Imágenes, de arriba hacia abajo. Ánfora de figuras negras de Vulci, pintada por Exekias. Hacia 540-530 a.C., hoy en los Museos Vaticanos de Roma; crátera de cáliz de figuras rojas, hecha por Euristeo y pintada por Eufronio. Datada en torno a 510 a.C. Metropolitan Museum of Art, Nueva York e; hidria de Caere, con Heracles y Busiris, datada entre 520-510 a.C. Kunsthistorisches Museum, Viena.
La
cerámica griega fue un medio de difusión de imágenes y de narraciones gráficas
de gran impacto. En su mayoría, los distintos tipos procedían de los sepulcros,
en donde eran ubicadas como ofrenda al difunto, y de los santuarios. Las
vasijas se hacían para usos específicos, y por ello sus formas corresponden a
las funciones que desempeñaban. Han existido múltiples formas, entre las que
destacan la hidria, de tres asas, vasija para contener el agua, el kylix o copa, el skyfos y el kantharos
(todos de dos asas), para guardar el vino que se bebía en los banquetes[1],
la crátera para mezclar el vino con el agua, modo habitual de degustar el
primero[2],
el ánfora de doble asa, que al lado del stamnos
y el peliké, servían de recipientes para el vino y otras sustancias[3],
y el lekythos, recipiente estilizado
para guardar perfumes, aceites y ungüentos[4].
Además de las formas principales hubo algunas que servían para ciertas
ocasiones especiales. Es el caso del ánfora panatenaica, que se otorgaba como
premio en los Juegos Panatenaicos, y siempre se decoraba con Atenea en un lado
y la prueba (en competencia con Poseidón) en la que obtuvo el premio, en el
otro; el loutrophoros, vasija
alargada de cuello alto con boca acampanada que se empleaba para transportar el
agua del baño nupcial desde la fuente de Kallirrhoe y se colocaba en las tumbas
de los solteros; o el lebes gámico
acampanado, una vasija nupcial que se daba a la novia como obsequio especial.
Los
vasos pintados se apreciaban entre los griegos de las polis, pero Corinto y,
sobre todo Atenas, que dominaba el mercado cerámico en el Mediterráneo, propiciaron
su exportación a las colonias del Mediterráneo oriental y occidental (las islas
del Egeo, el norte de África, Sicilia, ciertas regiones de la península
Ibérica), y a ciertos asentamientos del Mar Negro. Tuvieron un especial éxito
en la península itálica, entre los etruscos, que las incorporaron con profusión
a sus sepulcros más fastuosos. Era el famoso barrio de los alfareros o
ceramistas de Atenas (Cerámico), en donde se reunían verdaderos talleres,
prácticamente fábricas, de estas vasijas, cuyos propietarios empleaban también
a varios pintores especializados. La producción se destinaba a los mercados
interiores y externos. En términos generales, el valor científico, histórico y
estético de estas piezas es notable.
La
decoración de las cerámicas consistía en dos elementos básicos: las escenas
figuradas y los motivos ornamentales. Estos últimos, inicialmente esparcidos
por toda la superficie de la pieza, se hicieron más sistemáticos y se relegaron
a áreas concretas. Acentuaban las partes estructurales, como el cuello, las
asas o la boca, decoraban los bordes o enmarcaban la escenografía figurativa.
Los motivos básicos fueron el loto, el meandro, la palmeta, volutas, rayos y
coronas de laurel.
Las
imágenes de las vasijas pintadas, además de mostrar a dioses y héroes, y
relatar historias del mundo mítico de la antigüedad griega, reflejaban la vida
cotidiana helena antigua: los ambientes de la gente más adinerada, el trabajo
de los artesanos, las escenas de guerreros despidiéndose de sus familias, las
animadas bacanales, escenas sexuales homoeróticas, ceremonias matrimoniales,
entierros, actores representando obras teatrales, los sacrificios rituales de
animales, la ejercitación en los gimnasios, banquetes con hombres reclinados en
lechos, mujeres en sus quehaceres domésticos, o los combates deportivos.
Además, en esas imágenes se retratan con mucha fidelidad arcones, sillas,
mesas, trípodes, prendas de vestir, lujosas y finamente decoradas, mobiliario
doméstico variado y diversos objetos. En algunos vasos aparecen, incluso,
reproducciones de esculturas de dioses e imitaciones de famosos cuadros, hoy
perdidos. En esencia, los pintores pudieron traducir en imágenes, en numerosas
ocasiones, episodios y citas literarias. En ciertos casos, se añadían
inscripciones que nombraban personajes, situaciones o aludían a los pintores y
ceramistas[5],
un factor que contribuye notablemente al conocimiento de determinadas
costumbres antiguas.
