28 de septiembre de 2018

Hallazgos arqueológicos (IV): estatuilla del tesoro de Macon



La estatuilla de la imagen fue encontrada en 1764 formando parte de un tesoro descubierto en Macon, al sureste de Francia. En el depósito se hallaron otras siete figuras que representaban deidades, platos de plata, diversas joyas de oro y casi treinta mil monedas de plata y oro. Probablemente el tesoro, escondido a mediados del siglo III, proceda de un santuario domestico; esto es, un lararium, de una gran villa. Las estatuillas pudieron servir como ornamento de mesa en festines suntuosos (recuérdese la descripción del festín de Trimalción, en Petronio, por ejemplo). La estatuilla de la foto, en plata dorada, hecha en la Galia mediado el siglo II, muestra a Fortuna (en la zona donde fue hallada pudo identificarse esta deidad con Tutela, diosa protectora local), que mantiene una patera (un plato de libación) en su mano derecha, mientras que en su mano izquierda porta una doble cornucopia, ambas coronadas con las cabezas de Diana y Apolo, respectivamente. A sus pies se puede observar la presencia de un pequeño altar. Sobre su cabeza, Fortuna lleva una corona amurallada (símbolo de protección de una ciudad, tal vez Massilia en este caso). A lo largo de sus alas se encuentran los bustos de Cástor y Pólux, hijos gemelos de Júpiter, cada uno de ellos con una estrella en su cabello. Más arriba, una suerte de yugo con siete bustos que representan las deidades de los días de la semana (Saturno, Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter y Venus). Fortuna, la versión romanizada de Tyche, fue, en el período helenístico, una deidad guardiana de muchas nuevas fundaciones urbanas. Los dioses de los días de la semana son también una innovación helenística, traída, eso sí, desde Babilonia. Tanto ellos, como los Dióscuros pueden conectarse, en fin, con el incremento de un interés en la astrología en la Galia durante el siglo II. Conviene recordar, finalmente, que Fortuna gozaba, desde muy antiguo, de gran predicamento en algunas ciudades del Lacio, como Praeneste y Antium, donde se convirtió en diosa poliada, como garante de la existencia de la ciudad. Fue una diosa primigenia, madre y a la vez hija de Júpiter, según la teología desarrollada en su santuario prenestíno. Fortuna era, de cualquier modo, multifacética, en tanto que a la vertiente política se añadían otras perspectivas que la presentaban como divinidad guerrera, curotrófica y del destino.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM, septiembre 2018.

21 de septiembre de 2018

Los Shardana en imágenes



En la imagen se observa, a la izquierda, una figura con barba, considerada un dios, de Enkomi, Chipre, datada en el siglo XII a.e.c. Se muestra armada con escudo redondo y lanza. Lleva un faldellín, tal vez grebas y un casco con cuernos “shardana” (aunque también podría ser ugarítico). Está sobre lo que se denomina un lingote de pellejo de buey. Además de un guerrero parece ser un dios de los trabajadores del metal, cuyos talleres se encontraron en las proximidades de los templos de Kition. A la derecha, otra figura (pero cuatro siglos más reciente), de un guerrero de Sulcis, en Cerdeña. Es uno de los numerosos ejemplos de figuras con escudos redondos, cascos con cuernos, lanzas y a veces, espadas o arcos. Esta, además, porta grebas y armadura. ¿Estaríamos aquí ante un vínculo con los “shardana”?. Diría que sí. Los “shardana” se conocen en las fuentes como “atacantes” (en esa masa informe de Pueblos del Mar), que luego se reconvierten en mercenarios y tropas de guarniciones egipcias. Se destacaban como espléndidos guerreros con escudo y espada. Probablemente procedían del norte de Siria. Tras el ataque al Egipto de Ramsés III permanecieron un tiempo en Chipre. Desde allí, al menos una parte, se trasladaron a la isla de Cerdeña (que inspira su nombre desde el siglo IX a.e.c.) poco después de 1186 a.e.c., quizá en forma de varias expediciones más o menos numerosas. Además, por otra parte, Cerdeña se conocía desde antiguo como una isla rica en cobre y, por consiguiente, pudo estar involucrada en el comercio de lingotes de piel de buey. El evidente parecido, tanto en las vestimentas como en el armamento, entre los atacantes representados en Medinet Habu y los bronces de dioses y guerreros sardos del siglo VIII a.e.c. no debe pasar, creo, desapercibido.

