Imágenes, de arriba hacia abajo: esqueletos de la tumba 1001 de Houjiazhuang, época Shang; hacha ceremonial yue, de Anyang, con motivo de sierpe o dragón, época Shang; y vaso ritual (kuei) para alimentos, con máscara taotie. Época Shang, siglo XII a.e.c.
La religión china ha
funcionado esencialmente como un medio de invocar poderes y fuerzas
sobrenaturales para alcanzar un cierto control sobre la existencia mortal. Pero
a la par, ha provisto también premisas morales, explicaciones para las faltas
cometidas, el sufrimiento y la disposición de los muertos, además de establecer
metáforas y símbolos referentes a la estructuración del orden social y la
autoridad temporal y planteamientos en torno a las disciplinas físicas,
espirituales y rituales destinadas a alcanzar la inmortalidad.
Sin embargo, la
religión china nunca produjo una concepción de lo divino como algo aparte del
cosmos. El mundo de los seres humanos no aparece gobernado por leyes
establecidas por una deidad creadora trascendente. Lo divino y lo mundano han
permanecido orgánicamente conectados; cada uno de ellos sujeto a los poderes
del cambio y las transformaciones inherentes al mundo físico. Si bien tales
poderes han sido a menudo representados como divinidades, la civilización china
ha producido también tradiciones filosóficas que concibieron al cosmos como
auto generado espontáneamente, un producto místico no debido moralmente a algún
dios o a una voluntad externa del mismo. Lo sagrado ha sido unido a la
habilidad para manipular el poder divino en persecución de alguna aspiración
humana.
La religión china
también ha reconocido la inclusión de espíritus menores, especialmente los
fantasmas de los fallecidos, en los asuntos humanos. Mientras las deidades exaltadas permanecían
distantes del reino de los mortales, los espíritus de los muertos, tanto los
ancestros como las legiones anónimas de fantasmas errantes, han sido siempre
presencias vívidas en la vida cotidiana.
Han existido
correspondencias entre las imágenes populares de los seres sobrenaturales y las
categorías de identidad e interacción sociales. Una división de lo espiritual
en tres grupos, dioses, ancestros y fantasmas, ha tenido su reflejo en las percepciones
populares acerca de las principales divisiones de la vida social (oficialidad,
familia y la amorfa masa de foráneos o extraños, con los que uno no tiene
parentesco). No obstante, algunas categorías de seres divinos, particularmente
las del panteón budista y las deidades femeninas, no encajan con facilidad en
esta suerte de modelo tripartito de mundo sobrenatural. No se puede olvidar que
las categorías de este modelo tripartito, ancestros, deidades y fantasmas, fue
bastante inestable a lo largo del tiempo. Muchas divinidades, especialmente
deidades tutelares locales, se originaron como fantasmas, en tanto que los
ancestros eventualmente pueden transformase en dioses, y en ciertos casos, las
imágenes de los antepasados difícilmente difieren de otros fantasmas.
La congruencia entre el
mundo sobrenatural y la experiencia social vital se extendería a las relaciones
de poder y a las obligaciones recíprocas que incumben a mortales y
espíritus. Aunque los remotos dioses
poseían un gran poder, apenas influían en la existencia social cotidiana. En
contraste, los ancestros demandaban una constante atención en la forma de su
adoración y el sacrificio a ellos debido, de modo que supervisaban cercanamente
la conducta moral de sus descendientes. Los fantasmas, espíritus de muertos sin
relación de parentesco, permanecían al margen. Las almas de vagabundos o de
bandidos eran fantasmas con un aura de malignidad que evocaban temor y
aversión.
Es relevante señalar
que la concepción de lo divino se fundó sobre los principios de la autoridad
burocrática y la jerarquía derivada del modelo de gobierno imperial que prevaleció
en China durante dos milenios. La religión china es, en consecuencia, un
producto de experiencia histórica y social.
Los antropólogos han
establecido modelos de la religión china fundamentados en el comportamiento
contemporáneo y en todas las prácticas rituales. Los historiadores, sin
embargo, han tendido a categorizar la religiosidad en términos de las
tradiciones hieráticas dominantes, las llamadas Tres Enseñanzas o Sanjiao (daoísmo, confucianismo,
“religión de estado” y budismo). Es decir, la religión
institucional[1].
