24 de febrero de 2015

Deidades protectoras, arhats y místicos en el budismo tibetano








IMÁGENES, DE ARRIBA HACIA ABAJO: BRONCE DORADO CON VAJRAPANI EN UNIÓN DE SU CONSORTE. TÍBET CENTRAL, SIGLO XV; CABEZA DE BRONCE TIBETANO DEL SIGLO XIII. UN MAHASIDDHA CON EXÓTICA EXPRESIÓN; MAHASIDDHA GHANTAPA CON LA CAMPANA RITUAL Y EL VAJRA. SENTADO SOBRE UNA PIEL DE ANIMAL, LLEVA UNA CORONA CON UNA CALAVERA HUMANA. COBRE AMARILLO DORADO, SIGLO XVI; PIEDRA DORADA CON MAHAKALA. FINES DEL SIGLO XIII, ATRIBUIDO A LA ESCUELA DE ANIGE; TANGKA CON ARHAT CHUDAPANTHAKA. ESTÁ EN ARMONÍA CON LA SERENIDAD DEL PAISAJE DE ESTILO CHINO, AUNQUE PARECE ESTAR APARTE DEL MISMO, FLOTANDO MÁS ALLÁ DE LA MUNDANIDAD, CONCENTRADO EN EL CONTROL SOBRE SUS PODERES INTERNOS. SIGLO XVI; TANGKA TIBETANO (ESTANDARTE PINTADO), CON AMOGHASIDDHI RODEADO DE BODHISATTVAS. COMIENZOS DEL SIGLO XIII; TANGKA TIBETANO DEL SIGLO XV, CON MAHAKALA. APARECE RODEADO DE FEROCES DEIDADES, COMO LA PROTECTORA FEMENINA LHAMO, QUE APARECE SOBRE SU MULA. GOUACHE SOBRE ALGODÓN; YOGI SENTADO QUE MUESTRA EL PODER INTERNO DEL CONTROL DE LA RESPIRACIÓN. COBRE AMARILLO, TÍBET, SIGLO XI.

Existen muchas divinidades iracundas en el budismo tibetano que son, en el fondo, protectoras del Dharma, así como guerreros y reyes, míticos y humanos o históricos, que se han convertido en guardianes de la ley. Los lokapalas son los guardianes de las direcciones o Cuatro Reyes. El más relevante de los cuatro es Vaishravana, rey o guardián del norte. A pesar de las horrorosas apariencias, son figuras protectoras de la fe, y su naturaleza demoníaca representa no la personificación del mal sino la violencia, la vehemencia, que existe en el Universo, así como el tremendo esfuerzo que hay que hacer pasa desterrar el mal. Algunos guardianes tibetanos son también deidades en formas feroces, como Manjushri, quien en su forma terrorífica recibe el nombre de Vajrabhairava. Esta divinidad es típicamente representada con numerosos brazos y cabezas, con una cabeza de búfalo en el centro (entre cuyos cuernos se encierra otra feroz cabeza), así como un conjunto de amas y símbolos. Se trata de densas imágenes, rítmicas, que comunican una ferocidad demoníaca al tiempo que propician una atracción casi hipnótica.
Yidam es una clase de deidad protectora adorada como una deidad tutelar personal (lo fue para el gobernante mongol Kublai Khan), al igual que como guardián del reino como un conjunto. El yidam indio Mahakala se reverencia especialmente en Tíbet (siguiendo la herencia nómada de la región) en su papel de señor de las tiendas. Exuda poder, y se le considera la manifestación más feroz del bodhisattva Avalokitesvara, con el que mantiene una similar función de superador de obstáculos, especialmente aquellos considerados negativos. Su aterradora imaginería deriva de la forma furiosa del dios hindú Siva, conocido, en tal sentido, como Bhairava.
Palden o Penden Lhamo es una protectora femenina de la capital, Lhasa y, a la par, del Dalai Lama. En las pinturas que representan a Mahakala, Lhamo tiene una posición prominente como una de las figuras subsidiarias mayores. Parcialmente, su origen se halla en la diosa Kali, aunque, muy probablemente, también deriva alguno de sus atributos de divinidades nativas de la tradición Bon. Sus grotescas representaciones son visiones de una clase de actividad compasiva. Casada con un sangriento rey guerrero, se la representa a menudo llevando el cuerpo de su hijo muerto con ella sobre su mula, haciendo énfasis en que no se detendrá ante nada (lo que incluye matar a su hijo) con tal de alcanzar la paz.
Yab-yum (padre-madre) son parejas de divinidades masculinas y femeninas representadas en unión sexual. Al menos uno en la pareja, usualmente el representante masculino, tiene una forma feroz. Las figuras emparejadas expresan el proceso esencial de unión del conocimiento y la compasión (vínculo de la sabiduría y los medios útiles de acción). La figura masculina, que encarna la compasión, abraza a la femenina, que representa la sabiduría trascendente. El matrimonio de sabiduría y compasión es necesario para trascender las preocupaciones que ocultan los progresos hacia el entendimiento de la naturaleza última de la realidad. Las imágenes yab-yum se vinculan a aspectos fundamentales del inconsciente, sirviendo para identificar, y sublimar, los instintos, conscientes e inconscientes en una muy poderosa metáfora visual.
Los arhats son vistos como discípulos que expanden la doctrina después de la muerte del Buda. En Tíbet asumieron el rol principal de intermediarios que asistían al creyente en el transitar de su sendero hacia la iluminación, al modo de un bodhisattva. También se les aplicó una estatura mítica que incluía poderes mágicos extraordinarios y exóticas apariciones. En Asia oriental su culto original de cuatro aumentó a dieciséis o dieciocho, hasta que finalmente evolucionó en grupos de quinientos. Tal número de imágenes propició edificaciones propias separadas en los complejos arquitectónicos budistas. En algunos ejemplos chinos y tibetanos, se representa al arhat con piel oscura, mecanismo habitualmente usado por los artistas chinos para indicar temas indios. Las imágenes tibetanas derivan de modelos chinos y siguen, por tanto, el modo chino de retratar temáticas y personajes de India. Las referencias literarias en Tíbet a estas personalidades aparecen a partir del siglo X.
Las imágenes del Mahasiddha, un gran ser que ha alcanzado su meta, son muy poco conocidas fuera de Tíbet. Estas figuras, altamente veneradas, tienen su origen en India, pero son únicamente conocidas allí a través de la literatura. Se considera que fueron practicantes tántricos muy admirados por sus prácticas nada convencionales. Se trata de yogis, grandes místicos, que practican la absorción en estados especiales de experiencias extáticas, y poseen, como los arhats, toda una serie de poderes sobrenaturales con los cuales llevan a cabo acciones milagrosas. En las representaciones artísticas se muestran llevando ropas propias de los moradores de los bosques, a la manera de individuos excéntricos, en tanto que los arhats se retratan como monjes. Por tanto, los Mahasiddhas fueron famosos por sus excéntricos comportamientos y apariencias. Quizá el más popular fue Virupa, primer enseñante terrenal de los Sakyapa. Fue un maestro del tantrismo que vivió en India en el siglo IX, y de quien se creyó que había ganado poder sobre el sol. Además, también fue renombrado por su amor al licor.
Finalmente, también algunos filósofos y reyes históricos, conformaron una segunda categoría de protectores del dharma. Es el caso del primer rey religioso Songtsen Gampo y del gran adepto del siglo XI Atisha.

