27 de septiembre de 2011

Libro de Julio López Saco en España

Estimados amigos, seguidores y todo lector en general: deseo informar que mi, hasta ahora, último libro, se puede conseguir ya en España a través de Amazon España (http://www.amazon.es/), a un precio un poco más barato que el de partida. Aprovecho también para anunciar que próximamente estaré anunciando un nuevo libro, continuación del precedente. Espero que les interese. Gracias por sus atenciones. Saludos cordiales,

Dr. Julio López Saco

UCV-UCAB, septiembre del 2011



26 de septiembre de 2011

Historia de los etruscos II: el período orientalizante y las ciudades

En los inicios del siglo VIII a.n.E. se constata el nacimiento de una aristocracia y una fractura de la homogeneidad social, quizá fruto de una concentración de excedentes de producción agrícola en unas pocas manos y de una plausible privatización de la tierra. Es probable también que algunas actividades domésticas pasaran a manos de especialistas, sobre todo la cerámica. Comienza a darse, así mismo, la presencia de objetos orientalizantes, lo que anuncia la explosión de la llamada cultura orientalizante hacia fines del mencionado siglo VIII.Desde fines de esta centuria hasta el VI a.n.E. se desarrolla el Período Orientalizante, llamado así por la acumulación de productores extranjeros procedentes de Egipto, Asiria, Fenicia, de la cuenca del Egeo (Corinto, Ática), así como de la Europa continental. Las aristocracias dirigentes serán las destinatarias de estos productos, principalmente materiales preciosos, en particular de bronce y ámbar. Además de los productos, las aristocracias adaptan elementos ideológicos, como el banquete o sympósion (una institución de la aristocracia griega que permite su distinción de otros estratos sociales), o como la escritura y las técnicas del cultivo del olivo, monopolizado por este sector. Esta clase noble protagonizará cambios arquitectónicos visibles; las edificaciones ahora son pétreas, con ladrillo y cubiertas de tejas, con un patio central abierto, en tanto que las tumbas son de cámara en el interior de un túmulo funerario, con presencia abundante de arte figurativo (las de fosa y pozo quedaron relegadas a las clases inferiores). Así, el ambiente de la aristocracia se desarrolla entre el palacio y el sepulcro.
Las ciudades etruscas se formaron desde los núcleos villanovianos, sitos en pequeñas mesetas. Se trataba, en principio, de diversas aldeas que compartían comunidad de intereses pero que mantenían cierta autonomía, cada una dirigida por una aristocracia. Las más grandes, no obstante, impondrán su poder. En la conformación de la ciudad hay un sinecismo (unión de diferentes emplazamientos) y a la par una nuclearización, porque algunos poblamientos se imponen sobre los demás. Podemos distinguir tres regiones históricas para esta etapa: la Etruria meridional, con los territorios de Caere, Tarquinia, Vulci y Veyes; la Etruria septentrional, con los territorios de Rusellae, Vetulonia, Populonia y Volterra; y la Etruria interna, con Chiusi, Volsinii, Perugia, Cortona y Arezzo. Volsinii, la última ciudad etrusca que resistió la conquista romana, pudo haber sido la sede del Fanum Voltumnae, el santuario central de la confederación nacional etrusca.
Como ocurrió con Grecia, Etruria nunca constituyó un Estado. Aunque se tenía la conciencia de pertenencia a una misma etnia y se compartía una misma cultura, la desunión política fue siempre una pauta general. Las ciudades etruscas son, digámoslo así, ciudades-Estado, si bien la tradición latina y griega menciona (entre fines del siglo V y el siglo IV a.n.E.), una suerte de confederación de doce ciudades (duodecim populi o dódeka-póleis), cuya sede estaba en el Fanum Voltumnae, santuario del dios Vertumno, en la citada Volsinii. Aquí se reunían los representantes de las diferentes ciudades y se elegía un rey o magistrado federal con la función de dirigir los asuntos comunes. Este cargo, cuando Etruria se integró en la estructura territorial romana, fue denominado praetor Etruriae, si bien ya sin los poderes políticos previos. Esta estructura pudo haberse copiado del panionion o federación de doce ciudades jonias conformada para defenderse de los persas.
Las ciudades etruscas fueron gobernadas en un principio por un régimen monárquico (rey=lauchme o luchume), de carácter vitalicio. Entre los reyes que destaca la tradición tenemos, sin ir más lejos, a Porsenna de Chiusi y a Orgolnio de Caere. Más tarde, se instituyó un sistema republicano oligárquico (con magistrados electivos, temporales y colegiados), aunque el rey se mantuvo con funciones únicamente religiosas (como el rex sacrificulus en Roma o el arconte basileus en Atenas). Además del rey habría, entonces, una poderosa aristocracia controladora de la acción del rey. La magistratura principal era la desempeñada por la pareja de zilath (los cónsules romanos).
En la estructura social encontramos los príncipes, un ordo de nobles que monopolizaban el poder público a través de las magistraturas, los sacerdocios y las asambleas senatoriales. Tenían el dominio económico (posesión de tierras, metalurgia y comercio), y su vida se dedicaba al consumo de bienes de lujo y al ocio. Existía también un grupo heterogéneo de individuos libres sin los privilegios de los príncipes, de carácter urbano, y dedicados al comercio y la artesanía. El sector dependiente (servi, plebs), se parece mucho a los ilotas espartanos y a los pénestai de Tesalia. Muchos de ellos se veían obligados al servicio militar a las órdenes de los príncipes. Eran, o conformaban, algo semejante a los siervos de la gleba, con la obligación de prestar servicios a los señores. Hacia fines del siglo IV a.n.E., no obstante, el mercenariado, en los ejércitos griegos y cartagineses, se convertiría en una vía de escape para estas poblaciones dependientes.


