Imagen: Mapa de Asia. Mediados del siglo XVIII.
Los
conceptos de Oriente y Occidente aparecieron en el ámbito de la cosmología
griega arcaica, inicialmente asociados a una referencia geográfica y a la
salida y puesta del sol. Oriente se mostraba definido como el país de la Aurora
y el astro solar, en consecuencia, de la luminosidad y la fertilidad opulenta, en
tanto que su contrapartida (Occidente), en cambio, aparecía vinculado a las
tinieblas y la oscuridad, y por ello, a la muerte. Dentro del contexto
“oriental” la configuración de Asia como el espacio oriental por antonomasia en
el seno de la imaginación griega debió iniciarse desde tiempos pretéritos, aunque
la aplicación del término para calificar la extensión geográfica completa de
las tierras hacia oriente tuvo su establecimiento muy probablemente durante el
desarrollo del periodo arcaico.
La
denominación Asia no figura en los poemas homéricos, aunque hay una excepción,
la del adjetivo “asiático” (asíos), aplicado
a la pradera ubicada al lado del cauce del río Caístro, en Asia Menor, dentro
de un pasaje de la Ilíada en el que se ilustra con imágenes cotidianas el
avance indetenible de las tropas aqueas hacia la ansiada Troya. Esta asociación
de tal nombre con esta región aparece en
ciertos fragmentos de algunos poetas líricos griegos, como Mimnermo, quien exalta
la “hermosa Asia” en un poema sobre Esmirna al recordar una emigración desde Pilos;
la poetisa Safo, que menciona “el resto de Asia” dentro de un pasaje cuyo
contexto narrativo parece aludir a la llegada del héroe Héctor y su esposa
Andrómaca a Troya; y Arquíloco, que alude a un personaje al que señala como
“dueño de Asia y criador de rebaños”, lo cual podría interpretarse como una
referencia al célebre rey lidio Giges.
Es
probable que el origen del término Asia sea hitita (Asuwa, en concreto), que habría sido empleado para describir cierta
área occidental de Anatolia. Esta posibilidad, sumada a las menciones de los
poetas líricos griegos de época arcaica, podría avalar la idea de que, en sus
comienzos, la denominación se aplicaría específicamente al territorio de Lidia.
Tal premisa quedaría confirmada por la noticia que ofrece Heródoto sobre la
reivindicación del nombre por parte de los lidios, quienes lo atribuían a
Asies, un vástago de Cotis y nieto de Manes, uno de sus más famosos míticos
reyes, además de por la existencia, en la ciudad de Sardes, de una tribu que portaba
dicho nombre, Asíade. Por otro lado,
la expansión lidia hacia oriente, un hecho que motivó el establecimiento de relaciones
con los babilonios pero también un enfrentamiento con los medos y los persas, propició
que los griegos tomasen conciencia de la magnitud del continente, con unas
dimensiones que sobrepasaban con mucho los dominios lidios.
Sería
la conquista persa de todos estos territorios el factor decisivo que llevaría a
la identificación de un nombre con connotaciones de carácter regional a otra de
escala más continental, estableciendo así una asociación específica entre el
nombre Asia y la extensión total de los
dominios imperiales persas en época aqueménida. Esta relación se contempla ya
en la tragedia Los Persas de Esquilo,
en donde tal vocablo equivale casi siempre a las tierras imperiales persas, así
como en Píndaro, quien menciona la
“espaciosa Asia” o en Heródoto, que hace pivotar su descripción del orbe en
función expresa de la expansión imperial persa. La identificación de Asia con
los dominios persas continuó después en otros autores (en varios
pasajes de Jenofonte y en ciertos discursos de Isócrates).
La
idea subyacente de Asia como un dominio territorial específicamente persa fue
un concepto griego, hasta el punto que un título como el de rey de Asia no aparece
reflejado en la muy variada titulatura real aqueménida que enfatiza, por lo
contrario, su dominio sobre todas las regiones del mundo, refiriendo de esta
manera el ideal de imperio universal, algo bien conocido en el contexto de una
tradición mesopotámica. Será únicamente tras la conquista de Alejandro Magno cuando
se comience a deshacer el antiguo binomio que había hecho del continente
asiático el dominio aqueménida, naturalmente sancionado por las deidades correspondientes.
Asia
se había convertido, por consiguiente, en la tierra del rey, dominio asignado
por la divinidad al Imperio persa tras su conquista de los medos. La misma
mitología refiere que algunos asuntos de cierta envergadura, como la guerra de
Troya o el aventurero viaje de Jasón y sus argonautas hasta la Cólquide, se concebían
como un ataque griegos hacia un territorio considerado inequívocamente
asiático. Un problema añadido estribaba en la existencia de poleis griegas en
el seno del ámbito asiático, una circunstancia que era necesario justificar de
alguna forma si se quería formar parte del concreto y aislado conjunto helénico.
La
existencia de dos continentes diferentes, Asia y Europa, sectores territoriales
que estructuraban el mundo habitado, se remonta a la geografía jonia, en
función de las acotaciones herodoteas. El historiador de Halicarnaso plantea en
su obra la historia del enfrentamiento de ambos continentes, siendo las
primeras acciones hostiles entre unos y otros aquellas que el mito ubica en
remotas épocas, especialmente, el rapto de la argiva Io de parte de los
fenicios, el de la princesa fenicia Europa, obra de los cretenses; aquel de
Medea de mano de los valientes expedicionarios de la nave Argo y, en fin, el
célebre rapto de Helena por la acción del troyano Paris. Este último desencadenó
la conocidísima guerra troyana, conformándose como la primera irrupción
violenta de poblaciones griegas en terrenos asiáticos, con antelación a que los
asiáticos devolvieran la visita e hicieran lo propio en Europa.
También
el tratado hipocrático titulado Aires,
aguas y lugares, expresa las diferencias existentes entre ambos
continentes. En dicho tratado Europa y Asia constituyen dos categorías
diferentes, entidades separadas y claramente separables, cuyos elementos
diferenciales proceden de las condiciones ambientales; esto es, de las aguas,
el clima, los vientos y, por supuesto, de las costumbres que tales factores
ambientales propician en sus respectivos habitantes.
De
forma general, por lo tanto, existía una diáfana oposición “europea” frente a
Asia en un terreno ideológico e imaginario, entendiéndose que el inmenso
territorio asiático podía acoger en su seno poblaciones tan dispares como los paflagonios,
los misios, los fenicios, los colcos, los frigios, los troyanos, los carios,
los licios o los meonios, entre otras varias.
Asia
constituía un vasto conjunto de lejanas tierras bárbaras, imaginadas y
conceptualizadas desde la perspectiva helena como una suerte de antítesis,
desde el propio entorno ambiental y geográfico, hasta el capítulo de sus
costumbres y especiales formas de vida. La tradición haría énfasis en la visión
de un mundo oriental caracterizado esencialmente por la extraordinaria riqueza
de sus reyes y gobernadores, además de la grandeza y el esplendor de sus ciudades
capitales.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP-UFM, octubre, 2021
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