Imágenes (de arriba
hacia abajo): panorámica del Palacio de Yumbulakhang, en el valle del Yarlung,
en Tsedang; vista de la estupa del Monasterio de Pelkhor Chode, en Gyantse y; Tonpa Shenrab sobre los discos de la luna y el
sol, en una flor de loto.
No
resulta fácil saber son seguridad el momento en que los tibetanos entraron en
contacto con el budismo. La tradición y el marco legendario afirman que ocurrió
en la época de Lha Totori, un gobernante de Yarlung en el sureste del Tíbet, en
algún momento del siglo IV. Con independencia de la realidad de tal
aseveración, no es implausible que ciertos elementos del budismo hubieran
llegado a lo largo de este período de la prehistoria tibetana, puesto que la
región estuvo siempre rodeada, desde antiguo, por territorios en los que el
budismo, como sistema religioso y cultural, se había establecido desde una
larga data; esto es, China al este, India y Nepal al sur; el mundo iranio
preislámico en el occidente y los pequeños estados-oasis de la Ruta de la Seda
al norte.
La
historia tibetana inicia con el Tsempo
(emperador), Songtsen Gampo, cuyo reinado se desarrolló entre 617 y 649,
comenzando así la denominada por la tradición Dinastía de los Treinta Reyes.
Fue el que unificó, política y militarmente, el entorno geográfico tibetano,
conquistando incluso algunos territorios adyacentes. Además, fue el encargado
de desarrollar el sistema de escritura, fundamentado en modelos indios.
Contrajo matrimonio con una princesa china de nombre Wencheng, con la que se
relaciona la instalación de una imagen de Śākyamuni Buddha, traída desde China,
en Lhasa como parte de su dote. Se decía de esta escultura, conocida como Jowo (Señor), que había sido fabricada
en India como un retrato auténtico del mismísimo Buda. Se convertiría en el
objeto más sagrado del Tíbet, objeto de peregrinación. Algunas fuentes también
comentan que el monarca se casó posteriormente con una princesa budista
nepalesa, llamada Bhṛkuṭī. Una y otra habrían inspirado al emperador para que
la corte abrazara esta religión india.
De
este modo, Songtsen Gampo pudo llegar a ser relacionado, eventualmente, como
una regia emanación tibetana del bodhisattva de la compasión universal (Avalokiteśvara-Chenrezi), a quien el Buda Śākyamuni habría confiado la ardua tarea
de convertir Tíbet al budismo. A pesar de todo, sin embargo, parece bastante
improbable que una fe extranjera progresar debidamente antes de que hubiera
transcurrido, por lo menos, otro medio siglo más.
Fue
bajo el reinado del soberano Tri Düsong, fallecido a comienzos del siglo VIII,
el momento en el que se fundó un templo en la región de Ling, en la zona del
Tíbet oriental, tal vez en conexión con las campañas militares que se llevaron
a cabo en la región sureste del imperio tibetano contra el célebre reino
budista de Nanzhao (en el actual Yunnan). Durante el reinado de su sucesor, Tri
Detsuktsen (de 704 a 755), se constata una clara evidencia de renovados avances
del budismo en la región de Tíbet central. En este caso, de nuevo como antaño,
sería una princesa china la que jugaría un instrumental y decisivo papel en lo
tocante al mantenimiento de la fe búdica.
Esta
princesa, de nombre Jincheng, llegó a Tíbet hacia 710. Aparentemente
entristecida por la ausencia de los ritos funerarios budistas en honor de los
nobles fallecidos, se habría encargado de introducir en la región la costumbre
china budista de recordar al muerto durante siete semanas de duelo. Tales
prácticas promoverían las creencias inframundanas, ulteriormente elaboradas en
el Libro Tibetano de los Muertos (Bardo
Thodol) en el que se relata el tránsito entre la muerte y el renacimiento en
un lapso de cuarenta y nueve días. La mencionada princesa habría invitado,
asimismo, a una serie de monjes de Khotan al Tíbet central, que acabarían
formando la primera comunidad monástica (saṅgha)
en la región. No obstante, a la muerte de Jincheng en 739, se produjo una
reacción anti budista que provocó la expulsión de los monjes extranjeros.
Los
últimos años del reinado de Tri Detsuktsen estuvieron signados por un delicado
conflicto entre facciones nobiliarias que culminó en el asesinato del soberano.
