23 de abril de 2017

La prehistoria europea desde los nuevos estudios genéticos




IMÁGENES, DE ARRIBA HACIA ABAJO: EL CRÁNEO DE VILLABRUNA, ITALIA; EL ESQUELETO DE LA BRAÑA 1 (LEÓN); Y LA MANDÍBULA DE LA DAMA ROJA, CUEVA DEL MIRÓN, CANTABRIA.
Los estudios genéticos llevados a cabo en los últimos tiempos han sido decisivos a la hora de aclarar el panorama de la prehistoria del continente europeo, particularmente la que corresponde al final del Paleolítico Superior, desde hace 45000 años hasta 13000. Los investigadores, específicamente genetistas, señalan la presencia de momentos poblacionales que reemplazan a otras poblaciones previas a través de migraciones que coinciden con cambios climáticos relevantes. Se establece que neandertales y sapiens se cruzaron de modo eficaz, tuvieron una descendencia fértil, si bien el porcentaje de ADN ha ido disminuyendo de forma gradual, revelando una determinada incompatibilidad evolutiva.
Los primeros sapiens llegaron a Europa hace 45 mil años, pero su huella genética no se encuentra ya en las poblaciones actuales. Las primeras poblaciones con las que persiste cierto parentesco son de hace 37000 años, y se identifican con la cultura lítica auriñaciense (que sustituyó a partir de hace unos 38000 años a la cultura Musteriense), cultura a la se asocian los ejemplos más arcaicos de arte (cueva de Chauvet y un instrumental óseo especializado (flautas)[1]. Era una época en la que seguían predominando las glaciaciones, lo cual debió suponer movimientos de población en dirección al sur o su desaparición definitiva.
Hacia 33 mil aparece otro grupo humano que reemplaza prácticamente por completo al anterior. Esta vez es vinculado con la cultura gravetiense, relacionada con las Venus paleolíticas realizadas en hueso y con los restos de pinturas de manos en negativo. Sin embargo, hace 20 mil o 19000 años reaparecen en el contexto continental algunos descendientes pertenecientes a la cultura auriñaciense. Es posible que sus antepasados hubiese migrado hacia refugios más cálidos en el sur de Europa, entre ellos la Península Ibérica, y que una vez pasados los rigores del frío de la última glaciación, sus descendientes se hubiesen expandido, de nuevo, hacia el norte del continente, recuperando algunos territorios y reemplazando a la población existente. Algunos restos humanos hallados en Cantabria parecen demostrar que los habitantes de esta región estaban emparentados con ellos.
Pero todavía habría habido otra oleada poblacional. Hace 14000 años, una población humana llegada desde el Próximo Oriente se despliega por el continente y se hace dominante, sustituyendo a buena parte (aunque probablemente no a toda) de las poblaciones anteriores. La identificación de esta nueva población se verificó a partir de los restos de un cazador-recolector hallado en Villabruna (Italia). Las marcas genéticas de esta última población se perpetuaron durante varios milenios, como parece demostrar el hallazgo de un cazador-recolector aparecido en el yacimiento de La Braña, en León, datado en 7000 a.e.c., que estaba emparentado con este grupo.
Un aspecto que ha resultado descollante para los investigadores es que los genes del individuo de La Braña muestran que su tez era oscura y, muy probablemente, sus ojos claros. Hasta la aparición de sus ancestros en Europa (14000 a.e.c.), se estima que todos los europeos tenían la piel oscura pero los ojos marrones. Los primeros individuos con genes de pieles más claras vivieron hace unos 13 mil años. Solamente con  la llegada de los primeros agricultores desde Oriente Medio, ya en el Neolítico, la tez blanca se hace más generalizada.


Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-Ugr. Abril, 2017


[1] El fósil humano de la cueva del Mirón, en Cantabria que ha sido nominado como la “Dama Roja”, pertenece al linaje de los primeros pobladores auriñacienses. Está emparentada con un individuo de la Cueva de Goyet, en Bélgica, fechado hace unos 35000 años.

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