Se
conocen varios artistas de las cerámicas áticas de figuras negras y rojas,
entre los que destacan el Pintor de la Gorgona, caracterizado por sus rostros
expresivos, Sófilo, Clitias (que aparece relacionado con el ceramista
Ergótimos), cuyos temas son casi todos mitológicos, el Pintor 606 de la
Acrópolis (Nearco, su contemporáneo, fue un destacado ceramista), el Pintor de
Amasis, cuyas figuras poseen una especial gracia; el alfareros Nicóstenes; Exekias,
a la vez pintor y alfarero, cuyas obras son ejemplos de pausada elegancia; el
Pintor de Andócides, uno de los primeros en trabajar con la técnica de figuras
rojas, de estilo vigoroso y atrevido; Eufronio, Eutímides; y el Pintor de
Sosias, entre otros varios de relevancia no menor.
El
sentido de la línea, el color, la composición, la tridimensionalidad y el
escorzo, fueron cualidades técnicas que los pintores de vasos emplearon para
dotar de volumen a las figuras, para resaltar el sentido de la forma y para
correlacionar las partes ente sí y con el todo. Desde un punto de vista
técnico, la mayoría de la cerámica pintada del siglo VI, esencialmente
ateniense, se hacía en torno y se cocía en hornos cerámicos, aunque se conservó
la técnica de la cerámica hecha a mano para las vasijas comunes de uso casero,
sobre todo, jarras para el almacenamiento en las cocinas.
Entre
los ejemplos que sobresalen se van a escoger tres altamente representativos. El
primero de ellos es un ánfora de figuras negras que fue moldeada y pintada por
Exekias, que procede de Vulci, en la Etruria, datada entre 540-530 a.C., y que
hoy se encuentra ubicada en los Museos Vaticanos. En esta vasija se observa a
Aquiles y Áyax, sentados uno enfrente del otro en dos taburetes. Entre ambos se
ve una mesa con un tablero: están jugando a los dados. Aquiles, que lleva en su
cabeza un casco dice cuatro y gana, mientras que Áyax, que dice tres, pierde.
La
composición de la escena responde a un principio de simetría, pero ciertas
pequeñas diferencias, como el que uno de los guerreros lleva casco y el otro
no, las lanzas que se cruzan en el centro de la imagen lo hacen en planos
diferentes, o la inclinación de cada jugador es levemente distinta, provocan
que la simetría no sea rígida. Ambos escudos, apoyados en la pared, tienen la
misma forma pero sus motivos son diferentes. Por una parte, la cabeza de un
sileno sobre una pantera, en el de la izquierda, el de Aquiles, mientras que
una Gorgona sobre una sierpe se observa en el de la derecha, el de Áyax. Ambos
héroes portan sobre sus corazas lujosas ropas, adornadas con grecas, espirales,
estrellas y cintas trenzadas. Los rizos y cinta de pelo sobre la cabeza de Áyax
recuerdan los kouroi arcaicos
confeccionados en mármol, que representaban una imagen aristocrática y un ideal
de belleza externa así como de valores guerreros interiores. Tanto Áyax como
Aquiles personifican, precisamente, esos valores.
El
segundo ejemplo es una hidria caeretana (de Caere, actual Cerveteri[6])
de figuras negras, datada entre 520 y 510 a.C., que se halla resguardada en el
Kunsthistorisches Museum de Viena. La leyenda cuenta que Heracles, el héroe
griego por excelencia, fue aprisionado en el transcurso de un viaje a Egipto, e
iba a ser sacrificado por orden del faraón Busiris, quien llevando a cabo este
sacrificio humano, pretendía poner fin a una larga sequía que asolaba la región.
Ya encima del altar de sacrificios, Heracles rompe sus ataduras y mata sin
contemplaciones tanto a Busiris como a su hijo Anfidamas y a todo el séquito
que lo acompañaba. Este es el tema que, de un modo narrativo drástico, se
representa en la hidria.
En
la panza anterior de la hidria se representa el furor del héroe griego sometido
a los egipcios, mientras que en la cinta inferior se aprecia la caza de un
jabalí. El hombro se cubre con una tupida corona de mirto, y el pie, boquilla y
cuello se adornan con grecas y hojas de palma. Heracles, de un tamaño mucho
mayor que el de los demás personajes, aparece desnudo sujetando con sus manos a
dos egipcios, al tiempo que estrangula a otro par con su brazo y aplasta con el
pie a dos egipcios más. Los egipcios se distinguen por el color negro y
amarillo de su piel y por el perfil nada clásico, así como por su kalasiris, una vestidura local
confeccionada en lino. Busiris se identifica por su corona real (con la
serpiente ureus) y por la barba. Se
encuentra ya en el suelo, atado y derrotado a los pies del altar.