Prof. Dr. Julio López Saco. 
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. UM. Septiembre, 2018


17 de septiembre de 2018

El “reino” de Yam y su relación con el Egipto antiguo


En una inscripción biográfica en la tumba de Herkhuf (Dinastía VI) gobernador de Elefantina se relatan varias expediciones a un territorio denominado Yam, de donde volvió con una serie de regalos suntuosos y exóticos.  Trajo consigo pieles de leopardo, marfiles, plumas de avestruz, ébano, huevos, entre otros productos. Probablemente las expediciones fueron llevadas a cabo con el deseo de explorar la región. En consecuencia, se estableció una ruta caravanera. Sin embargo, no mucho después las noticias sobre Yam desaparecieron de los textos. En un principio se pensó que podría tratarse de una leyenda. Sin embargo, los expertos han debatido mucho en relación a su ubicación, llegándose a un acurdo mayoritario que emplazaba este reino en Nubia, en las cercanías de Kerma.
En las montañas de Uwienate, en el desierto líbico, famosas por contener grabados neolíticos y pinturas rupestres se descubrió una inscripción faraónica que resultó ser de Montuhotep, a quien dos personas traían productos de sus respectivos territorios. Uno de ellos trae consigo un órix y procede de Tekhbeten, mientras que el otro, tal vez porte incienso, y procede del país de Yam. Esta inscripción se convirtió en referente fundamental para localizar la posición de Yam, relevante para determinar hasta qué zona del interior de África penetraron los egipcios de la antigüedad, y para evaluar la fuerza y la superficie de los territorios nubios durante el Reino Antiguo.
En su autobiografía Herkhuf menciona las localidades de Setju, Uauat e Irtjet (tal vez pequeños asentamientos), que algunos ubican al norte de Nubia, con lo cual Yam estaría en la zona meridional. Otros investigadores, por el contrario, creen que Yam se encontraba todavía más al sur, cerca de la quinta catarata, lo que implicaría que Uauat abarcase toda la zona de la Baja Nubia. Si los territorios eran más grandes de lo que se pensaba, era probable que supusiesen una amenaza cierta para el sur de Egipto. Yam no se incluía entre los territorios “amigos”. Se le asimiló a otros territorios nubios en algunos textos de execración que se escribieron sobre figurillas de prisioneros y que se depositaron en cementerios para prevenir (o impedir) mágicamente, ataques sobre Egipto.
Con el descubrimiento de Uwienate, y si se entiende que la inscripción marca el territorio, el panorama sería diferente, pues estamos hablando de una zona muy al oeste de Abu Simbel. Una serie de hallazgos previos podrían evidenciar que es esta la región de Yam.
Por un lado la ruta de Abu Ballas (Colina de la Cerámica), en donde aparecieron casi trescientas vasijas, tal vez punto de paso en época faraónica para desplazarse hasta Gilf el Kebir, Uwienate o incluso más al oeste. En el camino se constatan cerámicas que abarcan desde la VI Dinastía hasta la época romana. Estaríamos hablando de una ruta para atravesar el desierto. Por otro lado, la Montaña de Agua de Djedefre y el Biar Jaqub (un oasis, con diez pozos de agua), un par de días de Dakhla. En el primero se encuentran los cartuchos de Keops y de Djedefre, su hijo, además de un texto en el que se narran las expediciones de la IV Dinastía hasta estas regiones para producir un polvo denominado mefat. Los egipcios sabían, en consecuencia, cruzar el desierto, en específico empelando caravanas de asnos, aprovisionándose de agua en los pozos de Biar Jaqub.
En relación a los presentes que trajo Herkhuf desde las tierras de Yam, un par de ellos desencajan con la zona de la montaña de Uwienate. Se trata de los bumeranes y de las panteras. Sin embargo, en pinturas prehistóricas de la región se pueden observar estos felinos. Además, los habitantes de Yam pudieron intercambiar con pueblos de los alrededores marfil y pieles de leopardo. En términos generales, las menciones de toros y otros animales en el texto de Herkhuf cuentan con sus paralelismos en los diferentes grabados de Uwienate.
También se ha escrito mucho acerca de la desaparición de Yam en las fuentes antiguas. Se ha argumentado, al respecto, el hecho de que el reino estaba bastante apartado de la proliferación de otros mercados y por tanto, podría no compensar realizar un viaje que se presume complicado, por estar muy alejado (en dirección oeste) del Nilo. Así mismo se ha dicho que la zona pudo haberse convertido en un área inaccesible para los egipcios debido a lo duro del viaje. Tal vez los cambios climáticos hicieran la zona más seca e imposibilitaran las caravanas de burros si no había suficiente suministro de agua.
Es probable, en fin, que Uwienate pudiera suministrar alimentos a colectivos pequeños durante cierto limitado tiempo, sobre todo si en esas épocas la zona era algo más húmeda. En cualquier caso, parece claro que los antiguos egipcios usaban la ruta con interés comercial y que Yam pudo encontrarse en las llanuras y wadis de la montaña de Uwienate, y no en Nubia, cono hasta hace poco se pensaba.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR.

