6 de noviembre de 2024

Heracles y sus Trabajos: competencia y expiación







Imágenes, de arriba hacia abajo: xilografía del emperador Maximiliano I como Hercules Germanicus, hacia 1493, hoy en el Albertina Museum de Viena; Heracles y Cerbero. Crátera de volutas apulia de figuras rojas, del Pintor del Mundo Subterráneo, datada hacia 330-310 a.e.c. Staatliche Antikensammlungen, Munich; Heracles y Cerbero en una hidria ceretana del siglo VI a.e.c., por el Pintor del Águila; pintura mural con Hércules, Alcestis, Admeto y el can Cerbero, en la catacumba de Via Latina, datada en el siglo IV; Heracles en el mar dentro de la copa de Helios, en busca de realizar su décimo trabajo (los bueyes de Gerión), datada hacia 480 a.e.c.; ánfora de figuras negras con Hércules luchando contra Gerión, y con Euritión ya moribundo en el suelo. Hacia 540 a.e.c.; y Lutero como Hercules Germanicus, en litografía de Hans Holbein el Joven, 1519.

El término griego athlon, se suele aplicar a los famosos trabajos de Heracles, si bien la palabra alude también a competición o contienda. De esta forma, los conocidos como doce trabajos del héroe en la antigüedad clásica deben considerarse, al menos de cierta perspectiva, como un ejercicio de deporte extremo. Si bien los trabajos no fueron un juego, lo cierto es que su exitosa resolución demandaba la misma combinación de habilidades que aquellas necesarias en los juegos olímpicos del mundo real (fuerza, resistencia). Estos athla se distinguieron en algunas ocasiones de los parerga en el sentido de acciones secundarias o hazañas llevadas a cabo como realizaciones accidentales a los trabajos, así como de sus praxeis o andanzas.

Muchos mitógrafos presentaron los trabajos de Heracles como la exitosa realización y la precondición necesaria para que el héroe fuese promocionado al estatus de una deidad, en reconocimiento de los beneficios que aportó a la humanidad matando monstruos y llevando a cabo una amplia serie de actos civilizatorios. Sin embargo, desde una postura menos positiva, los trabajos fueron también considerados como un acto de expiación religiosa por el asesinato que el hijo de Anfitrión y Alcmena, comete sobre sus hijos y esposa Megara.

Eurípides, en Hercules Furens no ubica a los trabajos como la culminación de la carrera de Heracles, sino como el preludio de un episodio de pathos. La tragedia es un mensaje dramático opuesto a los servicios que conducen hacia una recompensa gloriosa. Euristeo envía al héroe a realizar un conjunto de tareas aparentemente imposibles, siguiendo un modelo que tuvo su eco en otros mitos, como el de Belerofonte, enviado por el rey licio Yóbates a matar a la Quimera, el de Jasón, al que Eetes, el soberano de la Cólquida, ordena que are los campos con una pareja de bueyes que respiran fuego, el de Perseo y Medusa o el de Teseo y el Minotauro, si bien en esos casos las hazañas de los héroes son auto elegidos y no impuestos por otros como ocurre en el caso del Alcides.

Los trabajos no alterarán los parámetros fundamentales del universo o el lugar que la humanidad tiene dentro del mismo. Un resultado diferente hubiera amenazado la integridad de los normales límites entre la vida y la muerte, o lo de arriba y lo de abajo. Habría sido una eventualidad totalmente inconcebible.

Con posterioridad a la antigüedad, durante la Edad Media y el Renacimiento el héroe fue representado como una admirable encarnación de la vida activa y un símbolo de la derrota del vicio a manos de la virtud, en especial de la virtud de la fuerza. Asimismo, ejerció un rol dominante en las ideologías políticas de varios países de Europa en virtud de su demostrada capacidad de derrotar a peligrosos y dañinos oponentes, muchas veces monstruosos, en el desempeño de sus “labores”. Su imagen, dominante en diversos soportes de las artes plásticas (pinturas, tapices, esculturas, fuentes), llegó a ser tan admirada que fue reivindicado como ancestro de grandes familias (en el mito griego era considerado antepasado de los reyes espartanos), como ocurrió entre la familia Este de Ferrara (de ahí Ercole d’Este, por ejemplo).

Su conexión con los germanos, que procede de Tácito, según el cual Heracles habría los visitado y estos acabarían cantado alabándolo cuando comenzaban una batalla, facilitó su asociación en los siglos XV y XVI con el Sacro Imperio. En tal sentido, el emperador Maximiliano I fue representado como un más que improbable Hercules Germanicus, en tanto que su nieto y sucesor, Carlos V, fue repetidamente vinculado con Heracles. Otro Hercules Germanicus fue el reformista religioso Martín Lutero, retratado a comienzos del siglo XVI, con rasgos superheroicos, por Hans Holbein el Joven. En la xilografía de Hans Holbein, destruye a las autoridades de la Iglesia romana con un garrote, igual que Hércules hizo con la hidra de Lerna (que poseía muchas cabezas, como la Iglesia). Con la mano izquierda, estrangula al dominico e inquisidor de Colonia Jacob van Hoogstraten. Entre sus víctimas, ya asesinadas en el suelo, se ve a Tomás de Aquino, Aristóteles, Guillermo de Ockham y Pedro Lombardo, e, incluso, hasta a un diminuto Papa León X.

