22 de enero de 2020

Hallazgos arqueológicos (X): el anillo-sello de Néstor




El denominado anillo o sello de Néstor fue hallado por un campesino en una tumba en Pilos, en el Peloponeso. Ha sido datado en el Período Minoico Tardío (1700-1450 a.e.c.). En este sello dorado, a pesar de su pequeño tamaño, se puede observar en él una compleja escenografía, un drama de transformación, en el que aparecen como representados animales (león, perro, pájaro y mariposa), un árbol de la vida y un híbrido zoomorfo, concretamente un grifo. Estaríamos, presumiblemente, ante imágenes referidas directamente a la vida de ultratumba que imaginaron tanto minoicos como micénicos
La imaginería del sello se estructura y organiza a partir de un retorcido árbol de la vida, que brota de un pequeño montículo cubierto de brotes en el centro. Sus dos grandes ramas laterales dividen la escena en el inframundo, en la sección inferior, y la vida de ultratumba, en el sector superior. Si se observa la escena a partir de la zona inferior izquierda, se puede apreciar lo que pudiera ser una sacerdotisa con cabeza de ave que intercepta a un intruso. Sus alzados brazos parecen sugerir la presencia de sacras ceremonias solamente aptas para  iniciados. Otra oficiante, también con cabeza de pájaro, hace señas a una pareja joven, que se muestra cogida de la mano, para que se acerquen hasta el lado contrario del tronco del árbol. Mirando en dirección opuesta, otras dos figuras más con cabeza de ave parece que rinden homenaje a un grifo, sentado en un trono ante la deidad, gestualizando con los brazos alzados (acción que sugiere una epifanía), en tanto que la diosa se mantiene un tanto alejada tras él. Su brazo derecho apunta con claridad hacia abajo, en dirección al grifo, mientras que el izquierdo lo hace hacia arriba, orientado a la escena superior. Pudiera dar la impresión que tal actitud sugiere que la deidad, al final, es la  única con el poder de trasladarse del inframundo a la vida de ultratumba.
La escena que se despliega por debajo de las ramas principales del árbol recuerda las salas del juicio egipcias, en las que una procesión análoga conduce al fallecido ante el dios Osiris. En el ritual egipcio, es Tot (no se olvide, con cabeza de pájaro de pico largo, esto es, un ibis), anota el resultado del juicio, durante el cual se ha pesado en una balanza el corazón del difunto además de la pluma de la Verdad, imagen simbólica de la diosa Maat. En este caso, se observa con nitidez, los asistentes que se dirigen al grifo sentado en el trono del juicio poseen, asimismo, cabezas de pájaro. Detrás del grifo se encuentra la deidad, ubicada de manera semejante a como lo hace Isis tras un Osiris sentado.
En la raíz del árbol hay un curioso perro, que nos podría rememorar, en principio, al can guardián Neolítico que custodia el árbol de la vida, pero también al posterior chacal Anubis egipcio, que guía las almas de los fallecidos, anticipando además al célebre can Cerbero, de la mitología griega, animal asociado a Hécate, divinidad inframundana. Conviene también observar que dentro de las raíces del árbol aparecen unas pequeñas formas oblongas que semejan brotes de plantas, tal vez imágenes de una nueva vida en preparación, que surge de la muerte. Si con el gesto de la diosa se asume que la pareja fallecida satisfizo al tribunal del juicio, aquí representado por el grifo con pose y aspecto de esfinge, entonces la pareja de “almas” se trasladaría a la sección superior del sello, en donde deben enfrentarse al poder de la diosa, en este particular simbolizado en la inmensa figura de un león. El felino reposa sobre una suerte de plataforma sostenida por un par de esforzadas figuras femeninas. Su actitud de reposo pero también de vigilancia, puede referirse a su responsabilidad de resguardar los misterios de la deidad, ¿del mismo modo que en la cueva paleolítica de Les Trois Fréres?. En la parte superior del árbol, al lado del gran felino brotan ramas de hiedra, cuyo crecimiento espiriliforme, con verdes hojas perennes, sería una imagen que podría simbolizar la inmortalidad, lo cual preludiaría la famosa “rama dorada” en la Eneida de Virgilio.
La pareja está ausente del sector superior derecho de la escena, en donde domina el gran león, aunque reaparece junta al otro lado del tronco del árbol. Esto podría indicar la realización de un ritual de paso por mediación del cuerpo del animal, de ahí el gesto de epifanía de la mujer, que podría expresar satisfacción y asombro ante su nuevo y cambiado estado. Sentada ahora sobre una rama, se halla (en esta ocasión más cerca), la deidad minoica además de otra figura con la que da la impresión de estar manteniendo una especie de conversación mientras revolotean sobre su cabeza un par de mariposas.
Y es que, a fin de cuentas, toda vida contiene una promesa de renovación.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, enero, 2020