10 de septiembre de 2018

Hallazgos arqueológicos (III): sítulas de La Certosa y Benvenuto



La cultura Atestina (en su horizonte cultural Este III), en la Italia septentrional, mantuvo la cultura local pero también acusó el impacto orientalizante, que recibió tamizado desde Etruria, desarrollándose en unos objetos peculiares, situlae. Las sítulas, cubos o calderos de carácter funerario ritual hechos en bronce, son fruto de una tradición de obras en bronce batido. El influjo orientalizante se constata en la decoración de estos recipientes, con motivos decorativos zoomorfos y también humanos. Uno de los ejemplares más antiguos del norte de Italia procede de Benvenuto (el de la derecha en la imagen), presentando motivos geométricos que recuerdan la artesanía del metal durante los Campos de Urnas, si bien la decoración figurativa apreciable, formando escenas de banquetes, hileras de seres míticos y procesiones de guerreros, distribuidos en bandas, denota los rasgos orientalizantes. Es un panorama decorativo que refiere una escenografía propia de los modos sociales de los aristócratas o príncipes de la época. Los ejemplos que se muestran son, uno de la necrópolis de La Certosa, y el otro de la tumba de Benvenuto, ambos datados hacia 500 a.e.c.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Septiembre, 2018.

4 de septiembre de 2018

El fenómeno del Megalitismo al final del Neolítico







Imágenes (de arriba hacia abajo): mapa que muestra la presencia de monumentos megalíticos; conjunto megalítico de Knowth; algunas losas con grabados de Newgrange; dibujo en el que se aprecia la reconstrucción del túmulo de West Kennet, en el complejo ritual de Avebury y; una panorámica de la entrada al dolmen de Gavrinis.

