Textos e imágenes para la comprensión de procesos histórico-ideológicos, religiosos, artísticos y culturales de la antigüedad asiática, y para un acercamiento a los períodos arcaicos en África, América y Europa. Se presentan artículos de opinión, investigaciones, imágenes y diversos ensayos. Los vínculos (Museos, Institutos, Universidades, Centros de Investigación) complementan las indagaciones que se muestran.
30 de septiembre de 2021
Vídeos. Arte antiguo. Arquitectura griega (parte II) y escultura arcaica
16 de septiembre de 2021
Monstruos míticos en la Roma de la antigüedad
Imagen: memento mori, mosaico hallado de Pompeya, que simboliza la Rueda de la Fortuna. Datado en el siglo I a.e.c., hoy se encuentra en el Museo de Nápoles.
La
presencia de seres sobrenaturales, entre ellos difuntos pero también entidades
monstruosas, parecen ser el resultado de una metafórica codificación de
antiguos y enraizados miedos, angustias, malestares primordiales, esperanzas e
ilusiones, como una forma de sublimar el más acá. Las variadas manifestaciones
posibles de lo numinoso estaban tan presentes en la vida de los romanos como
cualquier otro aspecto cotidiano y real. Se trataba de un fundamento más de la
propia existencia, de la dimensión sobrenatural de dicha existencia. El miedo
al monstruo, al difunto o al fantasma expresaba una intuición acerca de la
propia existencia humana.
En
la vida real del romano de a pie solamente se encontraba la naturaleza humana,
en la que habitaban monstruos de distinta consideración, una naturaleza
impregnada de un malestar o desconsuelo esencial y primigenio sobre el que no
existía esperanza alguna. La realidad de la vida era angustiosa y oscura, y en
ella habitaban monstruos evocadores del caos y la disolución. Sobrellevar el
monstruo antiguo primordial implicaba dotarlo de un rostro que permitiese
transformarlo en algo más definido que posibilitase su ubicación en espacios y
contornos más controlables en los que el miedo pudiese ser medianamente
conjurado a través de la magia o diferentes rituales.
La
tradición popular romana estuvo poblada por un buen número de monstruos. Las
narraciones populares y relatos que contenían tales entidades eran considerados
patrañas para entretener que reflejaban la incredulidad y, sobre todo, la
ignorancia de las clase más humildes. Se hizo notable la presencia de las
estriges, unas aves de rapiña comedoras de carne humana o también brujas y
hechiceras convertidas en ave a través de actos mágicos; de licántropos o versipelles, hombres lobo cuyas leyendas
pudieron estar muy presentes en la más arcaica tradición itálica, así como de
dragones, habitantes de lugares despoblados de humanos o moradores de oscuras
cuevas y que resultaban ser una evidente amenaza a caminantes, viajeros y
mujeres.
La
primera mención literaria de la alimaña denominada estrige la encontramos en
Plauto (Pséudolo, 800-836), en tanto
que su relación con los lactantes la hallamos en Plinio el Viejo (Historia Natural XI, 95, 231 y ss.). Si
estas terribles aves amamantaban a infantes tal vez fuese para envenenarlos o
como una expresión de las nodrizas inhábiles. La más relevante de las leyendas
itálicas sobre las estriges que atacan a lactantes se constata en los Fastos (VI, 130-168) de Ovidio, en donde
el bisabuelo de Remo y Rómulo, de nombre Procas, rey de la mítica Alba Longa,
que antecede a Roma, es la víctima. Será una ninfa, de nombre Carna (una
antigua deidad itálica, tal vez lunar) la que le salve de estos seres
maléficos. Es tentador comparar estas fabulosas estriges con las arpías que
atosigan a Fineo en la saga de los Argonautas
de Apolonio de Rodas, unas aves monstruosas con rostro femenino. En la
erudición cristiana posterior, concretamente en San Isidoro (Etimologías XI 3-4), serán concebidas
como seres humanos metamorfoseados gracias a brebajes o hierbas mágicas con el
único objetivo de rapiñar. Otras menciones de las estriges se hallan en Tibulo
(Elegías, I, 5, 47, en esta ocasión
cantora) y en Lucano (Farsalia, VI,
520).