14 de enero de 2020

Mitología céltica de Irlanda y España: primitivos orígenes


El clan de Nél, tal vez la representación histórica de una clan guerrero anatólico que sirvió al faraón egipcio, emigraría posteriormente por mar a la península Ibérica. El padre de Nél sería Fenius Farsaidh, rey de Escitia[1] (uno de los tres reyes constructores de la torre de Nimrod). Hijo de Nél sería Gaedheal Glas (origen del término gaélico y tal vez de la denominación Galicia). Nél sería entonces el líder del clan escita que arribará a Occidente, y del cual procedería los escotos (celtas). En Egipto, invitado por el faraón para que le sirviera, le fue entregado un territorio en el área del Mar Rojo, llamado Cachipurunt.
Uno de sus descendientes, de nombre Sru, abandonaría la región por haber ayudado a Moisés. En una cincuentena de barcos lleva hombre y mujeres probablemente con la esperanza de asentarse en otro territorio y crear un reino, lo cual haría en España. Antes de la llegada del clan a España morían Nél y Gaedheal Glas. Los escitas de Sru llevaron consigo a la por entonces anciana Escota. Pasaron por la isla de Taprobane y volvieron a la patria de sus antepasados, Escitia. Asentados en el reino Escita (en torno al mar Caspio), hubo luchas internas entre el clan de Nél y el de Noenbal (otro descendiente de Fenius Farsaidh). El clan de Nél se ala con la victoria e impone a su caudillo, Eber Scot como rey. Sin embargo no cesaron los enfrentamientos. El clan fue finalmente vencido y tuvo que salir de Escitia. Uno de los descendientes de Scot (Agnomain) capitanea el clan y se hace a la mar, con treinta barcos de hombres y mujeres con el deseo de asentarse en otro lugar y fundar un reino, que sería el de Brigantia en España.
Sería Breoghan (que habría nacido con posterioridad a la conquista de los escotos de Iberia), el constructor de la ciudad y torre de Brigantia[2]. Sería considerado el primer rey de toda la península tras librar numerosos combates con tribus autóctonas. Los hijos de Mil (de España[3]), sus biznietos, habrían de conquistar Irlanda, creando allí un reino hispano, del cual descenderían los posteriores reyes irlandeses. Un primer intento de conquistar Irlanda fue llevado a cabo por Ith, un hijo de Breoghan, primer hispano del clan de Brigantia en llegar a la isla, donde sería asesinado[4].
Golamh, hijo de Bile (hijo éste de Breoghan), rey de los escitas ibéricos, quiso conocer a sus ancestros de Escitia. Fue bien recibido. Incluso el rey le concedió en matrimonio a su hija Seng. Tuvo un par de hijos (Erech y Donn). Al final, el rey, envidioso no obstante de Golamh, le desafió a un combate singular que perdió, por lo que Golamh tuvo que abandonar Escitia, instalándose temporalmente en Egipto (como Nél antes), en donde se casaría con Escota (otra distinta), hija del faraón Nectonebus. Allí tuvo otros dos hijos, esta vez con Escota. Uno de ellos sería Amergín (poeta que en Canto al Mar glosaría la conquista de Irlanda por los hijos de Mil). En España nacerían otro par de vástagos, Eremon y Erannan[5].
Desde Egipto, entonces, Golamh vuelve a España, visitando de camino Tracia, Gotia y Dacia. Después de librar innumerables batallas recibió el nombre de Mil na Span. Este nombre procedería de milesio (proveniente de la ciudad-estado anatólica de Mileto), o de la palabra soldado (miles, militis), en latín, y hasta incluso de las innumerables hazañas llevadas a cabo en la península. Golamh es un escita (escoloto) que cambia su nombre (Mil), en tanto que los escitas hacen lo propio por el de escotos.
Los hijos de Mil y los descendientes del clan de Gaedhel de Brigantia acabarían organizando una expedición de venganza por el asesinato de su tío Ith así como la mala acogida recibida de parte de los Tuatha de Dannan[6]. La batalla decisoria (Sliabh Mis), provocaría la muerte de la mayoría de los Tuatha de Dannan. Sin embargo, rencillas posteriores entre los vencedores y conquistadores del territorio propiciaría la división de Irlanda en dos (al mando de Eremon y Eber, respectivamente), un reino al norte y otro al sur de la isla.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, enero, 2020.