El megalitismo es un término empleado para referirse a las construcciones que usan grandes piedras. En prehistoria se asocia a la primera arquitectura monumental que se conoce, que surge en el Neolítico en el área atlántica europea, y que se prorrogará hasta el Calcolítico. En ciertas zonas sus últimas manifestaciones coinciden con las primeras comunidades metalúrgicas. Desde Escandinavia (Suecia, Dinamarca), pasando por los Países Bajos, Gran Bretaña y Francia, y hasta la Península Ibérica, la costumbre será la de inhumar a los fallecidos colectivamente en construcciones de piedra de gran tamaño, en sepulcros megalíticos. Algunas edificaciones tendrán una tipología ritual determinada, habitualmente desconocida, y no solamente funeraria.
El megalitismo se documenta en el Mediterráneo oriental, en el Egeo, durante el fin del Neolítico y la Edad del Bronce, aunque como se verá después, el fenómeno debe circunscribirse la fachada atlántica. Megalitismo, así, refiere también un territorio con un sustrato cultural común de carácter epipaleolítico, el cual recibe un estímulo externo en forma de economía productora, que coadyuva por tanto el surgimiento del fenómeno. Los sepulcros de carácter colectivo son invención de comunidades epipaleolíticas atlánticas del tipo Obaniense escocés, concheros del Tajo en Portugal o Tardenoisiense en la Bretaña. En tal sentido, el megalito es un fósil guía de las primeras culturas neolíticas atlánticas, en las que el sustrato indígena epipaleolítico es esencial. Esto significa que el megalitismo es una situación circunstancial común a poblaciones diferentes, a grupos cultural distintos en una época concreta, y no una edad, ni una época ni una cultura en sentido estricto. Las construcciones, tanto las atlánticas como las del Mediterráneo, son un  reflejo de nuevas concepciones religiosas y de los nuevos cultos relacionados con nuevas jerarquías de los grupos del período final del neolítico, con sociedades de mayor complejidad. Es muy probable que los enfrentamientos estratégicos entre comunidades o luchas por los recursos más básicos se viesen reflejados en estas construcciones megalíticas, que actuarían en consecuencia como indicadores de la propiedad de territorio frente a otros grupos.
Desde hace tiempo se planteó en los círculos académicos el origen del megalitismo. La perspectiva difusionista, aceptada hasta no hace mucho, señalaba que la génesis habría estado en el Mediterráneo oriental (Palestina, Siria, Egeo). Los tholoi micénicos serían los precedentes de ciertas tipologías funerarias de la Europa del Atlántico. En el proceso expansivo del nuevo ritual funerario habrían tenido un crucial papel los prospectores de metales a inicios del Calcolítico. Las dataciones por medios científicos, sobre todo con C14, de las construcciones de la Bretaña, de la Península Ibérica y de las Islas Británicas, muestran su mayor antigüedad en relación a las del Mediterráneo oriental. En la fachada atlántica, los ejemplos más antiguos se datan entre 4800 y 4500 a.e.c., mientras que en el Egeo no son anteriores al III Milenio. Así pues, el fenómeno, de sustrato indígena, surgió en la fachada atlántica, de manera que su extensión se produjo en dirección oeste-este. No obstante, existió un movimiento en sentido contrario, si bien más tardío, como se deduce de la presencia de objetos del Egeo en la Península Ibérica.
La existencia de enterramientos colectivos muy difundidos prueba que en la mayoría de Europa se produjo un cambio en el rito funerario, tal vez relacionado con transformaciones en el aspecto espiritual y, por descontado, en el político y social. En Malta, al igual que en la Cultura de Ozieri (Cerdeña, del IV milenio a.e.c.), fueron habituales los hipogeos funerarios y los templos megalíticos (Hagar Qim, Hal Saflieni, Ta’Hagrat, Mnandra), al menos hasta el 2000. En el sudeste de la Península Ibérica, a fines del V milenio antes, por tanto, de la Cultura de los Millares, existieron construcciones de círculos pétreos de función funeraria (Loma de la Atalaya), con ajuares que mostraron hachas pulimentadas, cerámicas finas y microlitos geométricos. Con posterioridad se vieron influenciados por aspectos del Mediterráneo oriental, apareciendo ya ídolos de piedra y hueso.
