Cuentos
y mitos pertenecen a un mismo ámbito de hechos, de manera que las distinciones
entre ambos no son mucho más que accesorias. Los mismos temas de ambos pueden
saltar de un uno al otro. Aunque se trate de realidades diferentes admiten
trasvases temáticos y mantienen una cercana y estrecha relación. Dicho de otra
forma: el mito y los cuentos populares o folclóricos no son lo mismo, pero
tienen puntos de contacto, entre ellos una comunidad temática y gran número de
afinidades en las cosmovisiones que cada tipo de relato contempla.
Desde
una perspectiva temática, el mito acostumbra a referirse a cuestionamientos de
un interés genérico, universal, que atañe a toda una comunidad o, incluso, a la
humanidad por completo (mitos de orígenes del mundo, por ejemplo), en tanto que
el cuento suele desplazarse por asuntos más privados y mayormente concretos.
Sin embargo, esta diferencia no es, en modo alguno, taxativa, pues si un tema
que interesa de modo global se trivializa, o se hace ejemplar, paradigmática,
una cuestión privada, el mito podría aparecer, y funcionar como un cuento
folclórico, y un cuento hacer las veces de un mito, adquiriendo tal categoría.
Por
su lado, los personajes del cuento suelen carecer de nombres, poseer algunos
muy comunes, o singularizarse con nombres parlantes alusivos a su vestimenta,
el carácter y temperamento o a su propio físico, mientras que en el mito es
relevante el nombre de los personajes o protagonistas, que personifican
elementos naturales o son héroes, seres humanos o dioses. La mayoría son
agentes protagonistas principales, a su vez, de otros mitos, configurando así
una suerte de constelación de mitos. Con ello, cada mito se integraría
armónicamente en una estructura narrativa mayor. En el cuento existen, además,
personajes arquetípicos centrales (la bruja, el hermano menor o la madrastra).
Uno y otro, en consecuencia, se desarrollan en un trasfondo referencial
conocido y reconocible por los que los escuchan o leen, si bien la categoría de
esas referencias es distinta.
Funcionalmente,
el cuento tiene una clara tendencia de entretenimiento, de distracción, en
tanto que, se supone, los mitos tienen unas funciones mucho más específicas,
entre las cuales se encuentran plasmados los principios básicos de los seres
humanos; es decir, plasman la concepción del mundo de la comunidad así como los
principios medulares que rigen el conjunto de la vida de cada miembro del
grupo. No obstante, los mitos también pueden tener una función de distracción,
mientras que el cuento, eventualmente, pudiera referir comportamientos y
conductas genéricas. Tal es así que los cuentos folclóricos pueden funcionar
como mecanismos de cohesión del grupo social. Es el caso del conjunto de
cuentos que suelen configurar el acervo cultural de la memoria colectiva tradicional.
Incluso algunas de esas funciones serían de extrema importancia: los cuentos
son esenciales en la formación psicológica de los niños y, además, encubren
solapadamente mensajes cuya latencia sobre la libertad o acerca de la sociedad
de clases, son reconocibles transversalmente.
No
siempre resulta sencillo saber cuál es la consideración que una comunidad o
grupo social le confiere a una historia. Se puede considerar un cuento aquella
historia que antaño en otra comunidad tenía otras consideraciones. La sociedad
contemporánea, al menos occidental, no ha tenido reparos en encadenar los
cuentos en un exclusivo ámbito infantil, mientras que los mitos de la
antigüedad se han establecido como específica materia de instrucción cultural o
erudición. En este sentido, mientras el cuento acostumbra a redactarse en una
prosa poco formalizada, con frases breves, una narrativa reiterativa y una
estructura abierta, priorizando la anécdota, el engaño o las estratagemas, el
mito puede también escribirse en verso, presentando una formalización más
literaria. Tal estructura, no obstante, se puede observar en ciertos contextos.
No es descabellado pensar que un mismo tema puede soportar una versión de
cuento popular y otra mítica y, por ende, el mito puede presentarse con una
estructura tan abierta como la del cuento.
Los
cuentos han sufrido una minusvaloración impropia, aunque su presencia ha
permanecido al paso del tiempo y han sido recreados continuamente. Sin duda, el
cuento no es un producto exclusivamente infantil ni propio de las clases bajas
y humildes, del mismo modo que el mito no siempre tiene que ser un producto
culto, refinado, sacro y específico de clases letradas y socialmente elevadas.
La conservación de la vehiculación oral y de las mejores simplicidades en los
cuentos no deja de ser un contrapunto adecuado a una sociedad mayormente
letrada y profundamente tecnificada.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, septiembre, 2019
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