Cada una de tales tradiciones puede ser identificada en términos de una
diferente teología, un cuerpo de escritos sacros, prácticas rituales y preceptos
concretos relativos a la conducta en la vida diaria, además de un cuadro de
hombres letrados que autorizan las prácticas y las enseñanzas de la tradición. Desde no hace mucho tiempo
los historiadores han empezado a incluir la religión popular como una tradición
religiosa distinta. Se trata de lo que ha sido catalogado como religión difusa,
en la que las prácticas, creencias y organización son inseparables de la vida
secular.
La religión difusa fue crucial en el refuerzo de la cohesión social y económica
de las instituciones seculares, como los linajes, las familias, los gremios,
las villas, fraternidades y demás asociaciones, así como en la justificación
del orden político normativo del estado imperial.
Los historiadores han definido el concepto de religión popular como un
cuerpo de creencias y prácticas comunes a las personas laicas de todas las
clases sociales, en contradicción al mundo religioso de las tradiciones
escritas y las autoridades eclesiásticas. Esta es atractiva a sus practicantes porque
no ha sido encumbrada por las rigideces teológicas y doctrinales de la religión
organizada. Como la religión popular no posee escrituras canónicas ni un
sacerdocio establecido, sus heterogéneas creencias y valores han sido
reproducidos y transmitidos, en forma de símbolos, mitos y rituales, en el
folclore, el arte y la cultura familiar.
La religión en China puede crear, simultáneamente, tanto una coherencia
ideológica como una diferenciación social. Las particulares tendencias de las
comunidades locales llegaron a ser sublimadas dentro de un orden universal
cosmo-político.
La primacía de la acción ritual sobre la creencia en la religión implica
que la estandarización del ritual
sustancia y mantiene una cultura unificada en la sociedad china.
La religión china no
es, sin embargo, para algunos autores, un sistema de creencias sino un conjunto
de acciones con propósito (rituales en su sentido más amplio[2]),
efectuados para llevar a cabo alguna transformación sobre el mundo y el lugar
que el individuo ocupa en él. En tal sentido, la ortopraxis ritual actuaría
como una poderosa fuerza para la homogenización cultural.
En un determinado y
relevante sentido, la religión en China es local. Únicamente examinando las
historias de las comunidades locales podemos apreciar verdaderamente las
relaciones dialécticas existentes entre la religión y la sociedad. La cultura
religiosa se concentra en ciertas orientaciones básicas relativas al rol del
poder divino y la acción humana en la formación del curso de la vida humana.
La cultura religiosa
china ha tenido dos orientaciones a lo largo de la historia. Una de ellas
eudaimonística, de propiciación y exorcismos, que regulaban las relaciones
entre los mundos espiritual y humano, y otra una creencia en un equilibrio
moral inherente en el cosmos, aunque muy frecuentemente mediado por el accionar
de poderes divinos. Una y otra tendrían sus orígenes en las civilizaciones de
la Edad del Bronce; la primera se atestigua en la religión cortesana de la
dinastía Shang, mientras que la segunda fue nuclear en el culto al Cielo
desarrollado desde los inicios de la dinastía Zhou. Ambas orientaciones serían
incorporadas, con posterioridad, a las tradiciones hieráticas de las Tres
Enseñanzas, aunque siempre hubo entre ambas una tensión difícil de reducir.
El sustrato de la
mentalidad religiosa en la antigüedad se orientó a garantizar el beneficio
personal a través de la adquisición de conocimientos y poderes mánticos. La
religión del pueblo común consistió, primariamente, de transacciones con lo
divino a través de la adivinación y el sacrificio, sin presencia de componente
moral alguno. Las aflicciones y miserias de la existencia se atribuían a las
acciones de seres sobrenaturales. El sufrimiento era causado por espíritus
malévolos y también por ancestros intemperados, fantasmas desafortunados o
dioses vengativos. En las actitudes religiosas cotidianas no había diferencias
reales entre fantasmas, deidades y espíritus. Los regímenes mánticos y las
terapias de los exorcismos, que ayudaban a ahuyentar las aflicciones, no
alcanzaban a poseer una dimensión moral. Desde el inicio de la época imperial
el calendario de festividades y rituales se estructuró, en intervalos
regulares, alrededor, sobre todo, de la imperiosa necesidad de purgar los
espíritus maléficos y apaciguar a los antepasados caprichosos.