Prof. Dr. Julio López Saco
Escuela de Historia, UCV- Escuela de Letras, UCAB

17 de febrero de 2015

Hebreos: historia y religión en la época de los Patriarcas y los Jueces

Mapa de la probable distribución de las tribus de Israel y reinos adyacentes. Alrededor de los siglos XIII-XII a.e.c.

La más antigua historia de Israel comienza con la presencia de los patriarcas, cuyo lugar de origen fue Jarán, territorio ubicado entre los ríos Tigris y Éufrates. Estos patriarcas eran aramos y se organizaban en clanes. Nombres como Harán, Teraj o Abraham son, con toda probabilidad nombres de clanes patriarcales A fines del II Milenio a.e.c. los semitas amorreos invadieron Siria, Palestina, zonas de Egipto y Mesopotamia. Uno de sus lugares de asentamiento fue, precisamente, Jarán. En los documentos de Mari se habla de los hapiru, nómadas identificables con los hebreos, un vocablo que definía a extranjeros, no a un grupo étnico. Los hebreos de los patriarcas eran descendientes, entonces, de nómadas invasores de Mesopotamia. Los patriarcas que llegaron a Palestina eran parte de tales invasores. Se trata de pastores de ovejas y cabras.
En una Palestina[1] ocupada por los cananeos, se vincularon algunos lugares de culto con los patriarcas, como el santuario del árbol, en Siquen, o el terebinto sacro de Mambré, cerca de Hebrón, lugares luego muy venerados entre las tribus israelitas. Más tarde, Jahvé prometió a estos patriarcas y a su gran descendencia, la posesión de las tierras de Palestina.
La presencia hebrea en Egipto es un tanto difusa. El Éxodo habla de la presencia hebrea en Egipto durante más de cuatrocientos años. La llegada de José y sus hermanos, además de Jacob a Egipto (Génesis 39, 7 y ss.), se suele vincular con la llegada de los hicsos, en torno a 1700 a.e.c. Es probable que durante el reinado de Rameses II (1290-1224 a.e.c.[2]) los israelitas trabajasen como obreros en las ciudades de Pi Ramsés, quizá Tarsis, y Pitón, hoy Tell-er-Retabeh. Tras la salida de Egipto, durante el siglo XIII a.e.c., la penetración de las tribus hebreas en Canaán[3] implicó un cambio de su vida nómada por otra sedentaria, propia de una cultura agraria y urbana. La conquista de Palestina pudo hacerse en fases, en la primera de las cuales se conquistó Jericó, en la segunda Judea y en la última Galilea[4]. En la Palestina central se ha supuesto la presencia de gentes aliadas o parientes de los israelitas, con las que harían alianzas. Aquí habitarían clanes hebreos y cananeos, unidos por una Alianza, y que rendirían culto a una divinidad llamada “Señor de la Alianza”.
Entre los siglos XII y XI a.e.c., Israel consolidó el territorio conquistado. Tuvieron que luchar, incluso, contra algunos invasores (contra los filisteos, uno de los Pueblos del Mar, hacia 1050). Israel era ahora una confederación de tribus unidas entre sí por estrechos vínculos religiosos que giraban en torno al Arca de la Alianza. Mientras, Moab o Edom estaban comandados por reyes; otras monarquías existían en Guezer, Beisán, Meggido y Jerusalén, y los cananeos seguían con sus ciudades-estado. El latente peligro y las frecuentes luchas propiciaron que los israelitas estableciesen como necesario la presencia de unos Jueces con carisma para que los gobernasen. Durante el mando de estos Jueces, que fueron contemporáneos de los primeros profetas, los enemigos más difíciles de los israelitas fueron los filisteos (enemistad expresada a través de las leyendas de David y Goliat o la de Sansón), pero también los moabitas, los amonitas, los cananeos (con sus ciudades amuralladas) y los medianitas fueron rivales encarnizados.
Es en esta época cuando la profecía se integra en la institución religiosa sacerdotal. El profeta, un mensajero, hablaba en nombre de Dios[5]. El menaje que se transmitía le llegaba por medio de la inspiración, presentada repentinamente. En su carácter carismático, los profetas hebreos interpretaban la actuación de Dios en la historia.
La religión de Israel se fundamentaba en la elección de Dios a Abraham para que fuese el “patriarca” de los creyentes, de un pueblo que habitaría Canaán. El Dios de los patriarcas es JHWH, “Dios de Abraham, Isaac y Jacob” o “Dios de mi padre”[6]. Existían nombres divinos compuestos sobre El, dios creador del panteón cananeo, y deidad suprema de la mayoría de pueblos semitas. Son nombres no relacionados con los patriarcas sino con lugares de culto, como El Olam, El de la eternidad, o El Elyon, dios de Jerusalén. Las tradiciones de los patriarcas señalan la fusión del “Dios de los padres” con el gran dios cananeo. En cualquier caso, es esencial para los patriarcas, la obediencia, la confianza en Dios, así como la cólera de éste como protección.