[1] Los antiguos escitas, llamados escolotos por Heródoto, se conocerían como escotos o, en algunos textos, como Gaeidhil o gaélicos. Los romanos usaron escotos para mencionar a los irlandeses, aunque estos se dan a sí mismos el nombre gaélicos, siendo los descendientes de los “milesios” hispanos.
[2] Brigantia está atestiguada en los clásicos. Aparece en el itinerario de Antonio y para Tolomeo es el puerto de los galaicos de Lugo (cercano a la actual ciudad de A Coruña; de hecho la región próxima de Bergantiños puede aludir a esto). Brigantia se relaciona con -briga (-brix, -berg) en el mundo celta, un topónimo que indica asentamientos fortificados de clanes.
[3] Fuera de los documentos primitivos de las islas Británicas no se menciona a Mil. Ni las fuentes romanas ni las griegas hacen alusión alguna, si bien los estudios recientes de ADN demuestran un origen hispano de buena parte de los irlandeses.
[4] Según el Libro de las Invasiones (Leabhar Ghabála), hubo varias conquistas de Irlanda. La primera la de Cesair, quien habría ocupado la isla antes del diluvio. Luego se prodijeron otras cuatro conquistas, de los descendientes de Altheachta (hijo de Magog), y de la estirpe de Noé. Estas cuatro conquistas procederían de la región del mar Negro, de culturas escitas y griegas. Serían las de Partholon, Neimhedh, los Fir Bolg (“Hombres de los Sacos”) y los Tuatha De Dannan. Las dos últimas tuvieron cierta relación con España, pues la primera mujer hispana en suelo irlandés sería Tailltiu, casada con el rey de los Fir Bolg, de forma que sería reina de éstos en Irlanda. Pero tras la victoria de los Tuatha De Dannan, quienes vencieron a los Fir Bolg en la batalla de Magh Tuiredh, se casaría con su rey.
[5] Hijos tenidos con Savia, hija de Nocicorus. Eremon sería el primer rey de Irlanda de la dinastía hispano-escita.
[6] Según el manuscrito de La Batalla de Magh Tuiredh, los Tuatha se habían reunido en unas islas del noroeste de Escocia en la época en que los griegos preparaban su ataque a Troya. El movimiento de los Pueblos del Mar desde Anatolia y el Egeo pudo alcanzar (siglo XII a.e.c.), la península Ibérica. Uno de los clanes mencionados es el de los Danaua o Danauna, nombre quizás asimilable a Tuatha De Dannan (gentes de la diosa Dana), que habrían llegado a Irlanda antes de la llegada de los mencionados “milesios” hispanos. No está de más recordar, asimismo, la presencia de las Danae o Danaides en la mitología griega, hijas del rey Danus de Libia. También hay una probable similitud con teutones, quienes lucharon en el Cantábrico contra los celtas hispanos, y con el topónimo teuta (gente). De acuerdo a Nennius y El Libro de las Invasiones, los Tuatha de Dannan habrían vivido con anterioridad en Grecia, en donde habrían ayudado a los atenienses en sus conflictos armados con los filisteos.

8 de enero de 2020

Esbozos de una proto mitología en el Paleolítico y el Neolítico








Imágenes, de arriba hacia abajo: Venus de Dolni Vestonice (24000 a.e.c.), hoy en el Museo Moravo de Brno; Venus de Grimaldi (Polichinela, 20000 a.e.c.), hoy en el Museo des Antiquités de la Nation de Saint-Germain-en-Laye, Francia; Diosa pez (6000-5800 a.e.c.); actualmente en el Museo de la Universidad de Belgrado; Dama de Pazardzik, (c. mitad del V milenio a.e.c.); imagen de diosa grávida sobre taburete; Diosa entronizada (c. 5000 a.e.c.), decorada con meandros y uves, símbolos de la Diosa Pájaro. A su izquierda Dios con hoz (c. 5000-4700 a.e.c.), deidad con una hoz como signo de renovación; y Dama Blanca Rígida (c. 6000 a.e.c.); figurilla de mármol de la Diosa de la Muerte y  Regeneración con brazos esbozados y un gran triángulo pubiano. Pertenece a la cultura Karanovo, Azmask, Bulgaria. Hoy en el Narodni Muzej de Belgrado.