En las Islas Británicas destacan los megalitos irlandeses de la península de Knocknarea. Sobresale entre ellos el dolmen de Carrowmore, datado en 4700 a.e.c. Los asentamientos y ajuares, que contienen concheros, de mejillones y ostras,  así como dientes de cachalote, se vinculan con pobladores mesolíticos que apenas inician la cría de ganado. Se han constatado aquí prácticas antropofágicas. En Irlanda también es significativo el grupo de megalitos de Boyne, en donde destacan los dólmenes de Knowth y Newgrange, de fines del IV milenio. En este último abundan menhires y losas con grabados (presencia de espigas, espirales y zigzags). En Inglaterra, donde los megalitos más antiguos datan de 3900 a.e.c., además de tumbas con cámara, destacan los long barrows, largos túmulos que eran enterramientos colectivos flanqueados por fosos. Abundan en la región sureste de Wessex. Sobresale el de West Kennet, en el complejo megalítico de Avebury. En el sur de Escocia también existen long barrows. El foco megalítico más antiguo es el de Clyde-Carlington, si bien al norte del canal de Caledonia se aprecia una nueva  tradición megalítica que presenta sepulcros de corredor (Maes Howe).
En el III milenio a.e.c. aparecen en las Islas Británicas los henges. Uno de los mayores es el gran complejo ritual de Avebury, en Wiltshire, datado en 3000 a.e.c. Presenta un  foso, rodeado en el exterior por un muro y en el interior por menhires, además de cuatro entradas perpendiculares. En el interior, presenta dos círculos de menhires. Se hallaron allí multitud de hachas de piedra pulimentada. Dentro de Avebury se encuentra el montículo de Silbury Hill. Otro henge destacado es Durrington Walls (2600 a.e.c.), que muestra seis círculos concéntricos de postes que debieron soportar un techo hecho en madera. La presencia de restos domésticos es un indicio claro de que el recinto estuvo permanentemente ocupado. En tal sentido se cree que el henge pudo estar asociado a una suerte de residencia señorial. Stonehenge, en Wiltshire, es el henge más célebre y más estudiado del mundo. Sus fases primarias de construcción de han fechado en 3200 a.e.c. Los menhires se han datado entre 2500 y 2300, y en torno a ellos se estableció el doble círculo de monolitos pétreos. A la última fase constructiva, dentro de la Cultura de Wessex, en el Bronce antiguo, pertenece el semicírculo de los trilitos o menhires entrelazados por grandes dinteles. Parece probable que Stonehenge haya sido un lugar de culto al sol.
En Bretaña y Normandía se encuentran los sepulcros de corredor más antiguos de Francia, datables en el V milenio a.e.c. Algunos conforman complejos tumulares llamados cairn (túmulos pétreos con diez o más dólmenes de corredor, con cámaras de planta circular o poligonal). En Poitou-Charente y en el  túmulo de Bernet, en Aquitania se documentan varios enterramientos colectivos. En la necrópolis de Bougon (Poitou-Charente), se han recuperado dos centenas de esqueletos en cinco cairns con dólmenes de corredor. No obstante, el foco megalítico principal es Bretaña (isla de Guennoc, sepulcros de Kerkado y de Barnenez, en torno a 4800-4600 a.e.c.). Barnenez, que se utilizó hasta la Edad del Bronce, presenta arcaicos ajuares de la Cultura Chassey, a base de puntas de flecha de sílex, hachas de piedra pulida y algunas cerámicas.
En relación a los cairns, se constata la presencia de muchos menhires, tanto aislados (Gigante de Manio, Locmariaquer), en alineamientos (Carnac, sobre todo Kermario y Le Ménec) o en crómlech en las cercanías de la bahía de Morbihan. En el IV milenio las plantas de los dólmenes de corredor bajo cairns se hacen más sofisticadas, con compartimentaciones internas y cámaras más grandes. Uno de los más destacables es el cairn de Gavrinis. Aquí, las losas verticales que configuran las paredes del corredor aparecen decoradas con grabados que representan figuras, como cruces, yugos, escudos, sierpes, hachas y diversas formas geométricas (espirales, arcos).