Tal
vez el licántropo más reconocido es el que aparece en la cena de Trimalción del
Satiricón (60-62), del afamado
Petronio. La transformación en lobo de un soldado provoca la huida del animal
hacia el bosque así como un ataque a un rebaño de ovejas, hasta que un esclavo
lo alancea en el cuello. Vuelto a su humanidad, es atendido de la herida
infligida previamente como animal. Tibulo, el mencionado poeta lírico del siglo
I a.e.c. cuenta, en un contexto impregnado de brujería amatoria (Elegías I, 5, 38-60), la manera en que
una alcahueta, en el fondo una bruja, posee mágicos poderes para convertirse en
lobo. Otro hombre lobo famoso es, sin duda, el Meris de Virgilio. En las Églogas (VIII, 94-99), Virgilio narra cómo el pastor Anfesibeo acude
a una bruja con la intención de que le conceda los favores de su amada Dafnis.
En este contexto se menciona la metamorfosis lobuna de Meris, obra, tal vez,
del consumo de ciertas hierbas alucinógenas. Virgilio parece partir en esta
oportunidad del Idilio de las hechiceras de Teócrito, autor del siglo III
a.e.c., en donde una mujer despechada por su amante intenta atraer de nuevo sus
favores mediante poderosos
encantamientos.
En
el mundo romano, los dragones formaron parte activa de su marco tradicional y
legendario. Uno de los casos más célebres es el del dragón de la ciudad de
Lanuvio, próxima a Roma (Propercio, Elegías
IV, 6, 4-15) asociado con el motivo folclórico de la doncella que entran en la
morada de la entidad, generalmente una oscura caverna. Otro notable ejemplo es
el dragón del Asno de Oro de Apuleyo
(VIII, 18-22), que resultó ser un malévolo brujo que tenía por costumbre
devorar caminantes. Un motivo común, propio de la fábula, es el de la figura
del dragón que custodia oro, objetos y lugares preciados. Se trata de un motivo
muy activo en el acervo folclórico de las poblaciones del Mediterráneo. En tal
sentido, debe mencionarse la fábula moral de la zorra y el dragón de Fedro (Fábulas IV, 21). En la mitología griega,
cabe recordar, ya estaba muy presente el motivo del dragón que cuida y protege
un objeto de gran valía, como el caso de Ladón, un dragón de cien cabezas,
protector de las famosas manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, o el no
menos célebre dragón de la Cólquide, que velaba por el ansiado vellocino
dorado. Por su lado, el folclore tradicional romano menciona tesoros escondidos
bajo tierra que son custodiados por genios denominados incubones, de quienes Tertuliano afirma (Sobre el alma, 44) que eran los responsables de las siniestras
pesadillas.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP-UFM, septiembre, 2021.
7 de septiembre de 2021
Vídeos. Asia religiosa V. Taoísmo
Amigas, amigos,
colegas, estudiantes, lectores en general. Cordial saludo. En el vínculo se
encuentra el vídeo-programa número 5 de la serie Asia Religiosa, dedicado al
taoísmo chino, una corriente religioso-filosófica que bebe de fuentes
chamánicas, que busca la inmortalidad y la simplicidad original del Dao,
arremetiendo contra los artificios de la cultura. Un Dao inmanente, presente en
todo, además de otro trascendente, fuera de cualquier diferenciación, marcan el
contexto filosófico de esta corriente de pensamiento antiguo de China. Espero resulte de interés y de utilidad para algunas personas que deseen inmiscuirse en estos temas religiosos. Se puede seguir toda la serie, que constará de siete programas, en YouTube (Minutos con Julio López). Saludo.
UM-FEIAP-UFM, septiembre, 2021.
3 de septiembre de 2021
¿Pueblos del Egeo o de Anatolia en Oriente Próximo en la Edad del Bronce?
Imágenes, de arriba
hacia abajo: grupo de tres figurillas del Bronce anatólico; toro elamita o bien
antólico hecho en bronce y; fragmento de cerámica micénica con peces hallada en
una tumba en Chipre.
