Imagen: retrato
de Licurgo, legislador de Esparta. Pintura de Merry Joseph Blondel. Datado en
1828.
Muy
poco se puede decir a ciencia cierta al respecto de un legislador espartano de
nombre Licurgo. Ya en algunos autores antiguos, como es el caso de Plutarco, en
su Vida de Licurgo, se puede observar cómo un halo de leyenda y fantasía parece
rodear la vida y la obra del reconocido
como fundador del ordenamiento político del estado espartano.
Siguiendo
los derroteros de una especie de demiurgo creador, este Licurgo, según relata
Heródoto, fue el encargado de llevar a Esparta desde Delfos la eunomía,
requisito necesario para ordenar el caos que, hasta ese momento, imperaba en la
región. El mismo historiador de Halicarnaso dice (I, 65, 3-4) que la propia
Pitia, dueña y señora del lugar previo asalto del usurpador Apolo, le saluda
como a un dios. En otro autor, en específico en Paudanias, refrendado por
Plutarco, se lee que su nombre acompañaba al del rey eleo Ífito grabado en un
disco de bronce que se conservaba en Olimpia, como supervisores de la paz
olímpica y restauradores de los antiguos juegos.
Licurgo
habría viajado por numerosos lugares, como ciertos sitios de Asia, Creta,
Egipto y, según Aristócrates, el político y militar ateniense del siglo V
a.e.c., también por India, Libia y hasta Iberia, lugares en los que se habría
nutrido de sus formas de vida y leyes específicas, a partir de las cuales
elaboraría las medidas espartanas.
A
Licurgo le fueron atribuidas (salvo Helánico de Lesbos) las medidas
legislativas que fueron paulatinamente configurando la realidad socio-política
y jurídica del Estado espartano. La tradición señala que fue el encargado de
crear las unidades tácticas del ejército espartano, de llevar a cabo el reparto
de tierras, de configurar la Gerousía o Consejo de ancianos y hasta el
responsable de la institucionalización de la agogé; esto es, el sistema educativo
espartano.
El
evidente ropaje mítico del personaje ha propiciado que la historiografía
moderna cuestione su historicidad. Prácticamente no se poseen noticias suyas
anteriores al siglo V a.e.c. La primera
referencia se puede hallar en un poema de Simónides. Nos encontramos ante un silencio que ni Tirteo ni, sobre todo, Tucídides,
desmienten. Este último no le menciona al referirse a la Constitución espartana,
el fundamento esencial del Estado de Esparta.
No
es, entonces, extraño, que hoy en día impere la idea de que Licurgo no fue más
que una invención de la Esparta clásica y helenística con el objeto de
legitimar y ennoblecer la imagen propia de un arcaico ordenamiento
constitucional capaz de aguantar el desgaste propio fruto del paso del tiempo.
Semejante operación mítico-ideológica va en contra de la plausible realidad
histórica: el necesario dilatado proceso de evolución interna requerido en la
instalación y consolidación de la institucionalidad constitucional de Esparta. Esta
nebulosidad sobre el personaje ha propiciado disonancias cronológicas, ya desde
la antigüedad, al respecto del momento de señalar el período estelar de
Licurgo. En tal sentido, las disparidades dado resultado dataciones que oscilan
nada menos que en cuatro siglos de distancia, desde el XII al VIII a.e.c. Así,
para Aristóteles, en Política, Licurgo era contemporáneo de la primera
olimpíada, por tanto 776 a.e.c., mientras que para Jenofonte era contemporáneo
de los Heraclidas, mito referido a épocas muy anteriores. A su vez, un autor
como Timeo quiso resolver el dilema de modo salomónico, postulando la existencia de dos Licurgos
distintos en dos épocas diferentes.
Un
factor relevante digno de ser comentado es que las leyes de Licurgo carecían de
una consignación escrita, un factor que contribuido de manera decisiva a
favorecer la atribución de todo el material legislativo a un mítico personaje
que lleva el nombre de Licurgo. Es bien cierto, en cualquier caso que en la
antigua Grecia las diversas manifestaciones culturales descansaron numerosas
veces sobre la base de la oralidad, que nunca fue desplazada por la difusión y
consolidación de la escritura. En tal sentido, Esparta será el estandarte de la
pervivencia de la tradición oral, teñida, naturalmente, de mito.
Al
igual que Licurgo aparece investido de poder divino, otorgado por Apolo a
través de la Pitia en Delfos, también la Gran Retra está investida del mismo
poder. La consagración de un santuario a Zeus y Atenea, pareja que acostumbraba
a ser asociada al ámbito normativo judicial de la comunidad espartana, se
encuentra encabezando el ordenamiento constitucional de la polis. Otra mítica
tradición advierte, no obstante, que Licurgo traería la Gran Retra desde la isla
de Creta, tal y como reseñan Aristóteles, Plutarco, Heródoto o Pausanias. El
favor divino es palpable en su funcionalidad con la instalación de un culto que
se le tributó a Licurgo en su templo de Esparta, particularmente cuando le fue
otorgada la categoría de oikistés, de héroe fundador.
Todavía
otro rasgo que testimonia el ámbito heroico y legendario del legislador
espartano es su monoftalmia, un aspecto
específico que es compartido con otros legisladores, caso de Oxilo o Zaleuco y
Oxilo. En el ejemplo de Licurgo se debió al iracundo ímpetu mostrado por un joven de nombre Alcandro, quien con
posterioridad sería educado por el propio legislador. La idea que se quería
inculcar con esta mitologización era garantizar la permanencia, inmutabilidad y
el concepto de obediencia que impregnaban la legislación instituida por
Licurgo, una legislación que se consideraba, en palabras del rey Demarato, como
una suerte de gobernante absoluto.
No
es descartable, aunque muy poco probable, que en función de su recibimiento en
el oráculo délfico y en virtud de que en Esparta hubiese un santuario en su
honor, Licurgo haya sido una deidad relacionada con la luz, una cierta
advocación de Apolo o hasta de Zeus, o bien la denominación de una titulatura
sacerdotal. Se ha sugerido, asimismo que un éforo, de nombre Quilón, haya sido
su “inventor”, estableciendo a Licurgo en el siglo VI a.e.c. En cualquier
circunstancia, la figura que representa Licurgo ha sido comparada con
legisladores semi míticos, como el bíblico Moisés o el legislador ateniense
Dracón, autor también de una primera codificación de leyes, en esta ocasión,
para Atenas.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, noviembre, 2022.
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