31 de octubre de 2018

Fresco Naval de Akrotiri (isla de Tera)



En la imagen, un fresco con escena naval de la Casa Occidental del yacimiento de Akrotiri (Tera), datado hacia 1600 a.e.c. En esta magnífica obra se muestra figuración humana en un ambiente natural. Se trata de una suerte de paisaje nilótico en el que se observan diversos animales. Es más que probablemente que conformara un programa iconográfico. La presencia en el fresco de ciudades y de barcos decorados, acompañados de delfines, llevando guerreros como pasajeros, se puede considerar la manifestación visual más antigua del concepto de un viaje en el marco de un entorno de paisaje. Las diferentes perspectivas empleadas (visiones oblicuas y planas, elevaciones), permiten considerar la escena como una arcaica forma de mapa topográfico, que ayuda a retratar sitios sólo más o menos específicos. Uno de los más grandes inconvenientes en relación a la significación del fresco radica en la dificultad de garantizar la conexión con la cultura griega y en establecer si es aquí en donde comenzaron a formularse los fundamentos de la imaginación mítica que posteriormente los griegos manipularon. Estoy entre aquellos que apuntan la posibilidad de que la iconografía marina del fresco de Tera haya actuado como una escena heroica, tal vez épica (aunque sea difícilmente demostrable una vinculación con un género épico), y con probables conexiones poéticas. Si pudiera descartarse, por otra parte, que se deba ver aquí una referencia a la vida cotidiana o el reflejo de un acontecimiento histórico concreto. Si bien los lugares y las personas no son identificables, se manifiestan desde una visión mítica, poblada de héroes y comunicada por medio de convenciones pictóricas. Todo el conjunto, en consecuencia, pudo contener narrativas vinculadas entre sí, actuando como una especie de viaje por el Mediterráneo oriental, de un modo análogo al más tardío (y muy conocido) fresco romano denominado Paisajes Odiseicos, hallado en una morada del Esquilino de Roma. Los vínculos míticos parecieran encontrarse fuera de toda duda, sobre todo si se compara con los mitos asociados con los hiperbóreos.

Nota: se puede agrandar la imagen al abrirla y descargarla.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM. 