La introducción de un ethos moral en la cultura religiosa
vernácula fue acompañada de la expansión de la cosmología correlativa o
asociativa, una visión del mundo asentada en la creencia en una naturaleza
orgánica del cosmos, según la cual el individuo y la sociedad en general,
además del mundo natural, estaban sujetos a ciclos homólogos de cambios y
mutaciones[3]. Tal
cosmovisión enfatizaba el armonioso equilibrio y la coherencia que animaba
todos los fenómenos y fuerzas que actuaban en el mundo. Desde el siglo IV a.e.c.
cada faceta de conocimiento, gobierno, filosofía, medicina, religiosidad,
ciencias y estrategia militar, así como su aplicación a cada vida humana,
estuvo profundamente coloreada por los preceptos de la cosmología correlativa.
Las manifestaciones del poder divino, como en los milagros y acciones
sobrenaturales, testifican la habilidad de las deidades para afectar los
destinos humanos, pero también define y autentifica las relaciones sociales
entre sus adoradores. La relación entre un dios y sus adoradores se verifica en
un circular intercambio de sacrificio y devoción, por un lado, y protección y
ayuda, por el otro. Muchas divinidades parecen ser, en consecuencia, moralmente
ambivalentes o incluso demónicos en su naturaleza[4].
Podría decirse que hubo dos momentos cruciales en la transformación de la
religión china durante la dilatada etapa imperial, uno durante la dinastía Han
y el otro en época Song. Durante la etapa Han emergieron nuevas ideas acerca de
la muerte y la vida del Más Allá que dieron lugar a un cambiante culto de los
muertos que sería la piedra de toque en la formación de las religiones
salvíficas, tanto las de tradición indígena (daoísmo), como las importadas
(budismo). En época dinástica Song la cultura religiosa fue transformada por un
proceso de vernacularización de la práctica ritual y de las artes mágicas,
factor que se tradujo en que lo divino fuese más asequible a los seres humanos
ordinarios.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas / FEIAP-UGR
[1] El
budismo, el daoísmo y la religión de estado pueden ser integrados en una
religión vernácula, que denota un discurso local y común, expresado en el
ritual pero también en la creencia, con la finalidad de expresar e interpretar
ideas que derivan de un complejo y cambiante conjunto de ideologías y prácticas
religiosas.
[2] El
núcleo básico de la acción ritual pudo haber sido la comida en común con los
espíritus ancestrales. En tal sentido, el ritual comunal constituiría un culto
en la religión china. Esta visión antropológica es un tanto diferente a la de
los historiadores, que se han focalizado en la creencia y, en especial, en los
cultos de las deidades prominentes.
[3] El equilibrio moral que gobernaba las relaciones entre
los mundos cósmico-divino y humano recibe el nombre de Doctrina del Cielo y la
Humanidad (tianren shuo).
Se basaba en la creencia de una (ganying) que mediaba entre los
diferentes órdenes de la realidad. Los acontecimientos en el mundo humano
estimulan (gan) respuestas (ying) en el cosmos. De modo análogo,
las acciones humanas, morales y rituales, evocan respuestas del mundo de lo
divino y de los espíritus y deidades que en él habitan. Los errores y faltas
humanos provocan signos de oprobio divino, en forma de portentos y presagios, e
invitan al castigo, tanto personal como en forma de calamidad conjunta. La
resonancia entre ambos órdenes (humano y divino) conlleva el concepto de
retribución (baoying),
análogo al de karman,
[4] El dios Wutong simboliza la interpenetración de lo
divino y lo demónico en la cultura religiosa china. Al igual que en la Grecia
arcaica es apropiado pensar lo “demónico” (los demonios de las plagas o los
duendes de las montañas, por ejemplo), como una propensión de los espíritus,
dioses y humanos hacia la hostilidad y la malevolencia, más que como una
específica categoría de seres divinos. Wutong podía ser bueno o malo; bien
hacer las veces de un curador de enfermedades o bien, en otras ocasiones,
actuar como un demonio repelente.
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