Durante el dilatado período del Paleolítico, la expresión cultural de sus pobladores se manifestó en diversos soportes, piedra, marfil, hueso y, tal vez, madera. Las esculturas de las “diosas madre” fueron talladas en las estructuras de las cuevas o bien modeladas exentas, de pequeños tamaños. Por otro lado, las pinturas parietales muestran los animales casi redivivos, dramatizando, posiblemente, el ritual de la caza y reflexionando sobre el mismo. Los presuntos chamanes pudieron haber ofrecido allí, en el interior de cuevas-santuario, ritos de iniciación.
Se ha querido ver la presencia en el Paleolítico de dos “mitos” esenciales; uno de ellos el de la diosa-madre, y el otro el del cazador. Las pequeñas esculturas podrían hacen pensar que el mito de la diosa madre se relacionaba con el concepto de fertilidad y de la naturaleza sacra de la vida y, por consiguiente, con la transformación y el renacimiento. En claro contraste, el pretendido mito del cazador estaría vinculado sobre todo con el drama de la sobrevivencia; esto es, con la acción de matar como acción ritual que se lleva a cabo para vivir.
Habría pues, dos historias, y ambas serían parte crucial de la experiencia humana. Dos concepciones que, sin embargo, tenderían a escindirse al reaccionar ante dos instintos humanos solamente en apariencia diferentes: aquel que impulsa a establecer relaciones y significados, y el del instinto de sobrevivencia. En la mítica historia de la diosa madre, el cazador (humano) así como los animales cazados estarían contenidos en una visión. Habría, se podría pensar, una continuidad de asociación en la que los dos, cazador y cazado; participarían, de tal forma que el “mito” del cazador se incluiría, en última instancia, en el de la diosa, al lado de los demás aspectos de la vida que forman parte del todo en conjunto. En el mito del cazador, tanto animales como seres humanos entran en competencia por la sobrevivencia; la vida de uno supone con frecuencia la muerte del otro. Las dos historias se verían entonces como opuestas, de manera que la conexión con la dimensión invisible de la que provienen la vida y la muerte, se perdería. El mito de la diosa sería contenedor del mito del cazador, pero éste último no podría contener al primero.
La factible presencia del chamán en la cueva paleolítica indicaría que las poblaciones del Paleolítico sabrían lo vital que sería para el bienestar no olvidar la relación esencial entre estas dos “historias”. En la zona más secreta y oscura de la cueva, en donde los límites ordinarios de la percepción podían ser fácilmente trascendidos, se rememoraría la relación fundamental entre ambos mitos. Se sabría la necesidad esencial de asociar caza con una visión más profunda del todo.
Este doble mito se mantendría en el tiempo, adquiriendo consistencia en el Neolítico, pues incluiría la regulación de la vida vegetal y animal así como los ciclos estacionales lunares y solares, mensuales y del año. En la Edad del Bronce, momento en que se producen llegadas de invasiones (o migraciones) de guerreros nómadas esteparios, el mito de la diosa habría perdido su lugar central en el sentimiento moral de la humanidad, debilitándose la conexión vital entre el ya antiguo mito del cazador y aquel de la diosa. La sensación sería de pérdida, en tanto que  la vida temporal se habría separado de la visión de eternidad. Durante la Edad del Bronce, el para esta época ya arcaico mito del cazador crecería hasta convertirse en otro, aquel mito del “héroe guerrero”, ocultando de algún modo el mito de la diosa-madre, que quedaría relegado.
A pesar de tal ocultamiento, podríamos hallar este perdido mito primordial diseminado por diversas imágenes simbólicas, mitos y fábulas posteriores, de cada civilización. La diosa, y la visión de la totalidad que encarna, no estaría realmente perdido, sino que habría quedado solapado por las reivindicaciones de la otra “historia”, la del mito del cazador y su necesidad de sobrevivencia.
En el seno de cueva, la presencia de elementos simbólicos como la luna, la piedra, la serpiente, el pez o el ave, además de los meandros, la espiral, o el laberinto; o bien los animales salvajes, como el toro, el bisonte y el león, pero también la cabra, el ciervo o el caballo, podrían ser indicadores claros de rituales que tratan de la fertilidad de la tierra, de los animales y seres humanos, así como del viaje del alma a otra dimensión. Estaríamos ante imágenes que antaño habrían representado el mito original.