Esta conexión se repite con Inglaterra, en donde el poeta e historiador Bernard Andreas celebró las hazañas del primer rey Tudor en la obra titulada Los doce triunfos de Enrique VII. El uso del número doce alude, sin duda posible, al número estándar de los trabajos de Heracles. La conexión hercúlea fue promovida para realzar el prestigio de los sucesivos monarcas. El precedente clásico es Diodoro, pues en el contexto de los viajes del héroe al país de Gerión en la península Ibérica, el héroe funda la ciudad de Alesia. En una ocasión, habría sido invitado a compartir cama con una doncella celta, que le daría un hijo de nombre Galates, ancestro de los galos. Así, desde Francisco I, en el siglo XVI, los reyes franceses se presentaron ellos mismos y fueron representados por otros, como Hercules Gallicus.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, noviembre, 2024.

1 de noviembre de 2024

El arte celta: rasgos y periodizaciones








Imágenes, de arriba hacia abajo: el torso del dios en bronce de Bouray-sur-Juine, el casco celta de Canosa, el de Leiro y el ceremonial de Agris; además, la cabeza de Msecke Zchrovice; el escudo en bronce de Battersea, el guerrero de Glauberg, así como un par de estatuas de guerreros galaico-lusitanos con caetra en el frente.

El arte celta se extiende por regiones extensas y de gran diversidad, entre los siglos V y I a.e.c. Su serie de características regionales no impiden su unidad. Aunque influido por el arte griego, etrusco y de poblaciones de la Europa oriental, el arte celta supo reinterpretarlas, creando un estilo propio y original adaptado a los códigos mentales de las poblaciones célticas.

Es un arte de objetos de pequeño y mediano tamaño, centrado en el mundo de la guerra, caso de los escudos, las espadas o los cascos, el ornamento personal, como los brazaletes, torques, broches o fíbulas, la vajilla, en metales como la plata, el oro o el bronce, en cerámica o en madera, y las prácticas y creencias religiosas (amuletos, sítulas, calderos, cráteras). La escultura y el relieve, tanto en piedra como en bronce, suele ser, salvo excepciones (como los famosos guerreros galaico-lusitanos), también de pequeño tamaño, destacando la deidad en bronce de Bouray-sur-Juine. La escultura representa el universo religioso céltico pero también el de los guerreros, de ahí la presencia de figuras votivas de aristócratas guerreros.

Es un arte, rico y complejo, con su propia personalidad, con diferentes estilos y períodos. La primera sistematización de este arte la llevó a cabo Jacob Jacobsthal en los años cuarenta del pasado siglo. Estableció un primer estilo llamado Early Style, entre los siglos V y II a.e.c.; una fase llamada de Waldalgesheim, y una tercera fase que comprendía el estilo de las espadas húngaras, el estilo plástico y el estilo de las máscaras. Ruth y Vicent Megaw, por el contrario, han señalado, en los años noventa, que cualquier periodización del arte celta es insatisfactoria y parcial.

No obstante, V. Kruta en el año 2000 estableció una estructuración en cuatro períodos. Un primer periodo, formativo (siglos V e inicio del IV a.e.c.), con un arte influido por el mundo mediterráneo y del Próximo Oriente, con motivos como el árbol de la vida, la flor de loto, grifos o esfinges; un segundo período, de plenitud (comienzo del siglo IV e inicio del II), una fase de contacto celta con el mundo itálico, con presencia de formas vegetales e imágenes animales y antropomorfas. Se destaca en ella la producción de armas para la aristocracia militar, así como la cerámica pintada en negro y rojo con diseños geométricos; un tercer período, llamado de los grandes oppida (del siglo II a la mitad del I a.e.c.), con cerámicas con decoración zoomorfa, iconografía monetal, torques de oro y esculturas en bronce; y finalmente, una cuarta fase, que sería un periodo de supervivencia insular, del siglo I a.e.c. hasta el V.

Bibliografía básica

Aldhouse-Green, J.M., Arte celta. Leyendo sus mensajes, edit. Akal, Madrd, 2007.

Cunliffe, B.W., The Ancient Celts, Oxford University Press, Oxford, 2018.

Eluére, Ch., L’Or des Celtes, edit. La Bibliotèque des Arts, París, 1987.

Garrow, D. & Gosden, Ch. & Hill, J,D., Rethinking Celtic Art, Oxbow Books, Oxford, 2008.

Megaw, R. & Megaw, V., Celtic Art. From its beginnings to the Book of Kells, edit. Thames & Hudson, Londres, 1996.

Stead, I.M., El arte celta, edit. Akal, Madrid, 1999.

Vitali, D., Celtas. Tesoros de las grandes civilizaciones, edit. Numen, Madrid, 2008.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, noviembre, 2024.