Por otra parte, piedras y árboles jugaban un papel destacado n la religiosidad de esta época. Las piedras (masséboth, los betilos), se conocían bien en la religión cananea, aunque fueron condenadas por los profetas, pues representaban la presencia del dios masculino. No implicaban la presencia de altares. Los árboles, como el terebinto de Siquem, o el tamarino de Beer-Sheba, eran lugares sacros en donde se obtenían oráculos. Entre los cananeos se les relacionaba con la fecundidad. Los teraphim debieron ser figurillas de la diosa de la fecundidad que se usaban como amuletos y para obtener, también, oráculos.
El fundador, como jefe político y religioso, de la religiosidad de Israel, fue Moisés, en virtud de que fue el intermediario entre la población y JHWH. Moisés, ras asesinar a un egipcio, se refugia en Median (tribu beduina del noroeste de Arabia) y allí se casa con Séfora, hija del sacerdote madianita Reonel. El “Dios de los Padres” se le reveló en una zarza en llamas y le encargó la liberación de su pueblo oprimido en Egipto. JHWH se aparece a los israelitas al pie de una montaña y concluye con ellos una Alianza (él es su Dios, y ellos su pueblo), que sigue las fórmulas de los contratos hititas. El Decálogo de la Alianza se guardó, dice el Éxodo, en el Arca. Se trataba, no obstante, de una Alianza que había que renovar de cuando en cuando.
La presencia de JHWH se simbolizaba en el Arca de la Alianza. La tradición sacerdotal refiere que el Arca se guardaba en una tienda, verdadero santuario, transportable, en el desierto, semejante al de los beduinos, cartagineses, o al de los nómadas árabes pre islámicos. Las tribus se agruparían alrededor del Arca y la tienda. Características de la religión mosaica son la adoración de un único Dios, lo que no presupone la negación de la existencia de los dioses de los demás pueblos, y la prohibición de hacer imágenes. No estamos, por tanto, ante un monoteísmo.
Los israelitas, pastores nómadas, y los cananeos, agricultores sedentarios, mezclaron sus concepciones religiosas y con ello se configuró la religión hebrea. La religión cananea se conoce bien gracias a los textos de Ugarit y Ebla (proto cananeos, entre los que se halla la primera mención de JHWH). Su dios supremo era El, el rey, el toro, el padre; su compañera era Athirat (JHWH nunca tuvo ni esposa ni familia); Baal era un dios de la fecundidad, de la vegetación, que muere y resucita: Astarté es una deidad de la fecundidad, equivalente a la Ishtar babilónica y la Inanna sumeria. Otras deidades eran Beth-Shemesh, dios solar; Shapshu también solar, y Beth Yerach, deidad lunar. Entre los cananeos fue relevante la prostitución sagrada, así como las liturgias de la muerte y resurrección asociadas a los cultos de la fecundidad.
El JHWH que se aparece en medio del fuego y desde el sonido del trueno, se emparenta claramente con los Baal de los textos ugaríticos. En esa época, no obstante, no existía todavía una diferencia evidente entre Baal y JHWH. De ahí la presencia abundante de nombres compuestos de Baal entre los israelitas. O bien uno se adoraba al lado del otro, o Baal era un epíteto de JHWH. Éste, por otro lado, pareciera estar subordinado a El, aunque en algunas ocasiones se les diferenciaba. El fue el antiguo creador del Cielo y la Tierra, función que asumió JHWH quizá en la época de la monarquía de David.
JHWH acaba siendo el Dios de Israel en época de los Jueces. Aparece en una teofanía, es el dios del trueno, la lluvia y del Sinaí. También es el dios de los guerreros. No obstante, durante mucho tiempo, en Israel, los israelitas, para obtener cosechas óptimas, invocaron a Astarté y Baal.
El culto israelita, en definitiva, se fundamenta en el Arca, que representa la presencia de JHWH, y que podía llevarse durante las guerras[7]. Algunos lugares de culto, previamente cananeos, fueron Bethel, Silo, Dan o Gibon, lugares asociados a teofanías. En ellos se llevaban a cabo sacrificios. Parece que los miembros varones de la tribu de Leví fueron los que conformaron el primer grupo sacerdotal, encargado, sin duda, de un culto sincrético. Se encargaban de los oráculos y los sacrificios. Sin embargo, también hubo profetas, videntes y adivinos.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia y Doctorado en Ciencias Sociales, UCV.


