Imágenes: arriba, Jóvenes Salvajes y Luces Itinerantes llevando un carro de fuego. Manuscrito en Dunhuang del Álbum de los Espectros y Apariciones de la Ciénaga Blanca, siglos IX-X. Bibliothèque Nationale de France; abajo, amuletos Gangmao inscritos. Museo Municipal de Arte de Tianjin.
Los chinos de la
antigüedad atribuían la enfermedad, así como la mala fortuna en general, a las
aflicciones provocadas por alguna entidad maléfica, en particular como castigo
infligido sobre la víctima debido a sus
transgresiones morales. En los huesos oraculares de adivinación Shang, los
Shang atribuían gran cantidad de enfermedades físicas a una etiología común, la
maldición efectuada por un antepasado. La enfermedad, como también la guerra o
las malas cosechas era un síntoma de la ruptura del intercambio entre ancestros
deificados y sus descendientes mortales.
El tratamiento, en
consecuencia, se centraba en aplacar al espíritu ofendido con ofrendas y
restablecer así, la armonía ritual entre el muerto y el vivo. Algunas
enfermedades resultaban ser producidas por una aflicción en forma de mal
viento. La creencia en las causas demoníacas de la enfermedad permanecieron
prominentes durante los Zhou y en la etapa Han. Los Zhou tendieron a enfatizar
la malevolencia del fallecido, en concreto, de los fantasmas de muertos que
buscan venganza.
Los orígenes demónicos
de la enfermedad estuvo muy enraizada en los niveles altos de la sociedad Han.
El antiguo tratado médico titulado Recetas
para Cincuenta y Dos Dolencias, encontrado en las tumbas Han en Mawangdui
(fechadas en 168 a.e.c.), prescribía un amplio rango de terapias por aliviar las
enfermedades comunes, tanto internas como externas. Lo sorprendente acerca de tales remedios es el
frecuente recurso a encantamientos y otras técnicas de exorcismos, como danzas
rituales, armas mágicas y drogas purgantes.
Con la cosmología correlativa,
la anatomía humana, así como las funciones corporales, se consideró análoga al
proceso orgánico de los cambios cíclicos y las renovaciones incluidas en las
cosmologías de las Cinco Fases y el yin yang. Tales ideas cristalizaron en un
corpus de medicina homeopática que vinculaba las funciones microcósmicas del
cuerpo humano con los fenómenos macrocósmicos del mundo natural. La fisiología
humana estaba gobernada no sólo por las propias acciones individuales, sino
también por los movimientos de los cuerpos celestiales, la alteración
estacional y los constantes y continuos cambios del medio natural. La nueva
tradición médica representaba las correlaciones asociativas entre las funciones
corporales y sus gobernantes fuerzas macrocósmicas en términos del qi, que en este contexto puede ser
traducido como humores vitales. La enfermedad resultaba de la perturbación de
los ritmos normales del cuerpo, un factor atribuido no a los malvados demonios
sino a humores patógenos (xieqi).
Las terapias generadas por este discurso médico priorizaba también
prácticas exorcistas en favor de la regulación del cuerpo y del comportamiento humano
en armonía con el medio ambiente macrocósmico.
Si bien existieron antecedentes de esta nueva concepción del cuerpo en
los textos médicos de Mawangdui,
ahora emerge una antología de escritos médicos conocida como El Canon Interno de Huangdi (Huangdi
neijing), compilado en el
siglo I a.e.c. El cuerpo era concebido en términos de doce recipientes
funcionales y los conductos que los conectan entre sí, y por los que circulaban
los humores vitales. La fisiología de la circulación de los humores vitales a través
de esos receptáculos y conductos se fundamentaba en una analogía con los
órganos internos del cuerpo humano más
que en una evidencia anatómica del modo de funcionar que tienen órganos
específicos, los vasos sanguíneos, los nervios o los músculos. La terapia
médica ayudaba a garantizar que los humores vitales circulasen sin obstrucción.