Prof. Dr. Julio López Saco

Escuela de Historia, UCV

Escuela de Letras, UCAB

20 de septiembre de 2011

Los santuarios sintoístas IV: clero y funcionariado















IMÁGENES, DE ARRIBA HACIA ABAJO: TORRI DEL SANTUARIO MAIJI, TOKYO; SANTUARIO TSUNOMIYA, EN ESHIMA; SANTUARIO INARI, PREFECTURA DE AICHI; Y SANTUARIO DE INUYAMA-JO, TAMBIÉN EN LA PREFECTURA DE AICHI.



En épocas pasadas no había órdenes religiosas y la observancia de ritos y ceremonias comunales era una responsabilidad de toda la comunidad, si bien tenemos constancia de la existencia de chamanes, especialmente mujeres, que se creía que poseían poderes ocultos y podían hacer las veces de médiums para contactar con los kami. Con el desarrollo de los clanes, el cabeza de clan o de las familias locales dirigía los ritos principales. Con el tiempo, sus funciones se convirtieron en privilegio de ciertas familias, hecho que está en la base de la conformación de un sacerdocio hereditario. Mediado el siglo V había cuatro clases de sacerdotes que tenían autoridad en la corte: los ritualistas (familia Nakatomi), encargados de las ceremonias y la lectura de las oraciones oficiales; los puros (familia Imbe), mantenedores de la pureza ceremonial para evitar o rechazar la contaminación; los oráculos (familia Urabe), responsables de interpretar las voluntades de los kami; y los danzantes y músicos (sarume). En el siglo VIII la administración de las ceremonias estatales y el control sobre el sacerdocio se encontraba en manos del Departamento de Asuntos Divinos o Jingi Kan. Sus funcionarios, excepto el representante principal, pertenecían a la familia Nakatomi. Entre los siglos XI y XIX el Departamento estuvo controlado por la familia Shirakawa, en tanto que la labor de los oráculos era una función que recaía en manos de la familia Yoshida.
Al inicio de la Restauración Meiji (1868), se abolió el carácter hereditario del sacerdocio, y los oficiantes se convirtieron en funcionarios. Hoy en día, los sacerdotes son ciudadanos privados, sin estatus oficial alguno. Cada santuario está dirigido por un sacerdote principal o gûji, aunque en ciertos grandes santuarios puede tener un ayudante auxiliar o gon-gûji, así como otros de rangos inferiores. En casos particulares, como el Gran Santuario de Ise, existe una sacerdotisa (saishu), un cargo que, tradicionalmente, desempeñaba una princesa imperial. Las hijas de los sacerdotes o de los residentes, llamadas miko, vestidas con kimonos blancos y una suerte de falda pantalón de color rojo, desempañan la función de llevar a cabo las danzas ceremoniales en honor de los kami. El traje sacerdotal todavía conserva hoy los patrones de la vestimenta oficial de la corte Heian (794-1185, cuya capital acabaría siendo Kioto).
Los residentes siempre tuvieron una especial relación con los santuarios. En la antigüedad todos los miembros de un clan tenían el derecho y también la obligación de participar en los rituales e, incluso, de oficiar ciertas ceremonias. Desde una óptica histórica, la relevancia de los lazos de sangre se hace inherente a la naturaleza del culto en el santuario. Poco a poco, se instalaron por todo el territorio japonés santuarios hermanados consagrados a kami locales y clánicos, mecanismo básico para que el individuo pudiera mantener su relación espiritual. En cualquier caso, un individuo podía vincularse a más de un santuario, tanto como sûkeisha o devoto, o como ujiko, parroquiano. Los santuarios dedicados al culto de un kami de clan o a uno que posee un vínculo con la tierra, poseen límites geográficos precisos: cada uno tiene su parroquia y todos los residentes asumen las responsabilidades que les competen. Así pues, la relación entre un kami tutelar y un parroquiano es profundamente espiritual, muy afectiva, como la de un padre con su hijo; las personas, en consecuencia, nacen y viven bajo la protección de un kami particular.