[1] La arqueología ha constatado algunos datos que la tradición hebrea atribuye a los patriarcas, como es el caso de la cámara sepulcral de Macpela en Mambré, un enterramiento familiar con presencia de vasos cerámicos llenos de alimentos y una serie de objetos que, presumiblemente, pertenecieron en vida a los difuntos.
[2] Sería su padre, Seti I (1308-1290 a.e.c.), según se desprende del Éxodo, quien al reorganizar el imperio egipcio en Palestina y Siria, empezase a oprimir a los israelitas.
[3] En esta época Canaán dependía de Egipto y se organizaba en unas pocas ciudades-estado fortificadas, quizá no más de diez, gobernadas por un rey.
[4] Las destrucciones, confirmadas por la arqueología de Laquis, Betel, Debir o Jasor, entre 1220 y 1200 a.e.c., demuestran la existencia de las campañas militares.
[5] El fenómeno de los profetas también existió en Egipto o en Mari, como se constata en el relato de Wenamón. En Israel, eso sí, la característica profética por excelencia no era el éxtasis, sino que Dios mandase al profeta a hablar en su nombre.
[6] Cierta terminología designa a Dios como miembro del clan de Isaac. Los nombres de algunas tribus serían denominaciones de deidades: Dan es un dios cananeo; Zabulón pudiera ser un epíteto divino en Ugarit. Lo mismo podría decirse de Asher o Gad. Habría dioses tribales, familiares o antepasados divinos.
[7] La guerra se consideraba santa, y se la convocaba tras un toque de trompeta. Los guerreros debían llevar a cabo ciertas prescripciones rituales, entre las cuales se encontraba interrogar a JHWH antes de entrar en combate. El botín se le consagraba a Dios.

11 de febrero de 2015

Templos hindúes dedicados al Sol: Konarak y Modhera




IMÁGENES, DE ARRIBA HACIA ABAJO: CARRUAJE DEL SOL DEL TEMPLO DE SURYA EN KONARAK; PLANO DEL TEMPLO DE KONARAK: (A) EL JAGAMOHANA O PABELLÓN DE LA FE Y (B) EL GARBHAMUDA, O SANTUARIO INTERIOR; INTERIOR DEL TEMPLO DE MODHERA, EN DONDE SE OBSERVA EL DOMO SOPORTADO POR COLUMNAS PROFUSAMENTE DECORADAS; Y PLAN DEL TEMPLO DE MODHERA: PISCINA RAMAKUNDA (A), LA ENTRADA CON DOS PILARES (B), EL SABHA MANDAPA, PABELLÓN DE LA ASAMBLEA (C), UN PORCHE (D), EL GUDHA MANDAPA (E), EL GARBHA GRIHA (F) Y EL DEAMBULATORIO (G).

