23 de mayo de 2019

Iconografía de las monedas celtibéricas: jinete a caballo con lanza





Imágenes (de arriba hacia abajo): el anverso de un denario de Sekobirikes; imagen de un jinete con lanza en el reverso de un denario de Arekoratas, Luzaga, Guadalajara y; una fíbula de la necrópolis de Numancia, datada hacia 150 a.e.c.

Las monedas celtibéricas privilegian la figura masculina, de un guerrero, a caballo, en tanto que nunca aparece representada la femenina. Las imágenes se centran, por un lado, en el busto masculino, en muchas ocasiones barbado y de aspecto viril, adornado con torques o vestido con un sagum recogido sobre el hombro derecho por mediación de una fíbula (anverso del denario de Sekobirikes, aunque sin barba); por el otro, en un jinete con la lanza en ristre, como el caso que muestra la imagen de un jinete lancero en un denario de Arekoratas, Luzaga, Guadalajara. Una y otra son representaciones de la fuerza y el poder del grupo, estando ambos motivos asociados a la temática guerrera y sus virtudes inherentes. El mensaje que emite esta iconografía puede centrarse en el deseo de legitimar las elites guerreras que gobiernan y ordenan el territorio de un oppidum. Su mensaje propagandístico de enaltecimiento de los grupos dirigentes parece evidente.
En los bustos que aparecen en los anversos monetales se puede reconocer al ancestro fundador, un ideal de héroe divinizado. Su auctoritas supone no solamente la conexión sino también la realización de las fuerza superiores celestiales. La cabeza masculina, al igual que el jinete con lanza en ristre representaría a la divinidad local del grupo étnico, siendo a la vez antepasado y padre de la comunidad, héroe fundador y el epónimo de la deidad superior supralocal. En tal sentido, se podrían identificar simbólicamente con Teutanes, dios pancéltico.
Se puede colegir una idealización heroica del antepasado divinizado en el seno de una organización de grupos de guerreros con clientelas en torno a una jefatura. El jinete lanza en ristre no deja de ser una suerte de heros equitans, fundador y protector de la estirpe, y podría sugerir una deidad local (tutelar de la comunidad). Recuérdese que los oppida tenían sus divinidades tutelares, en las que descansaría su independencia simbólica. Las fuentes escritas (Livio, sobre todo) atestiguan la presencia de tales jinetes guerreros como elite social del mundo prerromano: Moerico, Allucius, Indíbil, el líder ilergete. Es interesante reseñar que la dispersión geográfica de tales tipos numismáticos heroicos coincide con las áreas en las que fue predominante el culto a san Jorge y Santiago Matamoros.
La presencia del caballo, por otro lado, es realmente significativa, como se aprecia en una fíbula de la necrópolis de Numancia, datada a mediados del siglo II a.e.c. Los equinos serán un patrón de riqueza, un elemento de fuerza y hasta un medio de pago. Con su carga simbólica y funcional, se trata de un animal relacionado con la caza, la guerra y el pastoreo, conformándose como un elemento de idealización aristocrática. Es un instrumento de exhibición de prestigio e interacción social; incluso una herramienta diplomática (compensación clientelar, regalo aristocrático) y, por lo tanto, una imagen política. Así pues, el caballo sería visto como un animal asociado a la jefatura, a la soberanía política pero también a la sublimación heroica del guerrero y sus ancestros.
El busto masculino (cabeza) en el anverso de las monedas, así como el jinete con la lanza en ristre serán motivos que terminarán por ser identificados en época romana con el jefe del ejército. De hecho, a partir de Augusto asumirán en el anverso la cabeza del princeps.

Referencias bibliográficas

Almagro-Gorbea, M., “Ideología ecuestre en la Hispania prerromana”, en Barril Vicente, M. & Quesada Sanz, F. (Coords.), El caballo en el mundo prerromano. Gladius XXV, CSIC-MAN, Madrid, 2005, pp. 59-94
________________., “Los celtas en la Península Ibérica”, en Chain Galán, A. & de la Torre Echávarri, J.I. (Coords.), Celtíberos. Tras la estela de Numancia, Catálogo de exposición, Junta de Castilla y León, Soria, 2005, pp. 29-37.
________________ & Lorrio, A.J., Teutanes. El héroe fundador, Real Academia de la Historia, Madrid, 2012.
García y Bellido, A., “Las religiones orientales en la Península Ibérica: documentos numismáticos”, en AespA, nº 64, pp. 37-81.
Rodríguez García, G., Los Celtas: héroes y magia. La cultura guerrera de la Hispania céltica, edit. Almuzara, Madrid, 2019.
Sánchez Moreno, E., “Caballo y sociedad en la Hispania céltica: del poder aristocrático a la comunidad política”, en Barril Vicente, M. & Quesada Sanz, F. (Coords.), El caballo en el mundo prerromano. Gladius XXV, CSIC-MAN, Madrid, 2005, pp. 145-172.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, Braga-Tui, mayo, 2019.

18 de mayo de 2019

Cnosos en la Edad del Hierro antigua: continuidad religiosa, funeraria y doméstica




Imágenes: un askos, de la tumba Q 115 del Cementerio Norte; y una gema en amatista, de la tumba 18 del Cementerio Norte, Cnoso.

Mientras en la Grecia continental, en el paso de la Edad del Bronce a la del Hierro, los asentamientos mayores micénicos acabaron fragmentados en pequeños núcleos separados y disgregados, cada uno de ellos con su propio lugar de enterramiento cercano, en Cnosos hubo continuidad con la anterior Edad del Bronce, a pesar de ciertas novedades, como la presencia de recintos absidales, lo que sugiere ciertas intrusiones desde el continente entre la población local, la aparición de cerámica en forma de cuencos profundos de tipo continental o vasijas globulares de cocina, además de la presencia de niños inhumados bajo el suelo de las casas, un hecho este último que contrasta con la invariable costumbre minoica del enterramiento extramuros. 
En relación a los fallecidos, hubo una continuidad en cuanto a la preferencia por las tumbas colectivas excavadas en la roca, sobre todo tumbas de cámara.  Sin embargo, una novedad de tiempos subminoicos fue el establecimiento de un gran cementerio principal a un kilómetro al norte de los asentamientos, sugiriendo con ello un nuevo comienzo en una nueva área. En este llamado Cementerio Norte, los enterramientos iniciales submicénicos se localizaron en cuevas y en tumbas de eje, sin arrojar ningún signo de alguna ocupación minoica previa. Aquí se destacan las cremaciones de dos guerreros bien apertrechados, cuyos equipos indican ciertas conexiones con Chipre.  
La continuidad cultual se puede inferir de las secuencias de ofrendas votivas en los santuarios de montaña de Kato Symi y la cueva Dictea. Hay trazas, no obstante, de un aparente nuevo culto del período submicénico, pues una fuente natural fue cercada, bajo el palacio en la Cámara de la Fuente, con la construcción de un pequeño santuario que muestra señales de un anterior culto a la vegetación que se retrotrae al período de los segundos palacios. Sus depósitos submicénicos permiten visionar la deidad dentro de un modelo de casa redonda, una diosa que levanta sus brazos  siguiendo el antiguo gesto minoico de epifanía aunque, a diferencia de cualquier otra deidad minoica, presidiendo, aparentemente, el mundo subterráneo. Este culto fue con seguridad revivido unos pocos metros más allá en la denominada colina Gypsades, en donde al menos en el siglo VIII a.e.c. el culto había sido dedicado a Damater (Deméter), principal diosa de la vegetación de la polis doria.
El incremento de enterramientos en el Cementerio Norte sugiere un aumento demográfico, un hecho que coincide y que tal vez explica el aumento de las cremaciones para los adultos Tal fenómeno permitiría conservar espacio de inhumación en las tumbas familiares colectivas. Las primeras urnas cinerarias datan del Minoico Tardío IIIC, y son semejantes en su forma a las encontradas para las cremaciones en el este de Creta. Su introducción coincide con el uso de tumbas de cámara individuales, en la mitad del siglo IX a.e.c.
Con este cambio hacia la cremación, podría esperarse la presencia de tumbas con cámaras más pequeñas. Sin embargo, algunas de esas nuevas tumbas (la nº 75, la nº 107), del Cementerio Norte, poseen cámaras enormes para el depósito de urnas, lo cual parece una especie de reclamo de los espaciosos sepulcros diseñados para las inhumaciones del Monoico Tardío III. Puede haber habido aquí una suerte de reverencia a los precedentes minoicos, una emulación de un ilustre pasado. Otro síntoma de tal nostalgia minoica fue el re-empleo de larnakes pictóricos del Minoico Tardío III. Se han encontrado varios en el Cementerio Norte y en el Grupo Fortetsa. Este descubrimiento de larnakes puede significar que habrían sido un estímulo para ocasionales escenas figuradas de parte de los pintores de vasos del siglo IX a.e.c.
Todas estas piezas fueron halladas en los dromoi o fuera de las tumbas, todas juntas, nunca en su interior. Tal exclusión de las tumbas, así como la ausencia de otros hallazgos que las acompañaran, sugiere que pudieron haber sido las “casas” de inhumaciones de pequeños niños, sirviendo como cunas y tumbas propias. Varios larnakes fueron desenterrados en asociación con cerámicas y figurillas en miniatura así como ofrendas dedicadas a niños muy jóvenes. El caso más notable es el askos en forma mixta de caballo y pájaro (un hippalektryon), con un diminuto jinete. Este es el más claro y antiguo ejemplo de re-uso de larnax en el Cementerio Norte como ofrenda para inhumaciones de pequeños niños.
Al contexto de un niño inhumado en un pithos (tumba nº 18), pertenece una gema en amatista (Minoico Tardío I), que muestra a un león que se abalanza sobre una cabra (agrimi). Se trata de un objeto que simboliza el espíritu griego antiguo en Cnoso, una herencia minoica encapsulada dentro de nuevas influencias próximo-orientales.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, mayo, 2019

11 de mayo de 2019

Condicionantes de la expansión fenicia por el Mediterráneo: nacimiento de Cartago


Una imagen reconstruida de Cartago, con sus puertos comercial y militar en un primer plano.

A fines de la Edad del Bronce, ciertas ciudades y puertos comerciales prósperos y de gran relevancia, caso de Biblos y Ugarit, iniciaron una fase de decadencia. Ugarit desapareció, mientras que Biblos fue reemplazada al frente de las actividades comerciales por otras (Tiro, Sidón). Una de estas, Tiro, promovería un movimiento de colonización hacia el Mediterráneo occidental.
Por efecto del empuje migratorio de esta época, varias nuevas poblaciones se instalaron en el antiguo territorio cananeo, amenazando con ello un precario equilibrio existente entre población y recursos, ya debilitado desde tiempo antes por la deforestación o el sobrepastoreo forzado por barreras geopolíticas. Las consecuencias tuvieron trascendencia histórica, pues a partir de entonces muchos habitantes se verían impelidos a buscar lejos, cruzando el mar, los sustitutos a la escasa riqueza agrícola de sus campos y  maderera de sus bosques. En primer lugar, un pueblo nómada, los israelitas, a mediados del siglo XIII a.e.c., aprovecharían la fragmentación política de los cananeos para apoderarse de zonas inhóspitas interiores por las que acabarían diseminándose. En segundo término, en torno a 1200 a.e.c., los llamados “Pueblos de Mar” se dirigían desde el norte hacia Egipto. A su paso, asolan el Imperio hitita, atacan Chipre y destruyen Ugarit. Incluso Tiro se vio afectada, siendo parcialmente destruida. Más al sur, además, los filisteos, se establecieron en localidades como Asdod, Ascalón, Ekron y Gaza, desde donde atacaron Sidón. Sin embargo, esta ciudad cananea resistió y tuvo fuerzas para repoblar Tiro.
Finalmente, y en tercer lugar, llegarían los arameos, nómadas semitas que devastaron el Próximo Oriente. En Canaán se instalaron en la región septentrional y el valle de la Beqaa, mezclándose en cierta medida con la población local. Su presencia supuso la pérdida de territorio agrícola y con ello una significativa merma del abastecimiento de alimentos. Como resultado de tales presencias, únicamente la franja costera central del territorio cananeo (luego llamado “Fenicia” por los griegos) conservaría su independencia. El norte estaba devastado; de hecho, Ugarit y Alalah habían desaparecido.
Durante un tiempo las comunicaciones en el Mediterráneo oriental estuvieron colapsadas, pero posteriormente, un período de calma propició un aumento de la población. Pero a estas gentes, sin buena parte de sus antiguas posesiones, le resultaba cada vez más complicada la autosuficiencia económica, especialmente en lo referente al aprovisionamiento de productos agrícolas. Así, con un territorio mermado y empobrecido (deforestación, explotación ganadera) los fenicios volvieron su mirada al mar como plausible solución. Mediada la Primera Edad de Hierro (1200-900 a.e.c.), como consecuencia de la falta de tierras y de una fuerte presión demográfica, los fenicios no podían producir los alimentos necesarios para mantener a su población en crecimiento, aunque dispusiesen de una desarrollada tecnología agraria. Por la necesidad de importar vino, aceite y cereales de Siria, Egipto e Israel, comenzaron a depender de su entorno para garantizarse un aprovisionamiento de recursos. En contrapartida, tuvieron que desarrollar novedosas estrategias económicas para posibilitar las importaciones.
Con la impostergable obligación de pagar los alimentos que provenían de fuera, y con su riqueza en maderas ya escasa, los fenicios confeccionaron un sistema de producción manufacturero especializado, cuyos productos se podían emplear para el intercambio con los países vecinos. Se intensificó la búsqueda de materias primas (escasas, salvo en cierta medida la púrpura, el cobre, y la cada vez menos abundante madera), imprescindibles para elaborar las nuevas manufacturas. Para lograr ese objetivo emplearon su antigua experiencia como navegantes. Siguiendo rutas que previamente habían frecuentado los micénicos, intentaban llegar a lugares alejados en donde procurarse las materias primas.
Bajo estos presupuestos, se intensificaron los contactos con Chipre, a los que no mucho después siguió la colonización de parte de la isla, y posteriormente con Rodas, desde donde incursionaron en el Egeo. Las primeras empresas comerciales fueron auspiciadas por los templos, que en Fenicia, al igual que en el resto de Oriente, desempeñaban un relevante papel económico. Tras estas iniciativas seguiría una colonización propiamente dicha. Así, fueron apareciendo paulatinamente muchos lugares y asentamientos fenicios en las islas y las costas del Mediterráneo. El debilitamiento del sistema de economía palacial facilitó la iniciativa de la empresa privada, la cual tuvo parte activa en este proceso bajo la protección económica, muchas veces, de los templos. A la vez, una economía centrada en la tecnología del hierro sería un motor que incentivaría la búsqueda de sitios donde obtener este metal, de manera que se ampliaría el horizonte geográfico de las expediciones marítimas de los fenicios.
Esta expansión ultramarina, que implicaba una organización comercial a gran escala, propiciaría que las ciudades fenicias se transformaran en centros económicos y políticos de relevancia, debido en buena medida, al interés estratégico del hierro, elemento tecnológico clave en aquella época, y cuyo flujo controlaban los fenicios. Ahora bien, todo ello habría de conllevar riesgos, en virtud de que asirios y babilonios pugnaban, a su vez, por el mismo control, puesto que carecían de una salida directa al mar. A la amenaza externa de asirios primero, y babilonios posteriormente, capaz de mermar de manera notable la independencia de las urbes fenicias, se añadiría una agitación interna consecuencia de los cambios socioeconómicos que la expansión conllevaba.
En la ciudad de Tiro, tras el fallecimiento de su rey Muto, su heredero Pigmalión era demasiado joven para acceder al trono. En consecuencia, su hermana mayor Elisa asumiría temporalmente la regencia. Elisa simpatizaba con nobles, mercaderes y oligarcas, cuyos intereses se depositaban en el comercio ultramarino. Todos ellos eran contrarios al entendimiento con Asiría y sus exigencias tributarias. La facción tiria que apoyaba a Elisa pretendía romper los compromisos con Asiría y forzar, como contrapeso geopolítico, un acercamiento a Egipto. La realeza tiria, así como la aristocracia tradicional, cuyos intereses radicaban en la tierra, estando menos expuesta a las imposiciones tributarias asirias, pero más amenazada por las incursiones de castigo, no veía bien esta maniobra política. Se temían las represalias asirias una vez superados los problemas internos. Se pensaba que sus ejércitos devastarían el territorio, los campos y las propiedades. De tal modo, la realeza tenía más que perder que oligarcas, comerciantes y marineros, todos ellos con sus propiedades a salvo en el puerto y detrás de los muros de la ciudad.  Por tales motivos forzaron a Pigmalión a ocupar el trono, relegando a su hermana del poder. Ante tales hechos, Elisa intentó recuperarlo por medio de un matrimonio con su tío materno Acerbas, sumo sacerdote del templo de Melqart, un dios protector del comercio y las navegaciones y, en con esta dignidad, personaje que ostentaba el máximo rango en la ciudad inmediatamente después del propio monarca. La decisión de Elisa situaba a Pigmalión en una posición delicada, ya que Acerbas, cuñado del rey Muto y consorte ahora de una hija de éste, podía, como miembro de la familia real, albergar aspiraciones al trono.
Impulsado por sus partidarios, el joven heredero ordenó asesinar a Elisa, mientras que ésta y los suyos, sin poder hacerse con el poder a corto plazo, emprendieron el camino del exilio hacia a Chipre, escapando de la represión comandada por su hermano. Pero Chipre estaba demasiado cerca de Tiro y al alcance, por consiguiente, del castigo decretado por Pigmalión. Así pues, el grupo de expatriados marcharía hacia la costa occidental norteafricana en donde, muy cerca de Utica, antigua factoría comercial fenicia fundada por los primeros impulsos expansionistas tirios por el Mediterráneo, fundarían Cartago.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, mayo, 2019.

6 de mayo de 2019

Figurillas-ídolos figurativos de Perdigões (Portugal)






Estos denominados “ídolos” de Perdigões (sur de Portugal), conforman cerca de veinte pequeñas estatuillas zoomorfas y antropomorfas hechas en marfil, cuya datación se establece entre los estadios culturales del Neolítico y la Edad del Bronce. El contexto de su hallazgo parece implicar que pudieron tener una función funeraria, pues fueron hallados en un contexto de deposición de restos de cremaciones humanas. El relevante hecho de que hayan sido elaboradas en un material como el marfil parece demostrar que a mediados del III Milenio a.e.c. ya existían rutas comerciales de productos exóticos que se conectaban con la Península Ibérica. Entre las diferentes piezas destaca un báculo, interpretado como una suerte de bastón ultramundano, un diminuto elefante, un ave y un significativo conjunto de ídolos antropomorfos muy estilizados. La figurilla del elefante muestra que tales piezas probablemente fueron, al igual que la materia prima, de importación.
Los ídolos antropomórficos podrían suponer una representación simbólica relacionada con la aparición de elites, lo cual es un indicio de jerarquización. También es posible que estos ídolos o rostros prehistóricos se relacionasen con la representación de ancestros colectivos. En algunos de los ejemplos presentan líneas en zigzag, que pueden interpretase como tatuajes. En otros casos, mantienen un objeto, de difícil interpretación. Unos pocos indican el sexo. Como en el caso de las figuras en hueso o cerámica de contextos neolíticos y calcolíticos del sur de España, en general se trata de representaciones naturalistas del cuerpo humano, en el que destacan unos grandes ojos.
Un aspecto que pudiera tener especial valor es el de su pose. La postura de las figuras es formal, con los brazos cerca del torso o sobre el abdomen, y con las piernas bastante juntas. No se sugiere movimiento ni posiciones relajadas. Su postura parece que sigue un patrón canónico. Estos cuerpos pueden haber sido medios para construir una ideológica realidad de similitud a la que las personas responderían restringiendo la diversidad. Podrían estar subrayando una nueva realidad; una versión de la realidad sugerida y aceptada como alternativa no real, como parece inferirse de las posturas, los gestos y la ausencia de movimiento. La pose estricta, rígida y normalizada pudo contribuir a una específica apropiación de prácticas sociales y expresiones de autoridad en un escenario concreto. Las proporciones corporales no siempre fueron respetadas.
Es el caso específico de las cabezas, muy alargadas, en cuerpos bien proporcionados. Su carácter no fragmentado puede ser una referencia a la necesidad de la integridad del cuerpo como requisito imprescindible para llevar a cabo una activa función social, siendo esto una metáfora de durabilidad y estabilidad, a diferencia de la figuración fragmentada de muchas otras figurillas del Neolítica europeo, cuya fracturación simbolizaría la materialidad transformable y efímera.
En el tránsito del Neolítico al Bronce, que supone la emergencia de un nuevo orden social e ideológico, la aparición de representaciones realistas del cuerpo humano en posturas canónicas, pudo ser debida a la necesidad de reproducir afirmaciones ideológicas de probable naturaleza socio-política (el tono realista incrementa la sensación de poderío). Combinando naturalismo con posturas emblemáticas se establecería, en consecuencia, un canal comunicativo de probables significados convencionales. Serían, pues, representaciones que materializarían un conjunto de prácticas normalizadas que crearían determinadas referencias de comportamiento.


Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, mayo, 2019.