Referencias bibliográficas



Falero, A.J., (2006), Aproximación a la cultura japonesa, edic. Amarú, Salamanca.
Falero, A.J. (2007), Aproximación al Sintoísmo, edic. Amarú, Salamanca
Lavelle, P., (1998), El pensamiento japonés, Acento edit., Madrid.
López saco (2009), “Breve introducción a la cultura oriental. Subcontinente indio y Extremo Oriente de Asia”, en www.investigacioneshistoricaseuroasiaticas-ihea.com
López Saco, J. (2010), “Arqueología y pensamiento en los inicios de Japón”, Revista de Arqueología, nº 345, pp. 44-49.
Nakagawa, H., (2006), Introducción a la cultura japonesa, edit. Melusina, Barcelona.
Rubio, C. & Moratalla, R.T., (2008), Kojiki. Crónicas de antiguos hechos de Japón, edit. Trotta, Madrid.
Sokyo Ono, (2008), Sintoísmo. El camino de los kami, edic. Atori, Gijón.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas, 20 de setiembre de 2011




16 de septiembre de 2011

Historia de los etruscos I: origen y procedencia

Los etruscos es el nombre que recibe un pueblo que habitaba una región en la península Itálica denominada Etruria histórica: la región ubicada entre el Tíber y el Arno y el mar Tirreno. Sus orígenes están sujetos a debates historiográficos. Polibio (IX 2,1), en el siglo II a.n.E., señala que su origen proviene del Egeo. Heródoto, por su parte, (I, 94), destaca que una porción de la población de Lidia, tras una fuerte carestía alimenticia, se habría dirigido, conducida por un héroe de nombre Tirreno (hijo del rey lidio Atis), hacia Italia, lugar en donde fundarían una serie de ciudades. Helánico de Lesbos afirma que los tirrenos eran pelasgos (un enigmático pueblo del Egeo), mientras que Antíclides (en Estrabón V, 2,4), comenta que estos pelasgos colonizaron las islas de Lemnos e Imbros y luego se unieron a la expedición de Tirreno hacia Italia. El origen oriental, en cualquier caso, ha sido siempre un lugar común en las fuentes antiguas, salvo en Dionisio de Halicarnaso (I, 25-30), que considera a los etruscos autóctonos, y señala que su nombre es Rasenna.
Hoy en día se manejan tres teorías acerca de su procedencia.La de su origen oriental, en función del parecido del etrusco a ciertas lenguas del entorno egeo-anatólico, y en relación a la identificación de los tyrsenoi con los Trs.w, uno de los Pueblos del Mar, así denominados en las fuentes egipcias en Karnak; aquella de su origen septentrional, una teoría decimonónica, que supondría la entrada de los etruscos por los Alpes, partiendo del hecho de que la cultura villanoviana (previa al período orientalizante etrusco), derivaría de la Cultura Terramara, cuyos antecedentes más claros se encuentran en los palafitos de los lagos de los Alpes, en Europa central y; finalmente, la de su origen autóctono, según la cual los etruscos serían una representación evolucionada de los habitantes locales del neolítico, con una lengua de estrato lingüístico anterior al indoeuropeo y, por tanto, afín a las del Egeo prehelénico y de Asia Menor. La nación etrusca nacería así de elementos propiamente originarios sumados a los aspectos culturales orientales.