El templo de Konarak, cerca de Bhubaneswar, Orissa (la antigua Kalinga) celebra el poder de Surya (o Savitar), deidad del Sol[1]. Fue construido por el rey Narasimha I de la dinastía Ganga, hacia 1250. Aparece íntimamente relacionado con el mito que cuenta la curación de la lepra de Shamba, un hijo de Krishna, a manos del dios Surya[2]. El templo está enmarcado dentro muros que tienen entradas en tres de sus lados. Fue concebido como el carro de la divinidad, tirado por siete caballos (tres al norte y cuatro al sur), con veinticuatro ruedas, algunas de las cuales simbolizan los doce meses del año (de día y de noche), y otras las veinticuatro horas del día. Consta de un jagamohana, pabellón de la fe, donde se reúnen los fieles, coronado por una estructura piramidal, y un garbha muda, o santuario interior. Está precedido por un pabellón con pilares. Entre los motivos decorativos principales se pueden ver, en lo que parece ser un natamandir o sala de danzas, representaciones de danzantes (devadasis, o doncellas del dios) o mahari, en Orissa, que corresponden a la danza local clásica denominada Orissi. Como un ritual básico en el ceremonial del templo, la danza captura en movimiento la inspiración religiosa que la estatuaria y la propia arquitectura expresan de modo estático. Mientras la danza convertía el espacio en tiempo, la escultura y la arquitectura transforman el tiempo en espacio.
Otras edificaciones que completan el complejo en Konarak son el bhogamandapa, con los restos de las cocinas y tanques de agua, un pequeño templo dedicado a Mayadevi, esposa de Surya, y un templete dedicado a Visnú. La estatuaria refleja gran poderío y plasticidad, como se aprecia en dos elefantes de tamaño natural, así como en dos caballos de guerra al lado de los cuales se encuentra un criado o sirviente y un guerrero abatido. Las esculturas y la decoración balancean la estructura arquitectónica, armonizando las fuerzas horizontales y verticales. Las estatuas presentes son de príncipes, dignatarios de corte, deidades, ascetas, alashakanyas o chicas reclinadas, naginis, nagas y mithunas (escenas sexuales), que alternan con elefantes, escenas de caza, caravanas y paradas militares. Todo ello completado con diseños geométricos.
El templo de Modhera (Gujarat), construido por Bhima I de la dinastía Solanki en 1026, comprende tres estructuras básicas: el pabellón para las asambleas (subha mandapa), rematado por un techo piramidal, un pabellón cubierto (gudha mandapa) y el santuario interno (garbha-griha), a su vez cubierto por un sikhara. En el subha mandapa, que aquí pudo usarse también para la danza, los pilares están compuestos de diversos tambores-columnas, esculpidos profusamente con grupos de danzantes y ninfas celestiales, semejando la detallista decoración propia de la orfebrería. En la parte delantera cuenta, además con el ramakunda, gran piscina rectangular que presenta varios kioskos para el dios del sol y sikharas en miniatura en las esquinas. Las murallas externas del templo están decoradas con esculturas de dioses, ninfas celestiales, animales y figuras míticas. Las parejas de amantes, también presentes, se asocian, naturalmente, con la adoración del sol y la fertilidad.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB


[1] Los ascetas veían en el sol el poder de la iluminación que podría liberarles para siempre del ciclo de reencarnación.
[2] Surya es una de las más antiguas divinidades en el panteón hindú. Es el dispensador de la vida y la muerte, el centro del Universo y un símbolo del conocimiento.