Ya a partir del 3500 a.e.c. surgen largos dólmenes de galerías cubiertos por túmulos, presentes no solamente en Bretaña o Normandía, sino más al sur y al norte, lo que supone un enlace con el megalitismo de los Pirineos occidentales y el nórdico. En el sudeste de Francia se generalizan los hipogeos usados como osarios colectivos (Fontvieille, de planta cruciforme, o Aude), que seguirán siendo empleados a lo largo del Calcolítico, en torno al 2100 a.e.c.
En los alrededores del Mar Báltico, sobre todo Países Bajos y la Escandinavia meridional, se destacó otro gran foco megalítico en el que sobresalen sepulcros de corredor y galerías cubiertas (Stävie en Suecia; Funen y Zealand en Dinamarca), cuyas dataciones no sobrepasan el 3500 a.e.c. Se mantendrán activo hasta el Bronce Antiguo. No obstante, más antiguas son algunas tumbas megalíticas pero no colectivas, llamadas langdysser, túmulos largos delimitados con grandes bloques en cuyo interior hay cistas.
En la Península Ibérica, por su parte, el foco más arcaico se ubica en la fachada atlántica portuguesa, en donde hay presencia de dólmenes de una antigüedad semejante a la de los bretones, en torno a 4700-4600 a.e.c. Son cistas megalíticas cubiertas por túmulos con enterramientos individuales o para pocas personas. En ellos, los ajuares estaban formados por microlitos geométricos epipaleolíticos, almagra y cerámicas lisas. Se destaca el anta 10 de Herdade das Areias y Marco Branco. En varios yacimientos, como los mencionados y algunos más (Gorginos 2, Palhota, Orca dos Castenairos), aparecieron unas placas de pizarra perforadas y decoradas. Ebel III milenio se alargan los pasillos de tal manera que se conforman espectaculares sepulcros de corredor, sobre todo en el Alentejo. Es aquí donde aparece, en los ajuares, el llamado ídolo-placa alentejano, un ídolo rectangular de pizarra decorado con incisiones geométricas en damero o retícula. Algunas de estas piezas planas presentan una modificación con la que presumiblemente se quería figurar una cabeza esquemática. En el Anta Grande de Olival da Pega se encontró un ajuar de más de una cincuentena de estos ídolos-placa. Otro ejemplo destacado del megalitismo portugués es el crómlech dos Almendres, cerca de Évora. Su última fase corresponde al Calcolítico, con presencia de tumbas en forma de tholoi y cavernas artificiales.
En las regiones de Cantabria y Galicia aparecen túmulos, algo más reducidos que los portugueses, datados en el último tercio del V milenio, y que contienen una serie de dólmenes de cámara poligonal (Chan da Cruz, del 4300 a.e.c.). En el siguiente milenio aumenta la diversidad formal, así como el tamaño de las cámaras, apareciendo los primeros dólmenes de corredor (Dombate). De hecho, desde 3600 a.e.c. únicamente aparecen dólmenes de corredor y durante el III milenio los ajuares ya muestran elementos campaniformes.
Cada uno de los grupos megalíticos atlánticos es fruto de una concreta cultura regional, con sus particularidades arquitectónicas y funcionales. No obstante, existieron vínculos entre los centros. Desde el Mesolítico hubo una cierta uniformidad en lo tocante a la cultura material y los elementos de subsistencia, centrados en las actividades orientadas al mar, en tanto que al comienzo del Neolítico comienza a darse un énfasis a las actividades interiores, sobre todo a la ganadería.
La mayoría de los monumentos megalíticos desempeñaron una función religiosa funeraria, de tal manera que pueden concebirse como centros de culto, sitios sacros o santuarios. La aparición de las inhumaciones colectivas así como los motivos iconográficos presentes en los megalitos, transmiten una más que probable evolución de la mentalidad espiritual y, por tanto, sugieren la aparición de una nueva concepción religiosa. El valor social y simbólico de los monumentos megalíticos debió ser relevante, aunque no se pueda especificar cualitativamente.
