Imágenes,
de arriba hacia abajo: plato sasánida con el Simorgh en el centro y
con motivos de palmetas estilizadas. Siglos VII-VIII, Museo de
Pérgamo en Berlín; rapto de Zal por el Simorgh. Sarai Albums,
Tabriz, c. 1370 CE Hazine 2153, folio 23a; relieve del Simorgh sobre
un muro de la iglesia de Samtavisi, en Georgia y; óleo sobre lienzo
con el retrato de perfil del rey Fereydun, o Thraetaona en avéstico,
de mediados del siglo XIX. Se le representa en un balcón dentro de
un espacio circular.
Muchos de los
monstruos del ámbito persa o iranio son de origen zoroástrico, si
bien unos pocos tienen sus raíces en el Islam. Algunos son agentes
de creación o destrucción, traviesos o provocadores de tentaciones.
Otros representan un conjunto de angustias, desde el temor a la
amenaza de gobernantes extranjeros hasta los peligros propios del
parto.
En los mitos
persas proliferan aves fantásticas y criaturas parecidas a pájaros
en una enorme cantidad de formas. Probablemente el más célebre es
el Simorgh, un gigantesco pájaro que semeja una montaña o una nube
negra y puede arrastrar grandes animales como panteras, elefantes o
cocodrilos. El Simorgh aparece en epopeyas y poemas que van desde
Ferdowsi a la Biblia.
Como un símbolo
de la esencia divina aparece por primera vez en el Avesta como el
Saena o Senmurw, un ave todavía más enorme, que extiende sus alas
sobre toda la tierra, formando una vasta nube de lluvia. El Saena
está asociado con la buena fortuna y vive en medio del mar
celestial, Vourukasha, en un árbol que contiene las semillas de
todas las plantas del mundo. Cuando el Saena se posa en el árbol,
las semillas se esparcen y una segunda gran ave, Camrosh, las recoge
y las lleva hasta donde Tishtrya (ser divino identificado con Sirio)
recoge agua, la mezcla con las semillas y hace llover esta mezcla
sobre la tierra.
En
el Revayat
de Darab Hormazyar, un pájaro de
nombre Amrosh ocupa el lugar
del Saena. En el Bundahishn,
colección de textos cosmogónicos zoroastrianos, el Saena tiene un
homólogo maligno y asimismo
enorme llamado Kamak. En lugar de traer la lluvia, atrae
la sequía, extendiendo también
sus alas sobre la tierra, pero
en este caso provocando que los ríos se sequen. En
vez de devorar a los enemigos
de Irán, como hace Camrosh, este maligno
pájaro se alimenta de la gente
y los animales de Irán. Kamak es asesinado por el héroe
escatológico Karshāsp, conocido en la mitología persa por matar
monstruos, entre ellos el dragón cornudo Azhi Sruvara, el monstruo
marino de talones dorados Gandarewa, el puño de piedra Snavidhka y
el temible
lobo Kapud.
En el
tiempo en que Ferdowsi escribe
su Shāhnāmeh,
el Saena se conocía como
el Simorgh, convirtiéndose
en una presencia esencialmente
benévola. Cuando Zāl, el
bisnieto de Karshāsp (Garshāsp
en el Shāhnāmeh)
y padre del héroe Rostam, nace siendo
albino, su padre, Sām,
creyendo que es un div
(demonio), lo abandona en las montañas. La Simorgh, aquí hembra,
rescata a Zāl y lo lleva a su terrorífico
nido.
De joven, Zāl
regresa con su padre, pero antes de que abandone el Simorgh, le
regala algunas de sus plumas, diciéndole que
si tenía algún problema
arrojase
una de sus
plumas al fuego, y así
aparecerá de inmediato. Zāl tiene
que hacer esto cuando su
esposa, Rudābeh, está enferma
de muerte mientras está embarazada de Rostam. Aparece
de la nada el Simorgh y
ayuda a Zāl a practicar una
cesárea. Con otra de sus
plumas, además, cura a
Rudābeh. Años más tarde, cuando Rostam ha sido gravemente herido
por Esfandiār durante un combate singular (después de que el padre
de Esfandiār, el sha, mandara
la captura
de Rostam), Zāl invoca de
nuevo a la Simorgh para que salve a su hijo. Cura
a Rostam y le enseña a fabricar flechas con la madera de un
tamarisco para matar a Esfandiār la próxima vez que se enfrenten en
batalla. Este es un poder
curativo enraizado
en el zoroastrismo. El motivo es recurrente en los cuentos populares
kurdos y armenios, donde el Simorgh se le
denomina como Simir o Sinam.