5 de febrero de 2015

El nacimiento histórico del judaísmo

A partir del exilio babilónico (desde 597 a.e.c.), comenzó una nueva etapa de la historia política de los hebreos, que ya no formarían un estado independiente, salvo el breve período de los Macabeos. Después de la destrucción de los reinos de Israel y Judá, la supervivencia de los judíos, en su sentido de comunidad religiosa y cultural, fue alcanzada por varios motivos. En primer término, una causa externa. Los babilonios, a diferencia de los asirios, instalaron a los deportados de Judá, en su mayoría miembros de clases superiores, en regiones de residencia centradas, de modo que fue posible que los mismos pudieran continuar su vida sin mayores impedimentos. Además, los babilonios no establecieron poblaciones extrañas, foráneas en la provincia de Judá, como habían hecho los asirios (propiciando así una homogenización poblacional), de forma que siguió habiendo, tanto en el territorio judaíta como en el exilio, comunidades campesinas que permanecieron prácticamente intactas.
En segundo lugar, una causa interna, de gran relevancia: la revelación profética. Gracias a que algunos profetas demostraron el valor catárquico de una catástrofe, de una ruina estatal, ya que pensaban que no era posible llevar a cabo una mejora de la situación material, ni de la monarquía, la sobrevivencia se hizo factible en un plano estatal, sin que hubiera estado. Algunos profetas (Miqueas, Isaías), hallaron una explicación de la humillación sufrida a través del dominio extranjero, hecho que resultó clave para poder hacer comprensible la propia ruina. Esto es, la decadencia del orden social no podía remediarse con medios humanos, de modo que había que confiar, únicamente, en la intervención divina. Un profeta como Jeremías argumentó, en este sentido, que el pueblo había sido quien no había creído; no había ni obrado ni vivido según sus creencias. Así pues, todos los profetas interpretaron la desgracia sufrida, la ruina del estado, el destierro, como una señal de Dios.
Profetas como Ezequiel o el mencionado Jeremías aseguraron a sus coetáneos que Yahveh podía estar presente en todo momento ante ellos aunque Dios careciese de culto y de templo, si así lo deseaban y así lo creían. Este mensaje favoreció, qué duda cabe, la formación de una nueva comunidad en el exilio y en etapas ulteriores. El exilio imponía la imperiosa necesidad de establecer reglas de conducta muy estrictas, que había que respetar a rajatabla, si los judíos querían mantener su identidad como pueblo en un ámbito foráneo, extraño. En el exilio se va a fraguar, en consecuencia, la conciencia de redención que hará factible soportar el destierro babilónico así como las continuadamente insatisfechas esperanzas políticas. Es ahora cuando los deportados reconocerán a Dios como su único Dios, Creador y Señor del Universo. Esta declaración de fe será la punta de lanza que siempre saldrá a relucir, desafiante, ante cualquier poder político que se quisiese considerar como superior.
Durante el exilio babilónico y en períodos posteriores, la elite teológica desplegó la doctrina de la exclusividad absoluta de su Dios, así como de la subsiguiente elección del pueblo judío, un factor relevante que se tradujo en el aislamiento del pueblo frente a los demás, considerados ajenos. En esas condiciones políticas, las particularidades del pueblo judío se reducían, de modo casi completo, al ámbito de lo religioso, en especial aquellas referidas al culto. El sabbath, las prescripciones de la dieta, la circuncisión, las normas alusivas a la pureza se consolidaron de manera definitiva. Además, las reuniones en las sinagogas contribuirán, de modo evidente, a la solidaridad grupal[1]. En ellas, se mantenía siempre vivo el pasado a través del recuerdo. Por otra parte, ahora las tradiciones escritas, y aquellas orales, no solamente se aumentan sino que se compilan. Más tarde, surgirán toda una serie de codificaciones legales y obras historiográficas, muy mitificadas.
Tras la ruina de la dinastía de David, Yahveh será el que ocupe el puesto de honor. La elección del pueblo, hasta ese instante más político que religioso, se reduce, esencialmente, a este último aspecto. El final de la esperanza política traería consigo la posibilidad de comprender de otro modo peculiar el éxodo, como una suerte de nueva concepción de la Alianza. Episodios clave de un pasado considerado glorioso se hacen prominentes en la mentalidad colectiva, en especial, el éxodo desde Egipto, la grandeza de la periclitada monarquía dual, en particular la de David, y la penetración y conquista de Canaán.
El pasado, así, nutría la espera de un final de los tiempos, y fomentaba la creencia en que dicho final era poco menos que inminente. Se mantenía la esperanza del cumplimiento de la promesa realizada por Dios, esperanza, no se olvide, alimentada por el recuerdo, y que propiciaba un futuro muy cercano en el que Yahveh rehabilitaría a su pueblo (lo redimiría) y castigaría severamente a los demás pueblos, considerados ateos. La venganza sobre los opresores del pueblo judío, el auténtico fin del mundo, se imaginaba sangrienta; por una vez Dios se vengaría exterminando a todo enemigo con las mismas atrocidades que se habían acontecido al final de la monarquía. Pestes, terremotos, hambrunas, fuegos purificadores o deportaciones, se harán símbolos apocalípticos, esos mismos que con el cristianismo formarán parte del imaginario.
En el exilio existió una relativa administración política autónoma, desempeñada por los ancianos. Los deportados, de las clases superiores, que se habían enriquecido en Jerusalén gracias al comercio, siguieron ejerciendo esa actividad en Babilonia. Los judíos, en definitiva, en relación a los demás súbditos del rey de Babilonia, buscaron con denuedo reforzar su aislamiento cultural y, específicamente, religioso, una finalidad a la que contribuyó de modo decisivo la circuncisión (como mecanismo excluyente), y el rígido cumplimiento de las prescripciones alimenticias y de pureza. De este modo, los judíos eran puros en una región impura.
En unas cuantas décadas, tales patrones mentales se consolidaron y no se abandonaron al regresar a la tierra prometida. La condición de extraños y exclusivos fue para los judíos su seña diferencial. El destierro, por consiguiente, creó y solidificó las creencias comunes y propició la conformación de una fortaleza moral que sería mantenida hasta el día de hoy.
En 538 a.e.c. a los judíos les fue permitido, de parte de la nueva autoridad, los persas de Ciro, el regreso a Palestina, autorizándoseles a llevar a cabo la reconstrucción de una Templo para su dios. El concepto de hostilidad y de exclusividad, forjado en el exilio babilónico, portaban el componente decisivo, que implicaba que los judíos puros, en la tierra prometida, se distinguían (y alzaban) como una pequeña isla en el proceloso mar de la impureza. La pretensión absoluta de los judíos de ser el pueblo elegido por Dios, lo que conlleva discriminación hacia las demás culturas, es un fenómeno que, hasta ese momento, era inédito en la antigüedad. Lo relevante, en realidad, es que el desarrollo de la cultura y de la religión judía acabaría favoreciendo, como podría esperarse, los resentimientos por parte de otras poblaciones, que los catalogan de intolerantes y soberbios pero, a la par, les garantizaría conservar en el tiempo la identidad cultural-religiosa, incluso en las etapas o fases más escabrosas de su historia.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia UCV
Doctorado en Ciencias Sociales, UCV