El
movimiento masivo de población convencionalmente llamado “Pueblos del Mar”,
denominación genérica que engloba a gentes de diverso origen que deambularon
por la región oriental del Mediterráneo en afán de pillaje, aparece mencionado,
si bien de manera poco concluyente en el aspecto de las identificaciones, en
las inscripciones egipcias que conmemoran la victoria del faraón contra ellos
luego de rechazar su ataque contra Egipto. El apelativo Pueblos del Mar es una
expresión moderna, introducida por el egiptólogo francés Gaston Maspero a
finales del siglo XIX. Las inscripciones reales egipcias refieren los nombres
individuales de los distintos pueblos que proceden de “en medio del gran verde”
(Mediterráneo) o ”de las islas”.
Se
ha señalado la posibilidad de que ciertos contingentes que estuvieron presentes
en las oleadas destructivas fueran originarias del Egeo, pues figuran dos
colectivos, designados por las fuentes egipcias como ekwesh y denyen que, según
los paralelismos lingüísticos podrían evocar los nombres de los aqueos y los
dánaos, respectivamente, ambos términos genéricos con los que son designados
los griegos en el marco de los poemas homéricos. Los ekwesh
figuran como los más relevantes aliados, procedentes de ultramar, de los libios
que atacan Egipto, y que serían rechazados por el faraón Merneptah hacia 1220
a.e.c., como se cuenta en la Estela de la Victoria tebana y en las inscripciones
de Karnak. Se menciona su procedencia de los países marinos, como consta
asimismo en la estela de Athribis. Ahora bien, no está clara su ubicación como
pueblos egeos, en función de un detalle no menor, y es que en las
representaciones iconográficas aparecen circuncidados, lo cual no era una costumbre
de las poblaciones egeas, pero sí una práctica común entre poblaciones semitas.
Además, varias dificultades lingüísticas tampoco ayudan, en tanto que el sufijo
final parece específico de regiones anatolias, de donde podrían proceder otros
pueblos mencionados en las inscripciones egipcias. En tal sentido, los ekwesh podrían encontrar un fácil acomodo
si se acepta que se trataba de gentes de la tierra de Ke-Que, en Cilicia.
Es
cierto que un aspecto esencial que favorece la identificación del colectivo ekwesh con los aqueos depende de aceptar
el binomio entre el vocablo hitita Ahhiyawa y los micénicos, pues en los
documentos hititas dicho reino se asocia en ocasiones con los lukka, uno de los
nombres que figura, junto con los ekwesh,
en las inscripciones egipcias, implicado en operaciones de piratería y razias
por mar contra el territorio dominado por el imperio de la Anatolia central. A
pesar de ello, subsisten interrogantes, y no puede afirmarse de forma
concluyente que al menos una parte de los micénicos, bajo esta designación
egipcia, participaran activamente en el proceso de destrucción y desplazamiento
de poblaciones en el espacio de la cuenca oriental del Mediterráneo, si bien
tampoco puede descartarse tal posibilidad, en virtud de su segura presencia en
la costas occidentales de Asia Menor en estas épocas.
El
otro término, denyen, presenta muchos
inconvenientes para ser identificado de forma definitiva con los dánaos. La
denominación figura entre los nombres de los distintos pueblos procedentes de
Oriente que atacaron Egipto en época de Ramsés III, en 1179 a.e.c., cuyo incontestable
triunfo sobre las fuerzas invasoras se representa en los relieves de los muros
del templo de Medinet Habu. Los relieves, y la inscripción correspondiente,
describen una batalla naval y un enfrentamiento posterior terrestre en Djahi,
localidad situada al sur de las costas sirio-palestinas. Es muy dudosa la
condición de documento histórico de los relieves debido a su carácter fuertemente
propagandístico e ideológico, pues su objetivo primordial no consistía en
describir acontecimientos históricos, sino ensalzar las virtudes religiosas y militares
del faraón.