El
Simorgh también regala
plumas en el Hamzenāmeh, un cuento en prosa basado en la tradición
oral del oriente
de Irán, muy
popular
a
posteriori durante
los periodos safávida y mogol. El héroe, aquí
Amir
Hamza, intenta que el Simorgh le lleve a través de los siete mares
encantados de Suleyman para rescatar al emperador y a su familia,
prisioneros de los divs
o
demonios (aunque
también pueden ser ogros, gigantes o el mismo Eblis o diablo, vid
infra).
Por su parte, en el Shāhnāmeh,
el Simorgh posee una contraparte maligna (también femenina), a la
que Esfandiār mata durante una de sus siete pruebas (semejantes a
las de Heracles en la mitología griega), junto con su descendencia,
un evidente eco de Karshāsp matando al Kamak. Sin embargo, unos
siglos después, el Simorgh se transforma en una suerte de guía
espiritual. Ya en el Manteq
al-Teyr
de Ottār, el Simorgh es el sha
de todas las aves del mundo, así como una metáfora de Dios, que
vive muy alejado, más allá del monte Qāf, la mítica montaña
considerada el pico más lejano de la Tierra y el hogar de los jinn
o genios.
El
viaje hasta allí simboliza el sendero que ha de transitar el Sufí.
En el arte de la
época sasánida (entre los siglos III y VII), a veces se representa
al Simorgh con cabeza de perro, garras de león y con alas y cola de
un pavo real.
Homólogos
míticos de esta especial ave son el Paskuch armenio, cuyo apelativo
es similar al que aparece en los textos zoroástricos del Persa Medio
Menog-e Khrad,
como un lobo alado de color gris azulado que también habría sido
asesinado por Karshāsp), el Anzû sumerio, el Paskudji georgiano, el
Qonrul turco, el Simargl de los eslavos orientales, los Ziz y
Pushqansā talmúdicos, y el muy conocido Garuda indio, famosa vahana
o montura del dios Visnú. En la obra Las
mil y una noches, y en su
directo precursor persa, Hezār
Afsāneh, Las
mil fábulas, el Simorgh
también se asocia con el monstruoso Rukh (o Roc), aunque se ha
sugerido que el Roc procede del árabe “Anqā”,
un pájaro gigante pre islámico con el rostro humano y cuatro alas.
Otros relevantes
monstruos aviares presentes
en el arte persa son el Gopat,
el Lamassu y el Shedu, todos ellos variaciones de un toro o un
león alado con rostro humano; el Shirdal, un león con cabeza de
águila; y el Homā, mítica
ave que otorga la soberanía a cualquiera persona
que toque su sombra. Aunque
comparable con el grifo griego,
también se pueden apreciar
las similitudes del Simorgh con el ave fénix, en
tanto que ambas aves poseen
poderes curativos. Al
igual que ocurre con
el ave mitológica china Fenghuang, el Simorgh y todos
sus homólogos se representan
con mucha frecuencia
en combate con serpientes o azhdahās,
es decir, dragones.
En la mitología
persa, los azhdahās
conforman
una variedad de monstruos gigantescos parecidos a serpientes que
habitan
en el aire, el mar o
la tierra. El término
procede del avéstico
azhi,
que significa serpiente. Según
el Bundahishn,
fue Ahriman
quien
las creó. Actúan
como antagonistas de los héroes del mito persa, en
su rol de custodiar
tesoros o reservas de agua, representando pecados o pruebas que hay
que superar o, incluso, encarnando a poderosos
enemigos extranjeros.
En el Avesta
aparecen varios azhdahās.
Así,
Azhi Sruvara (también conocido
como Azhi Zairita), un azhdahā
amarillo que será asesinado
por Karshāsp, que tiene
cuernos, escupe veneno y se traga enteros a seres
humanos y caballos; Azhi
Raoithrita, un azhdahā
alado de color rojo;
Azhi Vishapa, especializado en
ensuciar
las aguas (como las Harpías
griegas con la comida); y Azhi
Dahāka, quien posee tres
bocas, tres cabezas y seis ojos. Azhi Dahāka (o Dahāg), aunque
dragón en el Avesta,
se vuelve más humano, si bien
conservando ciertas
cualidades ofidianas, en mitos y epopeyas posteriores, donde aparece
como descendiente de Ahriman, o incluso como uno de los Pishdādiān,
shahs míticos descendientes de Hushang, el
asesino de la Divinidad Negra,
y Tahmures, aglutinador de demonios. En el Avesta,
Dahāg es asesinado por Thraetaona (posteriormente
llamada Fereydun). Sin embargo, en el Denkard (un resumen de las
creencias y las prácticas
zoroástricas del siglo X), cuando Dahāg es golpeado por el garrote
de Fereydun, empieza a convertirse en reptil y en
khrafstar
(nocivas criaturas
propias
de la mitología zoroástrica), por lo que, en lugar de matarlo,
Fereydun le encadena
al monte Damāvand, donde permanecerá hasta el fin de
los tiempos, momento en que se
soltará de sus cadenas y Karshāsp despertará para matarlo
definitivamente.
Este relato se asemeja a otros mitos indoeuropeos muy
similares, como el
que refiere a Zeus encarcelando
a los Titanes en el Tártaro, o
Tyr haciendo o propio al
lobo Fenris. Unos y otros lo que
hacen es restringir
en lo posible a un poderoso
enemigo cósmico.
En el Shāhnāmeh,
Dahāg se arabiza como Zahhāk y se representa como un gobernante
extranjero tiránico, aunque
inicialmente humano, de Irán, del
mismo modo que en la mitología
armenia, Azhidahāk es de forma similar la encarnación de la tiranía
extranjera. Zahhāk acepta que Eblis, entiéndase
el Diablo en el mito
arabo-islámico, asesine a su padre, a
la sazón un rey árabe,
después de que le tiente con la irresistible
promesa del
poder. Eblis entonces besa
cada uno de los hombros de Zahhāk, y
un par de serpientes
negras brotan donde lo hace.
Eblis, haciéndose pasar por médico, convence a Zahhāk de que los
ofidios estaban predestinados a aparecer y que debía dejarlas en
paz. El rey serpiente se apodera entonces del trono de Irán, donde
reina a lo largo de un milenio, permitiendo que florezca el mal por
doquier. Al igual que Azhi Dahāka, Zahhāk acabará siendo derrotado
por Fereydun.
Fereydun caza a
Zahhāk y destroza el casco del rey serpiente con su gran
maza con cabeza de buey, pero el ángel Sorush, una figura del Islam
iraní que ocupa el lugar de la antigua
deidad Sraosha del
zoroastrismo, advierte a Fereydun de que todavía
no ha llegado el momento de la muerte de Zahhāk. En
consecuencia, Fereydun lo
captura y lo encarcela en el monte Damāvand. El Shāhnāmeh
asimismo
contiene la historia de la hija de Haftvād y su kerm
gigante (gusano,
serpiente o dragón).
La hija de Haftvād descubre un
kerm enroscado
en una manzana y lo cuida
y lo alimenta hasta que, con el
tiempo, este kerm
comienza a crecer y su piel se vuelve negra con manchas de color
azafrán. Al cabo de un lustro, ha crecido tanto como un elefante y
vive enteramente de leche y miel. Haftvād se ha hecho tan poderoso y
ha reclutado tantos soldados que ha llamado la atención del sha,
Ardeshir, descendiente de Esfandiār y fundador de la dinastía
Sasánida.
Ardeshir matará
al kerm
como luego hará
lo propio con
el mismísimo Haftvād.
En las
fuentes zoroástricas y
maniqueas, como el pre citado
Bundahishn
y
el Pahlavi Zand,
se encuentran
otros monstruos con forma de
ofidios, como Gozihr y Mushparig, adversarios del sol, la luna y las
estrellas. Gozihr es un imaginario
dragón que se extiende por el cielo. Al
final de los tiempos caerá a
la tierra y su fuego derretirá las montañas, creando un río de
metal fundido necesario para
purificar a la humanidad.
Mushparig, por su lado,
es responsable de robar la luna, causando así los
eclipses lunares. Referido como
un dragón en la cosmogonía maniquea, es llamado Mush Pairikā o
hechicera rata en el Avesta,
en donde
se le asocia
con el div
Āz.
Naturalmente,
existen personalidades que matan dragones o serpientes. Amir
Hamza, ya
mencionado anteriormente, mata a varios dragones. En el Garshāspnāmeh
(El libro de Garshāsp,
una epopeya
del siglo XI), Zahhāk ordena a Garshāsp que mate a un azhdahā
que emerge del mar después de
una tormenta, en tanto que
en el Shāhnāmeh,
Sām mata también a
un azhdahā
que emerge del río Kashaf. En el Jahāngirnāmeh,
El libro de Jahāngir,
un
asesinato semejante se
atribuye al héroe
Rostam. Mata
a la criatura desde si interior
y luego se hace un abrigo con
su piel. Muchos de los descendientes de Rostam e incluso su enemigo,
Esfandiār, matarán azhdahās.
En
definitiva, estos monstruos, además de otra serie de ellos acuáticos
y terrestres, reflejaban genuinos temores ante la presencia de
gobernantes extranjeros, catástrofes naturales, ciertas dolencias
físicas y cualquier otra serie de fuerzas destructivas. Estas
criaturas del mito persa
simbolizaban el caos del mundo, en contraste con los héroes que
intentaban forjar el orden y
que, en consecuencia, debían
vencerlos.
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