24 de octubre de 2018

Evolución del concepto de realeza en Mesopotamia


La idea del rey como buen administrador, gobernante justo y constructor de templos y obras de irrigación en las ciudades sumerias del Dinástico Arcaico se vio superada posteriormente por el concepto acadio del rey héroe-conquistador contrastado, sin ir más lejos, en Sargón y Naramsin. Se trata de reyes heroicos cuyas acciones se convirtieron en leyenda debido a sus grandes conquistas. Ahora, la ideología del dominio universal, fundamentada en el principio de que el reino propio constituye el centro del mundo y el resto es una periferia inferior, bárbara e inculta que puede y debe ser sometida, se abría paso mediante guerras de frontera, aunque no existían todavía los medios para articular de modo adecuado un estado territorial amplio y, por tal motivo, se preservaban las monarquías conquistadas.
Con la tercera dinastía de Ur se produjo una suerte de mescolanza sui géneris. Los reyes de Ur heredaron de los acadios la ampliación geográfica del horizonte político, además de la deificación ante los sometidos, pero el carácter heroico no fue asimilado, siendo sustituido por las “antiguas” tradiciones sumerias relativas a la justicia y la buena administración. El rey justo se encarnó de nuevo en Ur-Namu, o en Shulgi. Se trataba de grandes constructores de templos, como algo antes lo había sido Gudea. No obstante, los reyes de Ur mantuvieron el determinativo divino delante de sus nombres favoreciendo con ello sus aspiraciones de control político sobre las ciudades sometidas. Al igual que los grandes soberanos acadios utilizaron los títulos de rey de Sumer y Acad o el de rey de las Cuatro Regiones para expresar esa ideología del dominio universal.
Los soberanos posteriores (Isin, Larsa), en su mayoría amoritas, ejercieron una estricta continuidad respecto a sus predecesores neosumerios. Los procedimientos burocráticos y diplomáticos en el entorno de la realeza adquirieron especial protagonismo. Pero ello no significó, ni mucho menos, la renuncia a los procedimientos militares ni a las aspiraciones de un dominio universal (véase el asirio Shamshi Adad y su ostentoso título Rey de la Totalidad), sino la combinación de medios diplomáticos y políticos, junto a los militares, a gran escala. La situación política (fragmentación hasta el triunfo de Hammurabi) imponía un nuevo equilibrio y otra forma de hacer las cosas. Además, en el contexto social aumentaron las desigualdades y la presión sobre los más humildes, situando la figura del rey otra vez en primer plano como dispensador de justicia. Por la influencia amorita, que introdujo en Mesopotamia los ideales de la igualdad tribal, redefinidos en el ambiente cortesano urbano, el rey justo se asimila a la imagen del rey pastor que cuida de un “rebaño” humano al que vigila y protege. El rey es, por otra parte, esforzado y sabio (Hammurabi que, en cualquier caso, no renunció al carácter universal de su dominio).
En los inicios del segundo milenio una nueva transformación en la realeza afectó al “modelo” de rey en el Próximo Oriente Antiguo. El cambio fue consecuencia de la confluencia de dos factores. Uno de ellos propio de la política regional del período: división en grandes imperios y pequeños reinos y principados, con grandes cortes con relevantes reyes frente a pequeños palacios y soberanos vasallos, mientras que el otro procedente del ámbito social y palatino, caracterizado por un auge de una aristocracia militar, convertida en crucial soporte del poder real. El rey pasó, entonces, de ser jefe y representante de la comunidad ante las deidades, a configurarse en líder de una restringida élite poderosa, de protector de súbditos débiles y oprimidos a cómplice de los poderosos y los opresores, con los que convivía en su corte y combatía en su ejército. Se transfigura en el principal opresor.
En un contexto histórico de guerras sin fin (ahora especializadas) en las que se inmiscuyen grandes imperios como Egipto, Mitanni, Asiria y los Hititas, así como los pequeños reinos y principados tributarios suyos, otra vez obtiene primacía el carácter heroico regio, asociado con dotes de valentía, agresividad y fuerza. En un ambiente semejante el elemento principal será el de la fidelidad. Bien sea la fidelidad de un rey a otro, o bien aquella de funcionarios y militares hacia su soberano. La fidelidad, expresada por medio de un juramento ante los dioses, se nutría del proceder del monarca, cuyo súbditos eran ahora más reyes y príncipes sometidos y vasallos, que los habitantes de su propio país, convertidos en auténticos siervos.
El final de la Edad del Bronce conllevó una crisis del Estado palatino. Se destruyeron palacios, desaparecieron imperios y se produjo el resurgimiento de un elemento nómada pastoril, el de los arameos. En semejante ambiente emergió un novedoso modelo de rey, con fuerte influencia de procedencia tribal. Hablamos del rey juez, a la vez símbolo de la unidad nacional (nuevo ideal de procedencia tribal) y jefe del pueblo en armas, un modelo que contrasta con el tipo de reyes de períodos previos. Este tipo de realeza Igualitaria, con las reservas propias del término, se transforma finalmente, como en Israel, en una realeza (acorde con las tradiciones histórico-políticas del Próximo Oriente Antiguo), más jerarquizante. En cualquier caso, ciertos rasgos de arbitrariedad y opresión, típicos de la época precedente, desaparecieron, lo que produjo un rebrote de la imagen del rey justo y recto, preocupado por el bienestar de su pueblo, de sus súbditos.
El concepto de la realeza fenicia aparece ilustrado en ciertas inscripciones en las que el monarca es caracterizado como justo y virtuoso. En este caso, es muy probable que la reina no estuviese desprovista de facultades, pues podía actuar como regente y compartir las principales funciones sacerdotales. Con la expansión mediterránea, la realeza se vio en la obligación de ejercer sus funciones en un ambiente urbano en el que debía compartir su poder con una oligarquía, desapegada de los palacios y que obtenía su riqueza y gran influencia del comercio ultramarino. Esta oligarquía reemplazará a la realeza como forma de gobierno en las colonias fenicias por el Mediterráneo.
Entre los asirios, la autoridad real emanaba de la esfera divina. No obstante, siempre estuvo al amparo del poder de la nobleza palaciega y de las diferentes camarillas y sus intrigas. La realeza asiría, encarnada en el monarca absoluto, dirigía la producción agrícola e industrial, controlaba los negocios comerciales y llevaba a cabo obras públicas. Al inicial carácter nacionalista de la monarquía asiria se sumaría una babilonización del clero y de varios sectores de las clases dirigentes, así como la arameización de un importante sector de la población. El soberano asirio llega a ser un rey inaccesible que transmite terror a sus enemigos y rivales.
Aunque con un gran poder y con evidentes rasgos despóticos, el rey persa no era una divinidad, aunque por su mediación operaban los designios y poderes de Ahura Mazda para mantener el orden. Inaccesibles como los monarcas asirios, los reyes persas (aqueménidas) casi no eran visibles y estaban sometidos a un ceremonial complejo, rígido y fastuoso. Su gran misión era que la verdad se impusiese por doquier a lo largo y ancho de los territorios imperiales.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM, octubre 2018.