Para
los griegos Egipto no era un país desconocido, pues desde el siglo VII a.C.
hubo mercenarios griegos que fundaron el asentamiento comercial de Naucratis en
el delta del Nilo. En este contexto la narración del mito de Busiris adquiere
un sentido nuevo, particular, pues se recurre a un prejuicio realmente
ancestral, la xenofobia, pero ahora sufrida en carne propia por los egipcios.
Así como Heracles aplasta, con toda la intención de hacerlo, a los egipcios, en
muchas representaciones es el faraón el que aniquila, y humilla, a sus
enemigos, pisándolos o agarrándolos por el cabello.
El
tercer, y último ejemplo, corresponde a una crátera de cáliz de figuras rojas,
datada en torno a 510 a.C., cuyo ceramista fue Eusiteo y su pintor Eufronio[7].
Hoy se ubica en las dependencias de The Metropolitan Museum of Art en Nueva
York. Entre bandas ornamentales de hojas de palma en la parte superior y flores
de loto, así como hojas de palma, en la inferior, se encuadra la escena
figurativa del campo de batalla frente a Troya, en la que dos figuras, Hipnos y Thanatos, esto es personificaciones de Sueño y Muerte, hermanos alados,
representados con toda su panoplia militar, trasladan por el aire el cadáver
desnudo de Sarpedón, hijo de Zeus, a quien Patroclo había dado muerte en
combate. Lo trasladan a su patria, Licia, poniéndolo de este modo, a salvo de
la rapiña de buitres y otras alimañas.
En
el centro, el dios Hermes, mensajero de las deidades y guía de las almas de los
muertos, es reconocible por su pétasos
o sombrero de viaje, su keríkeion,
caduceo, y por sus particulares sandalias aladas. A la izquierda y a la derecha
de la escena, dos guerreros troyanos, nombrados Leodamas e Hipólito, observan
pero sin intervenir. El muy voluminoso cuerpo de Sarpedón domina con amplitud
la representación. La sangre mana abundantemente de sus heridas, aunque su
rostro no se ve desfigurado, ni por el combate ni por la muerte recientemente
acaecida. De nuevo, hay una clara similitud con los peinados de los kouroi arcaicos. Finalmente, se podría
decir que el dibujo, el detalle anatómico y las reducciones perspectivistas son
aspectos reveladores de la maestría del pintor Eufronio.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia y Doctorado en Ciencias Sociales, UCV
Escuela de Letras, UCAB
[1] Con estas piezas se
sacaba el vino de las cráteras, que eran de mayor tamaño.
[2] La
crátera tenían cuatro variantes, en función de sus cuerpos y de la forma de las
asas: crátera de columnas, de volutas, acampanada y de cáliz.
[3] El oinocoe de una sola
asa fue, sin lugar a dudas, la jarra de vino por antonomasia.
[4] El
aríbalo y el alabastrón eran, no obstante, los recipientes por excelencia para
ungüentos y aceites que se usaban en la palestra y en el hogar.
[5] Algunas
inscripciones daban el nombre de las figuras representadas, habitualmente en
nominativo o genitivo; otras describen el tema o la acción de una determinada
figura. En algunos casos, señalan lo que una persona dice, o se dirigen frases
a los que contemplan la vasija; en muchas ocasiones aparece también el epíteto
bello o bella para catalogar a un joven o una muchacha. En otros casos, letras
juntas sin significado pudieron usarse como efecto decorativo; en los pies de
las vasijas pueden aparecer letras, señales, números o monogramas, que refieren
notas de transacción entre el comprador y el vendedor. Además de la presencia
de nombres famosos, que fueron execrados a través del ostracismo, como
Temístocles, las inscripciones más relevantes son las referidas a las “firmas”
de los artistas, ceramistas y pintores.
[6] Al frente
de los talleres de esta localidad se encontraban griegos orientales que habían
llegado a la península itálica desde Jonia para fabricar artículos destinados
al consumo local autóctono.
[7] Eufronio,
no obstante, acabó dedicándose, de modo exclusivo, a la alfarería, dejando de
firmar como pintor. No se debe olvidar que el kerameus o alfarero gozó en tiempos arcaicos y clásicos de una
consideración social mayor que la del pintor de vasos.
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