La
Biblia se puede interpretar como una inmensa y complicada metáfora, siendo en
tal sentido, un soberbio paradigma de pensamiento mítico-poético. La metáfora principal,
con mucha diferencia, es la constante imagen de descenso y ascenso. Se percibe distinta
de aquella de renovación cíclica, si bien en el fondo la misma imagen mítica
conforma ambos tipos de relato.
El
pueblo de Israel está esclavizado en un inframundo (Egipto) y, en consecuencia,
pide auxilio a Yahvé para que le
socorra. Son liberados por un emisario que el dios envía, pero vuelven a ser esclavizados,
ahora en Babilonia. Otra vez son liberados. El tema se repite en el Nuevo
Testamento, ya que el mito de la caída y el descenso del Génesis se completa
con aquel del ascenso y la resurrección. Si bien la sociedad israelí es el “centro”
del mito, en el Nuevo Testamento es un individuo quien experimenta ese mito en
su propia vida. Ahora el ciclo de anteriores mitologías se transforma en un
gran ciclo y, lo más relevante es que esta experiencia hebrea se escenifica
como prototipo aplicable a la humanidad entera, como si la historia se iniciara
con Adán.
El
Génesis introduce el Pentateuco y el libro de Josué, que narran a su manera la
historia de la liberación del pueblo de Israel de manos egipcias además del asentamiento
(agresivo) hebreo en Canaán, que acabaría transformando un grupo disparejo de nómadas
clanes semíticos en una “nación”. El Génesis es fundamental porque proporciona
el trasfondo mitológico al tema heroico de la conquista que luego se detalla.
Dota al pueblo de unos ancestros que le otorgan un rol histórico además de una
identidad como tribu. La conquista de Canaán se asume como una necesaria destrucción
de la cultura cananea, entendida como una obra de divina purificación (una
suerte de arcaica guerra santa).
En
el trasfondo de los dos hermanos enfrentados del Génesis se puede vislumbrar esta
conquista hebrea de Canaán, que supondría la dominación del agricultor por el
pastor de ganados (Yahvé acepta la ofrenda de un cordero por Abel, no el ofrecido
por Caín). Ambos, agricultores cananeos y hebreos nómadas pastores, eran
semitas; una “hermandad” considerada en términos de uno mayor y otro menor. Una
de las formas en la que se plantea el relato de la conquista es a través de una
encarnizada lucha, la que enfrenta al dios hebreo y a la diosa cananea,
nombrada Anat, Astoret, Aserá; en definitiva, Astarté.
Y
no es para menos. La iconografía de buena parte de los relatos de Génesis es sumeria
y babilónica. En Sumer tenemos además el relato del mítico lugar en donde los
animales salvajes no mataban, no destruían, eran pacíficos; donde no se
concebía ni enfermedad, ni vejez, ni mucho menos la muerte. Tal paraíso sumerio
es Dilmun. Por otra parte, Yahvé asume la iconografía de Ptah, y de Ninhursag y
Enki sumerios; funciones como la de la diosa Aruru, que insufla vida en la
creación; y hasta su carácter a partir de la imagen de Enlil. En la mitología
hebrea todas las divinidades masculinas de las culturas anteriores, además de
los citados, también Marduk y El (Elohim es el plural de El, dios cananeo), se
funden acrisoladamente en una única imagen, un deus pater, que en el escenario bíblico se hace ver como
primera y única deidad.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2020
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