En el momento en que su hijo, apenas un niño, fue ubicado en el trono, en 755,
las facciones hostiles al budismo se hicieron las dominantes en el ámbito cortesano.
El tsempo Tri Songdetsen (742 a 802),
llegaría a ser, sin embargo, el más relevante gobernante tibetano y un
benefactor sin igual de la religiosidad budista. En algunos de sus edictos se
recoge que durante su mandato la región sufrió diversas y muy severas epidemias
que afectaron gravemente tanto a las personas como al ganado. Sin soluciones a
tan graves males el rey decidió levantar la prohibición de la práctica de ritos
budistas que se había proclamado desde el destronamiento de su padre. La situación
empezó a mejorar con celeridad, lo cual propició que el monarca adoptase la fe
búdica y emprendiese el estudio de sus enseñanzas. Fue así como se oficializó
la conversión del soberano, hacia el año 762.
Precisamente
sería Tri Songdetsen quien fundaría el primer monasterio budista (Samyé) en
Tíbet, hacia el año 779, invitando al enseñante indio Śāntarakṣita para que
ordenase, oficialmente, a los primeros monjes budistas tibetanos. En
consecuencia, la comunidad monástica tibetana podría seguir el Vinaya de la
orden india denominada Mūlasarvāstivāda, a la que el maestro Śāntarakṣita
estaba fielmente adherido. Por otra parte, esto facilitó la traducción (por
medio de específicos comités de traducción) de las escrituras canónicas
budistas, una labor patrocinada en gran escala por la corte. Estos
profesionales, en estrecha colaboración con eruditos budistas centro-asiáticos
e indios, crearían un riguroso léxico sánscrito-tibetano como guía
imprescindible de su trabajo. Como óptimo resultado de tan minucioso trabajo
surgió un vocabulario filosófico y doctrinal en tibetano. Se compusieron
manuales que introdujeron el novedoso vocabulario recientemente acuñado al lado
de elementos del pensamiento budista. La paulatina configuración de la
literatura canónica budista tibetana no se interrumpió con los sucesores de Tri
Songdetsen, al menos hasta el colapso dinástico a mediados del siglo IX.
Cientos de escritos religiosos y filosóficos budistas indios serían traducidos
en ese período de tiempo.
En
la década del 780 los ejércitos de Tri Songdetsen conquistaron Dunhuang, el
centro más relevante del budismo chino, desde donde los maestros del Chan (Zen)
introducirían a los tibetanos la idea de un inmediato e intuitivo despertar
individual, sin necesidad de transitar innumerables vidas de reencarnación, tal
y como defendía el budismo indio. Uno de esos enseñantes fue el maestro chino
Moheyan, quien sería invitado al Tíbet central, en donde lograría gran
predicamento y sería muy seguido, incluso por parte de los miembros de la
familia real. La popularidad de sus enseñanzas propició una dilatada disputa
entre aquellos partidarios de un repentino despertar (iluminación radical por
mediación de la intuición mística) frente a una iluminación gradual (a través
de un metódico análisis razonado).
Las
fuentes más tradicionales cuentan que el primer debate sobre tales
consideraciones se llevó a cabo en el monasterio de Samyé a fines del siglo
VIII. Los que disputaron fueron Moheyan y un discípulo de Śāntarakṣita, el filósofo
indio Kamalaśīla. Lo que sobrevive de las fuentes señala la clara tendencia a
ridiculizar la perspectiva Chan. Si bien pudo haber muchos elementos inciertos,
la tradición posterior revela que Moheyan fue tratado como un representante de
una doctrina irracional (esa de la iluminación instantánea), en tanto que se
saludó con agrado el énfasis de Kamalaśīla sobre el cultivo gradual y paulatino
de las virtudes intelectuales así como de la moral del bodhisattva, aspectos que tendrían que configurar el paradigma que
debía ser emulado por los budistas tibetanos. A pesar de ello, algunos
elementos de las enseñanzas Chan permanecieron en Tíbet, manteniéndose el
linaje chan en la región oriental hasta, por lo menos, el siglo XI.
Con
los sucesores de Tri Songdetsen, Tri Desongtsen (804-815) y Tri Relpachen (815
a 838), los monasterios y escuelas budistas florecieron bajo el patrocinio
real. Sin embargo, en el reinado de
Üdumtsen (entre 838 y 842), gobernante conocido como Lang Darma (joven buey o
buey-dharma), el patrocinio real de
los monasterios se redujo, muy probablemente debido al declive de las rentas
estatales y no a una pérdida de prestigio del budismo.