Muchos estudiosos han tratado de averiguar cómo se produjo el surgimiento del mundo megalítico. Según el célebre erudito C. Renfrew, los megalitos manifestarían un comportamiento asociado a las preocupaciones territoriales de parte de sociedades segmentadas (grupos independientes y autosuficientes sin subordinación a una entidad mayor que los controle económica y políticamente) por mor de presiones demográficas sobre esos territorios. En consecuencia, además del papel funerario y cultual, los monumentos servirían para delimitar el espacio de cada grupo independiente. El centro territorial del grupo sería el relevante, siendo su uso funerario o como lugar de ceremonias o de festividades. Por tanto, el megalito cumpliría la función de centro territorial, convirtiéndose en la referencia fija de tales grupos, con hábitats de escasa entidad, de una vida relativamente nómada y de poblamientos dispersos, con una agricultura itinerante y una ganadería no estabulada. En el III milenio, en el Calcolítico, se constata un aumento de la sedentarización, lo que puede asociarse al paulatino declive del fenómeno. Otros autores (R. Chapman), siguen la teorización de Renfrew, si bien apuntando que el fenómeno se vincularía a un proceso de presión en relación a la ocupación de las mejores tierras. Así en las zonas atlánticas, la presión sobre los recursos económicos pudo ser consecuencia de la aparición de nuevos intereses, lo que conllevaría nuevas exigencias territoriales.
Las tumbas colectivas pudieron ejercer el rol de elemento aglutinador y a la vez redistribuidor entre los grupos que los erigirían, lo cual supondría la posibilidad de estrechar lazos de solidaridad (algo que iría de la mano con su función de marcadores territoriales). Estaríamos, entonces, otorgándoles el papel de reorganizadores sociales, con capacidad de formar equipos que trabajasen en tareas determinadas del ciclo agrícola, estableciéndose cada equipo como un auténtico “linaje”. Su funcionamiento sería como mecanismo integrador y organizador del grupo de parentesco gracias a las reuniones en el complejo ritual funerario. Es por eso que es factible que en muchos casos los poblados podrían estar cerca de los propios monumentos (la presencia de útiles líticos y cerámicas apuntan hacia esta dirección).
Algunas otras teorías han querido ver en los monumentos megalíticos la plasmación práctica de los desacuerdos internos de una sociedad que está dejando de ser igualitaria, momento que correspondería, precisamente, al neolítico, cuya economía de producción daría pie a importantes desigualdades sociales. Siguiendo esta línea argumental, los monumentos megalíticos se originarían alrededor de un culto a los antepasados de parte de las familias con mayores recursos. De esta manera, las primeras tumbas megalíticas, precisamente individuales como las de la fachada portuguesa, se ajustarían a los representantes fundadores de los clanes familiares de mayor repercusión. Las colectivas intentarían ser el aporte de los grupos menos favorecidos para equipararse y combatir la diferenciación y desigualdad social.
Con la expansión de la metalurgia, que trajo consigo cambios sociales e ideológicos, dejaron de construirse monumentos megalíticos. Sería en torno a 2500 a.e.c. se ha dicho que los nuevos modelos de sociedad jerarquizada, sociedades jefatura, primarían lo individual sobre lo colectivo, de forma que los enterramientos grupales megalíticos perderían su sentido. Dicho de otra manera: el carácter ideológico del megalitismo habría tocado a su fin.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR, Septiembre, 2018

Bibliografía referencial

Barandiarán, B. & Martín, B. & del Rincón, M.A. & Maya, J.L., Prehistoria de la Península Ibérica, Barcelona, 1998
Binant, P., La Préhistoire de la Mort. Les premiéres Sépultures en Europe, Errance, París, 1991
Briard, J., Les Mégalithes de l’Europae Atlantique. Architecture et art funéraire (5000-2000 avant J.-C.), Errance, París, 1996
Cauwe, N., L’Héritage des chasseurs-cuilleurs dans le Nord-Ouest de l’Europe (10000-3000 avant notre ére), París, 2001
Delibes de Castro, G., El Megalitismo Ibérico, Historia 16, Madrid, 1986
Gallay, A., Les Sociétés Mégalitiques. Pouvoir des Hommes, Mémoire des Morts, Presses Polytechniques et Universitaires Romandres, PPUR, Lausanne, 2006
Masset, C., Les dolmens. Sociétés néolithiques et practiques funéraires, París, 1993
Renfrew, C., The Megalithic Monuments of Western Europe, Thames & Hudson, Londres,  1983
VV.AA., Prehistoria II. Las sociedades metalúrgicas, edit. Universitaria Ramón Areces-UNED, Madrid, 2011