Durante el II Milenio a.n.E. se desarrolló en la península Itálica la Edad del Bronce, con la presencia inicial de una Cultura llamada Apenínica, que se corresponde con la Cultura de las Terramaras, entre el río Po y los Alpes. Es una cultura de economía mixta, agropastoril, con presencia habitual de objetos micénicos, datados entre los siglos XIV y XII a.n.E. Hacia el siglo XII a.n.E, con el inicio del llamado Bronce Final, la unidad cultural apenínica se fragmenta en dos subgrupos: la Cultura Subapenínica y la Protovillanoviana, cuya novedad principal es la introducción de la incineración y la aparición de grandes necrópolis. El protovillanoviano tiene como características esenciales un fuerte crecimiento demográfico, la novedad técnica de la metalurgia, el comienzo de las formas de diferenciación social y el inicio de los intercambios a largas distancias. A partir de este protovillanoviano, y desde los siglos X al IX a.n.E., emergen diversas culturas locales, entre las que destaca la villanoviana, cuyo centro neurálgico estará en el territorio en donde se desarrollará la que denominamos cultura etrusca. El poblamiento se estableció en lugares elevados entre dos cursos de agua, con grupos de cabañas como habitación, estando las necrópolis en las colinas circundantes.


Prof. Dr. Julio López Saco

Escuela de Historia, UCV

12 de septiembre de 2011

Los santuarios sintoístas III: rasgos arquitectónicos



Imágenes: la primera pertenece al kameishi del santuario de Enoshima, prefectura de Kanagawa; la segunda muestra una pala de arroz con doncella celeste, en el santuario de Eshima.


Entre los estilos arquitectónicos de los santuarios sintoístas se destacan, principalmente, dos: el estilo Shinmei o resplandor divino, conocido como Tenchi Kongen, cuyo principal representante es el Gran Santuario de Ise, y el estilo Taisha, cuyo ejemplo máximo es el Gran Santuario de Izumo. Según la tradición, los santuarios se construían en madera de ciprés, aunque hoy en día los techos suelen recubrirse de cobre o teja. La presencia de pintura en los exteriores, muchas veces roja, y ornamentaciones varias, son indicadores de la influencia continental, especialmente china. El tejado se ornamenta con chigi (extensión final de las vigas del techo que se entrecruzan en ambos extremos del caballete), y con katsuogi (troncos cortos que semejan la forma del pescado seco). Antiguamente, estos adornos eran una necesidad estructural como sustento del tejado. Otra serie de estilos se designan en función de los nombres de los santuarios más representativos (Sumiyoshi, Kasuga, Kibitsu, y otros), o poseen nombres descriptivos, como Nagare (Fluido) o Gongen, Encarnación.


Prof. Dr. Julio López Saco

UCV-UCAB, Caracas

2 de septiembre de 2011

Los santuarios sintoístas II: las estructuras




Relación de imágenes. La primera es el jardín del santuario de Yuka, Okayama; la segunda corresponde a un fushimi o mascota del santuario de Inari, Kyoto; y la tercera es la cueva del dragón en el santuario de Eshima, prefectura de Kanagawa.