Historias
posteriores contaban que este monarca era, en realidad, un devoto de la
religión Bön
y que, en consecuencia, habría perseguido el budismo hasta que fue asesinado en
842 por un monje budista de nombre Lhalung Pelgyi Dorjé. Este Dorjé fue una
figura histórica, si bien llegó a encarnar la personalidad de un héroe en una
colorida leyenda que celebraba, justificándolo, el regicidio. Distinguido como
un sacerdote Bönpo que, vestido con una túnica negra, buscaba bendecir al
gobernante, se acercó al mandatario y le disparó una flecha con su arco
ceremonial para, a continuación, escapar montado sobre un gran semental negro.
Después de cometido el magnicidio, sus perseguidores no fueron capaces de
encontrar jinete Bönpo alguno sobre una montura negra, sino que únicamente
lograron ver a un monje budista sobre un caballo blanco. Lhalung Pelgi Dorjé
había, astutamente, pintado su vestimenta, llevando su túnica del revés.
Se
ha dicho que la fundación del monasterio de Samyé tuvo la decisiva
participación de Padmasambhava, un
renombrado y muy reputado adepto tántrico de Oḍḍiyāna, en la región noroeste de
India, quien habría sido requerido para sosegar las divinidades, demonios y
espíritus hostiles del Tíbet con la intención de su lealtad al budismo.
Con
independencia del papel que haya podido desempeñar en esa época, Padmasambhava
llegaría a ser específico objeto de devoción, hasta el punto de ser deificado
con la denominación de Precioso Gurú (Guru Rinpoché) del pueblo tibetano. En
conjunción, el rey Tri Songdetsen, el monje Śāntarakṣita y el célebre adepto
budista Padmasambhava, serían reverenciados como la trinidad de la conversión
tibetana. En tal sentido, representarían los tres elementos constitutivos
principales del mundo budista tibetano; esto es, el regio patrón laico, el
adepto tántrico y el monje ordenado.
El
colapso final del imperio tibetano siguió muy pronto tras el fallecimiento del
mencionado Üdumtsen. Los dominios de sus sucesores se fueron reduciendo
gradualmente a un grupo de pequeños reinos. Tíbet permaneció, de esta manera,
sin una autoridad central durante la siguiente centuria. Si bien mucha de la
actividad institucional budista se detuvo al finalizar el patrocinio imperial,
ciertas tradiciones de estudio y de prácticas rituales lograron sobrevivir.
Algunas tradiciones esotéricas tántricas parece ser que florecieron tras la
caída del imperio, especialmente en el entorno de Dunhuang en el siglo X. Bien
es cierto que el budismo monástico prácticamente desapareció del Tíbet central,
conservándose únicamente en las regiones orientales, en las actuales provincias
chinas de Gansu y Qinghai. De hecho, fue aquí donde (desde mediado el siglo X),
un joven Bönpo conocido como Lachen
Gongpa Rapsel (Gran Lama de Espíritu Claro) se convirtió al budismo y recibió
su ordenación. Tanto él como algunos de sus discípulos ordenarían
posteriormente a muchas personas del Tíbet central y occidental, propiciando un
movimiento renacentista monástico que recibiría la denominación de “tardía
promulgación de la enseñanza” o tenpa
chidar.
Se
podría decir que hubo dos desarrollos contemporáneos con el declinar del
monasticismo budista que adquirieron gran relevancia. Por un lado, la
emergencia de la religión Bön; por la otra, y de modo simultáneo, la aparición
y consolidación de una distintiva forma de budismo esotérico, ulteriormente
conocido como Nyingmapa; es decir, la tradición antigua.
El
budismo, en general, proveyó al imperio tibetano con los medios simbólicos con
los que simbolizarse a sí mismo como la
encarnación mundana de un ordenamiento espiritual y político universal, una suerte de cosmocracia en la cual el Tsempo
sería comprendido (y así asumido), como la propia representación terrenal del
Buda. Tal íntima asociación se haría tangible a través de la identificación del
Tsempo con el Buda Cósmico de la
Luminosidad Radiante, Vairocana, cuyo icono se reproducirían extensamente a lo
largo y ancho de los dominios imperiales.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, junio, 2019.