ESCENA MARÍTIMA FUNERARIA DE KEF EL BLIDA
Paradójicamente, es fuera de
Cartago, aunque en el ámbito púnico cercano, donde podrían encontrarse indicios
de una escatología presente en una iconografía funeraria, concretamente en el
Djebel Mlezza, la necrópolis de la ciudad de Kerkouane, en
la que existen tumbas
de cámara cuyas paredes están decoradas con pinturas murales. En la tumba VIII, los dibujos que allí
se representan parecieran sucederse, como contadas en imágenes, varias fases de
una presumible historia simbólica. Se puede observar representada un ara de
sacrificio con el fuego encendido, así como un gallo con una gran cresta, y con
múltiples garrones, quizá como un símbolo apotropaico. En el muro del fondo de
la tumba, un gallo aparece encima de la representación de una ciudad protegida
por una muralla con torres. Tal esquematización
de un recinto amurallado semicircular pudiera referirse a una ciudad ideal,
representada así a partir de una realidad urbana habitual a las urbes del mundo
fenicio, ciudades casi todas costeras, abiertas hacia el mar y, además,
protegidas por una muralla en su lado continental. No obstante, reconocer en esta imagen un Reino,
o Ciudad Celeste hacia la que se dirige el alma del difunto, visualizado en
forma de gallo, es arriesgado. Por lo tanto, el significado escatológico de la
ciudad amurallada es solamente una presunción hipotética.
En cualquier caso, el gallo aparece
encaramado (un par de veces) sobre el techo piramidal de un mausoleo pintado en
las paredes de un hanout; esto es,
una cámara sepulcral excavada en la roca, en la región de Sejenane. La
asociación entre el gallo y el mausoleo es, de seguro, de origen africano
antiguo, aunque su identificación como púnico es dudosa. Podría ser libia,
entiéndase indígena, o libio-púnica y, por consiguiente, una manifestación de
mezcla cultural en la región. La
posibilidad de reconocer en el gallo el alma del difunto, merodeando por las
inmediaciones de la tumba, para cuidarla, o dirigiéndose a una ciudad ideal
inframundana, es coherente, pero arriesgada y no del todo segura.
Otro ejemplo simbólico muy
significativo es el que se pudiera esconder en las figuras pintadas en las
paredes de otro hanout, en el Kef
el-Elida, en los montes Mogods. Hay una escena que ha sido particularmente
comentada. Se trata de un barco que navega con la popa levantada y con la vela
arriada a media altura del mástil, que parece a punto de llegar a una orilla.
Podría tratarse de una nave de guerra de tipo fenicio (un eikosore, nave de veinte remeros). De frente, sobre el puente se
alinean siete o bien ocho guerreros con sus lanzas y un escudo redondo. Sobre
las cabezas llevan un casco en punta. Sobre el akrostolion, se observa un personaje, barbudo, de perfil, que
sostiene en la mano derecha un escudo redondo con un relieve, y blande con la
mano izquierda una bipenne o hacha de
doble filo, con la que parece amenazar a otra figura, desplegada en el
horizonte y fuera de la nave, que parece “flotar” o suspenderse en el aire, no
en el agua; lleva una suerte de casco erizado, aunque también podría tratarse
de un tocado de plumas.
La presencia de un casco de cresta de
gallo en la cabeza de una figura en posición horizontal, relacionado con el
simbolismo del gallo podría sugerir la identificación de tal personaje con la
imagen del difunto (el hanout es una
tumba, a fin de cuentas) volando por espacios celestes o navegando en un océano
superior. Por otra parte, la representación de una nave en un contexto
funerario podría evocar el viaje que realiza el difunto al más allá.
Además, los personajes
representados en el barco, si son siete, podrían referirse a las siete
divinidades indígenas, dioses secundarios asociados al dios Baal Hammón-Saturno,
tal y como de hecho aparecen en ocasiones en las estelas; si son ocho, podrían
reconocerse a los ocho kabirim,
deidades fenicias de la navegación. Por su lado, el personaje con la bipenne en gesto amenazador se
identifica como Ba'al Hammón[1],
la gran divinidad de Cartago.
Finalmente, la percepción, bajo el
navío, de una escalera por la que subiría un personaje, ha dado pie a utilizar
aquí el simbolismo de la escalera, mecanismo de unión entre el mundo inferior y
las esferas superiores. Sin embargo, la supuesta escalera (por otra parte muy
borrosa), hace referencia a un conjunto de creencias más tardías en relación a
la datación de la tumba.
Además de las consideraciones
estrictamente religiosas, obtener del dios Baal Hammon favores, el sacrificio infantil
como ofrenda (el ritual molk)
evidenciado en las urnas votivas en el tofet de Cartago, con presencia de
recién nacidos, nacidos muertos y niños de una media de tres años, puede
responder a necesidades de control demográfico, sobre todo a partir del siglo
IV a.e., cuando Cartago se convierte en una gran ciudad[2].
Así mismo, el infanticidio ritual colectivo pudo desempeñar también el rol de
mecanismo de control de natalidad, o ser un sistema de regulación económica. El
análisis de ciertas inscripciones muestra un predominio de las clases más
adineradas, sobre todo comerciantes, sacerdotes y magistrados (shofetim, rabbi) entre los que
consagraban los exvotos. Para tales familias pudientes y socialmente poderosas,
restringir su descendencia pudo ser también un medio de evitar la dispersión
del patrimonio. No obstante, del mismo modo, la posibilidad de tener menos
personas que alimentar sería un alivio también para las familias más humildes y
pobres.
Para algunos semitistas, digamos
revisionistas, el infanticidio ritual no sería, sin embargo, auténticamente
real. En tal sentido, el tofet sería, por tanto, un área sacra donde se habría
quemado y posteriormente enterrado en urnas no a niños en general, sino a
infantes nacidos muertos, o fallecidos poco después de nacer. Por otra parte,
es bien sabido que en el mundo antiguo la mortalidad infantil era muy elevada,
particularmente en las fases pre y neonatal. Según esta misma serie de
hipótesis, de marcado tinte sociológico, los niños en Cartago serían excluidos
de la sociedad de los muertos en las necrópolis, y habrían sido consagrados,
esto es, ofrendados, a la divinidad, por mediación de un fuego ritual, con la
esperanza de que accedieran a otra vida o a la reencarnación.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV
[1] Este dios figuraría en la escena
ejerciendo su función de sicopompo o
conductor de almas al inframundo. El personaje en posición horizontal ante la
nave podría no ser el alma del difunto, sino un genio maléfico encargado de
evitar la feliz navegación de la nave fúnebre.
[2] Diodoro Sículo menciona una
nueva ciudad (nea polis) al lado de
la antigua, que sería la Megara de los textos de época helenística.