El recinto típico de un santuario consta de un pabellón para las abluciones, un oratorio, en frente del santuario principal, así como varios edificios auxiliares. En algunos casos hay un salón de ofrendas. Los edificios auxiliares suelen ser los santuarios subordinados, la oficina del templo, el lugar específico para preparar las ofrendas, un pabellón para las ofrendas que consisten en imágenes sagradas, un salón para las danzas sagradas, el salón ceremonial, los aposentos de los sacerdotes, el establo, la cámara del tesoro y el teatro para representar piezas Noh. En algunos casos, puede haber hasta un dojo se sûmo, tablillas conmemorativas y linternas, bien de papel o de metal. Incluso, en unos pocos ejemplos puede existir un cementerio colindante.

Los santuarios sintoístas se relacionan con el espacio circundante, con el espacio natural. Se sitúan, así, en lugares en los que hay un bosque, un árbol, una roca, montaña, cueva o un río e, incluso, en la costa. No obstante, también se vinculan con la historia local o con el recuerdo de algunos residentes. La belleza natural transmite al fiel la fuerza religiosa que lo traslada desde el mundo material al divino, indudablemente superior. La entrada a los santuarios está señalada por la presencia de uno o más torii, un arco que marca simbólicamente el final del mundo terrenal y el comienzo del espiritual de los kami, convirtiéndose en una puerta que separa lo secular y mundano de lo espiritual y divino. El camino que conduce hacia el santuario se denomina sandô o acceso. Es el sendero que conduce desde el primer torii hasta el oratorio. La zona que está en frente al santuario se suele cubrir con grava rastrillada o con arena, con el objetivo de crear y conservar una atmósfera natural y armoniosa, induciendo así un sentimiento de pureza y agradabilidad en los fieles. El recinto está simbólicamente protegido de los malos espíritus y las desgracias. En ocasiones, al frente y a cada lado de la entrada se disponen pequeños santuarios en miniatura que actúan como guardianes de la entrada. Si existe una puerta grande, a cada lado de la misma se encuentran dos criaturas feroces semihumanas y zoomórficas, los reyes Deva (niô-sama), que suelen aparecer en las puertas de los templos budistas. Aunque benéficos, su feroz aspecto viene a ser un medio de espantar los espíritus malignos. En hornacinas, de cara al templo o a sus espaldas, pueden encontrarse dos dignatarios sentados y vestidos con las ropas tradicionales de la corte, portando una espada envainada, un arco en sus manos y una aljaba con flechas en sus espaldas. Se entiende que son dos kami míticos. Las imágenes animales aparecen en pares (masculino y femenino) sobre pedestales, a cada lado del primer torii o a todo lo largo del acceso. Se destacan el perro, el león, zorros y ciervos, porque se consideran, en especial estos dos últimos, servidores y mensajeros de los kami. Pueden aparecer monos, lobos y caballos también. El caballo encarna la montura simbólica de los kami. A ambos lados del acceso es frecuente encontrar linternas, de bronce o de piedra. El ofrecimiento de linternas pudo haber surgido a partir de la inveterada costumbre de encender hogueras para saludar y venerar a los kami. Es posible hallar, así mismo, estatuas de héroes locales, así como tablillas conmemorativas, donadas por los fieles, que recuerdan sucesos históricos nacionales o locales. A lo largo del acceso podemos encontrarnos con un pilar pétreo (hyakudo ishi o roca de las cien veces), que señala el lugar hasta donde el devoto debe desplazarse, para cumplir sus promesas, antes de volver a entrar al santuario.

Cerca del oratorio se halla el temizuya o pabellón de las abluciones para llevar a cabo las purificaciones rituales: enjuagarse la boca y derramar agua en las puntas de los dedos, si bien en la antigüedad, la purificación ocurría en un arroyo o manantial. En la entrada, o a lo largo de la vía de acceso, pueden verse también tablas de madera en las que se anotan cantidades de dinero y nombres de personas. Esas personas son los contribuyentes en algún proyecto destinado al santuario. Finalmente, dentro del recinto puede haber un árbol cercado del que cuelga una soga con varias cintas de papel (shimenawa), y varios árboles sakaki, de hoja perenne.


Prof. Dr. Julio López Saco

UCV-UCAB, 2 de septiembre de 2011