[1] Era menester desarrollar nuevas formas de culto y adoración, pues el Templo de Jerusalén había sido derruido y la ciudad estaba lejos de Babilonia. El lugar del Templo, entonces, surgieron locales para llevar a cabo reuniones religiosas que eran, además, una especie de escuelas, las sinagogas. En ellas se reunían durante el sabbath para cantar, rezar y enseñar, un hecho que confirió al maestro de la Torá mayor relevancia, si cabe, que el sacerdote tradicional.

1 de febrero de 2015

Los reinos arameos: de Siria a Mesopotamia

Estatua de tradición siria y mesopotámica de un rey del reino arameo de Sam’al.

Los arameos, cuya historia es nómada por excelencia, conformaban un conjunto de tribus semíticas que desde la región de Aram (un término de origen hurrita), una zona ubicada en la orilla oeste del Éufrates, se expandieron por Siria, Mesopotamia, Elam e, incluso, Asia menor, siguiendo las corrientes migratorias de fines del siglo XII a.e.c. El término Aram aparece citado por vez primera en un texto acadio de Naram-Sin (2260-2224 a.e.c.), en el que el rey acadio anuncia su victoria sobre un señor de Aram y de Am. Sin embargo, parece que este Aram no tiene relación con los arameos. En cierta documentación de Mari y Ugarit, del II milenio a.e.c., aparece el vocablo Aramu como nombre propio y como gentilicio. En una lista geográfica de tiempos del faraón egipcio Amenofis III se menciona un país de Aram.
El origen de los arameos pudiera hallarse en el desierto sirio y arábigo. Las primeras referencias claras a ellos se observan en la época del, rey asirio Tiglatpileser I (entre 1115 y 1077 a.e.c.). Los arameos, finalmente asentados lograron, en parte gracias a las actividades comerciales de las gentes de Palestina y el interior de Siria, establecer unidades geopolíticas independientes, pequeños estados autónomos medianamente centralizados.
El principal reino arameo en Siria fue Aram Soba, fundado a finales del siglo XI a.e.c., que estuvo articulado por la presencia de diversas ciudades, como Betah o Damasco, que tenían sus propios reyezuelos, pero que reconocían formalmente, la supremacía de un tal Hadad Ezer. Damasco, por ejemplo, estableció su propia dinastía de la mano de Rezón (965-926 a.e.c.), el hijo de un general de Hadad, en una época coetánea a la del reinado de Salomón. En este sentido, Damasco era un reino arameo independiente (llamado en los textos cuneiformes Sha-imeru-shu), que entró en contacto militar con los israelitas en diversas ocasiones. El reino, con Ben-Hadad I (880-865 a.e.c.) se convirtió en la potencia primordial de toda Siria. De hecho, aliado con doce reyes de Siria y Palestina, este soberano logró vencer a los poderosos asirios de Salmanasar III en el país de Hamat. Tuvo que ser el asirio Tiglatpileser III quien, en 732 a.e.c., tomase el reino y deportase a su población.
Otro de los reinos arameos en la zona fue Hamat, en las márgenes del río Orontes, en el centro de Siria. La realeza de este reino, no obstante, padeció una ocupación hitita. Entre sus reyes, destacó Urhilinas (Irkhuleni, entre 860 y 830 a.e.c.), uno de los participantes de la coalición contra los asirios de Salmanasar III, su hijo Uratamis, y el rey Eni-i-lu, quien reinó entre 750 y 730 a.e.c. Sería el asirio Sargón II quien, finalmente, conquistaría este reino, instalando colonos asirios en la región y poniendo a un militar como gobernador de la nueva provincia asiria.