Con posterioridad las imágenes religiosas formales acabarían siendo preeminentemente las de una deidad padre, creadora de cielo y tierra mediante diversos mecanismos, incluida la palabra. Es una divinidad que se encuentra más allá de su creación, no dentro de ella. En la tradición de la diosa madre, concebida como origen y destino, como aquella que confiere la vida y como morada de los muertos, en el ámbito de un ciclo temporal perpetuo y continuo como el lunar, la naturaleza sería sacra.
Desde las galerías laberínticas de las cuevas paleolíticas parece existir todavía una identidad de imágenes simbólicas que sobrepasa el paso del tiempo. Las aves volando de un lugar de enterramiento como el de Mal'ta (Irkutsk, Siberia) se podrían conectar con la diosa pájaro del Neolítico, al igual que con las palomas pertenecientes a la diosa sumeria Inanna, o a la Isis egipcia, la Afrodita griega y hasta con la paloma del Espíritu Santo. El ave en la cima de un presunto báculo de chamán en la cueva de Lascaux prefiguraría la paloma del arca de Noé o  la que se acoge en el regazo de la diosa griega Perséfone (siglo V a.e.c.). La serpiente de la placa de Mal'ta reaparece con el árbol de la vida sumerio, y más tarde dirigiéndose a Eva desde el árbol del conocimiento del bien y del mal en la tradición cristiana. Las sierpes entrelazadas conforman el jeroglífico del dios sumerio Ningizzida, lo mismo que la espiral del caduceo del Hermes griego, guía de almas.
A partir de la probable danza de los chamanes en Les Trois Fréres, pasando por el baile del laberinto cretense, hasta el baile circular de los discípulos de Cristo en los Evangelios gnósticos, pudiera existir una línea de transmisión continua.
Incluso el útero oscuro de la diosa paleolítica, que había sido la cueva-templo o santuario, estaría en el Neolítico escondido en las profundidades de la tierra. En el Neolítico se mantendría su sentido de la totalidad por mediación de la figura de la diosa madre, experimentando la tierra, los animales o las plantas como epifanía de su presencia. Como antaño, el pájaro (grulla, cisne, oca, pato, lechuza, buitre), se plasma en esculturas y dibujos (como también los insectos, caso de la abeja y la mariposa) además de la serpiente. Todos ellos pondrían de manifiesto su divinidad. Por otra parte, animales paleolíticos, toro, león, oso o ciervo, mantendrían en el Neolítico su capital rol central en la vida y en el arte, si bien entran en escena nuevas imágenes, como la de la diosa de la vegetación.
Existieron núcleos aislados y diferenciados de cultura neolítica, probablemente ya desde el séptimo milenio, en la Europa oriental, Egipto, Anatolia meridional, Palestina, el valle del Indo y Mesopotamia. Se ha afirmado a través de los hallazgos arqueológicos la probabilidad de una única matriz cultural subyacente a todas estas regiones. En tal sentido, se han encontrado estatuillas análogas de la diosa en diferentes áreas. En consecuencia, resulta bastante probable la existencia de una transmisión de imágenes del Paleolítico a la Edad del Bronce, en el marco de una matriz cultural subyacente a las civilizaciones europeas mediterráneas y a las del Próximo Oriente asiático.
Esta  continuidad con el Paleolítico es especialmente palpable en las figuras de “diosas” así como en la construcción de santuarios y templos, continuadoras de la tradición del santuario en las profundidades de la caverna. Numerosísimas figuras de diosas del Neolítico han sido halladas en diversas regiones, hechas en terracota, mármol, hueso, e incluso alguna en oro. Durante milenios su estilo apenas ha variado. Las tallas aparecen ubicadas en santuarios y tumbas de forma individual, en parejas y hasta en grandes cantidades. No parece haber evidencia alguna de distinción entre la diosa que trae la vida y otra que propicie la muerte, como si habría ya en la Edad del Bronce[1], un indicador de que la tendencia del Neolítico, al igual que la del Paleolítico, era experimentar ambas como una unidad.