Los
denyen mencionados en las
inscripciones (figuran como dnjn) se
describen como gentes procedentes del mar. En el Papiro Harris, documento en el que se resumen los acontecimientos relevantes
del reinado de Ramsés III, el faraón se jacta de haberles aniquilado “en sus
islas”. Su identificación con los dánaoi
homéricos fue sugerida desde antiguo, ya por los primeros egiptólogos en el
siglo XIX, quienes entendieron que el término era una forma ortográfica
revisada del arcaico Tanaya-Tanayu
con el que los egipcios se referían a los habitantes del mar Egeo, muy probablemente
los griegos. Esta asociación sería corroborada por la posterior vinculación de
Dánao con Egipto en el ámbito del mito griego, siendo de esta forma un eco lejano
de la práctica egipcia de llamar de esta forma a los griegos.
Hay
otras posibilidades muy factibles. En otros textos egipcios se designa a este
pueblo como danuna. En una de las misivas
de El-Amarna se menciona a su rey y se ubica su territorio de origen al norte
de Ugarit. También se les atribuye el apelativo dene, en el Onomasticon
de Amenope, lista de nombres de ciudades de Siria y Palestina con sus tribus,
que se data a fines del siglo XII a.e.c. En la inscripción bilingüe de
Karatepe, (siglo VIII a.e.c.), se alude al pueblo de los danunios dentro de un contexto local perteneciente al espacio
geográfico de la Cilicia anatolia. Estos factores parecen aconsejar identificarles
en este ámbito del Asia Menor meridional, zona donde aparece el topónimo Adana,
que en la forma Adaniya figura del mismo modo en los textos hititas antiguos.
La
identificación de dnnym o danuna con los antiguos habitantes de
Adana parece demostrada, en tanto que el término fenicio dnnym corresponde, en luvita, o al término adanawa, o a adanawani,
de tal manera que los danunios serían
los habitantes de Adana y de su territorio. El país, citado como danuna, podría aparecer en la lista de
ciudades conquistadas en Siria, e inscrita en el obelisco blanco de
Asurnasirpal II, datado en el siglo IX a.e.c., en una inscripción fenicia de
Zincirli, también de mediada la misma centuria, en donde se menciona que el
monarca de los danunios ejerció
cierto dominio sobre el país de Sam’al, y en las tablillas de Alalah, en la
forma Atanni.
Su
aspecto externo, como aparecen representados en los relieves de Medinet Habu,
vestidos con un gorro compuesto de plumas o hierbas atado con una cinta bajo el
mentón, los asimila a otros componentes étnicos de los Pueblos del Mar, caso de
los Peleset o los Tjekker, que parecen ubicarse originariamente
en este mismo contexto geográfico.
En
cualquier caso, y a pesar de las dificultades que presentan estas dos
identificaciones reseñadas, no se puede descartar por completo una posible
presencia de elementos egeos en el conglomerado étnico denominado Pueblos del
Mar, en especial si se tiene en consideración que se ha probado la presencia
micénica en las costas occidentales de Asia Menor, en concreto en Mileto,
identificable con esa Millawanda de
los textos hititas, y tal vez en otros sitios de la geografía anatolia
meridional. En consecuencia, no sería una locura imaginar que hubieran
participado en una serie de incursiones, con el objetivo primordial del saqueo,
aprovechando el vacío de poder ante la inestabilidad imperante en el
Mediterráneo oriental, y no tanto con el deseo de instalarse permanentemente en
otros territorios. Hay que recordar que la práctica de la piratería por los
reinos micénicos no fue inhabitual. De hecho, es muy factible que las
incursiones hacia Egipto en busca de botín de parte del falso cretense que quiere
simular Odiseo, podrían representar un recuerdo inmemorial de semejantes
actividades.