15 de octubre de 2018

Hallazgos arqueológicos (V): Hombre-león de Stadel y hombre con cabeza de pájaro de Lascaux




En las siguientes líneas nos referiremos a dos notables hallazgos arqueológicos de extrema relevancia y de complicada interpretación. En una de las imágenes se observa la figura del hombre-león (o mujer), tallada en un colmillo de mamut, hallada en la cueva de Stadel, en Alemania. Pertenece al período Auriñaciense, del Paleolítico Superior, y se ha datado en torno a 32000 años antes del presente. El cuerpo es humano (al menos las extremidades inferiores) pero la cabeza es leonina. ¿Este es uno de los primeros vestigios casi indiscutibles de arte, y probablemente de religiosidad, así como de la capacidad de la mente humana de imaginar cosas que no existen realmente?. El aspecto híbrido zoomorfo, “totémico” o “animista”, en el vocabulario de cierta antropología, no se volverá a ver hasta los muy célebres ejemplares del antiguo Egipto. En la otra, una conocida pintura en Lascaux, datada entre 14000 y 15000 años antes del presente. ¿Qué es lo que se ve, exactamente, y cuál es su significado?. Un bisonte, herido de muerte por una lanza que lo atraviesa, parece estar perdiendo sus intestinos. El hombre con la cabeza de un pájaro y un pene erecto, a su izquierda, cayéndose ¿es abatido por el bisonte?; ¿es un cazador o un chamán, o ambas cosas?. Bajo el hombre hay otro pájaro. ¿Podría simbolizar el alma, liberada del cuerpo en el momento de la muerte?. Si eso fuese así, ¿la pintura no representaría algo más que un prosaico accidente de caza, tal vez el paso de este mundo al otro?. No tenemos manera de saber si alguna de tales especulaciones es cierta. Se asemeja a una suerte de test de Rorschach, que revela mucho acerca de las pre concepciones de los “eruditos” modernos, y realmente poco, o muy poco, acerca de las creencias de los antiguos cazadores de tiempos muy lejanos.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-FEIAP-UM. Octubre 2018.