Este naciente canon de conocimiento médico admitía, no obstante, la importancia
de las influencias externas sobre las funciones corporales.
Esencial a esta nueva
consideración del cuerpo humano era la idea de que el individuo asumía
primariamente la responsabilidad por su propia salud y bienestar. La salud y la enfermedad fueron comúnmente
expresadas por medio de metáforas políticas. Así, el cuerpo vino a ser entendido
como un país dirigido por un gobernante (la mente), en concierto con sus
oficiales subordinados (procesos orgánicos identificados con las cinco
vísceras), y poblado por un conjunto de espíritus que animaban el cuerpo y
regulaban sus funciones. Como el mandatario del cuerpo de uno mismo, cada
persona debía conducir su vida de tal modo que armonizase los humores vitales
en el interior de su cuerpo con el siempre cambiante qi macrocósmico.
Las personas que
lograsen evitar la disipación y preservasen la vitalidad de su cuerpo
prolongarían su vida de la misma manera que un gobernante austero nutre el
bienestar de sus súbditos y así perpetúa su mandato.
En el siglo II la
medicina homeopática basada en la cosmología correlativa llegó a sintetizarse y
codificarse en un canon clásico de ortodoxia médica, descrito como “medicina qi”. Mientras esta medicina triunfaba
como la ortodoxia médica dominante, las viejas creencias en causas demónicas de
las enfermedades no se erradicaron. Los demonios malignos, en forma de influencias
numinosas como deidades y espíritus, emanaban de los cuerpos celestiales y de
otros fenómenos del mundo natural. En tal sentido, se hizo frecuente el recurso
a los talismanes y a los exorcismos para proteger a los mortales de la
influencia de los espíritus de la pestilencia. Los movimientos de espíritus
celestiales, como Taiyi, se asociaron también a la enfermedad y la muerte. La
conjunción de la localización de Taiyi y la dirección del ciento se pensaba que
determinaba si el viento podría conllevar efectos maléficos o auspiciosos. La
concepción demoníaca de la enfermedad también sobrevivió en la creencia de que
la muerte violenta de alguien dejaba un residuo de morbidez que podría infectar
al vivo, un temor vívidamente expresado en la idea de que las víctimas de
muerte violenta o prematura vagaban sin remisión en el mundo de los mortales
como fantasmas.
Un mito muy popular en
época Han trazaba los orígenes de la enfermedad a una parte de la malhadada progenie
del arcaico rey-sabio Zhuanxu. Si bien Zhuanxu fue celebrado en las leyendas de
la dinastía Zhou por ser el progenitor de ocho talentosos hijos que confirieron
bienes a la humanidad, también se decía que había procreado tres vástagos que
murieron en su niñez y se convirtieron en demonios de las plagas. Por una
parte, el demonio de la fiebre (nuegui),
quien habitaba en el Gran Río (seguramente el Yangzi); por otra el wangliang
morador del río Ruo, y descrito como un duende la montaña; y finalmente, un
tercero, quien se ocultaba y acechaba en la oscuridad, en las esquinas húmedas de
las viviendas de las personas, y raptaba niños.
El Gran Exorcismo (Nuo), fue uno de los más importantes
ritos del calendario ceremonial cortesano Han (un ritual espectacular que se
celebraba en el tiempo del festival La,
en el medio del invierno). Se hizo necesario para repeler a los demonios de las
plagas. Se producía la expulsión de los espíritus de la pestilencia fuera de
los límites del individuo y de la comunidad entera. Los solsticios de invierno
y verano se estimaban como las más peligrosas épocas del año porque los
mortales eran especialmente susceptibles a las invasiones demoníacas en tales
tiempos de desbalance extremos de yin-invierno y yang-verano. La enfermedad se
asociaba con el clima cálido y húmedo del sur, dirección del fiero yang. La
incesante actividad de los insectos, así como de gusanos durante el verano,
reforzó, muy probablemente, la noción de que el quinto mes lunar era un tiempo
de gran vulnerabilidad a la enfermedad.
