercambios comerciales de doble dirección, como ocurrió, por ejemplo, con las colonias asirias en Anatolia, supervisadas por una organización centralizada en Assur, antigua capital de Asiria.
Los factores de descomposición de estas monarquías pudieron ser debidas a factores externos e internos. Entre los primeros, las fluidas dinámicas poblacionales, que presentan movimientos migratorios, o de otra índole, en gran escala: hurritas, casitas, los hicsos en Egipto, o los Pueblos del Mar, por ejemplo; entre los segundos, las revueltas de altos funcionarios contra la estructura del estado despótico, las usurpaciones y ambiciones personales de los representantes regionales del poder central que, en ocasiones, se hacen autónomos al hacer hereditario el cargo, acumular tierras y comprar dignidades militares, o el excesivo poder del clero, que acumula gran cantidad de posesiones en forma de tierras, como fue el caso del clero tebano de Amón.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV. Escuela de Letras, UCAB. Caracas.


[1] La posesión de objetos hechos en metal, sobre todo bronce, garantiza y refuerza el poder real y de los grandes dignatarios, fundamento de la hegemonía que ejercen sobre la mayoría, por no decir la totalidad, de los súbditos. Un ejemplo muy notable, aunque fuera del ámbito geo histórico del Próximo Oriente de Asia fue el de los reyes Shang en la China del Bronce.

9 de abril de 2014

Iconografía y cerámica en Etruria II




IMÁGENES. DE ARRIBA HACIA ABAJO: KOTYLE DE BUCCHERO. CERVETERI, HACIA 650 A.N.E. HOY EN EL MUSEO DE VILLA GIULIA, ROMA; ÁNFORA TIRRÉNICA HECHA EN EL ÁTICA. DECORACIÓN ZOO Y ANTROPOMORFA EN FRISOS. SIGLO VI A.N.E. MUSEO DE VILLA GIULIA, ROMA; KYLIX DE FIGURAS NEGRAS DE TARQUINIA. EN EL CENTRO, HERACLES Y TRITÓN. HOY EN EL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE TARQUINIA; Y HIDRIA DE FIGURAS NEGRAS. ESTILO JÓNICO. ESCENA DIONISÍACA QUE TRATA EL RAPTO DEL DIOS POR PIRATAS, LUEGO TRANSFORMADOS EN DELFINES. 520 A.N.E. TOLEDO MUSEUM OF ART.

Desde inicios del siglo VI a.n.E. se importan vasijas de figuras negras y rojas áticas[1], además de ánforas para el vino, que se habían difundido en el mar Tirreno gracias a los intercambios comerciales[2]. Fue en las tumbas de la localidad de Caere son de se han encontrado las obras de los primero artistas áticos, como el Pintor de la Gorgona. Los vasos de figuras rojas fueron muy apreciados por los etruscos de Vulci, Tarquinia y Caere, especialmente para ser usados en los simposios, como fue el caso de los kylikes del Pintor de Pentesilea y el Pintor de Oltos.
Además de las importaciones de vasijas áticas también hubo un traslado de artesanos a Etruria provenientes de la Grecia oriental, que se adaptaron a las exigencias locales. Los pintores de la Jonia septentrional se especializaron en la fabricación de hidrias en Caere, decoradas con temáticas mitológicas y cinegéticas, y de dinos en Vulci, esencialmente decorados con escenas dionisíacas. Hubo, además, talleres cerámicos en Vulci y Cerveteri que fabricaron vasos en los que se mezclaba la iconografía de la cerámica ática y la del oriente griego[3].
El período clásico etrusco comienza hacia 480 a.n.E., en el momento en que se inicia la producción de cerámica etrusca de figuras rojas, que se obtenían pintándolas con un pigmento rojo, mientras que los detalles se realizan con grafito o colores superpuestos sobre la superficie ya barnizada. Al comienzo, la mayoría de los jefes de talleres especializados en esta técnica eran griegos o alfareros foráneos[4]. En ciertos casos, incluso, hijos de griegos convertidos en etruscos a través del matrimonio, como parece que fueron los Arnthe Praxias. Fue Chiusi el gran productor de figuras rojas pintadas durante el siglo V a.n.E.
Durante el helenismo (320-27 a.n.E.), se estandarizan los procedimientos artesanales. Aparecen múltiples talleres cerámicos en las diferentes localidades, cuya especialización es más profunda y formal, lo que pudiera indicar un empobrecimiento morfológico y, desde luego, temático. Los repertorios de vasos se redujeron a unas pocas formas (platos, tazas), y se estereotipan las iconografías, ahora desestructuradas, con presencia de figuración aislada, reducida en tamaño, y con una manifiesta función decorativa de la pintura. En este momento también se configura una relación entre la artesanía y los encargos de clientes de clases medias y emergentes, asociado a un cambio en el ritual funerario, vinculado a la cantidad de los objetos y no a sus mensajes. Los talleres de Faleria se trasladan a Caere, en este instante federada a Roma, mientras que Volterra sigue produciendo kelébes (vasijas con imágenes funerarias) hasta el siglo III a.n.E.


[1] A comienzos del siglo V a.n.E. la producción de figuras negras fue sustituida por la de figuras rojas, sobre cuyas vasijas las posibilidades expresivas eran muchos mayores, debido al interés por la anatomía y el espacio.
[2] La presencia de gran número de ánforas tirrenas producidas en los talleres del Ática siguiendo la estética etrusca, es una señal de la gran demanda de vasijas de figuras negras entre la aristocracia local. El mercado etrusco adaptó e imitó los modelos iconográficos con presencia de mitos griegos. Las importaciones decayeron fuertemente después de la derrota etrusca en Cumas, en 474 a.n.E., a manos de los siracusanos.
[3] En el taller de Vulci de vasijas pónticas laboró el Pintor de Paride a mediados del siglo VI a.n.E. En Cerveteri, los pintores de vasos del Grupo de la Tolfa, hacían ánforas de estilo jónico que decoraban con motivos zoomorfos y escenas de carácter mitológico. En Vulci estuvo también muy activo, a fines del siglo IV a.n.E. el taller del llamado Pintor de Micali.
[4] Los talleres etruscos solían especializarse en una concreta forma de vasija.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas