18 de julio de 2020

Religiosidad entre los Celtíberos







Imágenes (de arriba hacia abajo): posible dios Cernunnos en un fragmento cerámico numantino. Museo Numantino, Soria; fragmento cerámico con una presunta escena de sacrificio con la presencia de un personaje como oficiante. Museo Numantino, Soria; par de fragmentos, uno con un hombre disfrazado con un armazón de caballo, y otro, un personaje que tiene sus brazos embutidos en cuernos de toro. Museo Numantino, Soria; cerámica proveniente de Arcóbriga en el que se observa una persona, asociada a un árbol que está debajo de un templete que, a su vez, está rodeado por animales, concretamente gallos y sierpes. Museo Arqueológico Nacional, Madrid; y fragmento cerámico con una escena en la que se aprecia un probable guerrero difunto estilizado siendo picoteado por buitres. Museo Numantino, Soria.  

Las investigaciones arqueológicas, acompañadas del estudio de la cerámica y sus representaciones decorativas así como de las alusiones en los textos de las fuentes grecolatinas, permiten conocer unos pocos aspectos propios de la religiosidad de los celtíberos.
En virtud de la presencia de una religión de orden politeísta, se pueden destacar diferentes tipos de deidades, que están documentadas en las fuentes epigráficas a partir de la abundancia de teónimos indígenas. En un primer nivel habría que señalar las entidades sagradas se sustancia pancéltica, propias de toda comunidad con sustrato cultura céltico. Es el caso específico de Lug, Epona y las Matres. El primero, con mucho el más citado en las fuentes, es una divinidad solar, mientras que Epona es una deidad femenina protectora de los difuntos en tanto que las Matres se identificaban con la fecundidad. Otras deidades ya menos frecuentes serían Sucellus, asociado al lobo, Airon y, sobre todo, Cernunnos, que aparece representado en la cerámica con unas astas de ciervo sobre la cabeza.
En un segundo peldaño estarían una serie de deidades locales que aparecen vinculadas a la naturaleza. Los espacios naturales, en este caso específico, serían asociados directamente más con lugares, sitios, territorios en los que se manifiesta lo divino, que con divinidades propiamente dichas. En este grupo habría que incluir algunas deidades astrales. En un tercero, y último escalón, tendríamos el grupo de dioses de origen latino que fueron asimilados al ámbito religioso celtibérico por la interacción cultural entre celtíberos y romanos y, en ocasiones, sincretizados entre sí. Destacarían Marte, Hércules, Apolo y Júpiter, entre otros.
En varias cerámicas de Numancia se pueden observar escenas de sacrificio, que puede ser animal pero también humano, llevado a cabo por ciertos personajes vestidos con una túnica ornada y un tocado en forma de cono. Existieron rituales propiciatorios que establecían contacto con la deidad, entre los que destacan sobremanera el corte de manos, de carácter simbólico, y el de las cabezas de los enemigos. Las cabezas se llevaban colgadas de sus cabalgaduras o también aparecían exhibidas en las casas, con un claro componente apotropaico, ya que en el mundo cético se creía fervientemente que la cabeza era la residencia del alma. Además, se constatan rituales vinculados con el fuego, elemento purificatorio, y asociados con el disco solar. Es común la representación de personas, generalmente varones, portando máscaras de toro, con cabezas de équido o con cuernos enfundados en sus brazos.
De tal modo, los caballos, como también los peces y las aves, aparecen estrechamente vinculados con el ámbito inframundano, en virtud del hecho de que es por esos medios (agua, aire o viento), por el que las almas eran transportadas al mundo del más allá.
El culto que celebraban los celtíberos era al aire libre, no en recintos templarios (aunque es probable su existencia, como se aprecia en la decoración cerámica). La palabra céltica nemeton advierte la presencia de un santuario, que solía ser una cueva, un espacio elevado, una fuente o un río, la cumbre de una montaña o un simple claro en el bosque. No obstante, debieron existir pequeños santuarios de carácter doméstico.
Entre los celtíberos hubo, tal y como señalan las fuentes clásicas escritas antiguas (Silio Itálico, Eliano), dos tipos de ritual funerario. El primero, y más común, era el que consistía en la incineración del cadáver al lado de su ajuar funerario en una pira o ustrinum. Tras la cremación se seleccionaban los pocos huesos que quedasen y las cenizas para meterlas en un hoyo o, principalmente, en una vasija cerámica o urna, al lado de la cual se depositaría el ajuar y los objetos personales del fallecido, que acostumbraban a ser armas, diversos utensilios personales y adornos. Los objetos en las tumbas aparecen inutilizados, doblados o fragmentados intencionadamente, lo que supone su muerte ritual, un hecho que implica que su espíritu acompañaría al difunto hasta el Otro Mundo, como referentes de la identidad del fallecido. Se podía señalizar la tumba mediante un pequeño túmulo o una estela.  
El segundo ritual estaba destinado a aquellos guerreros que fallecían en las guerras, cuyos cadáveres eran expuestos a los buitres (considerados intermediarios entre los dioses y los humanos), en ciertos lugares con la finalidad de lo que los descarnasen. Al hacerlo, transportaban el espíritu del muerto hacia la deidad celestial. En unas pocas tumbas han aparecido restos óseos de animales como potros y corderos, lo cual se cree que simboliza la carne del banquete funerario del difunto.
Podría hablarse, finalmente, de un tercer ritual, aunque únicamente documentado arqueológicamente en el interior de los asentamientos, y concerniente a los niños. Se trata de la inhumación de infantes fallecidos prematuramente en el subsuelo de las viviendas. Esta costumbre puede responder a la idea de que los niños no se consideraban parte de la comunidad hasta que fuesen mayores de edad, de forma que hasta ese instante pertenecían al ambiente estrictamente familiar, no comunitario. 

Prof. Dr. Julio López Saco  
UM-FEIAP, julio, 2020

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