Las
noticias parcas y muy diseminadas sobre estos ataques y avances, halladas en fuentes
orientales, particularmente egipcias, recogen, muy probablemente, sólo una
pequeña porción de un fenómeno más complicado y extendido que pudo afectar a la
mayoría del ámbito geográfico señalado y regiones periféricas colindantes, Uno
de tales avances perturbadores podría estar detrás de la presunta realidad
histórica oculta tras la mítica guerra de Troya que, en cualquier
circunstancia, parece más el resultado o el síntoma de los disturbios del
periodo que la causa directa o el origen de los mismos. En tal sentido, el
ciclo épico de los Nóstoi o retornos
de los diferentes héroes protagonistas en la guerra de Troya y su dispersión
por diferentes rincones del Mediterráneo, oriental y occidental, configuró el
modelo mítico adecuado para explicar la presencia griega en el exterior dando
cuenta, además, y probablemente, de forma distorsionada, de un proceso
migratorio general acontecido tiempo atrás, que habría dejado improntas en la
tradición oral de la que emana la poesía épica.
La
tradición mítica helena, aglutinada en los poemas épicos como los Nóstoi o la Melampodia que se le atribuye a Hesíodo, recoge noticias sobre la
emigración de ciertos héroes griegos hacia territorios orientales al finalizar
la guerra de Troya o después de la destrucción de Tebas a manos de los Epígonos.
Anfíloco, vástago de Anfiarao, marchó hacia Panfilia y Cilicia, fundando la
ciudad de Malos, fundación compartida en otros testimonios con el adivino
Mopso, quien habría conducido a los emigrados hasta las regiones levantinas de
Siria y de Palestina; El nombre Mopso, de hecho, aparece en documentos
orientales, caso de los textos hititas o la inscripción bilingüe de Karatepe,
un factor que refleja la presencia griega en estas zonas, expresado en
tradiciones míticas ulteriores. Teucro, por su parte, hijo de Telamón, se
desplazó hasta Chipre, donde fundó Salamina; Agapenor, dirigente arcadio, se
dirigió hacia la misma isla, en donde fundó la nueva Pafos.
El
periodo de los retornos conforma un relato sobre naufragios e itinerancias, de
establecimientos forzados en tierras alejadas, también de regreso a hogares fragmentados
y dominados por pugnas familiares o sobre emigraciones con la finalidad de
construir una vida en nuevos territorios. Heródoto se hace eco de estas
tradiciones al mencionar que Anfíloco habría fundado la ciudad de Posideo, en
la frontera entre cilicios y sirios, que los cilicios recibían antiguamente el
nombre de hipaqueos o que los panfilios descendían de aquellos soldados que
acompañaron a Calcante y Anfíloco después de la dispersión de los griegos que retornaban
de Troya.
Aunque
tales tradiciones no sean un eco o reflejo fidedigno de las migraciones de
finales de la Edad del Bronce e inicios de la Edad Oscura, la dispersión de la
cerámica micénica III C, de fabricación local, por las costas del Mediterráneo
oriental, vendría a reflejar en el registro arqueológico la veracidad básica de
tales mitos y leyendas.
La
posibilidad de que, en sus inicios, la implantación de los filisteos en
Palestina estuviera relacionada directamente con los movimientos de población
provenientes del Egeo, constituye una vía más hacia la presencia de gentes
egeas, seguramente micénicos, en las costas orientales. En todo caso, los
filisteos asentados en Palestina quedaron prontamente asimilados al entorno
cananeo en el que habitaban, adoptando lengua y escritura locales, así como sus
deidades, de manera que el probable legado egeo fue olvidado y las influencias
locales se convirtieron en preponderantes. Existen dudas acerca de la realidad
histórica de estas hipótesis. Es muy posible que la cerámica de tipo micénico
III C, que combina elementos chipriotas y micénicos, pudiese avalar una
migración oriental desde la isla de Chipre más que desde el ámbito egeo o de la
Grecia continental, pues en Chipre pueden haber tomado forma los elementos del
nuevo complejo cultural que caracteriza toda la región.
Debió
existir un constante flujo de gentes que iban buscando seguridad y nuevas
oportunidades que ofrecían espacios como Chipre. Para lograrlo recorrerían las
antiguas rutas marítimas, llevando consigo esquemas artísticos e ideológicos. Estos
migrantes pudieron ser, en cualquier caso, especialistas en determinadas
habilidades artesanales o comerciantes, más que familias enteras.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP-UFM, septiembre, 2021.