En las representaciones
murales Han existen ejemplos en los que se pintan las enfermedades y su curación
como combates mortales entre violentos demonios y los espíritus de guerreros
guardianes. Tal circunstancia recuerda las metáforas marciales usadas en los
textos médicos Han. Los chinos de la etapa Han emplearon, en consecuencia, un
extensa variedad de encantos y talismanes para repeler la enfermedad. Su empleo
fue, al menos, tan común como el uso de sustancias medicinales para curar las
enfermedades. Entre la fauna y la flora mencionada en las secciones más
antiguas del Clásico de los Montes y los Mares, treinta y nueve especies se
identifican por sus propiedades medicinales (y por su valor para hacer huir a
los demonios), en tanto que veintinueve se podían llevar sobre el cuerpo como
protección contra los demonios.
Los talismanes y
amuletos preparados por los hechiceros y sacerdotes fueron de habitual empleo
entre todos los rangos sociales Han. El ornamento conocido como gangmao, hecho de jade, metal, marfil o
madera de melocotonero[1], era
grabado con encantamientos apotropaicos y se llevaba sobre el cuerpo como
protector contra diversas enfermedades.
Desde la ortodoxia médica, basada en los humores qi, la enfermedad era atribuida a causas somáticas, en especial una
inadecuada nutrición e higiene, que provocaban desbalances en los humores
vitales del cuerpo. Wang Chong delineó una etiología moral de la plaga, que
reafirmaba los previos conceptos de retribución divina. En contra de la idea de
que el Gran Exorcismo era necesario para prevenir las epidemias morbosas, Wang
Chong argumentó que las pestilencias y otras enfermedades actuaban como
barómetros que medían la virtud del gobernante. Se trata de la creencia de que
una deidad suprema gobernaba la existencia humana y expresaba displacer o
aprobación de las acciones del mandatario a través de desastres o de
maravillas, respectivamente. En los nuevos movimientos de la dinastía Han
Posterior la noción de retribución divina llegó a fundirse con un mesianismo
apocalíptico produciendo un entendimiento diferente de la enfermedad, que
rechazaba tanto las prácticas exorcistas de los fangshi como las terapias homeopáticas de la medicina qi.
Las sectas de los Maestros Celestiales y de la Gran Paz, ambas del siglo
II, rechazaban las artes médicas tradicionales e insistían en que la fe en la
curación era el único medio de sanar las enfermedades que atormentaban a la
humanidad. Los demonios invasores no eran únicamente parásitos malévolos, sino
también agentes de de autoridad moral que actuaban en nombre del juicio divino.
La curación debía comenzar con un acto de contrición y penitencia. Las
congregaciones de los Maestros Celestiales practicaban rituales en masa de
confesión y penitencia. Estipulaban que las víctimas de enfermedad debían
escribir cartas de arrepentimiento a los dioses que regían el cielo, la tierra
y las aguas buscando absolución de sus pecados.
El régimen de curación propagado por Zhang Jue (fundador de la secta de la Gran Paz), consistía de una triple
fórmula de arrepentimiento, absolución y exorcismo. Una vez que la persona
había demostrado remordimiento, el sacerdote preparaba un talismán que servía
como una garantía para reunir a una serie de espíritus guerreros que venían en
ayuda de la víctima. El talismán era después cremado e inmerso en agua
consagrada, que la víctima bebía. Finalmente dirigiéndose a los espíritus
guerreros por mediación de encantamientos y danzas rituales, el sacerdote
exorcizaba la enfermedad y restauraba la salud del doliente.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas. FEIAP-UGR.
[1] Los
guardianes de las puertas, que representan los espíritus alejadores de demonios
Shenshu y Yulü, fueron generalmente tallados en madera de melocotonero, lo que
reflejaba una tradición que se remontaba al mismísimo Huangdi.
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