Una muy antigua tradición parece relacionar a la diosa con las aves, como se manifiesta en las civilizaciones antiguas, como la sumeria, la egipcia, la minoica y la griega (Inanna, Ishtar, Neftis, Isis o Atenea). Un gran número de posteriores historias de doncellas cisne o de pájaros parlantes observadas en los cuentos de hadas europeos podrían provenir de  estos arcaicos tiempos antiguos. Asimismo, también el huevo alude a la mitología de la diosa pájaro como fuente de la vida. En una significativa cantidad de mitos ulteriores, el huevo cósmico se convirtió en los inicios de la vida[2].
A su vez, el tema del huevo se relaciona con la diosa-pez. Tales deidades pez se muestran con forma de un huevo o de una matriz. Tal vez ello implique que el pez sea la nueva vida que surge del huevo, de la matriz acuosa.  En el mundo de los cuentos de hadas hay peces que hablan a los humanos y les traen riquezas, como en el cuento de los hermanos Grimm del pescador y su esposa. En el mito caldeo del dios pez Oannes, el pez es imagen de fertilidad y renacimiento que surge del mar para dar a conocer a los humanos las artes civilizatorias. Debe recordarse, del mismo modo, al pez que se tragó el falo del desmembrado dios Osiris, devolviendo el impulso de la regeneración a las profundidades de las aguas. El pez (ikhthys) fue también, como es bien sabido, el antiguo símbolo cristiano de Cristo, pescador de hombres. Muchos  rituales de regeneración pueden tener sus orígenes, por consiguiente, en el Neolítico.
Un par de nuevas imágenes de la diosa se ven a partir del Neolítico, en concreto la diosa de la vegetación (trigo, maíz), a quien se ofrecían los primeros frutos de la cosecha, y la diosa de los animales. Si las cuevas paleolíticas, en cuyo interior proliferaron imágenes de animales, podrían haber simbolizado la matriz de la diosa (se han hallado esculturas de la misma en el exterior, Laussel, o en sus inmediaciones Lespugue), hecho que indicaría algún tipo de relación entre las diosas del exterior y los animales pintados en el interior, en el Neolítico, caso de Catal Hüyük, en Anatolia, parece que se explora la relación precisa que asocia la diosa y el animal, de ahí el uso del concepto “diosa de los animales” o “señora de las bestias”. Con ello se haría palpable el sentido en el que los animales se percibirían como realidades inmanentes, y repletas de presencia divina.
La gran madre encarnaría durante milenios atributos masculinos y femeninos. El principio femenino se halla reflejado en la forma oval del cuerpo o en el aspecto redondeado de su cuerpo dispuesto para dar a luz. El masculino, por su parte, se observa en el cuello fálico y en la cabeza. Un buen número de las figurillas compuestas andróginas expresan el sentido de la autogeneración continua. Hacia los milenios séptimo y sexto se diferenciarían las características femeninas y masculinas de la diosa, de forma que el factor masculino se convertiría en el poder fertilizante mientras el femenino en el receptor.
Es la imagen del dios, del principio masculino (falo, toro, macho cabrío, sierpe de forma fálica). También habría una personificación en figura híbrida, mitad hombre, mitad animal o en forma de hombre representado. Sería consorte y, tal vez hijo, de la diosa. Debe considerarse la posibilidad, en tal sentido, de una imposición de una mitología con una nueva ética, característicamente guerrera, así como de costumbres jerárquicas sobre poblaciones agrarias.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, enero, 2020.



[1] Imágenes de diosas de la vida y la muerte, que comprenden, como totalidad, la luna creciente y menguante, se representan con frecuencia a través de la representación de dos hermanas, como las mesopotámicas Inanna y Ereskigal, o las egipcias Isis y Neftis, diosas de la luz y de la oscuridad. Ambas juntas configuran la totalidad.
[2] En un mito egipcio de época de la Edad del Bronce, un ganso denominado gran Cacareador,  es quien pone el huevo vital, mientras que en el mito órfico el huevo-mundo es puesto por Noche increada, a la que se imagina como un pájaro de alas negras. Muchos mitos africanos y árticos mencionan también un mítico pájaro acuático que depositó el huevo del mundo, del cual emergería la creación.