En la zona del alto Jordán se formaron los pequeños reinos de Ma’akah, Gheshur y Bet-Rekhob. El primero de ellos, ubicado en el sur del Líbano, se sabe que se sometió al poder de Damasco y luego pasó a formar parte de Asiria a fines del siglo VIII a.e.c. Los Ammon (los Bit-Ammani de las fuentes de los asirios), establecieron su capital, en torno al curso superior del río Yabbok, en Rabbah, la actual Amman, capital de Jordania. Tas fieras luchas contra Israel, cayeron en manos del rey David. Sus reyes, desde Ba’sa hasta Amni-nadbi, fueron tributarios de los asirios. En Aleppo (Khalpu), antiguo centro amorreo del norte de Siria, se formó, en el siglo IX a.e.c., un reino arameo denominado Bit-Agusi, comandado por un soberano de nombre Gusi. Hacia finales del siglo IX a.e.c., con el rey Atashumki, el reino dirigió una coalición anatólico-aramea contra el asirio Adad-nirari III, a quien no pudo vencer, pero salió ganando algunos territorios. En 754 a.e.c. Asiria pacta un tratado de alianza con Bit-Agusi para afrontar el inconveniente con el reino de Urartu. No obstante, Tiglatpileser III acabaría conquistando el reino, provocando su desaparición en 740. Otro pequeño reino arameo en la región fue Katak.
Desde el siglo X a.e.c., los arameos llegaron al sureste de Asia menor, en torno a los montes Tauro, instalándose en territorio luvita. Allí fundan un reino denominado Sam’al o Bit-Gabbar, primeramente mencionado en los anales del rey asirio Salmanasar III. El asirio derrota al rey Khayanu de este reino en 858 a.e.c., y le somete al pago de tributo anual. De los diez reyes del reino de Sam’al el más renombrado fue Kilamuwa (fines del siglo IX a.e.c.), quien vence a los danuna con apoyo asirio. Al morir Bar-rakib, a fines del siglo VIII a.e.c., el reino fue incorporado a Asiria como una provincia más, de la mano de Salmanasar V.
Las fuentes avisan que hacia 1100 a.e.c. había gentes arameas en el norte de Mesopotamia y en el Éufrates medio, en donde se constata la presencia de los reinos Bit-Adini, Bit-Zamani, Bit-Bakhiani, Tilabri y Sarugi. De ellos, quizá Bit-Adini haya sido el más famoso. Con capital en Tell Barsip desde 970 a.e.c., estuvo enfrascado siempre en luchas contra los asirios. Estos destruyeron algunas de sus ciudades y deportaron a sus habitantes. La conquista definitiva le corresponde a Salmanasar III, quien conquista la capital en 856. El reino de Bit-Bakhiani aparece mencionado por primera vez en un texto de Adad-nirari II (911-891 a.e.c.). Assurnasirpal II, en expedición contra Karkemish, atraviesa su territorio y recibe del reino tributo y tropas. La capital, Guzana, fue destruida por Tiglatpileser III en 730, en un momento en que reinaba un tal Kapara. En el alto Tigris había otros principados arameos, como Nasibina, Mamblu, Bit- Zamani y Gidara, de la tribu temanaia. En el Éufrates medio, por su parte, destacó Bit-Khalupe y Sukhi, asociado a otro principado, el de Khindanu. Todos ellos eran tributarios asiduos de los asirios, hasta el sometimiento total durante el reinado de Tiglatpileser III.
La base social aramea fue la familia patriarcal. El conjunto de familias y clanes conformaban la tribu, asociadas entre sí a través de leyes comunales. El control lo tendría un Consejo de Ancianos, uno de los cuales era un jefe (nasiku) temporal. La comunidad de sangre o descendencia eran los criterios de legitimidad[1]. La estructuración de la población se haría, genéricamente hablando, entre nobles y campesinos (señores y pueblo). Sobre ellas gobernaba un jefe (antiguo jefe tribal), y sobre los jefes un rey (mlk), que se haría con el tiempo hereditario, poseedor del poder militar, judicial y económico.
La economía se fundamentaba en la ganadería ovina, vacuna y caprina, en una suerte de pastoreo semi nómada. Sedentarizados, también practicaron la agricultura y la actividad mercantil, comerciando en caravanas con metales, como hierro, cobre o estaño, y con madera, granos y textiles. Coincidieron entre los arameos la propiedad comunal, en los pastos, la privada de armas u objetos suntuosos, y la familiar, en algunas tierras, animales y sus propias tiendas.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. Febrero 2015.


[1] En conjunción con la independencia y autonomía propia de cada reino arameo, se mantuvo siempre una relación estrecha, sobre todo en los conflictos contra el enemigo común, Asiria. Este vínculo se oficiaba en coaliciones basadas en tratados de asistencia militar, como las que dirigió, por ejemplo, Damasco.