3 de octubre de 2018

El mundo antiguo de las Islas Británicas: celtas, romanos y anglosajones


Después que las tropas del imperio romano abandonasen las islas acompañando a Constantino III en 407, el territorio padeció acometidas y penetraciones constantes por parte de los pictos, desde Escocia, así como de los irlandeses. Como protección, es factible que los habitantes celta-romanos intentasen conseguir el apoyo como foederati de algunos grupos armados de germanos, sobre todo sajones, además de pequeños grupos de anglos y jutos. Todos ellos ya tendrían alguna presencia en las costas a través de periódicas razias desde las costas del mar del Norte. De tal situación resultaría el asentamiento de grupos germánicos, organizados a partir del ámbito de la soberanía señorial germánica, en ciertas localidades del noreste.
El hecho fundamental que marca indeleblemente la historia de la antigua Britania romana hasta mediados del siglo VI no es tanto el conflicto entre celto-romanos y sajones, sino la desaparición del poder centralizado. En lugar del mismo surgirían múltiples y pequeños reinos o principados, relacionados con un lugar fortificado y fundamentados en un grupo militar asociado a un linaje nobiliario. Un ejemplo representativo del estilo de vida y del poder de estos régulos (de origen germánico) es el célebre tesoro de Sutton Hoo (Suffolk), correspondiente a un enterramiento de un príncipe de Estanglia del siglo VI, que todavía era pagano. Gildas da a conocer el nombre de algunos de tales régulos, todos con nombre romano o céltico.
Así pues, se extendió en el centro y el oriente de la isla, una fragmentaria estructura política a base de pequeños reinos tribales que, por otra parte, siempre habían estado presentes al norte del muro de Adriano. En su seno vivirían gentes de habla céltica o germánica, pudiéndose dar alianzas militares entre unos y otros. En las tierras bajas de la isla, por su parte, continuarían viviendo grupos de la anterior población celto-romana, a pesar de su germanización lingüística desde mediado el siglo VI. De tal modo, grupos de hablantes celtas, de britones, habrían habitado en Devon, Cornualles y Gales. La continuidad de estos pequeños reinos dependía de la fortuna guerrera de sus mandatarios. Uno de esos reinos que acabó consolidado en tiempos posteriores, fue el de Wessex.
En consecuencia, las Islas Británicas de fines del siglo VI conformaban un mosaico de pequeños reinos contralados por una nobleza de señores de la guerra. En la más rica y sajonizada región meridional se consolidaría una primacía del Reino de Wessex, en tiempos de su rey Ceawlin, hacia 556-593.
A comienzos del siglo VII se pueden señalar dos unidades políticas poderosas, en principio sajonizadas, si bien en ambas con elementos poblacionales britano-romanos. Por un lado, el Reino de Kent, en el sudeste, con el rey Etelberto (565-616), y por el otro, el de Nortumbria, al norte, con el soberano Etelfrido (hacia 593-617), fruto de la fusión de los anteriores y más pequeños reinos de Bernicia y Deira. El de Kent protagonizaría un hecho crucial, como remarca la Historia eclesiástica de Beda el Venerable, la conversión al Catolicismo romano gracias a la misión enviada por el papa Gregorio el Grande en 597 y conducida por Agustín. La misión cristiana de Agustín debe explicarse por la más que probable continuidad de grupos cristianos celto-romanos en antiguos centros urbanos tardorromanos. Así, los diversos concilios de la Iglesia gala de los siglos V y VI (Tours Vannes, Orleans y París), atestiguan la existencia de obispados britones. En la corte de Kent ya debían existir previamente creyentes. Además de la acción de la misión romana, el cristianismo se impondría en las pequeñas cortes reales merced a misioneros irlandeses.
Tales influjos dominarían en Nortumbria desde el reinado de Oswaldo (633-642). Después del Sínodo de Whitby, en 664 se impondría en Nortumbria el influjo romano. En cualquier caso, básico para la difusión del cristianismo, en concreto en su vertiente romana, basada en fundar sedes episcopales, sería la continuidad de ciertos antiguos centros urbanos tardorromanos (en ese instante centros ceremoniales y administrativos), caso de York, Canterbury, Cirencester, Wroxeter y Carlisle. La cristianización de origen irlandés se orientó a la fundación de centros monásticos, como por ejemplo el de Lindisfarne en la Nortumbria de mediados del siglo VII.
Una vez que el poder de Kent se fue desvaneciendo, se estableció la hegemonía de Mercia e, incluso, la del Reino de Wessex. El reino de Mercia había sido el producto de la unión de principados de menor extensión. La primacía de Mercia sería en buena medida la obra del rey pagano Penda (626-655), que logró aliarse con príncipes galeses cristianos contra la amenaza que representaba la expansión meridional del soberano Edwin de Nortumbria (617-632). La cristianización de Mercia se produjo a mediados del siglo VII, gracias a los influjos irlandés y nortumbrio, estableciéndose en 653 un único obispado para todo el reino, fijado en Lichfild de la mano del obispo Chad. Desde ese momento, los lazos entre la Iglesia anglosajona y Roma se fortalecerían con la tradición de soberanos que renunciaban al trono para ingresar en un monasterio y peregrinar hasta la sede del Papa.
Los sucesores del rey Penda (Wulfhere y Etelredo), lograron consolidar y extender el poder de Mercia sobre los sajones y los anglos orientales, frente a Nortumbria, con la recuperación de Lindsey (Lincolnshire), y también frente al Reino de Kent, que fue saqueado en 676. La expansión de Mercia obligó a los reyes de Nortumbria a intentar expansionarse hacia el norte, sobre los pictos que hacían vida entre el muro de Adriano y el Firth of Forth. Esta aventura culminó trágicamente en la catástrofe de Nechtansmere, con la derrota y muerte del rey Ecgfrith. De esta manera, en las Islas Británicas el siglo VIII se abría con la superioridad del Reino de Mercia en toda la zona sur, oriental y central de la Gran Bretaña.
La isla de Irlanda, por su parte, no había sido conquistada por Roma, viviendo así con las mismas estructuras socio-políticas célticas de tiempos previos a los romanos. En tal sentido, la unidad política básica era el pueblo-tribu (túath), una pequeña comunidad de valle a cuyo frente se hallaba un rey, con funciones religiosas y militares, pues conducía a la guerra a los hombres libres y a los nobles con sus clientes.
Como consecuencia, el número de régulos era muy elevado, si bien con el paso del tiempo se llevaría a cabo una cierta concentración de poder que conllevaría el surgimiento de realezas regionales (ríruirego o rey de los altos nobles), asociadas a las que serían las clásicas provincias de la Irlanda medieval, Connacht, Ulster, Leinster y Munster. Este proceso de concentración de poder se incrementó en el siglo V, gracias a la propaganda de los reyes provinciales, que asociaban su hegemonía con unos supuestos orígenes míticos de sus dinastías. En cualquier caso, los pequeños régulos tribales subsistieron hasta bien entrado el siglo XI. Entre las monarquías provinciales destacó, desde mediados del siglo V la de los Uí Néill en el Ulster (centro ceremonial en Tara), mientras que en el sur sobresalió la dinastía de los Eóganachta.
El cristianismo, que penetró desde el sur, integraría a Irlanda en la comunidad de la Europa Occidental. En las zonas meridionales serían fundadas, desde 431, las primeras iglesias irlandesas por parte del misionero Paladio, tal vez procedente de Auxerre[1]. En cualquier caso, la decisiva cristianización irlandesa seria posterior, esencialmente a partir de principios del siglo VI, gracias a la fundación de monasterios desde el este al oeste, lo cual indica un origen gales. Sin duda, parte del éxito de tales monasterios residió en el patrocinio de los miembros de la nobleza. El prototipo sería Columbano el Viejo (Colum Cille), emparentado con los Uí Néill y con los soberanos de Leinster, quien fue el fundador del monasterio de Durrow y del de la isla de lona, este último base de la cristianización de los pictos.
Las fuentes escritas sobre los pictos y acerca de quienes le sustituirían en los territorios más septentrionales de las Islas Británicas, los escotos, provienen de los Anales irlandeses,  de mediados del siglo VIII, así como de la llamada Lista real picta, más tardía, de la décima centuria.
Los pictos, gentes que habitaban al norte del muro de Adriano, empezaron a ser mencionados en las fuentes romanas desde comienzos del siglo IV, debido a sus frecuentes incursiones de pillaje en la Britania romana, en ocasiones aliados con los escotos de Irlanda. Entre los pictos se dio un leve proceso de concentración del poder, tal y como se aprecia en la figura de un soberano de  mediado el siglo VI,  Bridei MacMaelcon, quien derrotó a los escotos y que probablemente favoreció la evangelización de su pueblo, recibiendo al monje irlandés San Columbano.
Ya desde principios del siglo VII, los pictos tuvieron que enfrentarse al expansionismo del reino sajón de Nortumbria. En 685 Ecgfrith, rey de Nortumbria, sufrió una derrota que permitió la reunificación e independencia del territorio picto bajo el rey Bridei MacBili. A partir de aquí, apenas nada más se sabe de los pictos hasta que fueron conquistados por Kenneth MacAlpin, rey de los escoceses, a mediados del siglo IX.
Las relaciones entre Irlanda y Escocia tuvieron profundas raíces, ya desde el lejano siglo III. A comienzos del siglo VI se testimonia el establecimiento de una dinastía irlandesa en lo que habría de ser la escocesa Dalriada. En este antiguo reino escoto, el cristianismo se constituyó en un elemento esencial, pues fue centro irradiador del monaquismo irlandés. La estructura aristocrática de tradición céltica instaurada, con la presencia de grupos tribales bajo el predominio de una familia con sus clientes asentada en un sitio fortificado o dun, explica el surgimiento de una fragmentación política ya en el siglo VII. Un nuevo impulso unificador corrió a cargo de Ferchar el Largo, aunque desde mediado el siglo VIII, y hasta el IX, Dalriada viviría bajo el control picto.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas. FEIAP. UMH, Braga. Octubre, 2018.


[1] El tradicional y célebre patrono de la Iglesia irlandesa, San Patricio, habría realizado su misión en el norte, en el Ulster, con anterioridad a 460. Patricio, un britón nacido en una familia romanizada y que experimentó el cautiverio, actuaría inicialmente entre los inmigrantes britones en la isla, para ganarse después el apoyo incondicional de los reyes de Ulaid (el Ulster oriental), constituyéndose de esta forma en el primer obispo de Armagh.