Los grandes poetas de la antigua
Hélade influyeron en la manera en la que los griegos percibieron a sus dioses.
Sus obras se configuraron como los medios que crearon la impresión de una
religión griega homogénea y unificada. Los poemas homéricos sugieren que la
mayoría de los aspectos de la religión griega olímpica se consolidaron en torno
a 700 a.n.E., al menos en Jonia, la región en la que se compusieron los poemas.
No obstante, es muy complicado saber hasta qué punto los poemas, cuando
presentan un panteón aceptado de dioses, representan un conjunto ortodoxo de
creencias y no un elaborado ideal poético Aunque, quizá, se trate
fundamentalmente de una creación poética que oscurece la significativa y amplia
variedad local, es muy probable que también fueran relativamente fieles a la vida real en relación a la
relevancia del sacrificio animal, la quema de ofrendas y la ingestión de la
carne de animales, y que, en consecuencia, todo el ritual que reflejan fuera,
en esencia, el mismo que el de la religión griega posterior.
En la realidad, lo que conocemos
como religión griega no existió como una entidad unificada, sino en forma de
muchas variantes con ciertos elementos comunes pero que, en última instancia,
no dejaban de ser exclusivas de comunidades muy concretas. La religión fundada en
los dioses del Olimpo únicamente empezó a dar sus primeros pasos en el Tercer
Período Palacial.
La vasta presencia de depósitos de
cenizas y huesos animales sugiere que el sacrificio comunal de uno o varios
animales, la quema de ofrendas, así como el banquete ritual, fueron actos
centrales de la actividad religiosa de muchas comunidades del Bronce y la Edad
del Hierro antigua, aunque no podamos decir que constituyeran, para esas
tempranas épocas, una práctica universal, como lo fueron ulteriormente. La riqueza de los ajuares, como un
elemento del proceso funerario, se relacionaba también, al menos en Ática, con
procesiones que acompañaban al difunto hasta el sitio de la tumba, fastuosas ceremonias
en torno a la misma, así como la elaboración de grandes vasos a modo de hitos
funerarios sobre la tumba de los difuntos más destacados. Todo esto sugiere que
la religión pública merecía cada vez una atención mayor. No es de extrañar, en
consecuencia, que en el siglo VIII a.n.E., en varios grandes yacimientos, aparezca
ya evidencia de la construcción de templos[1],
evidentemente destinados a impresionar, tanto por sus dimensiones como por los
materiales empleados y sus elementos constitutivos.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas
[1] El culto a las distintas
divinidades lo supervisaban personas del mismo sexo que el que se atribuía a la
deidad de turno.
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